Los niños en la Primera Guerra Mundial, por Yury y Sonya Winterberg


(Fragmento de los capítulos 6 y 7: La escuela se prepara para la batalla y Lectores y lecturas)

El 28 de junio de 1914, un atentado en Sarajevo causó la muerte del heredero de la corona del Imperio Austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando, y la de su esposa, la condesa Sofía Chotek. El autor del atentado, el estudiante Gavilo Princip, era miembro de una agrupación que luchaba por la emancipación de Bosnia. Austria-Hungría acusó a Serbia de patrocinar el crimen y le declaró la guerra. Rusia, la gran potencia eslava, decidió proteger a Serbia.

Se formaron entonces dos grandes bandos: por un lado Alemania, Austria-Hungría y Turquía; y por el otro Gran Bretaña, Francia y Rusia, que formaron la llamada Triple Entente. Más tarde se fueron incorporando al conflicto Japón e Italia en favor de la Entente, Bulgaria, en favor de Alemania, y casi al final de la contienda, en abril y en agosto de 1917, los Estados Unidos y Grecia, respectivamente, ambos a favor de la Entente.

La guerra fue tremendamente cruel. La inteligencia humana fue puesta al servicio de la destrucción y de la muerte. El prodigioso y reciente invento del avión fue utilizado para ametrallar a las poblaciones civiles y en las trincheras los bandos se atacaban con armas químicas mortalmente tóxicas. Durante los tres primeros años, la guerra parecía desenvolverse en un eventual empate entre los bloques enfrentados. Esta situación cambió en 1917 con la incorporación de los Estados Unidos al bando aliado que compensó con creces la retirada de Rusia del conflicto. A mediados de 1918, los aliados vencieron en Amiens a los alemanes, en septiembre, a los austro-húngaros en Italia y en octubre, a los turcos en Medio Oriente. El 4 de noviembre de 1918, Austria se rindió dejando sin defensas al ejército alemán que pidió la rendición el 11 de noviembre. Así concluía la guerra con el triunfo de los aliados.

Las consecuencias de la guerra fueron duraderas. Murieron casi 10 millones de personas, 20 millones quedaron heridas o mutiladas. A las heridas físicas hay que agregarle los rencores por el trazado de las nuevas fronteras que serán el germen de nuevos conflictos. Europa quedó destrozada y su economía arruinada.

El conflicto y sus consecuencias fueron analizados desde múltiples perspectivas durante más de un siglo. Las fuentes y las voces se multiplicaron en un eco infinito que parece haber agotado todos los temas sobre la gran guerra; sin embargo, el libro Los niños en la Primera Guerra Mundial prueba que todavía hay nuevos enfoques tan necesarios como desgarradores. En él, los autores Yury y Sonya Winterberg indagan en las víctimas involuntarias más inocentes de aquella contienda, los niños de los distintos países involucrados en el conflicto, a quienes la guerra arrebató la infancia.

El libro rescata testimonios de niños franceses, ingleses, alemanes, rusos y otros, que vivieron durante aquella contienda devastadora. En ocasiones, descubrimos relatos de infancia de personalidades destacadas de la cultura o la política cuyas vidas se vieron sacudidas por la guerra, como Simone de Beauvoir, Elias Canetti, Marlene Dietrich, Alfred Hitchcock, Anaïs Nin, y Alexei Nikoláyevich Románov, el único hijo varón del zar ruso Nicolás II. “Al observar todas estas historias de vida, se comprende de qué modo fue posible que se configurara una gran catástrofe a partir de tantas pequeñas tragedias personales”, sostienen en el Prefacio los autores, que consideran “catástrofe originaria” a esta Primera Guerra Mundial, ya que las catástrofes que tuvieron lugar durante aquel siglo no pueden comprenderse sin ella. “Pero la Primera Guerra Mundial también fue una catástrofe originaria en otro sentido, ya que marcó de por vida a los niños que crecieron en esos años. El odio y el deseo de venganza los transformaron en los soldados ideales de la siguiente guerra, tanto en el frente como en los hogares. Eran niños que habían aprendido desde temprano a soportar las privaciones y el sufrimiento. Habían soñado con héroes incondicionales y experimentado en carne propia el poco valor que tiene la vida de una persona cuando se ve envuelta en un baño de sangre como una guerra”.

Reproducimos en esta ocasión fragmentos de los capítulos La escuela se prepara para la batalla y Lectores y lecturas, donde se desarrolla la feroz propaganda de guerra a la que fueron sometidos los niños de los diversos países implicados en el conflicto.

Fuente:Yury y Sonya Winterberg, Los niños en la Primera Guerra Mundial ,Buenos Aires, Editorial Crítica, 2015, págs. 90-100.

La nueva pedagogía de guerra

Los ecos de carácter militarista y nacionalista ya presentes en los planes de estudio alemanes se profundizaron claramente a partir de agosto de 1914. El tono del asunto se volvió más riguroso. Ahora, incluso los docentes que se habían pronunciado contra el elitismo y la fe ciega en la autoridad comenzaron a promover el amor por la patria y apoyaban la guerra. La clase media burguesa también se expresó a favor del conflicto, lo que produjo una suerte de automovilización patriótica. Si bien algunos sectores trabajadores y campesinos eran conscientes de los riesgos que implicaba una guerra para ellos, sus familias y sus vidas, la realidad política no reflejaba esos temores. Desde que el káiser Guillermo II declarara en el Parlamento: “¡Aquí ya no hay partidos, solo estamos los alemanes!”, en Alemania reinaba la “paz civil”. Incluso los social-demócratas, que en realidad presentaban una oposición férrea a las políticas del emperador, apoyaron las medidas y las únicas que manifestaron ocasionalmente su desacuerdo fueron las figuras nucleadas en un grupo radical liderado por Karl Liebknecht, que al inicio de la guerra aún constituía una clara minoría.

Los profesores tematizaban la guerra y el entusiasmo patriótico inicial en todas sus clases, no importaba que se tratara de educación física, matemática o literatura. Presentaban y glorificaban a los héroes de guerra y promovían el interés de los alumnos por las armas y todo asunto bélico. Durante mucho tiempo los historiadores sostuvieron que la pedagogía empleada en la Primera Guerra Mundial era bastante primitiva, pero nuevas investigaciones han demostrado que la situación era completamente opuesta. Gracias a la implementación de políticas socialdemócratas y liberales, ciertos aspectos controvertidos de la pedagogía se superaron en pos de la causa mayor y el cuerpo docente adquirió de pronto nuevas libertades. Siempre y cuando utilizaran sus clases para apoyar la guerra con sus propuestas, podían generar lazos diferentes y mucho más cercanos con el alumnado. Cuando comenzaron a emplear métodos de enseñanza más modernos, como por ejemplo el estudio en grupo de la prensa diaria y el intercambio en clase al respecto o la redacción de autobiografías y diarios de guerra, no solo colocaron las experiencias de los niños en el foco de interés, sino que promovieron simultáneamente el orgullo nacional y el militarismo.

Theobald Ziegler, un profesor de filosofía de Estrasburgo, describió estas transformaciones en su texto “Los diez mandamientos de una pedagogía de guerra”. Aquí reproducimos las observaciones centrales:

  • Cuidarás la disciplina y el orden entre tus alumnos y verás que cumplan en tiempo y forma con sus obligaciones. Hoy más que nunca eres responsable ante tu pueblo por la educación de la nueva generación. Sin embargo, no deberás practicar la tiranía, y deberás dominar el arte de flexibilizar tus métodos ocasionalmente. No cargues a tus alumnos de tantas tareas: deben poder leer a diario las noticias.
  • No harás de la guerra un entretenimiento para los jóvenes, pues se trata de un asunto muy serio. No suspendas las clases como festejo tras cada una de las victorias.
  • Deberás mencionar siempre en clase las batallas y alegrarte de poder hacerlo sin temores. Tus alumnos se interesarán por el asunto y podrán poner en práctica lo aprendido en los recreos: eso les será muy útil. También deberás señalarles el accionar divino en la historia, que hoy se nos presenta de forma tan increíble y maravillosa.
  • Deberás pensar si no existe realmente una diferencia entre el hombre y la mujer y entre el heroísmo del hombre y la mujer. Podrás volver a problematizar la cuestión de la educación conjunta, aunque ocupes un cargo superior. Pues el pueblo necesita buenos hombres y buenas mujeres y cada parte tiene una misión y un don específicos que cumplir en la guerra.
  • Te alegrarás de que haya llegado a su fin «el siglo de los niños», pues se trataba de un necio disparate. Nuestros líderes militares son hombres de entre 50 y 70 años, y hasta los más débiles muchachos que se dirigen al frente, osados y tan jóvenes, regresarán a sus hogares como hombres hechos y derechos tras su dura tarea y seguirán imponiendo su sello en los tiempos por venir.

Los mandamientos de Ziegler se publicaron por primera vez el 10 de septiembre de 1914 en el diario Schwábischer Merkur y fueron reproducidos una innumerable cantidad de veces en todas las publicaciones relevantes para docentes y pedagogos. Gracias a su combinación de contenido reaccionario y métodos modernos, resultaban ser más sofisticados y efectivos que los otros estilos de enseñanza tan difundidos que apuntaban a la obediencia ciega. Aunque desde el presente no compartamos la alegría de Ziegler por sus resultados positivos, en un punto tenía razón: con la guerra el “siglo de los niños” había terminado. Esta frase, pronunciada por primera vez alrededor del año 1900 por la pedagoga reformista sueca Ellen Key, que denunciaba el “asesinato del espíritu en las escuelas” y recomendaba una educación libre de autoritarismos, todavía era demasiado desafío para la época.

Habría que preguntarse cuál fue la reacción de los alumnos ante las transformaciones. Una parte de la propuesta pedagógica se apoyaba en prestar mucha atención a aquellos alumnos que mostraran reacciones negativas en relación con la guerra. A diferencia de lo que ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, el duelo estaba permitido y era tematizado en las composiciones escolares, sin el deber de mostrarse necesariamente “orgullosos” en sus textos. Sin embargo, se intentaba aplacar los sentimientos de dolor y descontento con la siguiente frase: “¡Ahora sí verán de lo que somos capaces!”. Aunque ya no se utilizaran métodos para adoctrinar a la clase, los profesores transmitían sus valores de forma más sutil y específica que en otros tiempos. En sus fundamentos, de todos modos, nada había cambiado.

Mientras los niños aprendían a imaginarse una vida como soldados, las niñas practicaban la entrega y la dedicación. Sus textos, junto con las propuestas prácticas en la escuela, siempre giraban en torno a actividades como tejer, cuidar niños, visitar a los soldados heridos, postergar las necesidades personales y practicar el altruismo, todas características aparentemente necesarias para ser buenas mujeres y madres alemanas. Sin embargo, sería equivocado suponer que las niñas sabían menos que los niños sobre la guerra. Por ejemplo, como en general se pensaba que las ciencias naturales no eran tan importantes para ellas, las materias consideradas “formadoras de carácter” como literatura, geografía e historia ocupaban la mayor parte de las horas de clase en comparación con los planes de estudio de los niños. (…)

En abril de 1915 se creó en Berlín el Instituto Central para la Educación y la Enseñanza, principal responsable de la distribución de material de trabajo para las escuelas de todo el Imperio alemán. Entre los temas de sus publicaciones iniciales se cuentan “La formación militar de nuestros niños”, “La ayuda bélica en la escuela”, “Las composiciones sobre la guerra en la escuela primaria”, “Las composiciones sobre la guerra en la educación superior”, “Nuestros poemas de guerra”, “Los diarios de guerra de los estudiantes” y “Los dibujos de la guerra de los alumnos”. A mediados de 1915, el instituto organizó una exposición muy elogiada titulada “La escuela y la guerra” con el objetivo de representar visualmente los motivos por los cuales la educación escolar clásica había quedado desactualizada. Allí se exponían los nuevos materiales de enseñanza, como álbumes de guerra, postales, intercambio de correspondencia entre alumnos y soldados en el frente de batalla, composiciones y dibujos de los estudiantes. La prensa reaccionó positivamente y subrayó que los ejemplos expuestos demostraban que los niños apoyaban la guerra e idolatraban a Hindenburg, los buques de guerra, los zepelines, los aviones y los submarinos. El diario Berliner Tageblatt, por ejemplo, escribió: “las escuelas logran que sus alumnos comprendan los aspectos esenciales de una guerra”. Años después, los políticos seguirían recordando con orgullo la exitosa muestra. En conclusión, los primeros años de guerra introdujeron cambios profundos en la educación escolar. (…)

Niños en pie de guerra

Tanto en Alemania, como en Gran Bretaña y Francia, los niños se involucraron desde muy temprano en las cuestiones bélicas. El historiador Stéphane Audoin-Rouzeau utiliza el concepto de “niños movilizados” para hablar de este hecho. En su opinión, los niños de todos los países en guerra, pero en particular los de Francia, fueron un blanco directo de la extensa propaganda. Junto a los métodos usuales, que iban desde la literatura hasta los juguetes y las actividades escolares, la Iglesia católica fue una de las responsables de la educación bélica de los niños. Uno de los casos ejemplares fue un programa creado por iniciativa de una escuela privada en Burdeos: se trataba de una “cruzada infantil”, que organizaba a los niños en un “ejército de plegarias”, cuya misión consistía en pedir a Dios la victoria de Francia y sus aliados, apoyar con sus rezos a los soldados en el frente y acompañarlos en sus pensamientos a la hora de la batalla.

Un equivalente de la “paz civil” alemana fue la “unión sacrée” [“unión sagrada”] declarada por el presidente Raymond Poincaré. Los políticos socialistas se involucraron en el gobierno. También en este caso la unión hacia el interior del país era la condición para incluir a las escuelas en la preparación mental para la guerra. En la escuela, la guerra era lo primero y lo último que se les recordaba a los niños todos los días. En 1916, el rector de la Académie de Poitiers se expresó al respecto con estas palabras: “Ningún niño común y corriente puede afrontar una época tan extraordinaria como la nuestra. Cuando se tiene corazón, es inaceptable que alguien se sacrifique por nosotros sin desear encontrarnos a la altura del sacrificio”.

Los pedagogos registraron un cambio en los juegos de los niños, como se observa por ejemplo en un comunicado interno del Ministerio de Cultura en mayo de 1915: “Todos los niños juegan ‘a la guerra’ y transforman sus personajes y los objetos que los rodean en elementos de batalla. La mayor parte de los juegos es en gran medida agresiva”. De todos modos, en la Francia atravesada por las trincheras, la muerte siempre estaba presente, aunque muchas veces también era consecuencia de estos “juegos violentos”, como se escuchaba en las quejas de los adultos. En sus juegos, los niños entraban en refugios o circulaban por canales y trincheras, y morían por accidente en derrumbes, explosiones o en los ríos.

Audoin-Rouzeau describe situaciones en las que los niños dramatizaban las cosas que vivían día a día, “como en el caso de unas niñas que fueron ob¬servadas en el patio de un colegio mientras jugaban a que una mujer recibía la noticia de la muerte de su esposo, y ellas imitaban con una exactitud sorprendente los movimientos de horror del momento, el desmayo, la recuperación de la conciencia, el abrazo de los hijos imaginarios y un nuevo desmayo”.

El acceso a los niños era más difícil en Francia, ya que allí no existía una gran tradición instituida de actividades organizadas para los niños. En Alemania, por el contrario, el Estado tenía a su disposición un ejército de trabajadores sociales en el área, mientras que en los países anglosajones existían muchos grupos de niños exploradores y en Italia por lo general el vínculo de los niños y jóvenes con las comunidades católicas locales era muy fuerte. Además, la vida escolar estaba bastante interrumpida en casi todas las regiones del país a causa de la guerra. Las requisas de infraestructura escolar, la falta de los profesores convocados al frente y la ausencia de los alumnos que debían ayudar en las casas dificultaban la asistencia obligatoria al colegio. En las localidades cercanas a los frentes de batalla, las clases se realizaban en condiciones escabrosas, como en Reims, que sufría el fuego permanente de la artillería. Hasta que llegó la orden de evacuar definitivamente la ciudad, allí se intentó mantener al menos ciertos aspectos de normalidad cotidiana y se continuó con el dictado de las clases hasta último momento. A tal fin se utilizaban como aulas las bodegas de la ciudad, famosa por su champaña, en donde diariamente estudiaban e incluso rendían exámenes entre unos dos mil y tres mil niños.

En las composiciones escolares de los niños franceses el tema recurrente no era la confianza en la victoria de la patria, que parecía ser el tema principal en Alemania, sino el odio al enemigo. Una de las consignas, por ejemplo, les pedía lo siguiente a unos alumnos de primaria que acababan de aprender a leer y escribir: “Comparen la historia del lobo y el cordero con la guerra actual. Consideren de qué modo nuestros enemigos han provocado el estallido del conflicto”.

Con frecuencia los niños más grandes describían sentimientos profundos, como el dolor o la desesperación por la muerte de sus familiares o por la ausencia del padre. Uno de los temas del examen final de un colegio fue: “El día de año nuevo en familia”. Uno de los niños respondió a la consigna con el siguiente texto: “El año nuevo nos encuentra a todos tristes por esta guerra terrible que ya se ha cobrado tantas víctimas. Nuestra familia ha sido particularmente desafortunada, ya que justo el día anterior recibimos una muy mala noticia: uno de nuestros primos había sido asesinado en el campo de batalla en el Yser mientras cumplía su deber como buen francés. Cuando nos saludamos a la mañana, sentíamos mucho más la necesidad de llorar que de desearnos un próspero y feliz año nuevo. A la noche nos sentamos frente a la chimenea, casi sin hablar, y pensamos en nuestro querido primo, a quien ya no volveríamos a ver nunca más, y en todos nuestros valientes soldados que luchan tan heroicamente para defender nuestro país. Toda mi vida recordaré este día de año nuevo de 1915 y siempre odiaré a los malditos alemanes”.

Lectores y lecturas

Para los pequeños patriotas Durante la Primera Guerra Mundial también era muy común que los niños de primer grado aprendieran a leer y escribir con la ayuda de un manual.

El Alphabet de la Grande Guerre —pour les enfants de nos soldáis (El alfabeto de la Gran Guerra – para los hijos de nuestros soldados) de André Hellé fue uno de los libros para principiantes más utilizado en la Francia de la época. Con este alfabeto, los niños aprendían lecciones básicas de historia francesa que incluían los motivos de la guerra. El libro va de la A de Alsacia a la Z de Zouave (un miembro de las tropas auxiliares del norte africano) y está compuesto por ilustraciones realizadas por Hellé y textos explicativos breves y sencillos ubicados debajo de las imágenes.

Desde los inicios del siglo XX, Inglaterra ya inculcaba el patriotismo en los niños. An ABC for Baby Patriots (Un abecedario para bebés patriotas) es un volumen británico ilustrado por Mary Francis Ames del año 1899. La autora proponía enseñarles el alfabeto y cuestiones de política a los pequeños súbditos. El libro se compone de rimas sencillas que destacan con un humor sutil las virtudes de la colonización británica. El manual es tan solo un ejemplo entre muchos de la creencia inglesa de que el país tenía el derecho a colonizar y explotar otros países. Gran Bretaña podía obtener todo lo que fuera de su interés con el poder de las armas: los niños aprendían esta realidad desde muy pequeños. Cada una de las letras de este alfabeto representa un tema específico que aparece explicado de manera sintética en cuatro líneas y reforzado a través de la ilustración. Hasta los niños más pequeños aprendían los versos rápidamente y, al mismo tiempo, los valores que sostenían dicho discurso:

A is the Army
That dies for the Queen;
It’s the very best Army
That ever was seen.
A es la Armada 1 
que muere por la Reina;
es la mejor Armada
que se haya visto alguna vez.

 

Así se les enseñaba a los niños desde su primer año en la escuela que la muerte heroica era una meta digna en la vida.

C is for Colonies.
Rightly we boast,
That of all great nations
Great Britain has most.
C es por Colonias.
Con razón nos jactamos,
que de todas las grandes naciones
Gran Bretaña tiene más.

 

Aquí los versos se refieren a las colonias. A fines del siglo XIX, Gran Bretaña podía jactarse con razón de poseer la mayor cantidad de colonias en todo el mundo. Un quinto del planeta pertenecía en aquella época al Reino Unido.

(…)

La propaganda nacionalista de los tiempos previos a la guerra funcionaba en gran medida de forma sutil e indirecta. El imperialismo era una noción muy arraigada en la cultura y casi omnipresente, incluso en textos literarios infantiles que no buscaban la difusión de ideas políticas, como en El libro de la selva de Rudyard Kipling, que había ganado el Premio Nobel en 1907. El escenario de los relatos era la colonia británica en la India, o Afganistán en la época de las guerras anglo-afganas. El hijo de Kipling se llamaba John y había nacido 1897. Él también formó parte de la generación que aprendió a leer con el ABC for Baby Patriots y partió más adelante a los campos de batalla de la Gran Guerra llevando en su mente las imágenes del mundo allí aprendidas. La vida de John es una historia trágica: su deseo urgente de combatir en la guerra entraba en conflicto con su juventud y con sus graves problemas de visión. El padre, hombre con mucha influencia, consiguió de todos modos una autorización especial para su hijo. John murió en Francia en 1915, después de cumplir 18 años. Su padre, un hombre muy famoso y el creador de personajes inmortales como Mowgli, Balou, Begheera o Shere Khan, se culparía toda la vida por la muerte de su hijo. Incluso escribió un poema de dos líneas que, aunque formalmente presenta una gran sobriedad, se opone firmemente al orgullo defendido por los manuales patrióticos:

If any question why we died
Tell them, because our fathers lied.
Si alguien pregunta por qué morimos
dile que fue porque nuestros padres mintieron

 

Referencias:

1 Aquí, Armada se refiere al conjunto de las Fuerzas Armadas, no únicamente a  la Marina. [N. de T.]

Fuente: www.elhistoriador.com.ar