París era una fiesta, por Gustavo Sierra

(Fragmento del libro El 68. El año que marcó a fuego la Argentina y el mundo durante los siguientes cincuenta años)


En marzo de 1968 comenzó el extraordinario proceso que pasaría a la historia como el Mayo Francés. Los jóvenes de Nanterre hablaban de la Universidad como de un lugar arcaico, alejado de la realidad política y social, y se negaban a colaborar en la reproducción del orden gaullista. Soñaban con un mundo más justo, menos hipócrita y miraban con admiración hacia Latinoamérica y Vietnam, que le hacían frente con lo que tenían a las ambiciones del Imperio. La rebelión de Nanterre no tardó en llegar a París. En la Sorbona comenzaron a celebrarse reuniones presididas por Dany el Rojo. El gobierno ordenó a la policía ocupar el Barrio Latino, donde se encuentra la Sorbona, para obligar a los estudiantes descontentos, mediante el uso de la fuerza, a retirarse de la Universidad. Pese a ello, la protesta, con sorprendente celeridad, se extendió a gran parte del estudiantado francés, que adoptó una actitud combativa.

Compartimos en esta ocasión un fragmento del capítulo “París era una fiesta” sobre aquel episodio, que forma parte del libro El 68. El año que marcó a fuego la Argentina y el mundo durante los siguientes cincuenta años, de Gustavo Sierra. El ensayo recoge distintas coyunturas que marcaron esa década, como el rechazo a la guerra de Vietnam en los Estados Unidos, el Cordobazo, el asesinato del Che Guevara en Bolivia, la primavera de Praga, la matanza de los estudiantes en Tlatelolco, o el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

Fuente: Gustavo Sierra, El 68, Buenos Aires, Planeta, 2018, págs. 124-129.

“París es una fiesta que nos sigue”, dijo Ernest Hemingway y se puso a escribir el libro sobre la vida en esa ciudad “en los felices 20”, que marcó a varias generaciones y nos hizo amar el periodismo, los ideales de la Revolución Francesa y, por supuesto a la Ciudad Luz. París era una fiesta se publicó en 1964, cuando “Papa” ya había muerto. Cuatro años más tarde se convertiría en un símbolo para muchos chicos que querían volver a encontrarse con ese espíritu del Montparnasse junto a la editora Gertrude Stein, el poeta Ezra Pound y el escritor James Joyce. Una generación que ya había olvidado la guerra y que se había criado arropada por el Estado del Bienestar de Europa exigía cambios a esa sociedad aún gobernada por el general Charles de Gaulle, el héroe de la II Guerra que ellos no habían escuchado en sus históricos mensajes de la Resistencia contra la invasión nazi y que veían ya como un ana­cronismo. Esa sociedad demasiado estructurada, anquilosada, no los contenía. Querían cambios y rápido. Estaban a la búsqueda de una causa y la encontraron los estudiantes de la Universidad de Nanterre, a los que se les impedía entrar en los dormitorios de sus compañeras. Alegaban que no los dejaban ser libres sexualmente. “Une histoire de cul!”, decían los gaullistas en forma despectiva. Sí, fue el sexo, como muchas otras veces en la Historia, lo que desencadenó la revuelta más importante que vivió Francia desde la Revolución de 1789 y la Comuna de 1871. Los “soixante-huitards” querían la libertad a toda costa y la consiguieron luchando en las calles empedradas de ese mayo de hace cincuenta años.

La primera escaramuza se produjo el 21 de marzo de 1967 en Nanterre, una universidad creada cuatro años antes por el gobierno del primer ministro Georges Pompidou para descentralizar la célebre Sorbona, atestada de jóvenes. Ese día, un grupo de estudiantes decidió invadir el pabellón de las chicas “a fin de intercambiar fluidos corporales”. Ellas no se indignaron. Todo lo contrario. Colgaron corpiños en las ventanas para provocar a sus compañeros. En la Francia pacata y autoritaria del general De Gaulle, las pretensiones de estos jóvenes cansados de prejuicios fue interpretada como una osadía inaudita. Para los contestatarios, la decisión de “vivir sin tiempos muertos y gozar sin límites” se había transformado en un objetivo. “Tomo mis deseos por realidades, porque creo en la realidad de mis deseos”, decía una de sus primeras consignas.

El edificio de la universidad era una estructura moderna y racionalista de estilo norteamericano ubicado en una zona industrial a la que se accedía por tren desde el centro de París. La vida en los dormitorios era absolutamente aburrida. Estaba prohibido mover muebles o colgar carteles o cuadros. Tampoco se permitían las reuniones sociales, religiosas o políticas. En enero de ese año se había formado un comité –Association des Résidents de la Cité Universitaire de Nanterre– para pedir a las autoridades de la universidad mayores libertades dentro del campus. En el fondo, también estaba la discusión sobre el plan de estudios y el acceso a la universidad. Al comienzo del ciclo de 1967, los estudiantes endurecieron las protestas en contra del llamado «plan Fouchet» (por Christian Fouchet, el ministro de Educación) que pretendía reformar la enseñanza superior para acercarla al mundo de la empresa y, al mismo tiempo, establecer un sistema de selección para acceder a determinadas carreras. Los estudiantes también reclamaban que se respetara la libertad de expresión política.

Las centrales estudiantiles tradicionales como la Union National des Étudiants de France (UNEF) y la Union des Étudiants Communistes (UEC) tampoco tenían respuestas a todos estos planteos. Finalmente, el 21 de marzo, un grupo de unos 150 estudiantes entró al sector de los dormitorios de las chicas pidiendo “libre circulación por el campus” y se negó a abandonar el lugar a pesar de las amenazas del rector. Al caer la noche llegó la policía. Arrestó a todos los ocupantes y se los llevó en camiones hasta la comisaría de la zona. Todo esto a pesar de que seguía vigente la restricción, que había sido instaurada en la Edad Media, de que la policía no podía actuar dentro de las universidades. Comenzó a circular una lista de 29 estudiantes que iban a ser expulsados. Hubo protestas de profesores y todo quedó en la nada hasta noviembre en que se realizó otra gran marcha contra el “plan Fouchet” que fue acompañada por varias otras universidades del país.

Alain Touraine, sociólogo y profesor de Nanterre que después tuvo una actuación destacada en la defensa de algunos de los estudiantes rebeldes, advirtió de que toda esa efervescencia iba a tener que salir por algún lado. “En el otoño de 1967, ya habíamos tenido una huelga en el departamento de sociología. Era una historia poco interesante de contabilidad de las materias, pero prefiguraba el deseo de cambios”, explica. En febrero del año siguiente, Touraine escribió dos artículos en el diario Le Monde, explicando por qué pensaba que las universidades iban a estallar. “En ese momento mucha gente me trató de lunático, de idiota, no se daban cuenta de lo que sucedía”, explicó. La idea dominante entonces era que Francia se aburría, según decía otro artículo famoso publicado en Le Monde en marzo.

“No veían venir nada porque los franceses realmente no se interesaban en ese momento por los conflictos sociales. A principios de 1968, la gente prefería leer sobre los casamientos reales y no sobre los trastornos de la sociedad.” [Alain Touraine, Clarín, 2008.]

En cambio, los estudiantes rebeldes de la izquierda, desde los socialistas hasta los anarquistas, leían en ese momento a pensadores como Wilhelm Reich, Herbert Marcuse, Raoul Veinagem, Guy Debord, Gilles Deleuze y Pierre Bourdieu. Fueron ellos los que dieron el argumento intelectual a la necesidad de mayores libertades que buscaban los jóvenes franceses. Durante el resto de ese ciclo lectivo 67-68 se sucedieron las manifestaciones y los conflictos en varias universidades francesas y europeas, desde Berlín hasta Lyon. El 8 de enero, Daniel Cohn-Bendit, después más conocido como Dany el Rojo y uno de los líderes más im­portante de las revueltas, encabezó su primera protesta. Ese día se realizó en Nanterre la inauguración de una piscina olímpica y allí estaba el ministro de la Juventud y los Deportes, Francois Missoffe. Cohn-Bendit lo interpeló delante de todos acerca de un informe que había elaborado su ministerio sobre la “problemática” de la juventud francesa, en el que no había ninguna mención sobre la sexualidad.

Missoffe: —Con la pinta que usted tiene, seguramente sabe mucho del tema. ¿Por qué no se tira a la pileta y así se saca la calentura?

Cohn-Bendit: —Monsieur le Ministre, ahora ya tenemos una respuesta, una respuesta digna del ministro de la Juventud de Hitler.

El hecho produjo un revuelo enorme en la universidad y Cohn-Bendit se transformó en un “héroe” de los estudiantes. El rector lo amenazó con la expulsión y sacó a relucir que Dany el Rojo tenía ciudadanía alemana. En realidad había nacido en territorio francés de padres refugiados alemanes aunque no tenía la nacionalidad francesa. Había vivido “a caballo” entre Berlín Occidental y París y estaba muy influido por su hermano Gabriel, que era un militante anarquista, y por los movimientos políticos de izquierda alemanes. Pero, por sobre todo, tenía una personalidad totalmente extrovertida –los otros estudiantes lo tildaban directamente de “caradura” – y era un gran orador. El rector no se intimidó con la  súbita publicidad que había obtenido Cohn-Bendit y anunció que lo expulsaría de Nanterre junto a otros veintiocho estudiantes.

En tanto, la efervescencia social ya se sentía en las calles de París. Durante una manifestación organizada por el Comité Vietnam Nacional (CVN) apoyando “al pueblo vietnamita contra el imperialismo americano”, un grupo de anarquistas y maoístas de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR) se desconectó de la marcha y comenzó a apedrear y lanzar bombas molotov contra la sede de American Express en la zona de la Ópera. La policía respondió con la contundencia habitual hasta ese momento. El 22 de marzo, en protesta contra la detención de sus compañeros y la violencia policial, 142 estudiantes ocuparon dos plantas del edificio administrativo de la Universidad de Nanterre, redactaron un manifiesto y crearon el CREPS, Centre d’études et de recherches politiques et sociales (Centro de Estudios e Investigación Política y Social). Se convirtieron en el “Movimiento 22 de marzo” que comenzó a organizar a los estudiantes y lideró las revueltas de mayo.

A lo largo del mes de abril, hubo asambleas prácticamente todos los días y las clases se interrumpían. El rector de la universidad, Pierre Grappin, decidió finalmente sancionar a ocho estudiantes, entre los que se contaba, por supuesto, Dany el Rojo. Un solo profesor, el de sociología, Alain Touraine, salió en su defensa a pesar de que se trataba del alumno que más lo criticaba en clase. “La universidad estaba mal comunicada, entonces la gente se quedaba todo el día en el campus y al mediodía, los profesores almorzaban con los estudiantes. Me encontraba a menudo con Daniel Cohn-Bendit, que también venía a mi seminario. Había una proximidad que no ha existido en otras universidades”, recuerda Touraine. Para juzgar a los “vándalos”, la universidad reunió un consejo de disciplina que interrogó a Cohn-Bendit.

—¿Estaba usted en la facultad el 22 de marzo? —preguntó el presidente del tribunal.

—No -contestó Dany el Rojo. -¿Y dónde estaba? —En mi casa.

—¿Y qué hacía en su casa a las tres de la tarde?

—Hacía el amor, señor presidente. Algo que seguramente a usted jamás le ocurrió.

El juicio terminó en la nada. Después de largas deliberaciones, el Consejo de la facultad decidió permitir a los estudiantes que se reunieran en el anfiteatro de la universidad ya rebautizado con el nombre de Che Guevara. A partir de ese momento, “el movimiento de los iracundos” creció desbordando a todas las organizaciones tradicionales. Ninguna estructura existente hasta ese momento había permitido expresar el alto grado de politización de buena parte del estudiantado. Durante una asamblea, Cohn-Bendit proclamó: “Rechazamos ser los futuros dirigentes de la explotación capitalista”. Las tomas de los estudiantes se trasladaron a otras universidades en el interior del país: Toulouse, Marsella, Estrasburgo, Caen. También en la Sorbonne, la más importante, se pusieron en práctica poco a poco las nuevas formas de organización. El 11 de abril, un extremista de derecha atentó contra la vida de uno de los líderes de los estudiantes alemanes, Rudi Dutschke. El 19 se organizó una marcha solidaria en París que juntó a más de 2.000 estudiantes en el Barrio Latino. Dos días más tarde, un comando del grupo fascista Occident, que reivindicaba la posición de Vietnam del Sur y se enfrentaba a los sectores de izquierda, atacó a un grupo de estudiantes que realizaban una asamblea en un anexo de la Sorbona. Hubo varios heridos. Entre los líderes de este grupo de extrema derecha estaban Alain Madelin y Gérard Longuet, que años más tarde se convertirían en ministros del gobierno de Jacques Chirac.

Hacia fines de abril las autoridades universitarias, ante el temor de que no se pudieran desarrollar libremente los exámenes de fin de año –el año lectivo termina en junio en Francia–, decidieron “eliminar a los agitadores”. El 28 de abril Cohn-Bendit fue arrestado. Lo interrogaron por varias horas y allanaron su casa. Por la noche fue liberado pero le iniciaron un proceso legal. Lo acusaron de haber publicado la receta para hacer un “coctel Molotov” en una revista que editaba el Movimiento 22 de marzo. Los estudiantes respondieron con una provocación a la policía. Imprimieron lo que fue uno de los primeros y memorables posters del Mayo Francés que reproducía la misma fórmula para fabricar las bombas incendiarias que había aparecido en la revista y lo pegaron en todo el Barrio Latino. Al día siguiente, un grupo del “servicio de orden” de la maoísta UJCML, la Unión de la Juventud Comunista Marxista-Leninista junto a activistas de los Comités Vietnam de Base desmantelaron una exposición de fotos organizada en apoyo al gobierno de Vietnam del Sur. Los grupos de choque de Occident anunciaron, entonces, una semana de represalias por lo sucedido. “La policía tendrá un gran trabajo para recoger los cadáveres marxistas”, dijeron en un comunicado. Veinticuatro horas después atacaron un anexo de la Sorbona donde se estaba realizando una asamblea de la UNEF para elegir un nuevo presidente. Terminó con heridos de los dos bandos y los estudiantes sin un líder claro porque la elección no se pudo concretar.

En ese clima, los militantes del “22 de marzo” preparaban una jornada antiimperialista para el 2 de mayo en Nanterre y realizaron varias asambleas para escuchar las diferentes posiciones que serían debatidas. A una de ellas asistió Pierre Juquin, un miembro destacado del Comité Central del Partido Comunista Francés (PCF). Cuando le tocó el turno lanzó una diatriba en contra de los estudiantes. “Los agitadores, hijos de papá, impiden a los hijos de los trabajadores hacer sus exámenes”, gritó Juquin y tuvo que salir corriendo porque los maoístas de la UJCML lo amenazaban con palos. Con su posición, el PCF, que temía una ofensiva de la extrema izquierda, quedaba marginado en el ámbito estudiantil. El decano de Nanterre también se equivocó ese día. Tomó una medida fatal para sus intereses, los del resto de la comunidad educativa y del gobierno. Decidió cerrar la universidad “en razón de los incidentes que imposibilitan su funcionamiento”. Las aulas solo serían abiertas para dar los exámenes de fin de año. El “22 de marzo” decidió, entonces, que la asamblea del próximo día de los estudiantes de Nanterre se realizara en el patio central de la hermana universidad de la Sorbona. El conflicto se trasladaba al corazón de París.

Los sesenta habían sido años de una gran prosperidad económica para Francia. Pero para ese 68 el modelo de crecimiento ya se había agotado. El desempleo avanzaba y a comienzos de ese año había 500.000 personas sin trabajo, la mayoría jóvenes que necesitaban entrar al mercado laboral. La recientemente creada Agence Nacionale pour l’Emploi (ANPE) no había solucionado nada. La capacidad industrial iba decreciendo y necesitaba una modernización urgente. La minería estaba en un punto de desastre; la larguísima huelga de los mineros de 1963 había dado comienzo al fin de la gran industria del carbón. Y más de dos millones de operarios cobraban el salario mínimo (salaire minimum interprofessionnel garantí) que no alcanzaba de ninguna manera para llegar a fin de mes. Muchos trabajadores inmigrantes terminaban viviendo en los bidonvilles, las villas miseria que se levantaban en los suburbios de todas las grandes ciudades del país. La más famosa y más grande de París era, precisamente, la de Nanterre, con 14.000 habitantes, levantada ante los ojos de los estudiantes universitarios que debían pasar por allí para llegar a sus facultades.

El movimiento intelectual francés debatía con apasionamiento las ideas que conmovían al mundo. Se sentía especialmente tocado por la guerra de Vietnam y los movimientos guerrilleros latinoamericanos. Francia había salido muy traumatizada de las guerras colonialistas de Indochina y Argelia. Allí se habían cometido todo tipo de atrocidades y ahora se conocía que también habían sucedido en el propio territorio francés. Se había silenciado lo ocurrido en 1961 durante una manifestación pacífica de argelinos en París reprimida por la policía y que terminó con 200 muertos. Los cadáveres fueron arrojados al Sena y se trató de ocultar la matanza. Al año siguiente, otra manifestación, esta vez del PCF y la CGT, acabó con otros cuatro muertos. La represión había sido protagonizada en ambos casos por la CRS (Compagnies Republicaines de Securité), la temida policía antidisturbios que concentraba el resentimiento de buena parte de la población.

Fuente:www.elhistoriador.com.ar