Los hombres de buena voluntad


Autor: Felipe Pigna

La generación del 80 en el poder concretó la derrota de las oposiciones del interior, la ocupación de todo el territorio nacional y la organización institucional del país fomentando la educación, la agricultura, las comunicaciones, los transportes, la inmigración y la incorporación de la Argentina al mercado mundial como proveedora de materias primas y compradora de manufacturas. Parecía el triunfo, en toda la línea, del programa que habían levantando los integrantes de la Generación del 37, centrado en las nociones de “progreso” y “democracia”.

Para muchos, como nos han inculcado desde la escuela, la afluencia inmigratoria transformó en pocas décadas la Argentina. Sin embargo, hay que hacer algunas salvedades. La primera es que, en pequeños contingentes, esa inmigración venía produciéndose ya desde los últimos tiempos coloniales y tuvo nuevos aportes a lo largo del período entre 1820 y 1852. Recordemos que, como lo registraba en 1851 José Mármol en su novela Amalia, ya en la Buenos Aires de 1840 se usaba “gallego” como sinónimo de español, y que por entonces ya había aportes de inmigrantes vascos, irlandeses y británicos en la población rural bonaerense, y de ligures, saboyanos y piamonteses en la urbana. La otra salvedad es que la inmigración masiva recién a partir de fines de la década de 1870 se haría notar considerablemente, lo que puede apreciarse en las cifras de inversión estatal en la materia: en el período 1862-1875 se invirtieron 851.177 pesos, mientras que en el siguiente, 1876-1889, el monto invertido llegó a 6.606.357 pesos 1(…)

Antes de 1880, gran parte de la migración europea venida al país tendría características de “golondrina”, formada por braceros llegados para levantar las cosechas en los meses de verano y regresar a sus países, aprovechando el abaratamiento de los pasajes marítimos, las facilidades otorgadas por los gobiernos y compañías de migración y las diferencias salariales entre América y Europa. Hay un dato elocuente: los saldos migratorios entre 1852 y 1870, aproximadamente indican que sólo el 37% de los llegados al país se radicaban aquí. El grueso, al cabo de meses o un año, regresaba a su terruño natal o se iba a buscar mejor suerte en otras partes del mundo. Esa población “golondrina” estaba formada, en su gran mayoría, por varones. Para tener un diagnóstico claro del país que iba a gobernar, Sarmiento dispuso en 1869 que se realizara el primer censo nacional. De los 1.737.214 habitantes censados, 2 un 12% estaba compuesto por extranjeros, de los cuales 9 de cada 10 eran hombres. A esa cifra hay que sumar al menos 93.138 personas que, a ojo de buen cubero, estimaron los censistas para la población de las comunidades indígenas (que no fueron censadas) y a las tropas que aún se encontraban en territorio paraguayo por la llamada “Guerra de la Triple Alianza”. El 31% de la población habitaba en la provincia de Buenos Aires. Los analfabetos alcanzaban al 72% de la población y el 75% de las familias vivía en la pobreza, en ranchos de barro y paja. Solamente el 1% de los argentinos había podido graduarse en alguna carrera universitaria.

En total, las mujeres eran unas 845.400, lo que indicaba que por cada mil de ellas había unos 1055 hombres. Esta tasa de masculinidad de la población crecería a 1120 y 1165 en los Censos de 1895 y 1914, respectivamente, para mantenerse todavía en 1051 en el de 1947. 3

Otros datos significativos del Censo de 1869 son que, entre las mujeres de 14 y más años, la mitad aparece como soltera, el 38% se declaraban casadas y el 12%, viudas. Las cifras denuncian un país tremendamente injusto, y la injusticia, como venimos viendo, se ensañaba aun más con las mujeres.

El Censo también permite resaltar las profesiones más relevantes: 98.398 costureras; 58.703 sirvientas; 29.176 lavanderas; 19.716 cocineras; 11.047 planchadoras; 3.313 bordadoras; 1.639 amasadoras.

Para completar el cuadro, vale la pena recordar que el 71% de la población vivía en zonas rurales (poblaciones de menos de 2.000 habitantes) y que la expectativa de vida al nacer era de escasos 29 años.

Un cuarto de siglo después, en el Censo de 1895, la proporción de casadas había aumentado al 45%, reduciendo la de solteras al 44%, lo que llama la atención. Teniendo en cuenta que en ese período tendió a disminuir la práctica de casar a chicas adolescentes, que venía desde los tiempos coloniales, las explicaciones pueden surgir de, entre otros factores, motivos demográficos, culturales e institucionales. Entre los demográficos está el hecho de que, en una población con “exceso” de hombres, la eventualidad de “quedar para vestir santos” iba en retroceso. Entre los culturales e institucionales, sin duda se encuentran las leyes “secularizadoras”, como la de matrimonio civil, que se aprobaron a partir de 1880.

Cuando el Preámbulo de la Constitución de 1853 hablaba de “todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”, sin duda que aplicaba el término en el sentido de entonces, para el que “hombres” equivalía a “seres humanos”. Un uso que, por cierto, aparece en las cartas de la mismísima Mariquita Sánchez, que no cuestionaba su “incorrección política”, como haríamos hoy. Sin embargo, la “astucia de la razón” de la que hablaba Hegel se tomó casi al pie de la letra la afirmación del Preámbulo, ya que la inmigración masiva fue mayoritariamente masculina.

Referencias:

1 Oscar Oszlak, La formación del estado argentino, Planeta, Buenos Aires, 1997, pág. 232.
2 Véase www.indec.gov.ar/censo2010/historia-censos.pdf
3 Recién en el Censo de 1960 se registró una paridad entre hombres y mujeres, y desde entonces viene descendiendo la tasa de masculinidad, lo que es la situación “lógica” si se considera que la población femenina tiende a una mayor longevidad que la masculina. Véanse Gino Germani, Estructura social de la Argentina. Análisis estadístico, 2ª edición, Solar, Buenos Aires, 1987 y Susana Torrado, Historia de la familia en la Argentina moderna (1870-2000), De la Flor, Buenos Aires, 2003.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar