Machu Picchu, develando un misterio


El 24 de julio de 1911, el estadounidense Hiram Bingham descubrió las ruinas de Machu Picchu, en Perú. A continuación transcribimos un relato, gentileza del investigador Julio Valdivia Carrasco, donde se narran los detalles en torno a la construcción y posterior abandono de este joya de la arquitectura incaica.

Autor: Julio Valdivia Carrasco

Muy pocos conocen la auténtica historia de esta maravilla humana, debido a que estuvo oculta a la vista de las personas hasta el s. XX y la mayoría de los cronistas de los años de la conquista no lo mencionaron ni recibieron información alguna sobre su existencia.

Es un error muy común atribuir al Inka Pachakuteq, hijo de Wiraqocha, la construcción de este hermoso santuario llamado Machupicchu. La realidad es que la construcción de esta ciudadela Inka en el cerro empinado, que hoy conocemos como Machupicchu, fue durante el apogeo del Inka Wiraqocha, octavo rey del Cuzco.

En efecto, el Inka ordenó la construcción en dicho cerro de un hermoso palacio para su vivienda, de templos para el dios Sol y la diosa Luna y de numerosas casas (Wasi) para albergar a sus bellas mujeres (Aqllakuna), todas muy similares a los que existían en el Cuzco.

Debido a su semejanza con la ciudad del Cuzco los pobladores lo denominarían: “El pequeño Cuzco”. (Uchuy Qosqo).

Machupicchu cumplía, sin lugar a dudas, una función específica: ser el lugar favorito del Inka Wiraqocha para su descanso y recreación. Una función accesoria era cumplir de observatorio astronómico.

Existían hermosos lugares especialmente acondicionados para llevar a cabo actividades de recreación: deporte, caza, teatro, danza, etc. Así como numerosas casas para sus mujeres favoritas (Aqllawasi).

Llegó a su máximo esplendor durante el reinado del Inka Wiraqocha, quien gobernó el Cuzco como un rey bondadoso, manso y querido por sus súbditos. Su decadencia se inicia cuando el Inka Wiraqocha huye cobardemente, abandonando el Cuzco ante la invasión militar del poderoso Estado Chanka, comandado por un ambicioso rey llamado Uscovilca, y se refugia en esta ciudadela convertida desde entonces en su residencia permanente.

Kusi, uno de los hijos menores de Wiraqocha, sin oír los consejos de su padre, quien le pedía someterse humildemente a los Chankas, hace frente al ejército invasor y lo derrota en sendas y sangrientas batallas. Desde ese momento Kusi Yupanki, asume virtualmente el poder, crea su propio ejército y el Consejo Real de Wiraqocha se somete a él.

El lugar en el que Wiraqocha se refugió ante el ataque Chanka fue en ese momento denominado Llaki qawana (“El mirador de la tristeza”). Los cuzqueños lo denominan Kaqya qawana. (“Lugar de donde se mira el rayo”). Sólo mas tarde fue llamado Machupicchu.

Luego del triunfo sobre los Chanka el joven Kusi ofreció con humildad el botín de guerra a su padre Wiraqocha quien con desprecio respondió que su hijo y sucesor Urko, un ebrio empedernido y pervertido sexual, debía recibir dicho botín. Kusi Yupanqui, ofendido por el desplante de su padre, vociferó con indignación:

“…que él no había ganado victoria para que se lo pisasen semejantes mujeres como eran Ynga Urco y los demás sus hermanos…» (Juan de Betanzos)

Resentido por el desplante que su padre le había hecho, Kusi volvió al Cuzco para consolidar su poder y dedicarse a la reconstrucción y embellecimiento de la ciudad. Pero también en absoluto secreto planificó la muerte de su principal rival: su hermano Urko. Hecho que se llevó a cabo poco tiempo después.

Wiraqocha fuertemente conmovido y triste por el asesinato de Urko, su más querido hijo, decidió quedarse para siempre en su ciudadela y no ver más a su joven y victorioso hijo Kusi Yupanki, a quién odiaba en lo más profundo de su ser.

Solamente una hábil estrategia de su Consejo Real, hizo salir a Wiraqocha de su refugio para visitar el Cuzco: Le dijeron que su hijo Kusi lo “invitaba” para que observara personalmente la transformación que había realizado en su principal ciudad.

Una vez en el Cuzco, Wiraqocha aún sorprendido por la victoria de su hijo ante los Chankas, resignado ya por la muerte de su hijo preferido y sucesor Urko y admirado por el poder alcanzado por su despreciado hijo, al ver la gran transformación de la ciudad del Cuzco, nombró a su hijo Kusi: con el apelativo PACHAKUTEQ (“El transformador del mundo”).

Sin embargo, Kusi no quiso esperar más tiempo para convertirse en rey y rápidamente arrancó la borla de la cabeza de su padre y se la colocó él mismo, haciéndose reconocer desde ese momento como rey absoluto, adoptando el apelativo que su padre le había dado: PACHAKUTEQ.

Humilló vilmente a su padre, haciéndolo arrodillarse frente a él y pedirle perdón por sus desplantes. Seguidamente lo castigó ordenándole beber gran cantidad de chicha (Cerveza de maíz) inmunda. Finalmente lo desterró a vivir hasta su muerte en su “centro de esparcimiento”, ahora convertido en su morada de tristeza y desamparo.

El Inka Pachakuteq, de esa manera hacía conocer su auténtica personalidad de rey déspota, cruel y vengativo.

Luego de haber padecido diez años de soledad y humillación, el rey Wiraqocha falleció. Su hijo Pachakuteq ordenó, en desprecio a su padre, el total despoblamiento y abandono de la ciudadela llamada como mencionamos Llaki qawana y que hoy conocemos como Machupicchu.

Así se inició el deterioro de las hermosas edificaciones de Machupicchu, siendo paulatinamente cubiertas por una densa vegetación. Sólo quedaría en la memoria de algunos de sus pobladores, quienes lo fueron transmitiendo sigilosamente a sus descendientes como una lejana y triste realidad.

En 1900 un campesino local llamado Agustín Lizárraga, quien residía muy cerca de la zona, se atrevió a visitar las viejas y antiguas ruinas quedando profundamente impresionado por la grandiosidad de sus edificaciones. Pero no se atrevió a dar a conocer su descubrimiento durante diez años, por temor a ser considerado loco o ser castigado por develar un secreto de Estado.

Finalmente, el año 1911, el explorador norteamericano Hiram Bingham, profesor de la Universidad de Yale, fue informado por el campesino Lizárraga de la existencia de la ciudadela Inka, perdida en un cerro llamado Machupicchu y guiado hasta dicho sitio. Su sorpresa fue inmensa e inmediatamente se adjudicó el descubrimiento y lo comunicó orgullosamente a su sede.

Seguidamente se apropió de gran cantidad de los tesoros que halló (más de 5000 piezas), que luego envió o llevó a los EE.UU. Hoy las autoridades peruanas están tratando de recuperar ese valioso patrimonio histórico del Perú.

Del autor:
Julio Valdivia Carrasco, nació en Ayacucho, Perú, en 1941. Estudió filosofía en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga-Ayacucho. Ejerció la docencia universitaria en varias universidades del Perú, entre ellas la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue uno de los fundadores de la Facultad de Ciencias Histórico – Sociales y Educación de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque, donde ejerció el Decanato de dicha Facultad. Retirado ya de la docencia, en la actualidad prosigue sus investigaciones en el campo de la filosofía, las ciencias sociales y la historia (jvc400@hotmail.com).
Sus obras:
“Pachakuteq: Historia Secreta de un Inka Rey” (Editado)
“Gramática esencial del idioma quechua” (Editado)
“Los reyes inkas del Perú” (Sin editar).