Una presencia superior


Desde el mirador de la Secretaría se ve todo el panorama sindical argentino. Yo, que lo he visto en 1944 y en 1945 desde un rincón del mismo despacho que hay presido, cuando el Coronel Perón solía permitirme que le viese trabajar, yo solamente puedo decir tal vez cómo ha cambiado todo en este sector de mi Patria.

Hasta 1943 las reivindicaciones obreras en la Argentina tenían una doctrina y una técnica que no se diferenciaban para nada de la doctrina y la técnica de los demás países del mundo.

La doctrina y la técnica eran pues internacionales, vale decir extranjeras en todas las Patrias y para todos los pueblos, porque cuando una cosa es internacional pierde incluso el derecho de tener Patria aun en su país de origen.

Los dirigentes de las reivindicaciones obreras argentinas habían sido formadas en aquella doctrina y les había sido enseñada solamente aquella técnica.

No diré que fueron en general malos dirigentes, ni caeré en el error de pensar siquiera que no representaron legítimamente a sus compañeros. Por el contrario, creo que cumplieron honradamente lo mejor que pudieron con la masa que en ellos depositó su confianza. ¡O su desesperación! Porque, frente al egoísmo brutal de la oligarquía capitalista y despiadada ¿qué otra cosa que desesperación podía tener la masa obrera al elegir sus dirigentes? Por eso, muchas veces prefirió elegir a quines proponían soluciones teóricamente más radicales y extremas en vez de otorgar un mandato a quienes hubiesen podido exigir y alcanzar algún beneficio práctico e inmediato, aunque fuese mínimo.

Así se explica que, elegidos por la desesperación de una masa obrera sufriente y exaltada por el oído, aquellos dirigentes gremiales, impotentes para dar satisfacción a sus representados, se viesen obligados a desviar la atención de la masa hacia problemas de política internacional en propaganda lírica de doctrinas ajenas a las necesidades apremiantes y reales del pueblo.

Pero el gran defecto de aquellos dirigentes no fue esto que al fin de cuentas casi se vieron obligados a hacer. El gran pecado fue que muchas veces pensaron, hablaron y actuaron en un idioma extranjero frente a sus compañeros, dando la espalda a la realidad casera. No se dieron cuenta -porque no creo que obrasen de mala fe, por lo menos en su mayor parte- que el problema de los obreros argentinos no tenía sino muy poco que ver con el problema de los trabajadores de los viejos países del mundo, superpoblados, sin ninguna clase de reservas económicas.

No midieron bien la realidad argentina.

Algunos, tal vez los más altos dirigentes de aquellos tiempos, no procedían sin embargo de buena fe.

Así como reconozco que la mayoría actuaba con un alto espíritu sindical, debo decir también que algunos eran traidores de la masa obrera.

Y al decir esto no creo que diga nada nuevo para los trabajadores argentinos.

Todos ellos recuerdan cómo esos supuestos líderes obreros se aliaron, en oscuro maridaje, con la más rancia oligarquía, y al amparo de la prensa conservadora y del capitalismo conjurado contra los argentinos intentaron la destrucción del Líder en 1946.

Con esto demostraron que era mentira la enemistad que frente al capitalismo aparentaban los dirigentes comunistas y socialistas que se llamaron tanto tiempo y a sí mismos dirigentes «del pueblo».

Así se explica también por qué durante tantos años los trabajadores argentinos no vieron avanzar a sus organizaciones sino a pequeños pasos y esto, muy de vez en cuando, y con sangrientos y dolorosos sacrificios.

Pero no es de aquellos falsos dirigentes obreros, que ahora están definitivamente aliados con la oligarquía, de los que quiero hablar. Es de los otros, de los de buena fe y verdadero espíritu sindical de quienes quiero escribir una página más.

Ya he dicho que hasta 1943 vivían una doctrina y una técnica de lucha. Ellos creían firmemente que «eso» era el mejor y aun el único camino para llegar al bienestar soñado. Solamente cuando Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, les habló de otra técnica empezaron a darse cuenta del error en que habían perdido muchos años y tantos esfuerzos.

Al principio al Coronel les desconcertó.

Cincuenta años habían estado oyendo hablar a los altos líderes en contra de la Patria, y como consecuencia en contra del Ejército. ¡Y ahora un militar, un «oscuro coronel» -dijo la oligarquía- pretendía enseñarles cuál era el camino de la justicia y de la felicidad.

Para colmo, el nuevo Líder les hablaba del espíritu y de sus valores, no les predicaba la lucha entre el capital y el trabajo sino la cooperación, y aun les decía que era necesario poner en la práctica los viejos principios olvidados del cristianismo.

¡Cómo no se iban a desconcertar!

Pero, poco a poco, fueron creyendo en el «Coronel». Muchos creyeron con sólo oírle. Otros, cuando pudieron verle.

La mayoría creyó cuando sus promesas empezaron a cumplirse.

Así, los dirigentes honrados del sindicalismo argentino se aliaron con Perón. En la vereda de enfrente quedaron los que no quisieron oír las promesas ni quisieron ver las realidades. Ellos habían ya vendido, por anticipado, su posición a la oligarquía y la capitalismo. Pero a cambio de eso ganaron el olvido de los trabajadores; el olvido, que es la manera que el pueblo tiene de despreciar a quines lo traicionan.

La técnica de Perón se impuso en dos años de ardorosa lucha. Una vez en la presidencia, sin embargo, podía darse el peligro de que algunos despechados «especialistas» del sindicalismo tratasen de agrupar a los trabajadores con la vieja retórica y las viejas ideas tan bien estudiadas por ellos en la cátedra extranjera que los formó… y les pagó; y que para eso, intentasen presentar a la Secretaría como una oficina más del gobierno, fría y burocrática según el viejo Departamento Nacional del Trabajo que en 1943 había alcanzado el total y absoluto desprecio de los obreros argentinos.

También había podido sucedes que, ausente de la Secretaría el creador genial de la nueva doctrina y de la nueva técnica de las reivindicaciones obreras, los mismos dirigentes, aun los peronistas, volviesen a la vieja doctrina y a los viejos métodos, dominados inconscientemente o infiltrados por los otros.

La presencia de un viejo dirigente gremial al frente del Ministerio de Trabajo y Previsión fue el primer paso para evitar que sucediese aquellos. Pero no era suficiente todavía, puesto que aquella presencia infundía solamente confianza: la confianza del compañero y del amigo. Para evitar el peligro era necesario algo más. Y creo que ese algo más fue y sigue siendo mi presencia, no tanto por lo que pueda valer ni hacer yo, sino porque yo estoy demasiado cerca del Líder, como para que donde yo esté no me acompañe un poco su magnífica presencia.

Cuando vemos la sombra de alguien sentimos que está cerca.

Así, como la sombra del Líder, es mi presencia en la Secretaría. Y a su sombra, yo intento seguir el camino que él inició. Sé que hay una gran diferencia. Donde él daba una lección magistral, yo apenas balbuceo. Donde él solucionaba un problema con cuatro palabras, yo me quedo a veces una semana entera. Donde él decidía, yo apenas sugiero. Donde él veía, yo apenas vislumbro. Es que él es el conductor. Yo soy solamente una sombra de su presencia superior.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar