“Una clase en Waterloo”, por Felipe Pigna

San Martín explicó el desarrollo de Waterloo tan claro y preciso que manifestó su conocimiento de las batallas de Napoleón.

El general San Martín y su inseparable colaborador y amigo Eusebio Soto llegaron al puerto inglés de Falmouth el 27 de junio de 1829, tras su frustrado regreso a la Argentina. Cuando se dirigían en diligencia hacia Londres, el vehículo volcó. El criado resultó ileso pero el general sufrió una grave herida en el brazo que tardaría más de tres meses en cicatrizar. Para noviembre estaba de regreso en su casa de Bruselas. Vivía una situación económica difícil. No recibía su pensión del gobierno peruano, ni mucho menos de la Argentina todavía unitaria, ni tampoco los alquileres de sus propiedades.

Ya repuesto, San Martín recibió la visita de Miguel de la Barra, diplomático chileno acreditado ante la corte de Francia, hermano de un ex combatiente del Ejército Libertador. San Martín se ofreció para acompañarlo a Waterloo, en la provincia de Brabante, a unos 20 km de Bruselas. La excursión sería a caballo y… ¿quién podía rechazar la invitación de conocer semejante campo de batalla en compañía de un  estudioso de la vida de Napoleón? De la Barra cuenta: “Cabalgaba el general San Martín con gallardía demostrando ser un consumado jinete. El cicerone no nos fue necesario, porque este general nos explicó el desarrollo de la batalla de un modo tan claro y preciso que parecía que había estudiado mucho de las batallas de Napoleón en el terreno mismo. Nos dimos cuenta perfecta del primer ataque y victoria de Bonaparte y enseguida el cambio completo del plan, cuando apareció en escena Blücher. Criticó el general San Martín los movimientos como sólo él sabe hacerlo. Era hermoso y emocionante oír a este genio militar, explicando sobre el terreno a Napoleón. Regresamos al galope en una hermosa tarde de verano, con San Martín erguido y silencioso, a la cabeza. Parecía que el recuerdo de sus victorias embargaba por completo al gran expatriado”.

El 25 de agosto de 1830 se produjo la revolución liberal que proclamó la independencia de Bélgica. Hay una versión que indica que algunos belgas, encabezados por el burgomaestre de Bruselas, barón de Wellens, le propusieron que prestase sus servicios a la causa y se pusiese al frente de las tropas revolucionarias. El general habría agradecido la deferencia mientras decidía salir del país, rumbo a Francia, donde estaba su hermano Justo Rufino. Temía por su hija Mercedes, que con sus 14 años recién cumplidos y salida del colegio de monjas, lo acompañaría de ahora en adelante.

El panorama de Francia tampoco era calmo, pero parecía más encauzado. En las “jornadas revolucionarias” del 27 al 29 de julio de 1830, la población de París se había levantado contra el absolutismo ejercido por el rey Carlos X, y había terminado llevando al trono a Luis Felipe de Orleans e iniciaba una monarquía constitucional, de tipo liberal.

En la capital francesa alquiló un departamento en la Rue de Provence, cerca de la Ópera de París, un lugar del que sería asiduo visitante gracias a su amistad con Alejandro Aguado, uno de los banqueros más ricos de Europa. Así San Martín pudo conocer a Víctor Hugo, Delacroix, Balzac y el músico italiano Gioacchino Rossini, compositor de El barbero de Sevilla y Otello, entre otras óperas, y quien compuso y estrenó en casa de Aguado una opereta para el bautismo de su segundo hijo, Olimpio Clemente, en una celebración con 3.000 invitados. La opereta se llamaba Carmen, en homenaje a la esposa de Aguado; su argumento no tenía relación con la novela de Merimée, que se editaría en 1845, ni con la ópera de Bizet.