Mujeres (fragmentos), de Eduardo Galeano


Mujeres, el último libro de Eduardo Galeano, que apareció apenas dos semanas después de la muerte del entrañable escritor uruguayo, ocurrida el 13 de abril de 2015, recorre como en un caleidoscopio de paradojas y contradicciones, las luchas, los sacrificios, las condenas y los logros de mujeres en diversos lugares del mundo a lo largo de casi 2500 años de historia.

Mujeres maltratadas, humilladas, cercenadas, vendidas, mutiladas, ahorcadas, quemadas… Mujeres a quienes les estaban vedados los derechos civiles, los cargos públicos, la elección del compañero, pero también el canto, la música, el arte y el goce… Mujeres de todos los tiempos que contra viento y marea desafiaron el orden establecido y se animaron a soñar otro presente. Enfermeras, artistas, escritoras, periodistas, poetas, científicas, políticas, espías, deportistas, bailarinas, cantantes y actrices, putas y religiosas, santas y pecadoras, mujeres reales y mitológicas, libres y esclavas, desaparecidas y aparecidas… Ellas desfilan por las páginas de esta antología de textos publicados entre 1973 y 2012 a través de relatos que van reconstruyendo el andar zigzagueante de un mundo fracturado.

Galeano nos lleva a reflexionar sobre la concepción legal, filosófica y religiosa que dio un marco institucional a la marginación de la mitad de la humanidad. Así, nos trae las palabras de Aristóteles sobre las mujeres: “La hembra es como un macho deforme. Le falta un elemento esencial: el alma”. También apunta su artillería literaria contra el Código Civil de Napoleón dictado en 1804, que todavía sirve de modelo jurídico en el mundo, en el que las mujeres fueron privadas de derechos fundamentales, “como los niños, los criminales y los débiles mentales”; o contra la ley canadiense. Dice Galeano: “En el día de hoy, 18 de octubre, del año 1929, la ley reconoció, por primera vez, que las mujeres de Canadá son personas. Hasta entonces, ellas creían que eran, pero la ley no. ‘La definición legal de persona no incluye a las mujeres’, había sentenciado la Suprema Corte de Justicia”.

Estas instantáneas de nuestro pasado y de nuestra cultura, rescatan tanto a mujeres anónimas como a mujeres famosas, que ya tienen ganado un sitial en la galería de personajes célebres, como Cleopatra, Teodora, Aspasia, Artemisa, Juana de Arco, Juana Azurduy, Juana Manso, Frida Kahlo, Isadora Duncan, Elisa Lynch, Eva Perón, Alfonsina Storni, Mata Hari, Violeta Parra, Rigoberta Menchú, Rosa de Luxemburgo, Camille Claudel y Marilyn Monroe.

Compartimos aquí dos de los textos incluidos en el libro. Uno sobre Olympia de Gouges, quien en plena Revolución Francesa alzó su voz para denunciar que la revolución había olvidado a la mitad de la humanidad en su proyecto de igualdad, fraternidad y libertad, y redactó, en 1791, la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en procura de la emancipación femenina. El otro, con el título Marías, se refiere a María Magdalena, la pecadora, y María, la madre de Jesús, “consagrada madre de la humanidad y símbolo de la pureza de la fe”.

Fuente: Eduardo Galeano, Mujeres, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015, págs. 161-162 y 221-222.

Olympia

Son femeninos los símbolos de la revolución francesa, mujeres de mármol o bronce, poderosas tetas desnudas, gorros frigios, banderas al viento.

Pero la revolución proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y cuando la militante revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, marchó presa, el Tribunal Revolucionario la sentenció y la guillotina le cortó la cabeza.

Al pie del cadalso, Olympia preguntó:
-Si las mujeres estamos capacitadas para subir a la guillotina, ¿por qué no podemos subir a las tribunas públicas?

No podían. No podían hablar, no podían votar. La Convención, el Parlamento Revolucionario, había clausurado todas las asociaciones políticas femeninas y había prohibido que las mujeres discutieran con los hombres en pie de igualdad.

Las compañeras de la lucha de Olympia de Gouges fueron encerradas en el manicomio. Y poco después de su ejecución, fue el turno de Manon Roland. Manon era la esposa del ministro del Interior, pero ni eso la salvó. La condenaron por “su antinatural tendencia a la actividad política”. Ella había traicionado su naturaleza femenina, hecha para cuidar el hogar y parir hijos valientes, y había cometido la mortal insolencia de meter la nariz en los masculinos asuntos de estado.
Y la guillotina volvió a caer.

Marías

En los evangelios, María aparece poco.

La Iglesia tampoco le prestó mayor atención, hasta hace cosa de mil años. Entonces la madre de Jesús fue consagrada madre de la humanidad y símbolo de la pureza de la fe. En el siglo once, mientras la Iglesia inventaba el Purgatorio y la confesión obligatoria, brotaron en Francia ochenta iglesias y catedrales en homenaje a María.

El prestigio provenía de la virginidad. María, alimentada por los ángeles, embarazada por una paloma, jamás había sido tocada por mano de hombre. El marido, san José, la saludaba de lejos. Y más sagrada fue a partir de 1854, cuando el papa Pío IX, el infalible, reveló que María había sido sin pecado concebida, lo que traducido significaba que también era virgen la mamá de la Virgen.

María es, hoy por hoy, la divinidad más adorada y milagrera del mundo. Eva había condenado a las mujeres. María las redime. Gracias a ella, las pecadoras, hijas de Eva, tienen la oportunidad de arrepentirse.

Y eso fue lo que pasó con la otra María, la que figura en las estampitas, al pie de la santa cruz, junto a la inmaculada.

Según la tradición, esa otra María, María Magdalena, era puta y se hizo santa.

Los creyentes la humillaron perdonándola.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar