La agonía del imperio español y los levantamientos del 2 de mayo


Fuente: Felipe Pigna, adaptación para El Historiador de 1810. La otra historia de nuestra Revolución fundadora, Buenos Aires, Planeta, 2010, págs. 235-242.

Fernando, a quien le tocaría en suerte ser séptimo, era el noveno hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma. En 1789 las Cortes lo reconocieron como “príncipe de Asturias”, lo que equivalía a designarlo heredero al trono. Los festejos de coronación se vieron “un tanto” empañados por las noticias que llegaban de París que daban cuenta de que el “populacho” se había adueñado de las calles y amenazaba con tomar el poder en lo que lo que pasaría a la historia como la Revolución francesa.

Uno de los favoritos del rey Carlos, el cura Juan Escóiquiz, comenzó a entusiasmar a Fernando, que había quedado viudo en 1807 a los 23 años, con la idea de casarse con una princesa de la familia Bonaparte y conspirar para desplazar a su padre y ocupar el trono. En unas cartas dadas a conocer más tarde por Napoleón, el príncipe de Asturias le decía al emperador que “su mayor deseo era ser hijo adoptivo de S. M. el emperador, nuestro soberano. Yo me creo merecedor de esta adopción que verdaderamente haría la felicidad de mi vida, tanto por mi amor y afecto a la sagrada persona de S. M., como por mi sumisión y entera obediencia a sus intenciones y deseos”. 1

Carlos IV tenía todo el tiempo libre, su principal actividad era la caza, como le confesará un tiempo después a Napoleón: “Todos los días, independientemente del tiempo, después del desayuno y después de haber oído misa me iba a cazar, e inmediatamente después de comer volvía otra vez, hasta el atardecer. Por la noche Manuel [Godoy] me contaba si los asuntos iban bien o mal, luego me iba a dormir”. 2

La tarde del 28 de octubre de 1807, cuando volvía de su segundo turno de caza, el rey entró por indicación de Godoy a las habitaciones de Fernando con la excusa de regalarle una colección de las poesías escritas para festejar los triunfos de los españoles sobre los ingleses, en la ciudad de Buenos Aires. Ante la sorpresa de Fernando, ya que ninguno de los dos era precisamente un amante de la poesía, Carlos aprovechó la visita para llevarse los papeles privados de su hijo, en los que había evidencia del complot que incluía su derrocamiento y la expulsión de Manuel Godoy, el hacedor de la política de la corte. Con la ayuda de sus colaboradores, el rey pudo desbaratar el plan. La cosa no quedó ahí: don Carlos informó al pueblo de la conspiración de su hijo y se inició el llamado proceso de El Escorial.

Inicialmente, Fernando fue declarado culpable y detenido en el célebre palacio, pero terminó absuelto luego de escribir esta esquela, no precisamente una obra maestra heredera del Siglo de Oro: “Señor: papá mío. He delinquido, he faltado a Vuestra Majestad como rey y como padre”.

Lo increíble es que a pesar de la evidente traición, la imagen de Fernando se agigantó y todo quedó en una maniobra palaciega pergeñada por el favorito del rey y sobre todo de la reina. Napoleón había recibido el siguiente informe de su embajador en Madrid: “En España el pueblo llano tiene un gusto pésimo y se distrae sobre todo con procesiones, corridas de toros y el amor, en su acepción más brutal. La burguesía está descontenta y sufre las consecuencias de la pobreza general. El clero es ignorante, y el noble se muere de hambre en una tierra que sólo se cultiva a medias. El rey es un imbécil, la reina, una cualquiera, el heredero es un cobarde y el favorito, un hombre odiado por todo el mundo. Resumiendo, es un país arruinado. Resulta tan fácil como necesario establecer un nuevo orden”. 3

Napoleón se entusiasmó con la idea y ordenó “cuidar las retaguardias” portuguesas, y así, como quien no quiere la cosa, mandó a sus tropas que fueran ocupando España. Primero fue Burgos, luego Salamanca, Pamplona, San Sebastián y Barcelona. La reacción de la corte española ante la virtual invasión francesa fue pretender imitar a sus primos de Portugal: huir hacia Nueva España (México). Mientras emitía comunicados como este, dirigido a sus súbditos: “Reposad tranquilos: sabed que el ejército de mi caro amigo, el emperador de los franceses, atraviesa mi reino con ideas de paz y amistad”. 4

Pero muchos españoles desconfiaban seriamente de la “amistad” de Bonaparte, y un grupo de militares se sublevó en Aranjuez, una de las residencias reales, entre el 17 y el 18 de marzo de 1808. Exigían la renuncia de Godoy, acusado de complicidad con los franceses. Carlos IV no sólo lo echó sino que decidió abdicar el 19 de marzo, poniéndose bajo la protección de Murat. En Madrid la gente indignada saqueó la casa de Godoy. A Fernando le cayó encima la corona que tanto quería, aunque no era el momento indicado.

Bonaparte ordenó a Murat que no reconociera ni a Fernando ni a Carlos y Murat obró por su cuenta entrando en Madrid el 23 de abril.

Murat, que no había respetado las advertencias de su jefe, sólo cumplió con su pedido de citar a toda la familia real y al propio Godoy en Bayona, en la frontera con España. Enterado el pueblo madrileño, se levantó en armas en lo que pasaría a la historia como los sucesos del 2 de mayo de 1808. Pretendían establecer un cerco sobre la capital para impedir la salida de los otros dos posibles herederos, Francisco de Paula y su hermana María Luisa. Murat lanzó una fulminante represión que quedó registrada para siempre en dos célebres obras de Goya: La carga de los mamelucos contra el pueblo y Los fusilamientos de la montaña Príncipe Pío.

Las preocupaciones de Napoleón pasaban por sofocar rápidamente el levantamiento español y evitar el contagio a las colonias americanas, que podrían rápidamente llegar a un acuerdo con su principal enemiga, Gran Bretaña. En esas circunstancias, los Borbones padre e hijo llegaban a Bayona, donde se produjo una histórica zarzuela: Fernando le devolvió la corona a Carlos, quien a su vez abdicó en favor de Napoleón, “cediendo a mi aliado y caro amigo el emperador de los franceses todos mis derechos sobre España e Indias”. En retribución, Bonaparte les asignó a Carlos IV, María Luisa y Godoy la residencia en un castillo en Compiègne. Fernando y su hermano Carlos María Isidro fueron “confinados” al palacio de Valençay, que tenía más de dorado que de jaula, o de “VIP” que de prisión. A toda la familia real, Napoleón le asignó una suculenta renta.

Referencias:

1 Citado por Carlos A. Pueyrredón, 1810La Revolución de Mayo, Peuser, Buenos Aires, 1953, pág. 1420.
2 Citado por Rose Marie y Rainer Hagen, Los secretos de las obras de arte, Taschen, Colonia, 2005.
3 Informe del embajador francés en Madrid, citado por Rose-Marie y Rainer Hagen, op. cit.
4 Citado por Elena Castro Oury, La guerra de la Independencia española, Akal, Madrid, 1995.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar