“La ciencia no tiene patria, pero el hombre de ciencia la tiene”, por Bernardo Houssay


Fuente: Andrés O. M. Stoppani, Bernardo A. Houssay y su tiempo, Anales de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos, Buenos Aires, 2000, págs. 19-20.

El hecho de que usted abandone su país para volver a los Estados Unidos significa una pérdida grande para nosotros y una ganancia simple para los Estados Unidos, pues ese país dispone de muchos hombres bien adiestrados. Usted ha sido formado con solicitud paterna por sus maestros, quienes experimentarán ahora con certeza un choque semejante al que se sufre cuando un hijo va a la guerra o está enfermo de gravedad.

Usted habrá oído hablar de la lucha terrible que debió y debe llevarse a cabo para desarrollar la ciencia en la Argentina. Antes, todo era muchísimo más difícil que ahora y sin embargo, luchando se consiguió lo que existe y lo que se hace para nuestro porvenir.

Para nuestra Asociación (la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia) su idea es un contraste, pues nosotros no enviamos a los becarios para su simple progreso personal, sino para que a su vuelta propulsen en nuestro país el adelanto científico en el campo de la investigación y la docencia y para que formen escuelas o núcleos de trabajo. En este terreno es bien visible que usted no ha podido aún cumplir con lo que esperaba la Asociación y la Facultad, la cual ha hecho para usted algo excepcional aunque justo, o sea concederle un sueldo durante su licencia en el extranjero.

Es indudable que nuestras facultades están obligadas a organizar la investigación científica y a mantenerla, y es cierto que aún no comprenden debidamente su deber en el mundo moderno.  Pero ya hay en ellas profesores full time y en principio se ha resuelto establecerlo para los asistentes y se comienza a llevarlo a cabo.

El único argumento que no puede discutírsele a usted es que tiene derecho a mejorar su situación económica. Comprendo sus dudas como jefe de familia, pues tuve el mismo caso. Cuando me casé ganaba 980 pesos y debía mis muebles; con ese sueldo sostuve a mi casa, mi esposa, mi madre, 3 hermanas y 1 sobrina; éramos 7. Mi esposa decidió que debíamos mantener además la suscripción a las principales revistas de Fisiología y me estimuló a que en ningún caso abandonara la carrera exclusiva de la investigación, y a que no dejara de luchar por el adelanto de mi país.

La ciencia no tiene patria, pero el hombre de ciencia la tiene. Por mi parte no acepté posiciones de profesor en los Estados Unidos y no pienso dejar a mi país, porque aspiro a luchar para contribuir a que llegue alguna vez a ser una potencia científica de primera clase.

Ojalá que usted vuelva y halle las posibilidades que merece, siempre que su espíritu conserve el fervor por la ciencia y por su país, el optimismo y el entusiasmo necesarios, pues sin ellos se va a la burocracia técnica corriente en nuestras facultades.

No hay derecho a explotar el sacrificio de los hombres de ciencia, ni a pedirles un heroísmo extrahumano, ni a que sacrifiquen a su hogar y a sus futuros hijos. Nadie puede criticar ni aún discutir su derecho de variar de rumbo. Pero al perderlo a usted, aunque sea transitoriamente, es un terrible dolor para sus padres espirituales y los que luchan por llevar a la ciencia en nuestro país a un nivel decoroso y necesario para esclarecer las mentes, dar bienestar a los habitantes y vigorizar a la potencia nacional.

Le deseo el mayor éxito en su carrera. Ojalá que usted haya acertado y que pueda volver pronto, hallar las satisfacciones personales a que aspira y a la vez servir a su patria.

Mis respetos a su señora y reciba un amistoso saludo de B. A. Houssay