La pluma de Monteagudo


La Gaceta de Buenos Aires, enero de 1812.

El 28 de enero de 1825 moría apuñalado en Lima Bernardo de Monteagudo. Este patriota de la independencia americana inició su carrera política participando en la revolución de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809. Luego formó parte de la expedición al Alto Perú y de la expedición libertadora del Perú, a las órdenes del general José de San Martín. Fue uno de los primeros periodistas de la Revolución de Mayo. En 1812 fundó Mártir o Libre. En enero de ese mismo año, desde las páginas de La Gaceta de Buenos Aires, escribía las siguientes líneas.

Observación

Un pueblo que repentinamente pasa de la servidumbre a la LIBERTAD está en un próximo peligro de precipitarse en la anarquía y retrogradar a la esclavitud. El placer embriagante que recibe de un nuevo objeto, que determina su admiración, le expone a abusar de una ventaja cuya medida ignora, porque jamás ha poseído. El necesita que los peligros pongan freno a sus deseos exaltados, antes que su felicidad lo haga desgraciado, si en sus mismas alteraciones no le indica los medios de hacerse inalterable. El imperio de las pasiones sobre el corazón del hombre es demasiado lánguido cuando el peso de sus desgracias lo abruma: pero cuando la prosperidad lo dilata, y el placer lo anima, suelta entonces la brida a sus caprichos y debilidades. La América ha convertido su llanto en risa de un momento a otro, y a la humillación en que vivía se ha sucedido la independencia en que debe morir: pero aún le falta la sanción del tiempo, y es preciso confesar que entretanto influirán más las pasiones sorprendidas por este nuevo espectáculo, que la razón misma guiada por el impulso del orden. En esta precisa lid los peligros deben mirarse como un don del cielo, y yo sostengo que nuestra conservación pende de los grandes riesgos que nos rodean. Si ellos desapareciesen repentinamente de las costas del Uruguay, y de las escarpadas montañas del Perú, ¿quién duda que entonces las rivalidades, las disidencias, los odios, la, ambición y todas las pasiones, renovarían una guerra interior más funesta a la LIBERTAD, que todas las armas de los tiranos? Al abrigo de una calma exterior se suscitarían mil borrascas interiores, se animarían los celos, y ya cada uno seguro de las actuales amenazas, sólo se esforzaría a ganar partido para prevalerse después de él, y usurpar los derechos del pueblo, como lo intentarían muchos hipócritas a quienes ya conocemos, por más que se justifiquen y procuren profanar la virtud de los buenos para disfrazar sus crímenes. Por estas razones yo quiero que los escollos se amontonen delante de nosotros, quiero que nuestra cerviz esté siempre amenazada del yugo opresor, quiero ver siempre en conflictos a los que se jactan de patriotas, y quiero que alguna vez lleguemos al mismo borde del precipicio, para conocer entonces la energía de que son capaces. Observo mucho tiempo ha, que sólo cuando amenaza un peligro, se conmueven los resortes de nuestra energía, se obra con rapidez, y se proyecta con calor; pero luego que pasa el conflicto vuelve la languidez y la indiferencia; y la unión que empezaba a conciliarse a vista del riesgo, se disipa lejos de él. Yo espero que llegará un momento en que se consolide la LIBERTAD, en que se afiance la uniformidad de sentimientos, en que las pasiones enmudezcan, y éste será un gran riesgo en que la patria se estremezca y tiemble al ver su destino vacilante: pero también espero que entonces la energía hará una explosión violenta y forzará a los tiranos a doblar su trémula rodilla delante de la majestad del pueblo.

Buenos Aires 23 Enero 1812

Cuando yo veo que en la capital de Lima, en ese pueblo de esclavos, en ese asilo de los déspotas, en ese teatro de la afeminación y blandura, en esa metrópoli del imperio del egoísmo, consiguió el visir Abascal levantar un cuerpo cívico bajo el nombre de la concordia, compuesto de 1500 hombres de la clase media, uniformados y armados a sus expensas, juzgo que Buenos Aires se degradaría hasta el extremo, sino imitase con doble esfuerzo este interesante ejemplo. La urgencia es mayor, y la obligación no puede ser más sagrada. El ejército de la república debe salir al campo de Marte, bien sea a ensayar el vigor de sus brazos, o a batir las falanges orgullosas que vengan a insultar nuestro pabellón: la capital debe quedar con fuerzas interiores para mantener la tranquilidad en su recinto y apoyar el decoro del gobierno: estos dos grandes objetos no pueden conciliarse sin la acelerada organización de la legión cívica que ya se ha promovido: cada momento de demora enfría el ardor de la empresa, y retarda nuestros progresos. El pueblo libre de Buenos Aires ¿no será capaz de la energía que mostraron los esclavos de Lima, cuando Abascal en los conflictos de desprenderse de sus tropas veteranas y provinciales, abrazó aquel arbitrio para asegurar su existencia, amenazada entonces por el espíritu de LIBERTAD, que empezaba a difundir el autor del Diario secreto y sus muchos prosélitos? No lo creo, antes espero que todos los que se consideran dignos de ser ciudadanos, serán desde hoy soldados, y correrán a tomar la divisa del valor entrando en competencia con los aguerridos orientales y demás campeones que se han señalado en nuestra historia. Argentinos: la LIBERTAD no se consigue sino con grandes y continuos sacrificios: las voces y clamores de una multitud acalorada no han hecho independiente a ningún pueblo: las obras, la energía, la energía y el entusiasmo son los que han llenado los anales de la LIBERTAD triunfante. Tomad las armas, o id a buscar los grillos en un tranquilo calabozo.

A los pueblos interiores

Cuando en el número 12 interesé a los ciudadanos ilustrados, para que consagrasen sus desvelos a los intereses de la patria, borrando con su influencia las impresiones del vicio y el error; creí que el eco de mi voz penetraría hasta lo interior de esas provincias, convenciendo a sus habitantes de la obligación en que están de propagar sus luces, su energía y esfuerzos para auxiliar los de esta capital. No ignoro que en el interior hay hombres capaces de llenar este sagrado objeto, y sus reflexiones serían muy interesantes, aun cuando no se contrajesen más que a indicar los recursos, que en cada pueblo pueden apurarse para fomentar el espíritu público; interés el más urgente a que debemos contraernos en estos días de conflicto. No quiero que por esto se prescinda enteramente de los arbitrios que conducen al fomento de la industria, comercio y agricultura, de cuyos progresos pende la opulencia de un estado, que empieza a desenvolver el embrión de sus facultades: pero sí sostengo, que nuestro principal objeto debe ser formar el espíritu público con cuyo auxilio triunfaremos fácilmente de las dificultades, hasta hollar los mayores peligros. Calculemos con exactitud nuestros intereses: la América, atendidas sus ventajas naturales, está en actitud de elevarse con rapidez al mayor grado de prosperidad, luego que se consolide su deseada independencia: hasta tanto, querer entrar en combinaciones de detalle y planes particulares de felicidad, sería poner trabas y embarazos al principal objeto, sin progresar en éste ni en aquellos. Cuando un pueblo desea salir de la servidumbre, no debe pensar sino en ser libre: si antes de serlo quiere ya gozar los frutos de la libertad es como un insensato labrador que quiere cosechar, sin haber sembrado. Foméntese el espíritu público y entonces será fácil subir por el tronco hasta la copa del árbol santo de nuestra salud: pero mientras ese fuego sagrado no inflame a todas las almas capaces de sentir, yo veo pendiente sobre nuestra cabeza la espada de los tiranos y próximos a unirse de nuevo los eslabones de esa ronca cadena que acabamos de tronchar. Americanos: ¿cuándo os veré correr con la tea de la LIBERTAD en la mano, a comunicar el incendio de vuestros corazones a los fríos y lánguidos que confunden la pusilanimidad con la prudencia, la frialdad con la moderación, la lentitud con la dignidad y el decoro, y lo que es más, el saludable entusiasmo de los verdaderos republicanos con el delirio, la ligereza o poca madurez en los juicios? Pueblos: ¿cuándo seréis tan entusiastas por vuestra independencia, como habéis sido fanáticos por la esclavitud? Habitantes de los últimos ángulos del continente austral: la LIBERTAD de la patria está en peligro; tomad, tomad el puñal en la mano antes de acabar de leer este período si posible es, y corred, corred a exterminar a los tiranos; y antes que su sangre acabe de humear, presentadla en holocausto a las mismas víctimas que ellos han inmolado desde el descubrimiento de la América. Ciudadanos ilustrados: fomentad este furor virtuoso contra los agresores de nuestros derechos: perezcamos todos, antes de verlos triunfar: vamos a descansar en los sepulcros, antes que ser espectadores de la desolación de la patria. Si ellos sobreviven a nuestro dolor, que no encuentren sino ruinas, tumbas, desiertos solitarios, en lugar de las ciudades que habitamos: que enarbolen su pabellón sobre esos mudos y expresivos monumentos de nuestro odio eterno a la esclavitud. Firmeza y coraje, mis caros compatriotas: vamos a ser independientes o morir como héroes, imitando a los Guatimozines y Atahualpas.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar