Muere en combate desigual Francisco Solano López


Autor: Felipe Pigna

Al iniciar la guerra, el diario de Mitre había anunciado: “La República Argentina va a asumir, por fin, ante el mundo, un carácter simpático y armónico con las grandes aspiraciones del siglo XIX, y va a entrar de lleno en la historia contemporánea con una misión brillante, que atraerá hacia ella las miradas del universo civilizado” .  Sin embargo, durante el conflicto no se respetaron las más mínimas reglas de la civilización.

Así lo contaba la revista paraguaya El Cacique: “Si pensamos en lo que hizo y quiere hacer el Brasil, ya no sabemos por qué con la religión cristiana llegó al mundo también lo que llamamos la ‘civilización’ y desde entonces desapareció cada vez más la ‘barbarie’. Se intentan arreglar los conflictos internacionales sin verter sangre, y a pesar de todo hay que entrar en guerra, en ella también se respetan ciertas reglas para menguar los daños. Pero el Brasil no respeta ninguna ley ni derecho. Para él hasta ahora era ley la esclavitud, a pesar de que cualquier imbécil sabe que va contra la ley natural. Y como no ha esclavizado bastante ya quiere apoderarse de toda América y desde el principio quita la tierra a los otros, pedazo por pedazo, e hizo un trato con Mitre y Flores para que le vendieran sus patrias y con él invadieran la nuestra. Nos trajeron una guerra que es más cruel que las del tiempo de la ignorancia, porque ni los indios bárbaros tuvieron tales guerras. Por eso podemos decir que en el Brasil no hay civilización, sólo barbaridad, ellos son lo Malo en persona, la póra. Nuestro Mariscal va a dar razón de ella y mandarla a los infiernos. Viva pues nuestro Jefe grande que Nuestro Señor nos ha mandado para que nos libre de todos los males”. 2

Los prisioneros paraguayos fueron obligados a ingresar al ejército aliado e invadir su país. Los que se negaban rotundamente –la mayoría– fueron vendidos como esclavos en Brasil o como sirvientes en la Argentina. Así lo denunció claramente el presidente López desde su cuartel general en Humaitá en noviembre de 1865. Mitre le respondió que esos cargos “eran totalmente falsos unos y desfigurados otros”.

Sin embargo, en una carta privada admitía: “Nuestro lote de prisioneros en Uruguayana fue poco más de 1.400. Extrañará usted el número, pues debieron ser más; pero la razón es que por parte de la caballería brasileña hubo en el día de la rendición tal robo de prisioneros, que por lo menos se arrebataron de 800 a 1000 de ellos, lo que le muestra a usted […] la corrupción de esa gente, pues los robaban para esclavos, y hasta hoy mismo andan robando y comprando prisioneros del otro lado. El comandante Guimarães, jefe de una brigada brasileña, escandalizado de este tráfico indigno, me decía el otro día que en las calles de Uruguayana tenía que andar diciendo que no era paraguayo para que no lo robasen”. 3

Tras la derrota de Curupaytí, los aliados lograron recomponerse y obtuvieron los triunfos de Humaitá, en enero de 1868, Lomas Valentinas en diciembre de ese año y el saqueo de Asunción en el Año Nuevo de 1869.

El propio hermano de Mitre se horrorizaba de la barbarie de aquel saqueo en una carta a su superior, el marqués de Caxias: “No quiero autorizar con la presencia de la bandera argentina en la ciudad de Asunción los escándalos inauditos y vergonzosos que, perpetrados por los soldados de V.E. han tenido lugar”. 4

El cónsul de Francia se quejaba ante Caxias: “Vi saquear el Consulado de Portugal y la legación norteamericana; mi propio Consulado fue robado dos veces”. 5

Pero sacando fuerzas de la más absoluta flaqueza, los paraguayos seguían peleando. Como decía el inspirador de nuestra Constitución: “A las ofertas de una libertad interior, de que el Paraguay no sospechaba estar privado, su pueblo ha respondido sosteniendo a su gobierno, con más ardor y constancia, a medida que le veía más debilitado y más desarmado de los medios de oprimir, y a medida que veía a su enemigo más internado en el país y más capaz de proteger la impunidad de toda insurrección. El Paraguay ha probado de ese modo al Brasil que su obediencia no es la del esclavo, sino la del pueblo que quiere ser libre del extranjero. El Paraguay cree defender su libertad exterior, y en efecto la defiende, pues pelea por su independencia… que es la única libertad que un país no puede recibir del extranjero, porque es la única que sólo el extranjero puede arrebatarle”. 6

Al pueblo paraguayo le fue quedando claro que su supervivencia dependía del resultado de la guerra, que se prolongará hasta marzo de 1870 por la heroica resistencia de Francisco Solano López y lo que quedaba de su ejército. Con su inseparable compañera, Elisa Lynch, la “princesa de la selva”, sus cuatro hijos y poco más de 400 hombres, mujeres y niños que se negaban a entregarse, llegó a Cerro Corá el 14 de febrero de 1870.

Allí preparó la última resistencia. Su ejército estaba compuesto mayoritariamente por niños y mujeres, y tenía el jefe de Estado mayor más joven de la historia, su hijo Panchito, de sólo 14 años.

Las campanas de las iglesias se habían transformado en cañones que, a falta de balas, disparaban piedras, huesos y arena. Al mediodía del 1º de marzo, las tropas brasileñas llegaron al lugar. La lucha era demasiado desigual y la batalla duró poco.

López, al frente de lo que quedaba de su heroico pueblo, fue herido de un lanzazo. Le ordenó a Panchito proteger a su madre y sus hermanos. Varios soldados se abalanzaron sobre el hombre más buscado por la Triple Alianza. Nadie quería perderse las 100.000 libras que los “civilizadores” ofrecían por la cabeza del mariscal.

El presidente paraguayo se defendió como un tigre acorralado y mató a varios de sus atacantes. El general Cámara, a cargo del pelotón atacante, lo intimó a que se rindiera y le garantizó su vida. Pero a López ya no le importaba sino su dignidad, y siguió peleando, bañado en sangre, hasta que Cámara ordenó “maten a ese hombre”. Un certero disparo le atravesó el corazón.

Los soldados atacaron los carruajes que trataban de huir. Panchito montó guardia frente al que ocupaban sus hermanos y su madre, Madame Lynch. Los brasileños le preguntaron si allí estaban la “querida” de López y sus bastardos. Panchito defendió el honor nacional y familiar y fue fusilado en el acto.

A Elisa Lynch le tocó dar la última batalla de esta guerra miserable y despareja. Con toda su enorme dignidad, descendió de su carro, cargó el cadáver de su hijo y buscó el de su marido. Cavó con sus manos una fosa y enterró los dos cuerpos y parte de su vida.

Dice un testigo de los hechos: “El pueblo paraguayo, en esta última época, presentó un ejemplo que aún la historia de los tiempos modernos no revista otro igual: un último ejército de inválidos, viejos y niños de diez a quince años, combatiendo bizarramente contra fuerzas superiores, y muriendo como si fueran soldados, en los campos de batalla que no concluían sino para volver a dar comienzo, entre la agonía de los moribundos y el horror del degüello sin piedad”.7

Referencias:

1 La Nación, 21 de abril de 1865.
2 El Cacique, nº 55, Asunción, septiembre de 1866.
3 Archivo del General Bartolomé Mitre, Biblioteca de La Nación, Buenos Aires, 1911, t. II.
4 Carta de Emilio Mitre, en Miguel Ángel De Marco, La guerra del Paraguay, Buenos Aires, Planeta, 2004.
5 En Doratioto, Maldita guerra, Buenos Aires, Planeta, 2004.
6 Juan Bautista Alberdi, Póstumos, Quilmes, Universidad Nacional de Quilmes, 2000.
7 José Ignacio Garmendia, Recuerdos de la Guerra del Paraguay. Campaña del Pikysiri, Buenos Aires, Peuser, 1890.