Las tertulias


La elite hispano-criolla pasaba sus tardes en las tertulias, el ámbito de sociabilidad por excelencia y uno de los mayores pasatiempos de las damas.

A lo largo de extendidas veladas las tertulias eran inmejorable ocasión para bailar, escuchar música, cantar, cortejar, encontrar pareja, y en ocasiones conspirar contra el gobierno de turno.

Transcribimos a continuación algunos testimonios sobre aquellas célebres reuniones.

Alcides D’Orbigny sobre las tertulias

Fuente: Héctor Iñigo Carrera, La mujer argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1972, pág. 26-27.

Los atardeceres traen las horas de las reuniones (tertulias); entonces, cuando hay muchas personas, se conversa y se critica; las mujeres muestran la mayor amabilidad y una vivacidad espiritual realmente rara; se baila el minué, el montonero, la contradanza y el vals. La alegría más expansiva se une a un dejar hacer, a un abandono que no excede, empero, los límites de las conveniencias, aunque de esa reserva amanerada que las madres imponen a sus hijas en nuestra sociedad europea. (…) De preferencia un triste (romanza), lánguido, que las señoras prefieren y que hacen repetir muchas veces. Esas veladas amistosas son tanto más agradables cuanto que en ellas reina mucha alegría y la alegría no decae nunca. 1

Las tertulias según Samuel Haigh

Fuente: Samuel Haigh, Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, Buenos Aires, Biblioteca de La Nación, 1918, pág. 27-28.

La sociedad en general de Buenos Aires es agradable; después de ser presentado en forma a una familia, se considera completamente dentro de la etiqueta visitar a la hora que uno crea más conveniente, siendo siempre bien recibido; la noche u hora de la tertulia, sin embargo, es la más acostumbrada. Estas tertulias son muy deliciosas y desprovistas de toda ceremonia, lo que constituye en parte su encanto.

A la noche, la familia se congrega en la sala llena de visitantes, especialmente si es casa de tono.

Las diversiones consisten en conversación, valsar, contradanza española, música (piano y guitarra) y algunas veces canto. Al entrar, se saluda a la dueña de casa y ésta es la única ceremonia; puede uno retirarse sin formalidad alguna; y de esta manera, si se desea, se asiste a media docena de tertulias en la misma noche. Los modos y conversación de las damas son muy libres y agradables, y, como es costumbre que sean cumplidísimas con los extranjeros, se ha incurrido frecuentemente en el error con respecto a esta libertad. (…)

Juan Parish Robertson sobre la tertulia de madame O’Gorman en la primera década del siglo XIX

Fuente: Guillermo Furlong, La cultura femenina en la época colonial, Kapelusz, Buenos Aires, 1961, pág. 249-250.

Fue buena fortuna, en llegando a Buenos Aires, encontrar allí establecida una persona que yo había conocido en Montevideo (…) Tuve oportunidad de conocer la mayor parte de las mejores familias. Fui presentado al virrey Liniers, cuya estrella visiblemente palidecía. Tenía las riendas del gobierno muy flojas, bajo el control de la Audiencia y del Cabildo, mientras la entonces famosa madama O’Gorman era árbitro único de sus asuntos domésticos y dispensadora de sus favores. Cisneros había sido ya nombrado por la corte de la vieja España para suceder al vencedor de Whitelocke.

Entre tanto, se daban las más espléndidas tertulias por madama; y vi congregadas, noche a noche,  en su casa, tales muestras de belleza y viveza femenina, que hubieran suscitado envidia o impuesto admiración en los salones ingleses.  Las porteñas, con razón se jactan entre ellas, de mujeres muy encantadoras, quizás más pulidas en la apariencia y maneras exteriores que en gusto altamente refinado; pero tienen tan buen sentido, penetración y viveza, de haceros dudar si no sean mejores tales como son, que lo serían más artificialmente enseñadas. Tienen, seguramente, poquísima afectación u orgullo; y no puede ser educación muy defectuosa la que excluye, en la formación del carácter femenino, dos condiciones tan odiosas. (…)

La gran fluidez y facilidad observable en la conversación de las porteñas deben atribuirse, sin duda, a su temprana entrada en sociedad, y a la costumbre casi cotidiana de congregarse en tertulias por la noche. Allí, la niña de siete u ocho años está habituada a manejar el abanico, pasear, bailar, y hablar con tanta propiedad como su hermana de dieciocho o su mamá. (…)

En cuanto a las buenas costumbres de las señoritas, las señoras creen que están más seguras bajo la vigilancia materna. Las hijas, en consecuencia, cuando por primera vez visité a Buenos Aires, nunca se veían sino en compañía de las mamás o de alguna parienta o amiga casada. Las solteras no podían salir de paseo sino en compañía de casadas. Caminaban en fila, una detrás de otra, con el paso más fácil, gracioso y, sin embargo, dignificado que imaginéis. Luego el cariñoso saludo, con el cortés y elegante movimiento del abanico, no era para olvidarse ni para ser imitado. La mamá iba siempre detrás. Si un amigo se encontraba  con el pequeño grupo de familia, le era permitido sacarse el sombrero, dar vuelta, acompañar a la niña que más le gustase, y decirle todas las lindas cosas que se le ocurriesen; pero no había apretones de mano ni ofrecimiento del brazo. La matrona no se cuidaba de oír la conversación de la joven pareja; se contentaba con “ver” que no se produjese ninguna impropiedad práctica o indecorosa familiaridad. Lo mismo sucedía si visitabais una casa. La madre se apresuraba a entrar en la sala y permanecía presente, con su hija, durante toda la visita. Para reparar esta pequeña restricción, no obstante, podíais decir lo que gustaseis junto al piano, en la contradanza, o, mejor, durante el paseo.

Aun cuando éstas son todavía las reglas generales de la sociedad femenina en Buenos Aires, se han modificado grandemente y continúan modificándose, por el trato y casamientos con extranjeros. Las costumbres y maneras francesas e inglesas, gradualmente se mezclan con las del país, particularmente en las clases superiores.

La música es muy cultivada. Siempre hay una dama, en todas las casas, que puede ejecutar muy bien todos los tonos requeridos para el minué, el vals y la contradanza. Y cuando las porteñas “bailan”, es con una graciosa compostura y suelta elegancia, mucho mejores que el término medio obtenido en este país [Inglaterra], en cuanto yo sepa, de cualquier sistema de educación en escuelas de baile. 2

Referencias:
1 Alcides D’Orbigny, Viaje a la América Meridional, Futuro, Buenos Aires, 1945, en Héctor Iñigo Carrera,  La mujer argentina, pág. 26-27.
2 Biblioteca de “La Nación”. GUILLERMO P. Y JUAN ROBERTSON, La Argentina en los primeros años de la Revolución, pp. 20-23. Buenos Aires, 1916, en Furlong, Guillermo, La cultura femenina en la época colonial. Pág. 249-250.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar