Momentos finales del gobierno de Arturo Illia, por Felipe Pigna


Arturo Umberto Illia, el presidente radical que gobernó el país entre 1963 y 1966, fue más reconocido por la historia que por sus contemporáneos. Éstos lo ridiculizaron caracterizándolo como una tortuga, le achacaron aceptar la proscripción del peronismo y le criticaron cierta tozudez política que lo aisló en los momentos más duros. Aquella, en cambio, lo recuerda por su honradez, por su sobriedad, por medidas audaces que llevó a la práctica durante su gobierno, como la anulación de los contratos petroleros de Frondizi, y por haber construido una isla democrática en un océano de golpes y dictaduras.

Diputado nacional durante el gobierno peronista, Illia se había convertido rápidamente en un franco opositor y líder del radicalismo cordobés. Cuando fue derrocado Perón, en 1955, tenía 55 años y ya había transitado casi todos los principales cargos partidarios, ejecutivos y legislativos. Y cuando un sector del radicalismo optó por acercarse al peronismo, se opuso férreamente. Pronto formaría parte del sector que integró la Unión Cívica Radical del Pueblo, contraria a los radicales intransigentes, encabezados por Arturo Frondizi.

En julio de 1963, con el peronismo proscripto, Illia triunfó con apenas un 25% del electorado, y se convirtió en presidente de la República. Destacado por un escrupuloso respeto a las libertades públicas, cierto reformismo social y una vocación económica nacionalista, enfrentó numerosos problemas a poco de asumir:  plan de luchas sindicales, conspiraciones del establishement y amenazas militares. Pero antes de cumplir los tres años de gobierno, contaba con escaso apoyo popular y político, y sería derrocado.

Un contexto político y social en creciente ebullición caracterizado por el fenomenal Plan de Lucha de la CGT, la aparición de la guerrilla guevarista en Salta, el crecimiento electoral de las fuerzas peronistas en 1965 y su posible triunfo en 1967, y el enojo de militares con una política exterior que, por caso, los subordinaba a la comandancia brasilera en la intervención de Santo Domingo, contribuyeron a crear un clima adverso para el gobierno y alimentaban las imágenes públicas que identificaban la gestión de Illia con la lentitud, la inoperancia y el anacronismo.

Parte del empresariado entendía que el presidente se apartaba de las prácticas liberales tradicionales de reducción de la inversión en rubros como salud y educación, y comenzó  a conspirar con los sectores golpistas del ejército a los que se sumaron sectores gremiales y la mayoría de la prensa. Los dirigentes sindicales peronistas, encabezados por el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, acosaron a Illia con paros y planes de lucha.

Los medios de prensa hicieron el resto para crear un clima de inconformidad y golpismo. Insistieron con la supuesta lentitud del presidente y propusieron su reemplazo por un caudillo militar. Con la prensa en su contra y una oposición que sólo buscaba el fracaso del gobierno, nadie se sorprendió cuando el 28 de junio de 1966, un nuevo golpe de Estado cívico-militar, esta vez encabezado por Juan Carlos Onganía, puso fin a su mandato.

A continuación reproducimos un fragmento del libro de Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 5, donde se relatan los momentos finales del gobierno del líder radical. El libro incluye no sólo el acta del desalojo –reproducida aquí en otra oportunidad- sino también el público arrepentimiento y pedido de disculpas del coronel Perlinger, uno de los “salteadores nocturnos” que aquella madrugada de junio expulsaron a Illia de la Casa de Gobierno. Perlinger se lamentaba diez años después del golpe: “caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional” y se sumaba así a la triste lista de arrepentidos que con sus acciones participaron en el derrocamiento de gobiernos constitucionales, contribuyendo al debilitamiento de la democracia en nuestro país.

Fuente: Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 5. Del derrocamiento de Perón al golpe de Onganía (1955-1966), Buenos Aires, Planeta, 2013, págs. 532-540.

Resistiré
Illia se enteraba como podía de lo que estaba pasando. Sus preocupaciones se repartían entre el desastre que se avecinaba y el dolor que le causaba saber que su mujer se estaba muriendo en una clínica de los Estados Unidos: “Llamé en seguida a Estados Unidos –recordaba -para hablar con mi hijo mayor y decirle que cuidara a su madre, que acababan de operar, y que era probable que yo tuviera que vivir momentos muy difíciles… (…) Cuando corté me quedé sosteniendo el tubo un buen rato sin hacer nada, pensando”. 1

Al rato reaccionó y convocó a los secretarios de Marina y Aeronáutica, el contraalmirante Varela y el brigadier mayor Álvarez. Les comunicó lo que ya sabían de sobra esperando alguna reacción favorable a la defensa de la democracia. Mientras Varela trataba de ganar tiempo diciéndole que había convocado una reunión de almirantes para resolver qué actitud iban a tomar, Álvarez “amablemente” le pedía que renunciara a la presidencia para evitar males mayores. Se retiraron, hicieron unas consultas y regresaron para comunicarle al presidente la “novedad” de que las tres armas habían acordado destituirlo y le exigieron que desalojase la Casa Rosada antes de las cinco de la mañana. Illia los miró con todo el desprecio que podía y les dijo que no iba a renunciar, que lo iban a tener que echar. Pistarini se apuró a declarar que las palabras del presidente, que habían tomado estado público, no tenían ningún valor.

“Quise hablar por radio y televisión, pero no pude, ya estaban tomadas las líneas de la Central Cuyo. Nos reunimos otra vez con los ministros… Acepté una sugerencia y quise trasladar todo el gobierno a otra provincia para luchar desde allí. Llamé a Córdoba, a Entre Ríos, a Santa Fe. Pero no había nada que hacer: la revolución era en todo el país. Ya eran las ocho y media de la noche. Estuvimos una hora y media más en reunión y a las diez llamé al coronel De Elía, que era jefe del regimiento de Granaderos para pedirle que viniera con tropas a la Casa de Gobierno. De Elía me contestó que era imposible porque ya estaba cercada totalmente la manzana de la Casa de Gobierno y no podría pasar. Cuando a las doce de la noche firmé un decreto destituyendo a Pistarini ya no me quedaban esperanzas de que las cosas cambiaran. Fue sólo una fórmula… 2

Esperando el diluvio
Era la medianoche. Un nutrido grupo de colaboradores acompañaba al presidente. Se había decidido permanecer en la Casa hasta que llegaran los usurpadores, que a las 2.45 habían emitido uno de los clásicos comunicados que decía: “hay normalidad en todo el país. Las fuerzas armadas controlan la situación”. Ya sabemos lo que significaba la palabra “normalidad” para los golpistas de uniformes y sus socios civiles.

Seguramente fue en  esos momentos de terrible espera que su hija Emma le dijo al presidente:

“‘vos qué vas a hacer, te pegás un tiro o los matamos a estos tipos’. Me miró en silencio, no me respondió.” 3

El sonido de fondo lo producían los vehículos pesados, tanques y camiones cargados de tropas del regimiento 3 de infantería que se iban posicionando frente a la Casa Rosada y sus alrededores.

A las 4.15 otro comunicado de los golpistas señalaba que ya ocupaban todas las gobernaciones.

Un documento para no olvidar

Un grupo de jóvenes colaboradores del presidente, entre los que estaban Emilio Gibaja, Luis Pico Estrada, Edelmiro Solari Yrigoyen y Gustavo Soler, quisieron dejar registrado para la historia los momentos finales del doctor Illia en el poder y la irrupción de los sediciosos -“salteadores nocturnos” los denominaría el presidente- que iniciarían otro momento lamentable de nuestro pasado. Llamaron a este preciado documento “Acta recuerdo”:

 “Alrededor de las cinco de la mañana del 28 de junio de 1966, irrumpen en su despacho el general [Julio] Alsogaray y los coroneles Perlinger, González, Miatello, Prémoli y Corbetta.” 4

Mientras  entraban los asaltantes, el presidente le firmaba una última foto a uno de sus colaboradores. Alsogaray, acostumbrado a mandar y a que le obedecieran, insolentemente y sin saludar siquiera al Primer Mandatario le ordenó: “¡Deje eso!”, pero lo detuvieron a gritos los que acompañaban al presidente. Sin inmutarse, el presidente a punto de ser depuesto siguió en lo suyo:

Illia: Espere, estoy atendiendo a un ciudadano (dirigiéndose al colaborador) ¿Cuál es su nombre amigo?

Alsogaray: ¡Respéteme!

Colaborador: Miguel Ángel López, jefe de la Secretaría Privada del doctor Caeiro, señor Presidente.

Illia: (al terminar de firmar la fotografía) Este muchacho es mucho más que usted, es un ciudadano digno y noble, ¿Qué es lo que quiere?

Alsogaray: vengo a cumplir órdenes del Comandante en Jefe.

Illia: El comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas soy yo; mi autoridad emana de esa Constitución que nosotros hemos cumplido y que usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente esto.

Alsogaray: En representación de las Fuerzas Armadas, vengo a pedirle que abandone este despacho.

Illia: Usted no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted, además, es un usurpador que se vale de la fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra la misma Constitución, contra la ley, contra el pueblo. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos, que, como los bandidos, aparecen de madrugada.

Alsogaray cambió entonces de tono, pero para pasar a la amenaza:

Alsogaray: Con el fin de evitar actos de violencia lo invito nuevamente a que haga abandono de la Casa.

Illia: ¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos, he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y de Belgrano, le han causado muchos males a la patria y se los seguirán causando con estos actos.  El país les recriminará siempre esta usurpación y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho.

Alguien de civil, que acompañaba a Alsogaray, se sulfuró: “¡Hable por usted, no por mí!”

Illia: ¿Y usted quién es señor?

Persona de civil: (soportando un gesto de reprobación del general Alsogaray  imponiéndole silencio) ¡Soy el coronel Perlinger! (no aclarará que está retirado del Ejército, ni que es pariente cercano de Alsogaray, ni que ha pedido el retiro del Ejército días antes de asumir la presidencia Illia, disconforme con la elección de este).

Illia: ¡Yo  hablo en nombre de la Patria, no estoy aquí para ocuparme de intereses personales, sino elegido por el pueblo para trabajar por él, por la grandeza del  país y la defensa de la Ley y de la Constitución Nacional! ¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza de los cañones! ¡Usted, general, es un cobarde, que mano  a mano no sería capaz de ejecutar semejante atropello!

En eso Edelmiro Solari Yrigoyen y Leandro Illia, hijo del presidente, reaccionaron ante la injusticia que se estaba cometiendo, pero los contuvieron. Illia dijo entonces una frase que resultará trágicamente cierta:

Illia: Con este proceder quitan ustedes a la juventud y al futuro de la República la paz, la legalidad, el bienestar…

Alsogaray: Doctor Illia, le garantizamos su traslado a la residencia de Olivos. Su integridad física está asegurada.

Illia: ¡Mi bienestar personal no me interesa! ¡Me quedo trabajando aquí, en el lugar que me indican la Ley y mi deber! ¡Como Comandante en Jefe le ordeno que se retire!

Alsogaray: ¡Recibo órdenes de las Fuerzas Armadas!

Illia: ¡El único jefe Supremo de las Fuerzas Armadas soy yo! ¡Ustedes son insurrectos! ¡Retírense!

Los insurrectos se retiraron del despacho. Con ellos se fue el jefe de la Casa Militar, el brigadier Rodolfo Pío Otero que en todo momento actuó con ellos, y no en custodia del presidente, que es la función de ese cargo.

Recordaba Emma Illia:

“Cuando sale Alsogaray del despacho yo me planté, casi besándolo, y le grité traidor, hijo de puta te maldigo a vos y a toda tu estirpe, van a caer todos ustedes… (…) me acuerdo que cerró las manos, juntó los puños”. 5

Los golpistas bloquearon entonces el despacho presidencial, sin dejar entrar a nadie. Finalmente, a las 6 de la mañana, irrumpió un grupo de militares, encabezados por Perlinger. Según el “Acta Recuerdo”:

Perlinger: ¡Doctor Illia, en nombre de las Fuerzas Armadas vengo a decirle que ha sido destituido! (Volvemos a insistir: Perlinger como militar retirado no podía asumir investidura alguna, ni siquiera la de una compañía de boy scouts).

Illia: ¡Ya le he dicho que ustedes no representan a las Fuerzas Armadas! ¡A lo sumo constituyen una fracción levantada contra la Ley y la Constitución!

Perlinger: Me rectifico…en nombre de las tropas que poseo.

Illia: ¡Traiga esas fuerzas!

Perlinger: ¡No lleguemos a eso!

Illia: ¡Son ustedes los que llegan a usar la fuerza, no yo!

Y entonces llegó el desenlace:

Se retira Perlinger con sus acompañantes. El presidente de la Nación, Dr. Arturo Illia, sus colaboradores y amigos permanecen en su despacho. Siendo las 7.25 horas, otra vez irrumpen en el salón varias personas y efectivos de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, con armas en la mano, ubicándose en formación frente a la mesa de trabajo del señor Presidente. A un costado de la tropa se coloca la persona de civil que se autoidentifica como el coronel Perlinger. Se produce el siguiente diálogo: 

Perlinger: Señor Illia, su integridad física está plenamente asegurada, pero no puedo decir lo mismo de las personas que aquí se encuentran. Usted puede quedarse, los demás serán desalojados por la fuerza…

Illia: Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo (Dirigiéndose a la tropa policial). A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!

Perlinger: Usaremos la fuerza.

Illia: Es lo único que tienen.

Perlinger: (Dando órdenes) ¡Dos oficiales a custodiar al Dr. Illia! ¡Los demás avancen y desalojen el salón!

(La tropa avanzó mientras los oficiales trataron de acercarse al doctor Illia, lo que fue impedido por sus acompañantes, produciéndose forcejeos. El presidente, rodeado por sus colaboradores y amigos, va  avanzando hacia la puerta principal del despacho, mientras los efectivos policiales ocupan el salón mediante el empleo de la violencia.)

“Los policías –recordaba Illia- se pusieron en línea con los fusiles lanzagases en las manos. A todo esto se habían hecho ya las siete y cuarto más o menos. Yo pensé que no era bueno exponer a todos los demás. Cuando esos dos oficiales de policía vinieron hacia mí, por orden de Perlinger, les dije que no era necesario; me levanté y comencé a caminar hacia la puerta… Había un griterío bárbaro. No sé qué decían (…) A los policías que entraron en mi despacho les dije antes de salir que lamentaba mucho que obedecieran sin saber a quién lo hacían, me daban lástima. Pude llegar a la puerta de salida de la Casa de Gobierno rodeado por un montón de gente que seguía gritando… Me ofrecieron un coche de la presidencia, pero lo rechacé. (…) En eso vi que se acercaba entre la gente el que había sido mi ministro de Educación, Alconada Aramburú, y me decía que vaya con él. Yo lo seguí y nos metimos en el coche de él. Adentro íbamos siete personas. Me acuerdo que mi hermano Ricardo iba sentado en las rodillas del subsecretario Vesco… Así llegamos hasta Martínez, hasta la casa de Ricardo”.

Dieciséis años después de estos hechos y en el marco de la crisis general provocada por la derrota de Malvinas, el coronel Luis César  Perlinger le pedirá disculpas públicamente a Arturo Illia a través de esta carta pública. En ella, tras historiar algunos antecedentes, decía:

En una ‘presentación fechada en julio de 1976, que repartí profusamente y de la cual me ocupé de enviarle un ejemplar yo escribía: Hace 10 años el Ejército me ordenó que procediera a desalojar el despacho presidencial. Entonces el Dr. Illia serenamente avanzó hacia mí y me repitió varias veces: «Sus hijos se lo van a reprochar». ¡Tenía tanta razón! Hace tiempo que yo me lo reprocho porque entonces caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional para terminar viendo en el manejo de la economía a un Krieger Vasena.

Ud. me dio esa madrugada una inolvidable lección de civismo.

El público reconocimiento que en 1976 hice de mi error, si bien no puede reparar el daño causado, da a usted, uno de los grandes demócratas de nuestro país, la satisfacción que su último acto de gobierno fue transformar en auténtico demócrata a quien lo estaba expulsando por la fuerza de las armas, de su cargo constitucional.

Hace unos días en General Roca, Ernesto Sábato dijo a la prensa: ¿Sabe qué tendrían que hacer los militares después de este desastre final que estamos presenciando? Ir en procesión hasta la casa del Dr. Illia para pedirle perdón por lo que hicieron.

El mensaje de Sábato  me ha llevado a escribirle estas líneas que pretenden condensar:

– Mi pedido de perdón por la acción realizada en 1966.
– Mi agradecimiento por la lección que Ud. me dio.
– Mi admiración a Ud., en quien reconozco a uno de los demócratas más auténticos y uno de los hombres de principios más firmes de nuestro país.

Quiero aclarar que de Ud. hacia mí sólo espero su perdón y que de mí hacia Ud. le deseo todo el bien que el destino le pueda deparar.
Saludo a Ud. con toda consideración y respeto.

Cnel. Luis C. Perlinger 6

Referencias:

1 “Habla Illia a un año del golpe”, Gente, julio de 1967.
2 Ídem.
3 Entrevista a Emma Illia, en Miguel Ángel Taroncher, Revista Todo es Historia, Nº 467, “La conjura de los necios. Los que derrocaron a Illia”, págs. 6-22.
4 “Acta Recuerdo”, citada por Gregorio Selser, El Onganiato, Buenos Aires, Hyspamperica, 1986, págs. 69-75, de donde están tomadas las restantes citas de esta sección.
5 Miguel Ángel Taroncher La conjura de los necios. Los que derrocaron a Illia”, Revista Todo es Historia, Nº 467, junio de 2006
6 Illia, Ricardo, Arturo Illia, Buenos Aires, Corregidor, 2003, págs. 247-248.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar