La política en los 70


Autor: Felipe Pigna

En mayo de 1969, mientras la dictadura de Juan Carlos Onganía intentaba dar una imagen de orden y disciplina social, comenzaron a evidenciarse síntomas de un descontento que venía creciendo entre distintos sectores de la población debido al cierre de los canales de participación política y a la política educativa, social y económica del gobierno.

El 15 de mayo la policía reprimió violentamente una manifestación de protesta en Corrientes. Allí murió el estudiante de medicina Juan José Cabral. Dos días después, en Rosario estudiantes que se movilizaban para repudiar el crimen de Cabral fueron enfrentados por la policía. Uno de los uniformados, el oficial Juan Agustín Lezcano, extrajo su arma y asesinó al estudiante Adolfo Bello, de 22 años. El hecho produjo la indignación de los rosarinos que se manifestaron masivamente en una «marcha del silencio». El 21 de mayo la policía volvió a reprimir y a cobrarse una nueva víctima, el aprendiz metalúrgico Luis Norberto Blanco, de 15 años. La situación se agravó y las calles de Rosario fueron ocupadas por obreros y estudiantes que, para contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos, levantaron barricadas y encendieron fogatas alimentadas con mesas, sillas, cajones, cartones y papeles arrojados por los vecinos desde sus balcones para colaborar con los manifestantes. Era el Rosariazo, el primer estallido de una larga lista que expresaba el descontento popular con la dictadura de Onganía, quien decretó la ocupación militar de Rosario y varios puntos de la provincia de Santa Fe.

Estas noticias tuvieron gran repercusión en Córdoba, donde existía una estrecha relación entre los estudiantes y los obreros de las grandes fábricas instaladas en el cordón industrial, ya que muchos trabajadores estudiaban en la Universidad de Córdoba. Este hecho, sumado a la constitución de un movimiento obrero muy combativo, surgido con posterioridad al peronismo, al calor de las corrientes de ideas revolucionarias de los años 60, llevaron a que el proceso de politización creciera notablemente tanto en las fábricas como en las facultades.

A la indignación por los graves hechos de Corrientes y Rosario, se sumó en Córdoba el descontento provocado por la decisión del gobierno provincial de suprimir el «sábado inglés» (trabajar sólo medio día los sábados), lo que implicaba en los hechos una rebaja salarial porque no se pagaban las horas extras.

Los trabajadores en la CGT de Córdoba, liderada por Elpidio Torres, de la industria automotriz, nucleados en la SMATA, liderados por René Salamanca y los de Luz Y Fuerza, conducidos por Agustín Tosco, convocaron a un paro activo con movilización por 36 horas a partir de las 10 de la mañana del 29 de mayo, en coincidencia con la celebración del día del Ejército. Inmediatamente los estudiantes adhirieron a la medida de fuerza.

Por la mañana del 29 ya podían verse las grandes columnas de obreros y estudiantes que se fueron acercando al centro de Córdoba. La represión policial se cobró la primera víctima, el obrero Máximo Mena. Este hecho aumentó la indignación de los huelguistas, que formaron barricadas y desbordaron la represión de la policía, que debió retirarse perseguida por los manifestantes. La ciudad fue controlada por ellos durante unas 20 horas, en las que se produjeron incendios y roturas de vidrieras de las principales empresas multinacionales instaladas en Córdoba y de reparticiones oficiales. Finalmente el gobierno encargó la represión al Tercer Cuerpo de Ejército, que después de algunas horas y varios enfrentamientos, logró controlar la situación. El saldo fue de 20 manifestantes muertos y cientos de detenidos, entre ellos los líderes sindicales Agustín Tosco y Elpidio Torres. El ex presidente Frondizi declaró: «La violencia popular es la respuesta a la violencia que procede de arriba».

Desde los hechos de Córdoba, el Ejército a través de su jefe, el general Alejandro Agustín Lanusse, venía presionando a Onganía para que compartiera las decisiones políticas con las Fuerzas Armadas y tomara conciencia de la gravedad de la situación nacional, en la que ya no cabía su proyecto de una dictadura autoritaria y paternalista sin plazos, que tomaba como modelo al régimen instaurado por Franco en España.

En ese contexto comenzaron a formarse en la Argentina los primeros grupos guerrilleros, que eran la expresión local de un fenómeno continental. La Revolución Cubana obró como un poderoso imán sobre ciertos sectores de la juventud latinoamericana, que la tomaron como modelo y trasladaron la metodología de la guerrilla rural utilizada en Cuba a los diversos países de la región.

En la Argentina, antes de 1968, se produjeron algunos intentos guerrilleros, que no tuvieron mayor relevancia, básicamente en el ámbito rural. Pero a partir de la llegada de Onganía al poder, los nuevos grupos dejaron el campo para trasladar su accionar a las ciudades.

La guerrilla argentina tuvo dos vertientes: el peronismo y el marxismo. Entre las primeras actuaron tres grupos principales: las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), Descamisados y Montoneros. Esta última organización sería la más importante y terminaría incluyendo en su seno a todas las expresiones de la guerrilla peronista, desprendimientos de grupos marxistas y a las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) una organización que se había originado en fracciones de partidos de izquierda, especialmente el Partido Comunista y el Partido Socialista de Vanguardia, para integrarse con grupos provenientes de la Juventud Peronista. Por el contrario, el núcleo fundador de Montoneros, provenía de grupos de la extrema derecha católica, y fue evolucionando junto con algunos sectores de la Iglesia, conocidos como sacerdotes del Tercer Mundo, hacia posiciones más progresistas hasta situarse a comienzos de los 70 a la izquierda del peronismo.

Sus intenciones eran lograr el regreso de Perón y a partir de entonces concretar «la revolución socialista». Eran conscientes de que ésta no era la línea mas difundida dentro del Movimiento Justicialista y por ello, en esta primera etapa, se encargaron de mostrar su fuerza asesinando a dirigentes sindicales, golpeando al ejército y pretendiendo ser una «alternativa de poder». «En realidad”, señala el historiador R, Gillespie en su libro Montoneros Soldados de Perón, “los Montoneros eran muy útiles a la estrategia de Perón de golpear y negociar y ayudaban a fortalecer su imagen de enemigo de la dictadura, útil para la campaña electoral. De ahí los telegramas y las cartas de felicitación ante cada acción montonera. Una vez en el poder, distintas serían las cosas».

Uno de los primeros operativos de los Montoneros fue el secuestro, «juicio revolucionario» y posterior asesinato del ex-presidente general Eugenio Pedro Aramburu, concretado el 29 de mayo de 1970, en el primer aniversario del Cordobazo. El hecho conmovió y dividió a la opinión pública, mientras muchos peronistas se alegraban por lo que consideraban un acto de justicia, otros tantos peronistas contrarios a la violencia y los antiperonistas, repudiaron el hecho.

Perón declaró desde Madrid: «La vía de la lucha armada es imprescindible. Cada vez que los muchachos dan un golpe, patean para nuestro lado la mesa de negociaciones y fortalecen la posición de los que buscan una salida electoral limpia y clara. Sin los guerrilleros del Vietcong, atacando sin descanso en la selva, la delegación vietnamita en París tendría que hacer las valijas y volverse a su casa”.

Por el lado del marxismo el grupo más importante sería el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), brazo armado del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Esta agrupación, liderada por Mario Roberto Santucho, nació en 1965. En un congreso partidario desarrollado en 1970, el PRT decidió crear su brazo armado: el ERP e iniciar la lucha armada.

Todas estas organizaciones tenían una convicción común: para ellas, la violencia era un instrumento legítimo para la toma del poder. Sus militantes provenían, en gran número, del estudiantado de clase media y alta. Se encontraban desencantados con la izquierda tradicional y con la imposibilidad de actuar políticamente a causa de la veda política decretada por el gobierno militar.

Ambas vertientes de la guerrilla tenían similitudes en su accionar y en la elección de sus víctimas, generalmente empresarios o miembros de las fuerzas de seguridad. Habitualmente operaban en comandos integrados por hombres y mujeres que realizaban copamientos de localidades como Garín, en la provincia de Buenos Aires, y La Calera, en Córdoba, asaltos a bancos, secuestros a empresarios para obtener fondos, robo a camiones de leche y su posterior reparto en barrios populares y lo que ellos llamaban «ajusticiamientos», es decir el asesinato de algún dirigente sindical o algún jefe militar.

El secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, llevado a cabo por los Montoneros, y la incapacidad del gobierno para esclarecer el hecho fueron el detonante para un nuevo golpe interno, producido en junio de 1970. El general Lanusse, líder indiscutido del Ejército, optó por permanecer en segundo plano y preservar su figura e impulsó el reemplazo en la presidencia de Onganía por el general Roberto Marcelo Levingston, que cumplía funciones como agregado militar en Washington.

El general Levingston pretendió constituir un movimiento político propio y tomar distancia del general Lanusse. Durante su breve presidencia se incrementaron las protestas populares y la actividad guerrillera. El ERP secuestró a distintos empresarios y los montoneros coparon pueblos de Buenos Aires y Córdoba por algunas horas. Los dos grupos guerrilleros asaltaban comisarías y bancos en busca de armas y dinero y se tornaban cada día más poderosos. Perón desde Madrid alentaba la actividad guerrillera y hablaba del Socialismo Nacional como la solución para los problemas argentinos mientras que, para frenar los intentos políticos de Levingston tendientes a frenar todo intento democratizador, alcanzó un acuerdo conocido como «La Hora del Pueblo» con las principales fuerzas políticas, entre ellas el radicalismo. Los firmantes se comprometían a luchar por un proceso electoral limpio y a respetar los principios democráticos.

En lo económico, Levingston trató de dictar medidas de corte nacionalista que desviaran la atención sobre la cada vez más importante presencia de las multinacionales y los inversores extranjeros. Convocó para ocupar la cartera de economía a Aldo Ferrer, un economista progresista. En ese contexto promovió la «Ley de compre argentino» que intentaba dar a las industrias nacionales gran parte del mercado interno. La nueva apolítica marcaba una ruptura con la línea económica liberal impuesta por Adalberto Krieger Vasena.

Pero la opinión pública mantenía su escepticismo frente a estos cambios. Levingston no logró con su política «populista» conquistar la adhesión de los gremios peronistas y de los partidos volcados a la lucha por la apertura política y perdió, además, el apoyo decisivo de los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros, que no veían con buenos ojos esta vuelta al nacionalismo económico.

En febrero de 1971, el gobernador de Córdoba, Camilo Uriburu declaró que aspiraba a terminar con la oposición estudiantil y gremial que había llevado adelante el Cordobazo a la que comparó con una víbora venenosa. Uriburu le «pedía a Dios que le depare el honor histórico de cortar de un solo tajo la cabeza de esa víbora». A los pocos días el país se sacudió con un segundo Cordobazo, llamado por sus protagonistas «Viborazo». El Vivorazo pondrá fin a la breve gestión de Levingston y a su delirio de crear un movimiento político sin tener en cuenta la opinión del pueblo.

El 26 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia en un clima político totalmente desfavorable. La violencia guerrillera crecía, el descontento popular también, Perón sumaba día a día más adictos, y la continuidad del gobierno militar se tornaba muy difícil de sostener. Lanusse evaluó correctamente que el principio de solución a los múltiples conflictos pasaba por terminar con la proscripción del peronismo y decretar una apertura política que permitiera una transición hacia la democracia. En este contexto nombró en el ministerio del interior a Arturo Mor Roig, de reconocida militancia radical, propuso un Gran Acuerdo Nacional (GAN) entre los argentinos y anunció la convocatoria a elecciones nacionales sin proscripciones para el 11 de marzo de 1973. A los partidos políticos se les restituyeron sus locales, cerrados desde el golpe de Onganía, y se los proveyó de fondos para que pudieran desarrollar sus actividades proselitistas.

El gobierno entabló conversaciones con Perón en el marco de las cuales, el 3 de septiembre de 1971, le fue devuelto el cadáver de su esposa Eva Perón, que había sido secuestrado del edificio de la CGT por un comando de la Marina en noviembre de 1955.

Lanusse se esforzó por preservar la unidad de las Fuerzas Armadas mientras administraba la transición a un gobierno civil.

El 22 de agosto de 1972, dieciséis guerrilleros fueron fusilados en una base de la marina en Trelew tras un intento de fuga. El hecho conmovió a la opinión pública y acrecentó el clima de violencia que vivía el país. El jefe de la aviación naval y futuro director del campo de concentración de la ESMA, contralmirante Horacio Mayorga, declaró: «Los hechos ocurridos en Trelew han despertado dos actitudes en la gente que nos rodea. Unos pretenden acusar a la Armada de haber provocado una masacre intencional. Los otros, ante el hecho consumado, lo justifican y hasta lo aplauden, dada la peligrosidad de los presos. Ni unos ni otros tienen razón. La Armada no asesina. No lo hizo jamás, no lo hará nunca”.

El 17 de noviembre de 1972 Perón pudo volver tras 17 años de exilio. El Ejército impidió a sus partidarios acercarse a Ezeiza. Miles de jóvenes peronistas coparon la calle Gaspar Campos en Vicente López, donde se alojó el viejo líder. A poco de llegar, Perón designó como candidato a la presidencia a Héctor J. Cámpora, su delegado personal, y a Vicente Solano Lima, un dirigente conservador, para ocupar la vicepresidencia.

El radicalismo en elecciones internas, eligió la fórmula Ricardo Balbín-Eduardo Gamond.

El país se preparaba para volver a la democracia.

El 11 de marzo de 1973 se realizaron las primeras elecciones sin proscripciones desde la caída del peronismo. Triunfó el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), que había sido avalado por Perón, con la fórmula Héctor J. Cámpora – Vicente Solano Lima, que obtuvo más del 49% de los votos. El peronismo ya no era el movimiento monolítico del período 1945-55. Convivían en su interior conflictivamente, distintos sectores, en algunos casos de ideología opuesta, y todos ellos parecían contar con el aval de Perón. Durante los 18 años de proscripción, fueron muchas las incorporaciones al movimiento, que desde la derecha y también desde la izquierda, se habían sumado al aparato tradicional.

El 25 de mayo asumió la presidencia el Dr. Cámpora, conocido como «el Tío», elegido por Perón debido a que se trataba de uno de sus hombres más leales. Este dentista de la provincia de Buenos Aires había sido el último delegado personal de Perón durante su exilio. En la ceremonia de asunción del mando, se encontraban presentes los presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende y de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado. La Juventud Peronista (JP) se adueñó del acto e impidió a los militares realizar el desfile tradicional, mientras coreaban «Se van, se van, y nunca volverán», creyendo que nunca más se produciría un golpe de Estado en la Argentina.

Esa misma noche, los presos políticos, en su mayoría integrantes de grupos guerrilleros, se vieron beneficiados por una amplia Ley de Amnistía, reclamada por los manifestantes que, desde la Plaza de Mayo, se trasladaron hasta la cárcel de Villa Devoto, donde comenzaron a ser liberados los detenidos.

El gobernador de La Rioja, Carlos Menem, declaró: La Revolución del 25 de mayo de 1973 tiene su sentido más profundo en la defensa que harán de ella la Juventud, las FAR y los Montoneros. Hay aún muchos conservadores en el Movimiento y en el gobierno nacional, y ésta es una lucha a muerte.»

La composición del nuevo gobierno era un fiel reflejo de las diferentes tendencias del peronismo y preanunciaba inevitables enfrentamientos. Convivían en el gabinete, en el Congreso o en las gobernaciones, funcionarios de izquierda y de derecha. Se destacaba el ultraderechista José López Rega, secretario privado de Perón y ministro de Bienestar Social, quien parecía tener intereses propios y se presentaba como el intermediario entre Perón y sus diferentes interlocutores.

A la hora de gobernar se hicieron evidentes las contradicciones de los nuevos funcionarios. La discusión pasaba por planteos tan profundos como la distribución de la riqueza y hasta la permanencia o no dentro del sistema económico capitalista. Mientras los jóvenes ligados a los Montoneros se hacían eco de la promesa del propio Perón de instaurar un «Socialismo Nacional», los sectores mayoritarios del movimiento, vinculados a los poderosos sindicatos y al aparato partidario, recordaban que el líder hablaba de comunidad organizada y de acuerdo social.

Perón seguía en España y su presencia en Argentina se hacía imprescindible para poner orden en su movimiento y cumplir con la que había sido la consigna electoral «Cámpora al gobierno, Perón al poder».

El 20 de junio de 1973 fue la fecha elegida para el retorno de Perón. Acompañado por artistas, políticos, sindicalistas, deportistas y hasta el propio presidente Cámpora y el ministro, López Rega, el viejo líder viajó desde Madrid en un avión especialmente preparado para la ocasión.

En los bosques de Ezeiza, a la altura del puente 12 sobre la autopista Riccheri, se había preparado el palco y una multitud de alrededor de dos millones de personas aguardaban la llegada de Perón, quien dirigiría un discurso a la concurrencia. El lugar estaba custodiado por el coronel retirado Jorge Manuel Osinde, perteneciente a la derecha del peronismo, junto con un grupo fuertemente armado que tenía la orden de reservar los sectores más cercanos al palco a los grupos más tradicionales del justicialismo e impedir el acercamiento de la izquierda peronista. Cuando las columnas de FAR y Montoneros intentaron ingresar en las primeras horas de la tarde, fueron sorpresivamente atacados a tiros desde el palco por los hombres de Osinde. Se produjeron 13 muertos y 365 heridos.

Ante la falta de seguridad, Perón decidió aterrizar en la base aérea militar de Morón y se dirigió por la noche al país por la cadena de radio y televisión. En su discurso evitó referirse a los incidentes. Dijo «para un argentino no hay nada mejor que otro argentino», parafraseando su famosa frase «para un peronista no hay nada mejor que otro peronista», intentando de este modo unir a su movimiento y a todo el país.

Pocos días después, el 13 de julio de 1973, el presidente Héctor J. Cámpora y el vicepresidente Solano Lima fueron forzados a renunciar por los sectores tradicionales del peronismo con el consentimiento de Perón. Luego de varias negociaciones, fue designado como primer mandatario interino, Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega. Comenzaba una nueva etapa en la historia argentina en la que el sueño de la patria socialista, prometida por Perón y anhelada por los sectores juveniles del movimiento se tornaría cada vez más inalcanzable.