Miguel Juárez Celman y la Revolución de 1890


(1844 – 1909)

Autor: Felipe Pigna

Para las elecciones de 1886, Roca logró imponer la candidatura de su concuñado Miguel Juárez Celman, ex gobernador de Córdoba, quien, elecciones fraudulentas mediante asume la presidencia de la Nación.

A poco de asumir, Celman declara: «No creo en el sufragio universal. Consultar al pueblo siempre es errar pues éste únicamente tiene opiniones turbias. El hecho del fraude, si es que existe, será obra de los partidos en lucha; pero no vemos qué intervención pueda haber tenido en el Poder Ejecutivo Nacional».

El nuevo presidente asume también la conducción del Partido Autonomista Nacional (PAN), transformándose así en el jefe único.

A este régimen se lo conoce como «El Unicato». A través de él, Juárez Celman y sus socios controlan todos los resortes del poder.

De esta forma, los negocios públicos y los privados se complementan. Ricos empresarios incursionan en la política; funcionarios y políticos lo hacen en los negocios.

Estos grupos, formados por financistas, gestores, intermediarios, especulan con cada venta, cada compra, cada préstamo, cada licitación, haciendo enormes negocios a costa de los fondos estatales, sin siquiera preocuparse en pagar impuestos.

Juárez Celman lleva adelante una política económica liberal fomentando la privatización de todos los servicios públicos.

Esto da lugar a grandes negociados y generaliza la corrupción en la administración estatal.

Un periódico inglés define así la corrupción argentina: «Hoy día existen decenas de hombres del gobierno que son públicamente acusados de malas prácticas, que en cualquier país civilizado serían rápidamente penados con la cárcel y todavía ninguno de ellos ha sido llevado ante la justicia. Celman mismo está en libertad de gozar el confort de su estancia y nadie piensa castigarlo».

Es tal el afán de lucro del grupo del presidente que va dejando afuera de sus negocios a los clásicos beneficiarios del sistema para privilegiar, casi exclusivamente, a sus allegados

La elite tradicional, representada por el roquismo y el mitrismo, sintiéndose excluida del manejo de los negocios públicos, comienza a retirarle su apoyo. Pero la prensa Juarista parece vivir en otro mundo.

No les molesta la ostensible corrupción de Juárez Celman y sus socios. En definitiva «el burrito cordobés» sólo había ido un poco más lejos que sus predecesores. Lo que irrita a la elite es no ser ella la beneficiaria de estos «excesos».

La alocada política privatista de Juarez Celman llega hasta la sanción, por decreto, de una «Ley de Bancos Garantidos» que autoriza a los bancos privados a emitir papel moneda de curso legal. Esto incrementa descontroladamente la circulación monetaria y genera una notable inflación.

«Lo que conviene a la Nación, según mi juicio, es entregar a la industria privada la construcción y explotación de las obras públicas que por su índole no sean inherentes a la soberanía, reservándose el Gobierno la construcción de aquellas que no pueden ser verificadas por el capital particular, no con el ánimo de mantenerlas bajo su administración, sino con el de enajenarlas o contratar su explotación en circunstancias oportunas, a fin de recuperar los capitales invertidos para aplicarlos al fomento de su Banco, a la unificación de su deuda y a la construcción de nuevas obras…»

El Banco Nacional otorga préstamos con total liberalidad a los amigos del poder. Estos fondos se destinan, fundamentalmente, a la especulación con tierras y las inversiones en la Bolsa, que vive un verdadero boom alcista.

Toda esta euforia especulativa comienza a desvanecerse a mediados de 1889 cuando bajan los precios internacionales de nuestras exportaciones y es necesario hacer frente a una deuda externa que compromete el 60% de la producción nacional.

Según el diario Financial Times del 7 de junio de 1886, «aparte de los políticos corruptos, el mayor enemigo de la moneda argentina sana han sido los estancieros. Como principales terratenientes y productores del país, su interés radica en poder pagar sus gastos con papel moneda y obtener altos precios en oro por la venta de sus productos. Su noción del paraíso está constituida por buenos mercados en Europa y mala moneda en el país, porque de este modo el oro le provee de tierra y mano de obra baratas”.

En junio de 1890 el gobierno anuncia oficialmente que no puede pagar la deuda externa. Esto precipita la crisis.

Los ahorristas empiezan a extraer sus depósitos de los bancos que quiebran en su gran mayoría y las acciones bursátiles caen estrepitosamente.

Julián Martel brinda en su libro La Bolsa una versión muy particular sobre la crisis. Habla de una supuesta conspiración judía internacional para destruir la economía argentina. Eran los años posteriores al caso Dreyffus y de auge del antisemitismo francés.

La desocupación se generaliza y se agrava notablemente la situación de los trabajadores.

La primera oposición seria al régimen es la creación de la Unión Cívica, un grupo político muy heterogéneo que expresa a los diversos sectores disconformes con este régimen que consideran corrupto e irresponsable. Queda constituida, en abril de 1890, y sus dos máximos referentes son Leandro N. Alem y Bartolomé Mitre.

La Unión Cívica habla de revolución para derribar al régimen corrupto. Se denuncian los negociados, las emisiones clandestinas de billetes. Se reclama decencia, sufragio libre y algo tan elemental como que se cumpla con lo establecido en la Constitución Nacional.

Tras varios mitines, la Unión Cívica decide pasar a la acción directa. El 26 de julio se pone en marcha y fuerzas militares dirigidas por el General Manuel J. Campos toman el Parque de Artillería, en la actual Plaza Lavalle, mientras se subleva un sector de la marina. El general Mitre se ausenta del país y toda la responsabilidad recae sobre Alem, quien encabeza una Junta Revolucionaria que trata de encauzar la lucha que se prolonga por tres días. Los civiles que integran las fuerzas revolucionarias se identifican con una boina blanca. El gobierno logra controlar la situación y las fuerzas leales, comandadas por el ministro de Guerra, General Levalle, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña obtienen la rendición de los rebeldes.

Un factor decisivo para el fracaso de la Revolución fue la actitud del General Campos quien, alterando el plan original que comprendía el avance de los revolucionarios sobre las posiciones oficiales, permanece a la defensiva, permitiendo que las tropas del gobierno tomen la iniciativa. Es muy probable que esta actitud estuviera motivada por un pacto secreto de Campos con Roca, con el objetivo de provocar la caída de Celman pero evitar el ascenso de Alem. De esta forma, los conservadores se deshacen del «burrito cordobés» y recuperan para sí todos los resortes del poder.

La Revolución es derrotada, pero Juárez Celman, sin apoyos, debe renunciar. El sector conservador de la Unión Cívica, encabezado por Mitre traiciona la revolución y negocia con Roca la asunción del vicepresidente Pellegrini.

Los objetivos de Alem y Mitre son notablemente diferentes. Sólo coinciden en expulsar a Celman del gobierno. Pero mientras Alem quiere elecciones libres y transparencia gubernativa, el mitrismo aliado con el roquismo, pretende recuperar el poder para colocarlo en manos confiables que aseguren que nada cambiará.

Si bien el ’90 significó una derrota para los sectores disconformes, sentó las bases para la organización de la nueva oposición y la aparición de los partidos políticos modernos.

Tras el acuerdo, la Unión Cívica se divide en la Unión Cívica Nacional, liderada por Bartolomé Mitre, y la Unión Cívica Radical, comandada por Leandro N. Alem.

Así en 1891 nace el primer partido político de la Argentina moderna. La UCR propone en su carta orgánica: elecciones libres y honestidad en la administración pública.

Pellegrini pone como condición para asumir la presidencia que un grupo de banqueros, estancieros y comerciantes argentinos suscriban un empréstito de 15 millones de pesos para hacer frente a los vencimientos externos.

La crisis parecía superada, pero Carlos Damico, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, lanzaba este sombrío pronóstico: «Cada cinco años tendrán una crisis cuyos peligros irán creciendo en proporción geométrica, hasta que llegue un día en que los usureros del otro lado del mar sean dueños de todos sus ferrocarriles, de todos sus telégrafos, de todas sus grandes empresas, de todas sus cédulas y de las cincuenta mil leguas que les hayan vendido a vil precio. Cuando no tengan más bienes que entregar en pago empezarán por entregar las rentas de sus aduanas; seguirán por entregar la administración de todas sus rentas; permitirán, para garantir esa administración, la ocupación de su territorio y concluirán por ver flotar en sus ciudades la bandera del imperio que protege la libertad de Inglaterra, pero que ha esclavizado al mundo con la libra esterlina, cadena másfuerte y más segura que el grillo de acero más pesado que haya usado jamás ningún tirano».

Fuente: www.elhistoriador.com.ar