La Vanguardia, la voz del socialismo


Fuente: Felipe Pigna

El 2 de agosto de 1893, La Prensa publicó un singular aviso bajo el rótulo de “Periódico Obrero”. La breve nota informaba: “Se invita a los presidentes de todas las asociaciones obreras a concurrir a la conferencia que se celebrará a las 7.30 p.m. en el Café Francés, calle Esmeralda 318, para cambiar ideas sobre la fundación de una Federación y la creación de un periódico que defienda los intereses de la clase trabajadora”. Firmaba la misiva “La Comisión”. En verdad, la autoría de la prometedora invitación era obra de la Agrupación Socialista y llevaba la firma de uno de los principales animadores del Vorwärts, Augusto Kuhn.

La reunión fue un palmario fracaso en cuanto a convocatoria. Los únicos asistentes fueron los miembros de la misma agrupación que en número de cuatro seguramente se miraban con cierta desazón. Allí estaban el propio Kuhn, Esteban Jiménez, Isidro Salomó y Víctor Fernández, secretario de los toneleros. Una pequeña mesa era más que suficiente para albergar a los que se proponían tan fantásticas tareas. A último momento, no obstante, ingresó con cierto apuro un quinto personaje que resultaría al cabo fundamental: Juan B. Justo. El prestigioso médico contaba entonces 28 años y se presentó sin otro título que el de interesado, exhibiendo además un decidido ánimo para prestar su colaboración en la edición del periódico. Sobre él recaería, finalmente, su organización.

Por entonces la prensa obrera había dado sus primeros y trabajosos pasos, en buena medida en virtud de los diversos grupos anarquistas que hicieron de la difusión de las ideas un verdadero culto. Ya en 1879 había hecho su aparición El Descamisado, el primer periódico anarquista, pero como otros desapareció al poco tiempo. Más regular era la circulación de La Questione Sociale, que aparecía en Florencia bajo la dirección de Errico Malatesta, y La Révolte, que se publicaba en París; ambos periódicos eran distribuidos gratuitamente entre las abigarradas colonias italianas y galas concentradas en Buenos Aires.

La enorme cantidad de inmigrantes contribuyó a la proliferación de estas publicaciones, luego impresas también en el medio local. A ellos se le sumaron Il Socialista, dirigido por H. Mattei, en 1886, y cuatro años mas tarde una publicación de significativo nombre: El Perseguido, que llegó a editar unos cien números. Desde entonces los grupos anarquistas, divididos entre los que postulaban la organización obrera y los que la rechazaban para reivindicar la acción directa, harán una intensa labor publicitaria llegando a editar, según el estudio de Diego Abad de Santillán, 25 periódicos y boletines sólo hasta 1896.

Más modestos, aunque sensiblemente más hegemónicos y unidos en sus ideas, los seguidores del socialismo inspirado en Marx y Engels sumaban a la publicación en alemán del Vorwärts, en 1886, desde el 12 de diciembre de 1890 El Obrero, dirigido por Germán Ave Lallemant, sin duda la personalidad más importante del socialismo hasta entonces. A partir de marzo de 1892 aparecerá El Socialista, continuador de El Obrero, llamando recurrentemente a la fundación de un Partido Socialista Obrero. De existencias efímeras por los grandes problemas que implicaba su financiación, la prensa socialista pugnaba por aparecer una vez más con renovadas fuerzas y Juan B. Justo será un factor decisivo para concretar el sueño.

Ocho meses tardarían los cinco entusiastas socialistas en improvisar el taller de redacción y armado en la misma pieza de inquilinato en que vivía Kuhn, quien además dono 300 pesos de su bolsillo para completar el equipamiento necesario. Justo, por su parte, vendió su automóvil y empeño su medalla dorada para poder contribuir con el proyecto. El nombre del nuevo periódico se definió sin más tramite. Justo propuso La Vanguardia, según varios testimonios en honor al fortín ubicado en su querida Tapalqué y al que gustaba visitar montado a caballo junto a su padre. Es de suponer que no hubo mayores problemas en adoptarlo para el periódico ya que, más allá de las remembranzas juveniles del director, tenía un significado político coherente para las pretensiones del grupo promotor. Así las cosas, el 7 de abril de 1894 apareció el primer numero de La Vanguardia con el rotulo de “Periódico Socialista Científico, Defensor de la Clase Trabajadora”.

El primer editorial, elaborado por Justo, decía de manera contundente: “Venimos a representar en la prensa al proletariado inteligente y sensato. Venimos a promover todas las reformas tendientes a mejorar la situación de la clase trabajadora”. Luego subrayaba sin ambigüedades una orientación ideológica rudimentaria en su falta de precisiones, pero que no obstante marcaba un rumbo definido y un límite ante otras fuerzas políticas que reclamaban la representatividad obrera: “Venimos a difundir las doctrinas económicas creadas por Adam Smith, Ricardo y Marx”. Desde el primer número, pues, La Vanguardia exhibirá una diferencia notable con los grupos revolucionarios para los que las “reformas” no constituían más que un eufemismo de la burguesía liberal y democrática, en el mejor de los casos, o directamente de aquellos que renunciaron al radical cambio de sistema social, por lo que no tardarían en ser considerados traidores del movimiento obrero y la revolución.

Los promotores de La Vanguardia, sin embargo, continuarán empeñados en su proyecto. Las cuatro páginas que editan regularmente los sábados se distribuyen en las barriadas obreras, aunque soportan estoicamente la indiferencia de los canillitas, que no vocean su nombre junto al de los diarios de mayor circulación. Pero el crecimiento es evidente y muy pronto deben montar los talleres en un lugar de mayor espacio, esta vez en Chile y Tacuarí, donde se reúnen hombres de la talla del pintor Ernesto de la Cárcova, Roberto Payró, José Ingenieros y Carlos Mauli, entre otros.

Durante toda su primera etapa La Vanguardia enfatizó en la obra reformadora del Estado, a la vez que denunciaba los vicios de la decadente política criolla y el fraude electoral como uno de sus más evidentes síntomas. Además, planteó incesantemente sus diferencias políticas con otras fuerzas obreras, en especial con el anarquismo, señalando machacadamente la oposición entre “lucha política sensata” y “rebelión”.

Con los años, La Vanguardia irá incorporando nuevas ediciones semanales y ocasionalmente se convertirá en diario. La dirección también cambiará en numerosas oportunidades, alternándose un pequeño círculo de intelectuales y militantes: Juan B. Justo (1914-1916; 1924-1925); Nicolás Repetto (1912-1913; 1919-1923); Enrique Dickman (1913-1914; 1918-1919; 1923-1924); Enrique del Valle Iberlucea (1916-1917). También fueron sus directores ocasionales hasta los años cuarenta: Mario Bravo, Basilio Vidal,  Esteban Jiménez, Américo Ghioldi, Rómulo Bogliolo, Luis Pena  y Antonio Solari.

A fines de 1902, en el marco de grandes huelgas y la promulgación del Estado de Sitio y la Ley de Residencia, La Vanguardia sufrirá su primera clausura oficial, que se repetirá entre febrero y mayo de 1905 y octubre y diciembre del mismo año. Serían aquellos los primeros ataques desembozados que sufrirá la publicación y que para el Centenario de la Revolución de Mayo, más precisamente el día 14, alcanzará< la dimensión de destrucción e incendio de su local por activistas pro gubernamentales al grito de “Viva la Patria”.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar