Nicolás Avellaneda sobre el pueblo


Una vez derrotado Juan Manuel Rosas, en 1852, el general Justo José de Urquiza encabezó el proceso de construcción de un Estado Federal. Parecían terminarse cuarenta años de conflictos y debates en torno a las formas de la organización del país y, como no había sucedido anteriormente, se fueron imponiendo en el debate público las palabras de orden y progreso. Sin embargo, recién tras la derrota de la Confederación en 1861, el país ingresaría en el período de formación definitiva del estado nacional, que encabezaron tres presidentes diferentes.

Luego de los gobiernos de Bartolomé Mitre y de Domingo Sarmiento, fue el de Nicolás Avellaneda el que expresó la confluencia de antiguos rivales, liberales y federales, unidos en el Partido Autonomista Nacional (PAN). Todo ello traía la tranquilidad de quienes pretendían dominar el ingreso de la Argentina al mercado mundial, como proveedor de materias primas.

Avellaneda había nacido en Tucumán, el 3 de octubre de 1837.  Periodista de profesión, fundó en su provincia, al regresar de su exilio rosista, el periódico el Eco del Norte y a fines de 1857 se trasladó a Buenos Aires, donde trabajó en El Nacional y El Comercio del Plata. Entonces, se recibió de abogado y comenzó a dar clases en la Universidad de Buenos Aires. Desde allí, se lanzó a la política.

Diputado y ministro bonaerense del autonomista Adolfo Alsina con sólo 29 años, accedió al ministerio nacional de la mano de Sarmiento, a cargo de las políticas de justicia y educación. Éstas fueron justamente dos de sus principales preocupaciones cuando asumió como presidente en 1874, junto a la necesidad de poblar, fruto de lo cual surgió la Ley de Inmigración.

Su gobierno reúne varios indicios del país que venía: los tipógrafos realizaron la primera huelga del país en 1878, se inició la etapa del frigorífico con la llegada en 1876 del primer barco de ese tipo, se fundó el Club Industrial en 1877, se federalizó la ciudad de Buenos Aires y se derrotaron los intentos separatistas, se impulsó la masacre del indio con la llamada Conquista del Desierto y se enfrentó una severa crisis económica con recorte presupuestario para pagar la deuda externa, pues, tal como dijo entonces, “millones de argentinos economizarían hasta sobre su hambre y sobre su sed, para responder a los compromisos con los mercados extranjeros».

Al concluir su mandato, en 1880, Avellaneda fue electo senador por Tucumán, bregando por la autonomía universitaria, y luego, rector de la UBA. En 1885, se embarcó hacia Europa junto a su esposa en busca de un tratamiento médico para la nefritis que lo afectaba. Murió en altamar, cuando regresaba, el 25 de noviembre de 1885, a los 48 años.

Fuente: Nicolás Avellaneda, Oraciones cívicas, Biblioteca argentina, Vol. 27, (Director: Ricardo Rojas), Buenos Aires, Editorial La Facultad, 1928, p. 270.

«Durante los últimos años he vivido en continua y frecuentísima comunicación con centenares, con millares de nuestros conciudadanos, habitantes de las ciudades y de las campañas, ignorantes los unos, ilustrados los otros, pertenecientes todos a las condiciones sociales más diversas; y momento por momento he adquirido la convicción profunda de la facilidad que hay para despertar en nuestro pueblo el anhelo del bien, de su aptitud nativa para apropiarse todos los progresos, viendo al mismo tiempo cómo en medio de necesidades profundas son prudentes y moderadas sus exigencias respecto de los que mandan, y cómo se devuelve en gratitudes hacia la Nación el más pequeño bien por ella dispensado. La tarea del Gobierno no envuelve así, por lo general, dificultades invencibles para el que, no trayendo a su desempeño preocupaciones y odios, lleva perennemente en su corazón y en su mente la aptitud para atraer a la obra común el concurso de todos, invocando los sentimientos del honor, los deberes cívicos y el patriotismo.»

 

Nicolás Avellaneda

Fuente: www.elhistoriador.com.ar