Jorge Luis Borges sobre la Argentina


El 14 de junio de 1986, moría en Ginebra, Suiza, Jorge Luis Borges, uno de los más destacados poetas, cuentistas y ensayistas del país y del mundo. Entre sus obras figuran: Fervor de Buenos Aires, Inquisiciones, Historia universal de la infamia, Ficciones y El Aleph, entre muchísimas otras. Para recordarlo, reproducimos el prólogo que Borges escribiera para el libro Qué es la Argentina, donde se puede apreciar tanto la hondura de su pensamiento, como el carácter eurocéntrico de sus reflexiones.

Fuente: Borges, Jorge Luis (prologuista), Qué es la Argentina, Buenos Aires, Columna, 1970.

En una página que versa sobre un matrero de Entre Ríos, Calandria, y cuyo estilo condesciende a lo criollo, Groussac ha aventurado la sospecha de que la civilización puede ser una etapa transitoria y apenas episódica de la azarosa evolución del género humano y que éste puede recaer en su antigua barbarie. El desierto invadirá las altas ciudades, el perro volverá a ser lobo, el hombre, un salvaje. Los teólogos afirman que la conservación del universo es una continua creación de la mente divina; nuestro común deber es salvar esa otra creación, la cultura, siempre amenazada y siempre salvada. Para ese fin fundamental no hay instrumento comparable a los libros. Ya Carlyle escribió que la verdadera universidad de nuestro tiempo es una biblioteca, ya Víctor Hugo ha dicho que toda biblioteca es un acto de fe. Son muchas las publicaciones metódicas que se proponen difundir la cultura: en Inglaterra, la Home University Library; en Francia, la colección Que sais-je?; aquí, la serie Esquemas, cuyo centésimo volumen, Qué es la Argentina, tengo el honor de prologar.

Años de generosa amistad me han unido a esta casa. Su fundador, Ramón Columba, me ayudó en tiempos arduos para mí, y para tantos otros argentinos; a esa íntima deuda personal, que perdura y perdurará en mi memoria, quiero agregar la de lo mucho que he aprendido en sus libros.

No sé si la instrucción puede salvarnos, pero no sé de nada mejor. Según es obvio, los nada vanidosos manuales de esta benemérita serie integran una enciclopedia incesante de las artes, de las ciencias y de las letras; pueden estimular vocaciones o despertarlas y son capaces de enseñarnos lo más precioso de que el hombre es capaz: la inquietud de lo impersonal, el noble olvido apasionado y casi divino de las urgencias de lo efímero.

Hablamos de esta ciudad de Buenos Aires y realmente pensamos en unas calles, en unas casas, en unos pocos rostros queridos; hablamos de la República Argentina y realmente pensamos en un mapa o, en el más favorable de los casos, en un indefinido proceso histórico, jalonado de mármoles y de próceres. Para evadirnos de ese laberinto de nieblas, este volumen puede ser nuestra guía; los nombres de quienes colaboran en él –Guillermo Ara, Romualdo Brughetti, Mariano N. Castex, Gustavo F. J. Cirigliano, Augusto R. Cortazar, Alfredo Grassi, Ismael Quiles, Francisco Valsecchi y Juan Adolfo Vázquez- son una prenda suficiente de su imparcialidad, de su probidad y de su eficacia.

Para resolver un problema, es evidente que no huelga fijar precisamente sus términos. La patria es un problema; el presente siempre lo es, ya que comporta un desafío, ya que el Juicio Final –el día más joven, como lo ha llamado Alemania- está perpetuamente ocurriendo. Creo, sin embargo, que tenemos algún derecho a la esperanza. Del más despoblado y perdido de los territorios del poder español, hicimos la primera de las repúblicas latinoamericanas; derrotamos al invasor inglés, al castellano, al brasileño, al paraguayo, al indio y al gaucho, que luego elevaríamos a mito, y llegamos a ser un honesto país de clase media y de sangre europea. Carecemos o casi carecemos (loados sean los números bienhechores) de la fascinación del color local, propicia al turismo. Estas cosas ya Adolfo Bioy Casares las dijo.

Me falta autoridad para juzgar los diversos capítulos de este libro, cuyas disciplinas ignoro. En lo que se refiere a las letras, básteme recordar que hemos creado, a partir del modesto movimiento Bartolomé Hidalgo, un género singular, el gauchesco, que culminaría luego en las páginas de Ascasubi y de Hernández, y que Buenos Aires fue en su momento, con México, una de las capitales del modernismo, que renovó, y siguió renovando, la prosa y la poesía del idioma. Básteme pronunciar los nombres de Sarmiento, de Lugones y, otra vez, de Groussac. Acaso no es ilícito señalar que en una época de alegatos políticos y de crónicas regionales, nuestro país está produciendo obras de libre y pura imaginación.

La historia es un acontecimiento presente, es el tiempo mortal de nuestra substancia, no un frígido y tedioso museo de aniversarios y de láminas. El porvenir será obra de nuestra fe; repito que este libro puede ayudarla.

Jorge Luis Borges
Buenos Aires, 2 de octubre de 1969

Fuente: www.elhistoriador.com.ar