La rebelión de Juan Bélez de Córdova. Verdades y utopías del Manifiesto de agravios de 1739


Autor: Felipe Pigna

El 8 de julio de 1739 fue frustrada (gracias a una traición) una de las tantas rebeliones contra el poder español silenciada por los vencedores y sus escribas. Ocurrió en Oruro (actual Bolivia), 40 años antes que la de Túpac Amaru y fue encabezada por el mestizo Juan Bélez de Córdova. El intento rebelde era fruto de arduos trabajos de concientización de Bélez en sus largas recorridas por el Altiplano y el sur del actual Perú, al cabo de las cuales lanzó un “Manifiesto de agravios”. En ese texto decía que claros derechos a la resistencia “asisten a los criollos ilustres de estos nuevos reinos del Perú, así españoles como pobres indios y naturales, quienes siendo legítimos señores de la tierra unos y otros, nos vemos oprimidos de la tiranía, viviendo con sobresalto y tratados poco menos que [como] esclavos, por lo cual, y por ver si se puede salir de tamaño cautiverio se proponen las razones siguientes para forzar los ánimos y que sacudan el yugo de sus cervices, siendo los puntos los que siguen”.

Seguidamente negaba absolutamente el supuesto carácter misional de la conquista de América y denunciaba que los españoles “se convirtieron por su codicia a la tiranía, degollando a los reyes y naturales, usurpándoles no sólo las vidas sino todos sus haberes y tierra con cuanto éstas fructifican”. Proponía, además, el regreso al reinado de los Incas: “Hallándose en la presente y entre nosotros uno de la real sangre de nuestros incas del gran Cuzco en quinto grado de parentesco y con deseo de restaurar lo propio y volver a establecer esta monarquía, se suplica a los criollos y a los caciques y a todos los naturales le den la mano para esta tan heroica acción de restaurar lo propio y libertar la patria purgándola de la tiranía de los guampos que nos consumen y cada día va a más nuestra ruina”.

Este “Manifiesto”, poco y nada recordado en la historia escrita por “los que ganan” (con el sudor y el hambre del prójimo), hace una descripción precisa de qué significaba para los indígenas el régimen de la mita:

“No contentos dichos españoles con lo arriba dicho, tienen tan oprimidos a los pobres naturales que fuera de pagar tan crecidos tributos anualmente los precisan a que personalmente ocurran a mitar en los minerales de Potosí y Guancavelica todos los años sobre diez mil indios a cada uno de estos minerales, que resultan que estos miserables no gozan de la vida, de sus hijos y de sus haciendas ni ganados, porque violentados se ven precisados a dejarlo todo y muriendo los más en tan rígidos destemples, quedan los hijos huérfanos, las miserables mujeres viudas, sus ganados perdidos, las casas desamparadas y los pueblos destruidos.

”A que se agrega que pasado a estas nuestras tierras de tal modo los grupos sin más que sus cuerpos, unos usurpan de tal modo que nos chupan la sangre, dejándonos tan desustanciados que sólo nos queda la coca para quejarnos, siendo entre ellos más honrados el que más roba y más tiranías ejecuta; y como el recurso se ve tan lejos y las Audiencias superiores que debían amparar al desvalido no sólo no lo hacen, sino que antes favorecen la sinrazón por sus intereses, gime [y] llora el pobre sin recursos ni remedio humano.”

La Huancavelica que menciona es una ciudad y un departamento de los Andes centrales peruanos, en cuyas cercanías se encontraba el principal yacimiento de azogue (mercurio), utilizado para el refinado del mineral de plata que se extraía de Potosí. Las minas del cerro Vilca  o, mejor dicho, sus contratistas se cobraron tantas o más víctimas que las del Cerro Rico de Potosí, por la insalubridad de la extracción del mercurio y los frecuentes derrumbes, que para el siglo XVIII hicieron casi imposible seguir la explotación. Al igual que Potosí, a cuya economía estaba estrechamente ligada, Huancavelica fue una ciudad “esplendorosa” para los ricos españoles y criollos, y sinónimo de muerte y miseria para los miles de mitayos que eran enviados a sus túneles y socavones.

Y al modo de otros manifiestos que con el tiempo se harían más famosos, Bélez, tras exponer los agravios, plantea medidas para ponerles remedio. En primer término, propone un gobierno donde criollos e indios vivan en concordia y les promete a los criollos españoles “emplearlos en las conveniencias del reino según se mostraren fieles, y a los caciques honrarlos como es de razón por los señores de la tierra, adelantándolos en conveniencias, librando a los naturales de tributos y mitas para que gocen en quietud lo que Dios les dio y se alcen con lo que tienen recibido de repartimientos de los corregidores, cuyo nombre tirano se procurará borrar de nuestra república”.

Y concluye, para no echarse encima el anatema de la Inquisición: “Y así, señores criollos y hermanos, y queridos caciques y mis amados naturales, manos a la obra, que de parte tenemos la justicia a favor de Dios Nuestro Señor que nos ha de amparar en tan justa demanda, protestando a todos y cada uno de por sí que nunca es ni será mi intención oponerme a la Santísima Ley de Nuestro Jesucristo, ni apartarme, ni permitir se aparte ninguno del gremio de la Santa Iglesia, antes sí procurar cuanto fuere de mi parte el aumento de ella, no permitiendo se profanen los templos de Dios ni las casas sagradas, antes sí venerarlas como ellas merecen y los cristianos tenemos obligación, siendo mi única intención restablecer el Gran Imperio y Monarquía de nuestros reyes antiguos”.1

Tras ser delatado, Bélez fue detenido y, con la celeridad selectiva de la justicia inquisitorial española, condenado a la horca, según dijo el pregonero por “haber intentado coronarse rey y abonar esta maldad y traición”.2

Referencias:

1 Citado por Boleslao Lewin, La rebelión de Túpac Amaru y los orígenes de la emancipación americana, Buenos Aires, Hachette, 1957, pág. 118.
2 Marcos Beltrán Ávila, Capítulos de Historia Colonial de Oruro, Oruro, s/e, 1925.