Umberto Eco


Fuente: «Secretos de un gran fabulador», Revista Ñ, 21 de octubre de 2001.
Traducción: Cristina Sardoy.

Y aquí estamos, más de veinte años después, hablando de nuevo con Umberto Eco sobre una novela suya que acaba de salir. Hace veintiún años fue El nombre de la rosa, la primera e imprevista novela de un estudioso. Tal vez la única, pensaron muchos, asustados. Hasta él estaba sorprendido. “Se me dio por ponerlo todo ahí”, me dijo entonces. Ahora se edita Baudolino, la novela número cuatro, luego de El péndulo de Foucault (1988) y La isla del día de antes (1994). Editada inicialmente en Italia y por Bompiani, Baudolino es -como siempre- una historia de cerca de quinientas páginas. En general, y según él mismo confiesa, mientras escribe o revisa sus novelas, es esquivo y se niega a anticipar plazos o títulos. Sin embargo, aceptó mantener esta charla en Mantova.

Umberto Eco, pasaron seis años desde La isla del día de antes, su tercera novela hasta Baudolino. Entre la primera y la segunda habían transcurrido ocho. ¿Adquirió un ritmo regular?
Serían seis años, pero en realidad no es así, porque durante dos años seguí otra pista, que luego abandoné. Me había quedado parado, estancado, en un punto en la mitad de la novela. Todo lo demás ya lo tenía pensado, pero ese punto no, y si no lo resolvía lo que seguía no encajaba en el mosaico de la historia. De modo que la había dejado. Sin embargo y luego de unos meses en el campo, la retomé y la terminé al vuelo, con el mismo adelanto con el que nació por esa época mi primer nieto. ¿Será un parto de gemelos?

Antes de entrar de lleno en Baudolino, me gustaría preguntarle si el éxito de El nombre de la rosa le cambió la vida y en ese caso, ¿de qué manera?
En realidad, no me parece que la haya cambiado. O quizá, sí, redujo un poco la amplitud del radio de mi vida social: nada de festivales porque todo el mundo se me viene encima para preguntarme mi opinión, ver solamente a amigos íntimos, en privado. Paradójicamente, me empobrecí. Una persona cuyo nombre no puedo revelar me escribió hace pocos meses: “Cada vez que no te veo en TV siento un ataque de admiración por ti”.

Pero los derechos de autor no lo empobrecieron precisamente… 
Obviamente no. Pero en contra de toda visión angelical del escritor, yo declaro mi legítimo orgullo.

¿Esperaba un éxito de esas dimensiones?
Hasta el más ínfimo poeta, mientras escribe, espera que millones de lectores reciten de memoria sus rimas de “corazón” con “amor”. La verdad es que tenía en mente dárselo a Franco Maria Ricci para su “Colección azul”. Convertirla en un objeto de nicho. Pero después la leyó el director de la editorial Bompiani de entonces, Di Giuro. Se entusiasmó y declaró: “¡Haré treinta mil copias!”. Yo pensé que estaba loco.

¿Hablamos de su nueva novela? ¿Quién es Baudolino
Es un muchacho que vive en el campo cerca de Marengo, más o menos donde en 1168 nació la ciudad de Alejandría, cuyo patrono es justamente San Baudolino. Baudolino es un bribón, parecido a esos que existen en muchas mitologías indígenas: en Alemania lo llaman Schelm, en Inglaterra Trikster God. El libro, que en ese sentido es picaresco, cuenta sus aventuras en tierras diversas. El padre de Baudolino es el mítico Gagliaudo Aulari, que salva a Alejandría del asedio de Federico Barbarroja con la historia de su vaca.

¿Qué historia?
Bueno, los alejandrinos la saben y los otros la leerán en mi novela.

Usted nació en Alejandría. ¿Con este libro vuelve a sus raíces?
Absolutamente. Hablo de mi ciudad, trato de imitar su dialecto, la forma de hablar. Me sorprendió encontrar en los documentos oficiales de la época los nombres de los alejandrinos que fundaron la ciudad. ¡Son los mismos que los de mis compañeros de colegio! Con el idioma tuve algunas dificultades porque el primer capítulo está escrito directamente por Baudolino en pergamino cuando tenía catorce años. En ese momento, el personaje estaba aprendiendo el latín y escribe en un dialecto vulgar de su región sobre el cual no tenemos obviamente ningún documento. Me divertí mucho imaginando y escribiendo este capítulo.

¿Cree que también se divertirán los lectores sicilianos?
Eso espero. No pretendí hacer filología. Inventé un italiano imaginario. No son páginas eruditas, sino cómicas.

De todos modos, igual que en El nombre de la rosa, aquí cuenta otra aventura medieval.
Sí, pero con muchas diferencias. La Rosa hablaba del mundo monástico o de los contrastes internos en la Iglesia; ésta habla del mundo laico, de la corte imperial de Federico Barbarroja. Baudolino, en realidad, es adoptado a los trece años por Federico, y vive con él todos los enfrentamientos entre imperio y comunas, la batalla de Legnano, la Tercera Cruzada (a la cual él mismo lo empujó), etcétera. La Rosa es una novela culta, ésta es popular. La Rosa tiene un estilo elevado, ésta bajo. El lenguaje es el de los campesinos de la época, o los estudiantes parisinos que hablan como los ladrones. Nada de latín, salvo alguna palabra. Aparece el juego habitual de algunas citas posteriores, ocultas, pero con la idea de que sean frases inventadas por el propio Baudolino y los otros a continuación pueden haberlas copiado.

Es un gran mentiroso este Baudolino.
Y sí. Inventa historias constantemente, pero siempre se las creen, y sus historias producen mucho alboroto. En el fondo releo la historia de ese período como fruto de las invenciones de un chico, que luego crece y con un grupo de amigos inventa la legitimación del imperio por parte de los juristas boloñeses, parte del epistolario de Abelardo y Eloísa, la leyenda del Grial, tal como la contará más tarde Wolfram von Eschenbach.

Entonces, ¿sin Baudolino la historia podría haber sido distinta?
Justamente él y sus amigos son los que inventan la mítica carta del Padre Gianni, que circuló de verdad en esa época, describiendo un legendario reino cristiano en el lejano Oriente (Marco Polo también la menciona). Y al final todos creen la historia, y Baudolino parte con Federico en busca de ese reino remoto. Pero luego Federico muere en 1190 en circunstancias que yo convierto en misteriosas, superponiéndole una aventura tipo homicidio en una habitación cerrada.

No le pido que descubra al asesino, pero tal vez pueda decirnos qué pasa con Baudolino sin Federico.
Hasta ese punto sigo la secuencia de los hechos. Después de la muerte de Federico, Baudolino inicia un viaje fantástico con sus amigos a tierras misteriosas habitadas por monstruos. Allí tiene aventuras increíbles, incluido un amor por el cual siento una debilidad especial. Diré que escribiendo me enamoré de la protagonista de la historia cuando en realidad era Baudolino el que debía enamorarse.

¿Y él no se enamora?
Bueno, no, el resto no lo cuento. De lo contrario no habría valido la pena escribir un libro de quinientas páginas. Con esta entrevista hubiera sido suficiente. Puedo decirle sí, que todo lo que se llega a saber es contado por Baudolino, que es, por definición, un mentiroso, a un gran historiador bizantino, Niceta Coniate, en 1204, mientras Constantinopla arde y es saqueada por los cruzados. Niceta escribió sobre esos días casi en una crónica directa, pero obviamente no nos dejó ningún rastro del relato de Baudolino, porque (yo digo) no sabía si era verdadero. Naturalmente, tampoco el lector lo sabe.

¿El libro es, entonces, una apología de la mentira?
En todo caso es una apología de la utopía, de esas invenciones que mueven al mundo. Colón descubrió América por equivocación: creía que la Tierra era mucho más pequeña. No es cierto que él era el único que pensaba que era redonda, como todavía dice mucha gente: que era redonda lo sabían ya antes de Platón. Y ni hablar de El dorado: se conquista un continente siguiendo un mito.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar