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Año 5 · Número 10 · Febrero de 2016, ISSN 1851-5851 - Una publicación de www.elhistoriador.com.ar, dirigida por Felipe Pigna
El Historiador
Índice
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Belgrano crea la bandera nacional
A fines de 1811, aumentaron los ataques españoles contra las costas del Paraná ordenadas por el gobernador español de Montevideo, Pascual Vigodet...
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El carnaval de Buenos Aires en 1900
El carnaval, una fiesta de origen pagano que se celebra antes de la cuaresma cristiana, está asociado al baile, a los disfraces y al desenfreno. Algunos historiadores señalan que...
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Bodas originales hace más de cien años
El 14 de febrero se festeja el día de los enamorados, una celebración tradicional en los países anglosajones, cuyo origen se remonta...
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Un furor llamado peluca, por Luigi Amara
“Si tuviera que elegir un objeto para describir el sentido de la vida en la Tierra, una postal para enviar a los marcianos sobre nuestras...
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La música de Gardel en palabras de Cortázar
El 12 de febrero de 1984 murió en París, Francia, Julio Cortázar, escritor, traductor, maestro rural, de fuerte compromiso político y social con la realidad de América Latina. Célebre por...
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La Gaceta Estival

Llegó febrero y con él un nueva oportunidad para recordar diversos episodios de nuestra historia que fueron forjando y moldeando nuestra cultura. El calendario marca en febrero los nacimientos de destacadas figuras de nuestro pasado, como José de San Martín, Martín Miguel de Güemes, Domingo Faustino Sarmiento y Ricardo Güiraldes. También hubo pérdidas con las muertes de Facundo Quiroga, Macedonio Fernández, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Juan María Gutiérrez, Julieta Lanteri y Julio Cortázar. Algunos episodios cambiaron para siempre el curso de la historia. Entre ellos se encuentran el Combate de San Lorenzo, en 1813, las batallas de Chacabuco y Caseros, en 1817 y 1852 respectivamente, la presidencia de Bernardino Rivadavia, iniciada en 1826, la Revolución Radical de 1905 y la sanción de la ley Sáenz Peña, que en 1912 estableció el sufragio universal, secreto y obligatorio y el sistema de lista incompleta.

En esta Gaceta quisimos compartir un artículo sobre la primera vez que Manuel Belgrano enarboló la bandera nacional, en las barrancas del Río Paraná, en Rosario, el 27 de febrero de 1812, algo que le valió una amonestación del entonces secretario del Triunvirato, Bernardino Rivadavia, preocupado por no disgustar a Gran Bretaña, recientemente aliada de España, que había hecho saber a los patriotas que no aprobaría ningún intento independentista en esta parte del continente.

Para los festejos del Carnaval, nos remontaremos a la Buenos Aires del siglo XIX, “con cuyo desahogo la población laboriosa que jadea todo el año en la impecable exigencia de un trabajo aniquilador, de una vida apremiada y amarga, repuso su bagaje de buen humor y conformidad para el resto del año”.

Recordando el día de los enamorados rescatamos algunas celebraciones insólitas del año 1900: bodas con cortejos de ciclistas, parejas integradas por novios centenarios y un casamiento celebrado en el zoológico de Boston, Estados Unidos, adentro de la jaula de los leones, llamados César y Cleopatra.

Para recordar al entrañable Julio Cortázar, que murió el 12 de febrero de 1984, compartimos un fragmento del libro La vuelta al día en ochenta mundos, donde desentraña su pasión por el tango con un texto sobre Carlos Gardel.

Por último, compartimos un fragmento del libro Historia descabellada de la peluca, del escritor y poeta mexicano Luigi Amara, una galería íntima de anécdotas y curiosidades que recorre diversos momentos y lugares del mundo a través de los usos de la peluca, un accesorio superficial, que paradójicamente nos lleva a la reflexión de temas tan profundos como la identidad y la belleza.

 

Felipe Pigna
 
 
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Belgrano crea la bandera nacional

Autor: Felipe Pigna

A fines de 1811, aumentaron los ataques españoles contra las costas del Paraná ordenadas por el gobernador español de Montevideo, Pascual Vigodet.  Frente a esto el Triunvirato encargó a Manuel Belgrano partir hacia Rosario con un cuerpo de ejército el 24 de enero de 1812. El general Belgrano logró controlar las agresiones españolas e instalar una batería en las barrancas del Paraná,  a la que llamó Libertad.

Belgrano tenía un concepto que lamentablemente fue olvidado por muchos generales argentinos del siglo XX: “La subordinación del soldado a su jefe se afianza cuando empieza por la cabeza y no por los pies, es decir, cuando los jefes son los primeros en dar ejemplo; para establecerla basta que el general sea subordinado del gobierno, pues así lo serán los jefes sucesivos en orden de mando. Feliz el ejército en donde el soldado no vea cosa que desdiga la honradez y las obligaciones en todos los que mandan”.

Las tropas que comandaba Belgrano, como todas las de nuestras guerras de independencia, pasaban meses y años sin cobrar sus sueldos, estaban mal vestidas y sufrían todo tipo de necesidades. A Belgrano se le ocurrió repartir terrenos a cada regimiento para su cultivo, todos los cuerpos tuvieron una huerta abundante de hortalizas y legumbres, y de este modo, todos llenaron su necesidad y entretenían su equipo, porque los frutos que sobraban se vendían en beneficio de todos los soldados que los habían cultivado.

Belgrano solicitó y obtuvo permiso para que sus soldados usaran una escarapela. Por decreto del 18 de febrero de 1812, el Triunvirato creaba, según el diseño propuesto por Belgrano, una “escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata de dos colores, blanco y azul celeste, quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían”.

Belgrano se entusiasmó y le respondió al Triunvirato, anunciándole que el día 23 de febrero de 1812, entregó las escarapelas a sus tropas para que "acaben de confirmar a nuestros enemigos  de la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América". Era uno de los pocos que por aquel entonces se animaba a usar la palabra independencia.

Por el contrario, el Triunvirato, y sobre todo su secretario, Bernardino Rivadavia, estaba preocupado en no disgustar a Gran Bretaña, ahora aliada de España. Gran Bretaña había hecho saber al Triunvirato, a través del embajador en Río, Lord Strangford, que no aprobaría por el momento ningún intento independentista en esta parte del continente.

 

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El carnaval de Buenos Aires en 1900

El carnaval, una fiesta de origen pagano que se celebra antes de la cuaresma cristiana, está asociado al baile, a los disfraces y al desenfreno. Algunos historiadores señalan que su celebración se remonta a los festines que se realizaban en honor a Apis, el dios egipcio de la fertilidad, cuyo culto se remonta a casi 5000 años a.C. Otros en cambio encuentran un antecedente lejano en las Bacanales, fiestas en honor a Baco, dios romano del vino, o Dioniso, su equivalente en Grecia. Lo cierto es que el carnaval, con apologistas y detractores, se popularizó y propagó por distintos rincones del globo, y hoy algunas de sus manifestaciones gozan de fama mundial y atraen cada año a miles de turistas, como el carnaval de Río de Janeiro en Brasil, el de Venecia en Italia, el de Oruro, en Bolivia, el de Montevideo en Uruguay, y el de Gualeguaychu, en Argentina.

En el territorio que hoy ocupa nuestro país fue introducido del brazo de los españoles y aunque fue prohibido durante algunos períodos, gozó de defensores de la talla de Juan Bautista Alberdi, el autor de las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, que en 1838 aconsejaba “a las personas racionales y de buen gusto, que corran, salten, griten, mojen, silben, chillen, cencerren a su gusto a todo el mundo, ya que por fortuna lo permite la opinión y las costumbres…”. Su declarado adversario político, Domingo Faustino Sarmiento, con quien polemizó en casi todo, al menos en esto pareció estar de acuerdo. Cuentan que durante el carnaval de 1869, mientras ocupaba la primera magistratura, el sanjuanino “había tirado su presidencia a los infiernos” y “sentado en una carretela vieja que la humedad no pudiese ofender, abrigado con un poncho de vicuña, cubierta la cabeza con un sombrero chambergo, distribuía y recibía chorritos de agua, riéndose a mandíbula batiente.”  

En esta oportunidad nos trasladamos al siglo XIX, para ser testigos de cómo transcurrió el carnaval del año 1900 en Buenos Aires “con cuyo desahogo -sostiene el articulista- la población laboriosa que jadea todo el año en la impecable exigencia de un trabajo aniquilador, de una vida apremiada y amarga, repuso su bagaje de buen humor y conformidad para el resto del año”.

Fuente: Revista Caras y Caretas, N 74, 3 de marzo de 1900, págs. 19-23.

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Bodas originales hace más de cien años

El 14 de febrero se festeja el día de los enamorados, una celebración tradicional en los países anglosajones, cuyo origen se remonta a Roma en el siglo III, época en que el cristianismo era perseguido y el emperador Claudio II había prohibido el matrimonio a los soldados por considerar que los hombres casados rendían menos en el campo de batalla. Desafiando al emperador, un sacerdote cristiano llamado Valentín celebraba en secreto las bodas entre los jóvenes enamorados. Claudio ordenó su captura y lo ejecutó el 14 de febrero de 270 d.C. Hay otros dos mártires muertos durante el Imperio Romano a quienes algunos atribuyen el origen de la festividad: un obispo de la ciudad de Terni, Italia, y un obispo llamado Valentín de Recia, que vivió en el siglo V.

El origen de la celebración también se remonta a una fiesta pagana de la Antigua Roma, las Lupercales. Su nombre deriva de lupus (lobo). La festividad, celebrada a mediados de febrero, tiene sus raíces en el mito fundacional de Roma y en los ritos de purificación previos a la estación de fertilidad, de alta carga sexual.  

A finales del siglo V el papa Gelasio I condenó esta festividad y la sustituyó por la conmemoración del martirio y muerte de San Valentín. Sin embargo, en 1969, Pablo VI eliminó esta celebración del calendario de festividades. Para entonces, ya hacía más de un siglo que la fiesta se había popularizado en el mundo anglosajón, desde donde se propagó a diversos países del mundo, como España, Francia, Bélgica, China, Japón, Argentina, México, Chile.

Recordamos aquí el día de los enamorados con un artículo en donde se rescatan curiosas y temerarias uniones amorosas de hace más de cien años: Una de ellas tuvo lugar adentro de una jaula de leones en el Jardín Zoológico de Boston.

Fuente: Revista Caras y Caretas, N  74, 3 de marzo de 1900, págs. 4 y 5.

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Un furor llamado peluca, por Luigi Amara
(Fragmento del libro Historia descabellada de la peluca)

“Si tuviera que elegir un objeto para describir el sentido de la vida en la Tierra, una postal para enviar a los marcianos sobre nuestras obsesiones más fieles, me inclinaría en primer lugar por la peluca. Mamífera y artificial, insignia del poder y al mismo tiempo cómplice de una idea maleable de belleza, remota pero siempre persistente, en esa cabellera falaz que parece encaminarse hacia la vida propia se reflejan nuestros excesos y nuestros temores, el despliegue del cuerpo entregado a la seducción, así como los estragos psicológicos de ese sucedáneo del otoño conocido como calvicie.”

Así comienza el libro Historia descabellada de la peluca, del escritor y poeta mexicano Luigi Amara, finalista del Premio Anagrama de Ensayo en 2014, una galería íntima de anécdotas y curiosidades sobre los usos de la peluca en diversos momentos y lugares del mundo, desde su utilización por parte de la  famosa reina egipcia Nefertiti a la famosa peluca de Andy Warhol, desde las que utilizó Luis XIII para ocultar su calvicie, a las de Marcel Duchamp, pasando por las de Casanova, Andre Agassi o las que usaron personajes de ficción de Shakespeare o de Roman Polanski o su uso en filósofos como Descartes, Locke, Leibniz, Berkeley, Rousseau, Hume y Kant hasta la cabellera postiza de la que se valió Salman Rushdie para pasar inadvertido cuando pesaba sobre él la fetua islámica.

En el capítulo que a continuación reproducimos, el autor se centra en el período de furor de la peluca, que se extendió casi doscientos años entre principios del siglo XVII y finales del siglo XVIII, cuando llegó a erigirse “en santo y seña de alcurnia y sofisticación” en Francia y su uso distintivo se extendió entre ciertos profesionales, como ayudantes de cocina, abogados, profesores, maestros de coro, escribas, notarios, jueces y peluqueros. También en Gran Bretaña y Estados Unidos hay testimonios que indican que sin “una buena peluca era impensable el ascenso social y un grado mínimo de respetabilidad”, aunque su uso muchas veces se debió a razones menos rumbosas, como “la pereza de bañarse”  y las dificultades para mantener limpia la cabellera propia.

“Elegí en particular la peluca porque me parece un objeto inusitado. Ha servido para seducir, para ocultarse, para travestirse, para detentar el poder. Nos permite ver lo raros que somos los seres humanos construyendo nuestra identidad. Quería que saliera a la luz nuestra rareza”, dijo Amara en una entrevista publicada en la Revista Ñ. A lo largo del libro, la peluca, este accesorio superficial, nos lleva paradójicamente a reflexionar sobre temas tan profundos como la identidad, la belleza y la construcción de una cultura en torno a la simulación y al artificio.

 

Fuente: Luigi Amara, Historia descabellada de la peluca, Buenos Aires, Editorial Anagrama, 2015, págs. 34-43.

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La música de Gardel en palabras de Cortázar

El 12 de febrero de 1984 murió en París, Francia, Julio Cortázar, escritor, traductor, maestro rural, de fuerte compromiso político y social con la realidad de América Latina. Célebre por sus cuentos fantásticos y su estilo innovador, se consagró como escritor con una obra original y prolífera, entre cuyos títulos se encuentran Bestiario, Final del Juego, Las armas secretas, Los premios, Historia de Cronopios y de Famas, La vuelta al día en ochenta mundos, Todos los Fuegos el Fuego, 62 modelo para armar, El libro de Manuel, Deshoras, Los autonautas de la cosmopista, etc. Rayuela, una de sus novelas, marcó un hito en la narrativa contemporánea.

Cortázar era también amante de la música, especialmente del jazz, de la música clásica y del tango. Con este último género musical tenía una relación afectiva que lo unía a la Argentina, país que había dejado en 1951, cuando se instaló en París.

Quisimos  recordarlo en esta oportunidad con sus palabras sobre Carlos Gardel, el máximo exponente del tango-canción. El ensayo que aquí reproducimos, originalmente publicado en la Revista Sur, en 1953, forma parte del libro La vuelta al día en ochenta mundos, un libro publicado en 1967, que propone un viaje al interior de Julio Cortázar, donde podemos pasar sin escalas de profundas reflexiones a sus disquisiciones más absurdas y desopilantes, con paradas en diversos homenajes a sus influencias literarias,  digresiones, recuerdos y opiniones que se ofrecen a modo de collage con viñetas, fotografías y dibujos.

 

Fuente: Revista Sur, Buenos Aires, de julio/agosto de 1953, en Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, tomo 1, Buenos Aires, Editorial Siglo XXI, 2009, págs. 137-141.

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