Marco Avellaneda y su sorpresa por la admiración de Sarmiento hacia Urquiza


Urquiza fue aliado político de Rosas durante 15 años, pero en 1851 reasumió el manejo de las relaciones exteriores de su provincia, formó una alianza con Brasil y el gobierno de Montevideo y venció a Rosas en Caseros. Fue presidente de la Confederación entre 1854 y 1860, que desde septiembre de 1852 se encontraba separada de Buenos Aires.

Tras la batalla de Pavón en 1861 y la posterior incorporación de Buenos Aires a la Nación, la estrella de Urquiza comenzó a eclipsarse. Su negativa a apoyar los levantamientos federales de los montoneros del Chacho Peñaloza y Felipe Varela contra la política del puerto de Buenos Aires y al apoyo a las fuerzas del general Mitre en la Guerra del Paraguay no hicieron más que aumentar su desprestigio y generar fuertes rechazos entre sus comprovincianos.

En 1868 se presentó como candidato a presidente, pero fue derrotado por Sarmiento, quien a poco de asumir apoyó su nombramiento como gobernador de Entre Ríos y lo visitó en su provincia. El abrazo con el unitario sanjuanino, el principal responsable de la muerte del Chacho, sería la gota que colmaría el vaso. Para muchos de sus ex seguidores fue otro paso imperdonable.

El 11 de abril de 1870, un grupo armado que respondía al caudillo montonero Ricardo López Jordán irrumpió en el Palacio San José, al grito de «¡muera el traidor Urquiza!». Fue el final de este controvertido protagonista de la reorganización nacional.

Reproducimos a continuación un fragmento del testimonio de Marco Avellaneda (h), hermano de quien fue presidente de la Nación entre 1874 y 1880. Ministro de tres mandatarios argentinos a fines de siglo XIX y comienzos del siglo XX, Avellaneda muestra su sorpresa por el juicio sobre Urquiza que había escuchado de boca de Sarmiento, un férreo enemigo del líder de la Confederación. El sanjuanino, que expresaba entonces una revalorización de la figura de Urquiza, había llamado tiempo antes a desaparecerlo de la escena, “cueste lo que cueste”, con su famosa frase: “Southampton o la horca”.

Fuente: Julio Victorica, Urquiza y Mitre. Contribución al estudio histórico de la organización nacional, Buenos Aires, J. Lajouane & Cía Editores, 1906, págs. 593-596

Del general Domingo F. Sarmiento

Urquiza como político y militar

En tiempo de la presidencia de mi hermano Nicolás, nos encontrábamos reunidos una noche en su casa particular, varias personas, entre las que estaba el general Sarmiento.

Se hablaba del talento militar del general Paz, y dirigiéndose mi hermano a Sarmiento, le dice. ¿Cuál de los militares que Ud. ha conocido tenía más talento?

“Urquiza –contestó sin trepidar- y ante la exclamación de sorpresa con que fue recibida su respuesta, agregó: ¡Sí! Urquiza tenía genio militar y también genio político.

”Yo lo he tratado en la campaña contra Rosas, nos dijo. Voy a referirles algunos rasgos suyos en apoyo de mi opinión.

”Desde que atravesamos el Paraná, el general Urquiza principió a preocuparse del militar a quien Rosas confiara el mando de su ejército. Recorría los nombres de todos los que a éste acompañaban y se detenía siempre en el del general Pacheco. Era el único que le inspiraba recelos, y se propuso anularlo.

”He aquí el medio de que se valió. Le escribió cartas en términos amistosos, casi confidenciales. Leí una de ellas en la que le anunciaba que su primer acto, después de vencer a Rosas, sería nombrarlo gobernador de Buenos Aires, conteniendo además, frases como éstas, ‘como Ud. sabe’, ‘de conformidad a lo que le comuniqué’, que indicaban que procedía de acuerdo con él. La correspondencia era conducida por chasque a puntos en donde debían ser tomados por agentes de Rosas. Tres o cuatro gauchos fueron degollados, pero logró su objeto. Pacheco fue separado del ejército de Rosas. En el combate entre las vanguardias que tuvo lugar el 31 de enero, las tropas de Urquiza entraron a la pelea vivando a Pacheco.”

En seguida Sarmiento se refirió a los siguientes hechos: “El día de la batalla de Caseros, el general Urquiza al frente de su ejército, recorría con su anteojo de campaña la línea enemiga, hasta que llamó a un joven oficial de su escolta, diciéndole: ‘ayúdame a buscar las tropas del jefe N. que derrotamos el día 31’. Una vez que fueron encontradas, inició el combate llevando un ataque contra ellas, que dio por resultado la completa dispersión de esas fuerzas, que desmoralizadas ya por la derrota anterior, ni siquiera intentaron resistir.

”Pocos momentos antes de principiar la batalla, se acerca a gran galope un ayudante del general Virasoro, que le dice: ‘El jefe del Estado Mayor manda prevenir a V.E. que ha olvidado indicarle cuál será el punto de reunión en caso de un contraste’. ‘Contéstele Ud. que no hay más punto de reunión que el campo de batalla’.

“Estas palabras, continuó Sarmiento, habían sido pronunciadas cuarenta años antes por Napoleón; pero estoy seguro de que Urquiza no las conocía, porque no era hombre para plagiar a Napoleón ni a nadie.

”Lo que he referido me basta para pensar que el general Urquiza tenía genio miliar, y creo que también tenía genio político.

”Su programa de fusión, de olvido del pasado; su llamamiento a los federales de posición social que no se habían manchado con crímenes, como los Anchorena, los Carreras, don Lorenzo Torres, etc. no tenía por objeto, como se ha creído vulgarmente, ofender a los unitarios y satisfacer sus pasiones de partido, sino que, por el contrario, eran el fruto de un hábil y bien meditado plan político, porque creyó, con razón, que no era posible fundar un gobierno solamente con nosotros, los unitarios, que éramos llamados advenedizos, porque no teníamos ni fortuna, ni familia, ni relaciones, ni vinculaciones de ningún género con la sociedad de nuestro país. Pero en lo que demostró más habilidad política fue en convocar a los gobernadores al acuerdo de San Nicolás.

”Derrotado Rosas no dejaba ninguna institución, ningún poder, nada quedaba en pie sino esos gobernadores de provincia, semibárbaros todos, y asesinos y ladrones en su mayor parte. Eso era lo único que podía servirle para formar un congreso que constituyera al país. Ahora estoy perfectamente convencido de ello.

”¿Qué habría sucedido si Urquiza deja que las provincias derrocasen a sus gobernadores, antes de que se reuniese el congreso constituyente, lo que significa decir que se encendiese la guerra civil, porque no hay que olvidar que muchos de ellos tenían elementos para defenderse? Si pensamos en el asilamiento en que vivían los pueblos, en el desierto que los rodeaba, en las dificultades casi insuperables de comunicación, lo probable es que hubiéramos vuelto al año 20, y que habrían transcurridos largos años sin constituirse la nación.”

Mucho tiempo después de oír esta conversación que me causó sorpresa por las opiniones anteriores de Sarmiento sobre Urquiza, se la refería a Pedro Goyena, quien me manifestó que le habían asegurado que el general Mitre pensaba ahora como Sarmiento respecto al acuerdo de San Nicolás.

Marco Avellaneda.

Buenos Aires, 31 de julio de 1892.