Las manos libres, por Marguerite Duras

(Entrevista que forma parte del libro Marguerit Durás. El último de los oficios. Entrevistas 1962-1991)


Marguerite Duras nació en Gia Định, cerca de Saigón [1], el 4 de abril de 1914. Hija de padres franceses, vivió su infancia y adolescencia en la Indochina francesa [2]. Su padre, profesor de matemáticas, murió cuando ella tenía cuatro años. Su madre era maestra y tuvo grandes dificultades para mantener a sus hijos. De aquellos años, Marguerite recordará la vergüenza de la pobreza, de ser hija de colonos pobres. Años más tarde recordaría: “Mantenía una relación estrecha con la vergüenza. Era la vergüenza en marcha”.

Recién en 1932 se radicó en París. Participó de la resistencia contra el nazismo, por lo que fue deportada a Alemania; fue miembro del Partido Comunista francés, aunque sería expulsada en 1955.

Fue novelista, guionista, periodista y directora de cine. Escribió cerca de cuarenta novelas y varias piezas teatrales. Suele decirse que Duras “hizo de su vida un material literario”. Los temas recurrentes fueron el amor, el sexo, la muerte y la soledad. Entre sus obras, se destacan la novela El amante, de 1984, y el guion de la película Hiroshima mon amour, de 1958, dirigida por Alain Resnais, o Un dique contra el Pacífico y El arrebato de Lol V. Stein.

Compartimos en esta ocasión un fragmento del libro Marguerite Duras. El último de los oficios. Entrevistas 1962-1991, que recoge diálogos de ese período compilados por Sophie Bogaert, que nos permiten asomar al universo interior de la escritora.

Fuente: Roger Pillaudin (productor), Antholgie vivante, Chaîne Nationale, 10 de octubre de 1962; en Marguerite Durás, El último de los oficios. Entrevistas 1962-1991, Editorial Paidós, 2017, págs. 27 y 28.

Mi infancia se sitúa en Indochina, hasta los 9 años, con un intermedio de un año en Francia. Y, más precisamente, viví hasta los 17 en la espesura, donde mi madre, viuda, enseñaba en una escuela para nativos. Hasta los 14, hablaba en vietnamita tal vez mejor que en francés. Cuando llegué a la edad de cursar los años finales de la escuela secundaria, tuve que separarme de mi madre.

Éramos muy pobres, así que uno no podía sentirse completamente a gusto; lo cierto es que había una colonia blanca muy omnipotente y, como mi madre ocupaba un puesto muy inferior en la administración francesa, a nosotras se nos rebajaba más bien al rango de “indígenas”, como se decía entonces. De manera que aquello no era [algunas palabras entrecortadas], las relaciones sociales no eran lo más normal para mí. Hasta los 16, mis mejores amigas eran vietnamitas; yo estudiaba en el liceo de Saigón y no recuerdo que nunca un francés fuera el primero de la clase; tal vez, en Filosofía sí, hubo una francesa que era la mejor en Filosofía; pero hasta en Filosofía, siempre los vietnamitas eran los que obtenían las mejores calificaciones. Mi madre, por un lado, tomaba pensionistas, pero, por el otro, también aceptaba niñas que no tenían los medios de pagar la pensión, así que la casa estaba llena de jovencitas pobres y ricas…, todas vietnamitas, con quienes pasé mi adolescencia. Completamente. En casa de los funcionarios importantes no recibían a mi madre; en cambio, éramos bien recibidas en casa de los padres de nuestras pensionistas. Es muy poca cosa, como usted sabrá, ser institutriz en un colegio de nativos. Hasta que obtuve el diploma, no fue fácil. Yo tenía una beca y a fin de cuentas eso no estuvo mal para los estudios. Se suponía que sería profesora de Matemáticas; era el deseo de mi madre. Éramos demasiado pobres para que yo pudiera pensar en otra cosa que no fuera en cómo ganarme la vida. Solo cuando obtuve el diploma empecé a pensar que además del trabajo podía, tal vez, hacer otra cosa. Comencé a escribir a los 26, 27 años, un poco tarde. Pero no creo que haya una sola persona en el mundo que no crea en su destino, aunque no lo diga. Yo tuve a mi marido, que fue deportado; tuve un hermano que murió, tuve un hijo que murió por culpa de la guerra; mi cuñada, que murió en Ravensbrück. Cuando uno sufre desgracias particulares, como la pérdida de un hermano o de un hijo pequeño porque no hay gasolina y el médico no pudo venir, por ejemplo; no, cuando a uno le pasan cosas como esa, la desgracia privada se impone evidentemente a todo lo demás, pero… es algo de lo que puedo decir que no me he recuperado, sobre todo el aspecto nazi. Oh, no tengo una vida… muy fácil…, bueno, como todo el mundo…, llena de dificultades.

Uno no siempre escribe los libros de un solo impulso; a veces lleva diez años hacerlo, a veces lo escribe en seis meses, otras veces en un mes. El primero es La impudicia, publicado por Plon… Estaba enredado en recuerdos de los que no podía deshacerme en aquel momento; pero después todo eso mejoró; La vida tranquila ya es menos malo. Y Un dique contra el Pacífico… Me llevó mucho tiempo hacerlo y lo que estaba en juego no era solo mi propia historia sino todo el contexto en el que había pasado, es decir, la miseria de esa región que conocí tan bien, en Camboya; sin embargo, ahí traté de sustraerme a mis propios recuerdos, de ampliarlos. El marinero de Gibraltar fue para curarme del Dique; estaba tan harta del recuerdo propiamente dicho que, bueno, me lancé a una aventura totalmente imaginaria que es El marinero. En Hiroshima mon amour cambié mis hábitos de trabajo; estaba muy contenta de hacerlo y además… es único dentro de lo que he hecho, es decir que por una vez podía hacer uso de la palabra oral, no únicamente de un lenguaje escrito, y disfrutaba mucho de eso. Detrás de Un dique hay un abuso que yo conocí bien, una situación política quebrada, a la que llaman «colonialismo». Detrás de Hiroshima hay un horror de orden moral y también político. Cuando comencé a escribir Moderato tenía la sensación de que Un dique había quedado muy lejos y…, cómo decirlo, que yo ya había ajustado cuentas con mi juventud. Es decir que si yo no hubiera escrito Un dique, teniendo en cuenta lo que había sufrido mi madre por culpa de esa historia, jamás me habría quedado tranquila, nunca habría podido seguir escribiendo. Fue como una especie de ajuste de cuentas. Solo sentí que tenía las manos verdaderamente libres después de Moderato cantabile. Pero Moderato representa para mí algo muy diferente de mis primeros libros. Corresponde a un cambio, un cambio de mí misma probablemente.

Referencias:
[1] Hoy denominada Ho Chi Minh.
[2] Actualmente llamada Vietnam.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar