Jorge Antonio


Autor: Felipe Pigna. Revista Noticias, Enero 2004.

¿Cómo conoció a Perón?
En el ’43, pero lo empecé a tratar a partir de 1949. En el ’43 lo había conocido accidentalmente en una reunión social, pero no había tenido mayor trato con él. Yo trabajaba en una empresa llamada Aguirre, Mastro y Compañía, éramos representantes de General Motors y Mercedes Benz. En 1949 lo veo a Perón y le digo que queremos iniciar un proceso de industrialización en el país fabricando camiones, que teníamos proyectada la planta y que yo quería que él recibiera al presidente de la empresa junto con el embajador alemán, que estaban interesados en respaldarme. Vino el representante de la Mercedes, el Barón von Korf; él lo recibió, le dio todo su apoyo moral, y les dijo que en el país podían tener toda clase de seguridades.

¿Cuándo vio por primer vez a Evita?
La primera vez en el ’49. Fuimos a hacer una visita protocolar. Después la traté bastante en el año 51, cuando trajimos una cantidad de automóviles que ella distribuyó entre los taxistas. Hubo una licitación para traer automóviles. Estaba prohibida la importación en ese momento, y se presentaron los importadores normales. Todos pedían poco: 50, 60, 100 el máximo. Nosotros nos presentamos y pedimos 5.000. Nos otorgaron el permiso, pero teníamos que conseguir las divisas, para lo cual salimos a recorrer el mundo y las conseguimos.

¿Y cómo las consiguió?
Ofreciendo participación en las ganancias de las importaciones. El dólar, en esa época, estaba a 14 pesos. Nosotros ofrecíamos 7 pesos más, a 21, y vendíamos los coches a 40. Por supuesto que había que pagar impuestos y flete y un montón de cosas más. De todas maneras era un buen negocio.

¿Y cómo siguió su relación con Perón, más allá de lo estrictamente profesional?
Después de eso se generó una gran relación, ya nosotros trascendimos…nos dedicamos a la exportación de cereales, y tuvimos un gran éxito. Competíamos con las empresas multinacionales: Bunge & Born, Dreyfus y Continental de Granos eran nuestros enemigos. Mejor dicho, yo fui el enemigo de ellos. Nosotros teníamos menos burocracia y dependíamos de nosotros mismos. Estábamos vinculados al IAPI. Nos presentábamos en sus licitaciones y las ganábamos todas. Le dimos bastantes dolores de cabeza a Cafiero, porque Cafiero, que era ministro de Comercio, no quería quedar mal con los exportadores foráneos, pero nosotros le ganábamos.

¿Él quería favorecer a otras empresas?
Él no quería quedar mal con otras empresas. Él tenía relación con otras empresas y quería apoyarlas.

¿Pero qué tipo de relación? ¿Comercial o de amistad?
Digamos amistad…

¿Algunos le tenían miedo al obrerismo de Perón?
Había como una especie de duda con respecto al proceso obrero. Nosotros nos asociamos con los obreros y promovimos su participación en las ganancias y en las sociedades. Creamos una organización en la cual los obreros y empleados eran socios nuestros.

¿Cómo era ser un patrón peronista?
Tener sentido de solidaridad. Era creer en el país, y apoyar a la gente para que la gente nos apoyara a nosotros. Y obtuvimos resultados extraordinarios. La gente vivía feliz, vivía contenta. Hicimos un plan de viviendas, ahí en González Catán, donde está la fábrica de Mercedes Benz. Primero hicimos 300 casas pero cuando vino la «Revolución Libertadora» cerró la fábrica, suspendió el plan de viviendas, les quitó las casas a los obreros y las repartió entre suboficiales y funcionarios del gobierno.

¿Y cómo siguió en ese período su relación con Perón?
Fue en aumento. Él me tenía más o menos como su consejero. Un hombre de consulta, para muchas cosas me consultaba.

¿Qué sabe de la relación de Perón con los nazis fugados?
Él no tenía relación con los nazis. Él tenía relación con el embajador alemán y con los alemanes. Tenía una gran relación con Freude. Y Freude defendía mucho a los alemanes, en un principio defendía a los nazis que venían o que pretendían venir, o que inclusive se habían llegado ya a hacer contacto con la Argentina porque esto había empezado mucho antes de que terminara la guerra.

¿Y a usted lo tentaron o habló con gente de los nazis?
Entró a trabajar en mi organización un montón de gente, entre ellos Adolf Eichmann.

¿Entró con el nombre falso de Ricardo Clement?
No, todo el mundo sabía perfectamente que era Adolf Eichmann y figuraba en la Mercedes-Benz como Eichmann desde 1949 hasta que lo detuvieron en 1960. A nadie le molestaba, nadie se ocupó de él. Pero no estaba él solo, había 36 alemanes casi todos ingenieros o contadores, principalmente ingenieros. Era una de las condiciones que los alemanes me ponían: que tomara el personal que ellos me proponían. Todos tenían pasaportes españoles o portugueses.

Otorgados por la famosa red de los conventos ideada por Pío XII y manejada en Argentina por el cardenal Caggiano…
Seguramente.

¿Y qué sintió cuándo se enteró de todos los crímenes cometidos por ese hombre que había trabajado en su fábrica?
Pensé que era una monstruosidad lo que había hecho Eichmann, pero pensé también que era la guerra y él no hacía más que cumplir órdenes.

Se habla mucho de la corrupción del peronismo.
No había corrupción. En el peronismo no hubo corrupción.

¿Usted puede afirmar que Perón no era corrupto?
No, segurísimo. Yo tengo las pruebas determinantes. Nadie puede tener más pruebas que yo para eso.
Yo nunca tuve un pedido de coima de ningún ministerio, pero tuve algunos problemas serios con el mismo Cafiero y con Gómez Morales.

¿Qué tipo de problemas?
Me ponían chicanas. Nosotros nos presentábamos a alguna licitación y siempre había algún pero. Ellos tenían sus relaciones, tenían sus amistades, sus vínculos, y lógicamente… Eso, al principio… Al final, no. Al final, me respetaban mucho.

¿Qué pasó con Cafiero?
Yo era una institución en el país y la gente sabía que tenía predicamento ante Perón. Pero yo tenía una realidad que era una industria espectacular que estaba naciendo en forma arrolladora. Fabricábamos camiones, fabricábamos tractores y Cafiero me boicoteaba con todo. Teníamos una exportadora que ganábamos todas las licitaciones. Nos presentábamos y las ganábamos todas, pero no porque nosotros fuéramos mejores sino porque éramos más hábiles. Teníamos una organización moderna con poca gente, muy fluida. Las organizaciones como Bunge & Born, Dreyfus, eran unos gigantes con unos costos y unos gastos espectaculares. Nosotros teníamos poco gasto, teníamos nuestra representación en Nueva York, en Frankfurt, en París con dos personas en cada país y funcionábamos espectacularmente bien y a Cafiero eso no le gustaba.

¿Y con Juancito Duarte, el hermano de Evita?
Lo conocí. Muchas veces dijeron que había sido socio mío. Nunca fue socio mío ni cosa por el estilo. Solamente una vez me pidió tres autos para tres señoritas: Carmen Idal, Elina Colomer y Fanny Navarro. Eran sus amigas y él los pagó. Me pidió que se los vendiéramos baratos. Se los vendimos al 50 por ciento del valor de esa época. Y nos mandaron un cheque por esos valores.

¿Quién le mandó el cheque?
La Secretaría de la Administración de la Presidencia.

O sea que ése sí fue un caso de corrupción…
Si quiere llamarlo así… Pero Juan Duarte se cuidaba muchísimo. Él tenía un terrible cuidado por su hermana. Porque todo lo que él podía hacer repercutía en la relación de su hermana con el Presidente. Tal vez más abajo alguna cosa podía haber.

¿Y la muerte de Juan Duarte?
Estaba muy enfermo.

Tenía sífilis…
Tenía sífilis. Se había hecho un tratamiento para adelgazar, había adelgazado mucho y la sífilis se lo había agravado. La muerte de la hermana le produjo un impacto. Él y la hermana eran una simbiosis, eran demasiados amigos para ser hermanos.

Lo que resultó muy sospechoso fue su “suicidio”. Muchos dijeron que, al no contar ya con la protección de Evita, Perón se lo sacó de encima.
Se sospecha, se sospecha. Hasta dijeron que lo habían matado en la residencia y que lo llevaron después a la calle Callao donde él vivía. Yo no lo creo… Yo creo que él se suicidó. César Fernández Albariño, conocido como el Capitán Gandhi, miembro del aparato represivo de la Libertadora, apareció un día en el panteón de los Duarte, hizo abrir el ataúd de Juancito por un especialista que perforó la envoltura de plomo y a continuación el mismo Capitán, con un cortafierro y un martillo, seccionó la cabeza, la envolvió en un papel de diario y se la llevó a su despacho con la excusa de hacer una pericia balística.

¿Cómo fue la última etapa del gobierno de Perón? ¿Cómo la vivió usted?
La viví muy intensamente porque en esa época yo era una especie de ministro sin cartera. Se me consultaba para muchas cosas y percibí que había un bajón, no un bajón fuerte, pero un bajón. La muerte de Eva fue para el General un golpe terrible. Se sintió más solo.

Se sentía la ausencia de Evita…
Había una gran diferencia. Por ejemplo, el espíritu de lucha de ella era una gran realidad. Ella luchaba y lo apoyaba a Perón en todo y tenía un gran poder de decisión. Actuaba con coraje, con un gran espíritu de sacrificio, con seguridad absoluta de lo que hacía. Era totalmente auténtica, más auténtica que Perón.

¿Y por qué más que Perón?
Porque Perón era un político, un gran político. No se conmovía. Eva se conmovía y sufría. Sufría por los pobres y sufría por los necesitados y sufría por los niños y sufría por los viejos. Y así se mató. Así se murió pobrecita, sacrificándose por todos ellos.

¿Hasta qué punto Eva influía en Perón?
Influía, influía. Pero sin lugar a duda, si hablamos de quién influía a quién, le diré que influía más Perón en Eva que Eva en Perón. Era una mujer impresionante. Cuando recibió al embajador de España en el ’47 que era el Marques de no se cuanto…. Lo cita y lo hace esperar, lo hace esperar una hora porque la noche anterior él les había dado una cena a las señoras que formaban la Sociedad de Beneficencia. Era su pequeña venganza. Ella no perdonaba.

¿Cómo era la relación con Perón? 
Muy respetuosa y cariñosa. Ella vivía enamorada de Perón, y Perón a su manera estaba enamorada de ella.

¿Por qué el Ejército se opuso a la candidatura de Evita?
Yo era muy amigo de Lucero, el ministro de Guerra, y un día me dijo: “Mire, Jorge Antonio, a usted el Presidente lo escucha mucho y sería importante, que le hiciera llegar nuestra preocupación, la de los amigos de él, porque se habla de la candidatura de la señora para vicepresidente. Eso va a caer muy mal en el Ejército y a mí me cuesta un trabajo bárbaro parar eso”. Yo le dije: “No me puedo meter en eso. Se trata de una cuestión política y yo odio la política. No me gusta la política. Yo soy un industrial. Soy un hombre de empresa. De todas maneras, le agradezco la confianza que me dispensa, pero no me voy a meter en eso. No opinaré”. Y no opiné.

¿Y usted qué opinaba?
Yo opinaba que las dos cosas eran una monstruosidad. Tanto que Evita fuera candidata -porque yo ya sabía que ella estaba muy enferma- como que se opusieran a ello sus propios pares.

¿Qué odiaba de Evita la oligarquía?
Todo. Todo su ser. La envidiaban, por supuesto; envidiaban su juventud, su posición, su audacia, porque ella poseía esas cualidades.

¿Usted se acuerda de la sublevación de Menéndez? ¿Por qué Perón lo perdona cuando Evita lo quería fusilar?
Ella quería el escarmiento pero la mayoría de los generales se opuso. Lucero mismo, que era amigo de Perón, se opuso al escarmiento y bregó por el perdón, es decir, por la cárcel. Fueron a Río Gallegos donde nosotros estuvimos, les hicieron un pabellón muy cómodo. Estuvieron detenidos ahí cuatro años y después fuimos a parar nosotros al mismo lugar.

¿Por qué Evita no fue vicepresidenta?
Porque no la dejan los militares. Fueron y le impusieron a Perón que no podía ser. Eva se pelea pero le duele, le duele terriblemente, y ella vislumbra que son los militares. En esos días los militares, no paraban de tener entrevistas con Perón. La negociación fue dura y fue amplia. Llevó muchos días.

¿Usted lo vio realmente conmovido a Perón cuando Evita estaba enferma? ¿Él lo sentía?
Sí, sí… Lo sentía y lo sintió mucho toda su vida. Una vez me hizo una confesión.  Me dijo: “¿Usted sueña mucho, Jorge Antonio?”; yo le dije que a veces soñaba pero que no siempre me acordaba de los sueños y él me dijo: “A mí me pasa una cosa terrible. Sueño todas las noches con Eva. No sueño con Isabel, sueño con Eva, siempre sueño con Eva”. Y yo le dije: “eso es muy bueno, es auténtico, eso habla a favor suyo, presidente”.

¿Usted por qué cree que comenzó el conflicto con la Iglesia?
No existió un conflicto con la Iglesia. Existió conflicto con algunos curas, principalmente con Tato y Novoa.
Porque ellos dos fueron los que iniciaron todo el proceso contra Perón. Yo era muy amigo de monseñor Copelo. Y él vivía una preocupación constante por Novoa y Tato. Más de una vez me llamó y me pidió que intercediera ante Perón para que no tomara las ofensas de estos dos hombres como las ofensas de la gente de la Iglesia. Y yo le decía: “pero hable usted con Perón. Tiene que hablar usted personalmente si usted tiene cabida y Perón lo respeta muchísimo”. Así, de eso surgen tres o cuatro reuniones con Copelo y la cosa se suaviza un poco. Pero después Tato y Novoa se enloquecen. Pero vea las vueltas del mundo como son: en el año ’62 vienen Tato y Novoa a Madrid y me vienen a ver para pedirme que les consiga una entrevista con Perón que querían pedirle disculpas por lo que habían hecho.

¿Y usted qué hizo?
Yo dije: “Perón tiene tal grandeza que es capaz de recibirlos, pero yo, si estuviera en el lugar de él, no los recibiría”. Y ellos dijeron: “usted haga la gestión que, si usted la hace, nos va a recibir”.  Yo les dije: “sí, mañana a las cinco de la tarde vengan acá a mi oficina que el general los va a recibir”. Le consulté a Perón y me dijo: “Sí, como no, con mucho gusto, Jorge, pero a estos les voy a cantar las cuarenta”. Textuales palabras de Perón.

¿Se encontraron?
Sí, sí… Se encontraron y Perón le dijo a Novoa que llevaba la voz de mando: “Esto que me vienen a decir a mí, yo ya lo conocía”. Le dijo: “Eso, monseñor, no me lo tiene que venir a decir a mí, porque yo lo conozco. Vayan a la Argentina y en una homilía o en una misa díganlo, pero díganlo ustedes a voz en cuello. Díganlo en Buenos Aires, díganlo en Santa Fe, en donde tengan ustedes vigencia pero no me lo vengan a decir a mí porque éste es un cuento que yo conozco perfectamente bien. Les acepto las disculpas y aquí no ha pasado nada. Conmigo no ha pasado nada, pero eso lo tienen que decir ustedes en la Argentina”. Los dos se comprometieron a venir a la Argentina y a coordinar con la gente directiva del peronismo acá para hacer algunas gestiones, que nunca hicieron.

¿Cómo vivió los bombardeos del 16 de junio de 1955 y la caída de Perón?
El 16 de junio a las 3 de la tarde fui a visitar a Perón al tercer piso del Ministerio de Guerra y le pregunté: “Señor, ¿está bien o está preso?”. Y me contestó: “Jorge Antonio, estoy bien, entre camaradas, pero no sé lo que pasa en la calle”. “Hay mucha gente herida y muerta”, le dije. “Fíjese qué terrible. ¿Por qué no terminaron directamente conmigo? Solamente unos paranoicos o degenerados mentales han podido inmolar así tantas vidas inocentes”, contestó.

Y después vino el golpe definitivo. El 16 de septiembre de 1955 Perón me manda a buscar. Estaba en la residencia, acá en Libertador. “Mire, Jorge Antonio, lo que ha pasado; quieren una guerra y nosotros no podemos hacer una guerra así. Yo me voy a ir. Y usted ha estado muy ligado a nosotros y es una representación de lo que es la industria del peronismo. Usted se ha destacado y lo van a perseguir y no la va a pasar bien. Si yo me voy, lo invito a que se venga conmigo”. Y yo le dije: “No, general, yo le agradezco muchísimo, pero me quedo acá y aguantaré las consecuencias. No tengo nada que ocultar, no tengo nada que temer”.  “Pero ellos no lo van a considerar así. Lo van a considerar como el brazo derecho mío en lo industrial y en muchas otras cosas”, me respondió. Ya se sabía que yo era un hombre de consulta. Me quedé y al otro día que él se fue informaban por radio que me iban a detener, y yo fui y me presenté, y me detuvieron.

Y de ahí al sur, ¿no?
A un barco, donde estuve 17 días, y de ahí a Ushuaia; a la penitenciaría primero, donde estuve un mes de rigurosísima incomunicación. Después nos llevaron a Río Gallegos con otros 16, entre los que estaban Gómez Morales, Cereijo, Méndez San Martín, Gamboa, Nicolini, Aloé, Cámpora, Cooke, Kelly y yo. Ahí estuve unos dos años hasta que me fugué, me llevé cinco conmigo y me fugué a Chile. Yo ya estaba cansado de estar preso y sin causa. No tenía ninguna causa abierta. Todo eran suposiciones. Era todo perfecto, éramos de los primeros en pagar impuestos en el país, sin lugar a dudas… por más investigaciones que hicieran. Quemaron una casa en mar del Plata que era mía, intervinieron mi casa, donde vivía con mi familia, se llevaron todas las cosas que había, la saquearon. Bueno, intervinieron todas las empresas. Algunas las anularon, otras las vendieron, otras las mantuvieron cerradas durante cuatro años. Mis cuentas bancarias fueron confiscadas. Y en el exterior yo no tenía cuentas. Era demasiado iluso. Así que por más que buscaron no encontraron nada. Nosotros no teníamos necesidad. Teníamos una trayectoria demasiado clara, abierta, para tener prejuicios, para tener preocupaciones.

¿Usted lo conoció a Rojas?
Nos visitó en Ushuaia cuando estábamos presos. Para molestarnos. Era un mal tipo. Había sido agregado militar, agregado naval de Perón en Brasil y Uruguay. Tenía la medalla de honor justicialista que se la había entregado Espejo en Puerto Belgrano. Y le había escrito una carta a Eva pidiéndole que lo nombrara agregado naval en Montevideo porque estaba vacante, y él desde Brasil podía ocupar los dos puestos. Y Eva se lo consiguió. Creo que los muchachos se equivocaron de persona cuando mataron a Aramburu.

¿Lo tendrían que haber matado a Rojas?
Claro.

¿Y qué sintió cuando Menem le da un beso a Rojas?
¡Asco! Me llamó el secretario de él, Miguel Ángel Vico, y me dijo: “Venga que se va a llevar una sorpresa”. Cuando fui me dijo: “Sabe con quién está el presidente, ¿no?”. “No lo sé ni me interesa”. “Está con Rojas”. Le dije: “¡no lo puedo creer!”. Me contestó: “Sí, dentro de un ratito se va a ir”. Y al ratito se fue Rojas, y Menem dijo: “Pase, pase…”. “Usted no tiene vergüenza”, le dije, “señor presidente, ¿cómo puede recibir usted a semejante monstruo? Tenga un poco de respeto por los muertos. Tenga un poco de respeto por todos nosotros”. Me dijo: “Jorge, la política es la política. Esto es lo que hay que hacer. Tenemos que terminar con los odios».

¿Cómo fue aquella visita de Rojas?
Al único tipo que visitó fue a mí; es decir, la única celda que hizo abrir fue la mía. Y fue él -estaba con copas encima-; fue él con López de Bertorano, que era el comandante de Ushuaia. Abrieron la celda y me dijo: “Párese”. Yo no me paré y le dije: “¿Qué? ¿Si no me paro, me va a meter preso?” Y él me dijo: “Usted se va a pudrir acá adentro porque usted está maltratando a los oficiales, y los está tratando de carceleros y son oficiales, y debe de tratarlos como oficiales”. Yo le contesté: “Aquí son carceleros y los seguiré tratando como carceleros, y cuando me canse de estar aquí me iré. Ya me iré… De alguna manera me iré”. Me dijo: “¡No me haga reír! ¡Se va a pudrir acá adentro!”. Al poco tiempo me fugué.

¿Y cómo fue la fuga?
El mayor me dijo: “La mejor manera de fugarnos es llevarnos al jefe de guardia del penal”. Yo creía que teníamos que irnos con cuatro o cinco. Teníamos que hacer una fuga política. Una fuga que produjera un impacto. Cuando llegó el día de la fuga y el auto que venía a buscarnos se demoraba, Cámpora dijo una frase famosa: “Jorge Antonio, ¿por qué no nos fugamos otro día?”. Pero lo convencimos y nos fuimos con Cooke, Kelly y otros compañeros.

¿Cómo eran las relaciones con la resistencia peronista a partir de ese momento?
Las llevaba Cooke. Cooke tenía una gran relación con la resistencia. Yo tenía una gran relación con Perón.

¿Qué relación tenía Perón con Cooke? ¿Le creía o lo usaba?
Lo usaba. Le tenía mucha desconfianza. La ideología de Cooke perturbaba a Perón. Perón no era comunista ni parecido. Y Cooke, su tendencia era bien a la izquierda. Perón usaba a los hombres de acuerdo a las circunstancias y de acuerdo a su estrategia. Él llevaba una estrategia de alto vuelo.

Está confirmado que Perón recibió dinero por el acuerdo con Frondizi, el famoso pacto Perón-Frondizi, por el cual el General ordenaba a los peronistas apoyar a la UCRI. ¿Se sabe cuánto?
Le llevaron 85.000 dólares a Perón. El propio Frigerio se los llevó. Yo no quería el pacto. Cooke lo impulsaba. Yo no quería el pacto con los radicales porque sabía que nos iban a traicionar. Era lógico que nos traicionaran. Lo que querían era llegar al poder y una vez que estuvieran en el poder, iban a pactar con los militares o los militares iban a presionar sobre ellos de tal forma que no cumplieran ninguna de las promesas con nosotros. A mí Perón me dio una explicación. Me dijo: «Mire, Jorge, si cumplen, bienvenido sea –la próxima vez seremos nosotros los que mandemos en el gobierno. Sí, yo seré presidente otra vez-, y si no cumplen, porque los militares no los dejan -porque seguramente no los van a dejar o los van a voltear- entonces vendrá otra etapa nueva y estarán los militares otra vez y estos caerán, de eso no tenga duda”. “Pero mientras tanto pasa el tiempo”, le dije yo. Entonces él me contestó: “¿Qué prisa tenemos, Jorge? No tenemos prisa, yo tengo más años que usted y tengo menos prisa. Con tal que se den las cosas como las veo yo, en las circunstancias que las veo, no tenemos que apurarnos. Déjelos. Yo no creo que Frondizi cumpla con nosotros pero la oportunidad del pacto es una oportunidad. Nosotros hemos tenido grandeza, nos hemos prestado a la solución de los problemas que afectan al país. Los militares no van más. Los radicales si llegan a subir, llegan a ganar las elecciones, ellos con Balbín para ser sirvientes de los militares”. Era lo lógico. Él lo veía con una claridad meridiana.

Por aquellos años usted participó del episodio del secuestro de Juan Manuel Fangio en La Habana…
Así es, así es. Fangio fue raptado saliendo del hotel cuando estaba conmigo en el año ’58. Yo lo acompaño a la puerta del hotel y él sale caminando. Él vivía en un hotel más chico a dos cuadras del nuestro. Yo veo que se le acercan tres o cuatro personas e iban conversando. Yo pensé que eran admiradores y no… Lo estaban raptando. Lo raptaron, lo llevaron, lo trataron muy bien y me mandaron un mensaje a mí que me quedara tranquilo que a Fangio no le pasaba absolutamente nada, que era una cosa para desprestigiar al gobierno de Batista.

¿Usted compró la casa de Puerta de Hierro?
El terreno lo compro yo y después él se hace la casa. Era muy barato. Costó 100 mil pesetas el terreno y la casa 800 mil pesetas y se vendió en una millonada de dólares, exactamente 43 millones de dólares.

¿Por qué eran tan malas las relaciones entre Franco y Perón? ¿Fue a raíz del conflicto con la Iglesia?
Efectivamente. Franco le escribe una carta a Perón a finales del ’54. Era embajador…. Manuel Aznar, el abuelo del actual presidente, que por entonces vivía aquí con su abuelo. Aznar era íntimo amigo mío. Teníamos una amistad de vernos dos o tres veces por semana con la señora. Entonces un día Aznar me llama y me dice: “Jorge, tengo que cumplir una misión terrible. Tengo una carta para Perón que no me gusta nada”. Más o menos decía así “Querido presidente y amigo, veo con preocupación los problemas que hay en la Argentina, su país, con la gente de la Iglesia, tema que conozco en profundidad. Le ruego encarecidamente autorizarme hacer las gestiones necesarias para solucionar ese problema”. Yo le dije a Aznar: “No la presentes, no se la lleves a Perón porque es una carta de entrometerse en las cosas que están picantes en el país. Él me dijo: “Lo tengo que hacer, Jorgito, yo soy el embajador”. Pidió la audiencia y se la llevó a Perón y se la entregó. Al otro día me llama por teléfono el secretario de Perón y me dice: “el general lo está esperando. Jorge, véngase enseguida. Fui a verlo y me dijo: “Usted es muy amigo del embajador español, ¿no es así?”.  Le dije que sí y entonces me mostró la carta que yo ya había visto. “General -le dijo- Franco es amigo suyo”. Él me dijo: “yo creía que era amigo mío; usted es un metido”. Entonces le dije al secretario: “léale a Jorge qué es lo que le contesto yo a Franco: ‘Francisco Franco, Madrid España -así terminante- Recibí la misiva traída por su embajador donde solamente debo comentarle que los problemas argentinos los resolvemos los argentinos. Firmado Juan Perón’”. Ni saludo, ni gracias, ni nada. Le dije: “No mande esa carta, presidente”. Él me contestó: “Si yo estuviera en su lugar, no la mandaría, pero si usted estuviera en mi lugar, la mandaría. Yo le dije que no lo hiciera que era romper relaciones con un hombre que era amigo suyo, que estaba haciendo un ofrecimiento auténtico. Él sostenía que no era auténtico, que era interesado. Yo le dije: “con esto pierde un embajador amigo porque éste se va y no vuelve más”. Y así fue. Él le llevó la carta a Franco y Franco le ordenó no volver más a la Argentina, y estuvimos sin embajador de España durante un año y medio.

Usted participó en el intento de regreso de Perón en 1964.
En el avión veníamos Vandor, Framini, Iturbe, Delia Parodi, Lascano, Perón y yo. Llegamos hasta Río de Janeiro. Yo fui a verlo a Francisco Franco y le pedí autorización para que nos dejara salir en un avión de Iberia. Él nos dijo que sí pero agregó: «Hijo, yo no sé si a ustedes les va a ir bien en este viaje. Yo creo que ustedes tienen demasiada ilusión, pero si llega a ir bien, cuando tú vuelvas seguramente te vamos a condecorar por tu lealtad a tu amigo; pero si sale mal, los vamos a expulsar a todos de España, menos a Perón. A Perón no lo puedo expulsar de España porque los españoles son capaces de expulsarme a mí». Textuales palabras del generalísimo Franco.

¿Y qué pensaba hacer Perón si llegaba al país?
Pensaba quedarse. Yo había viajado a Uruguay y arreglado con el gobierno de aquella época para que estuviéramos unos días… Él tenía la ilusión de que Illia cruzaría y vendría a darle un abrazo y a proponerle un arreglo de conciliación. Eso es lo que quería Perón, y libertad absoluta después, para accionar, y un llamado a elecciones definitivas y que gane el que gane.

¿Y no hubo ningún contacto con Illia?
No. El único contacto que hubo fue el pedido del embajador para que nos fuéramos.

Usted estuvo con Ernesto Guevara en España, en tres oportunidades.
En el ’59 yo fui a Cuba, él era presidente del Banco Central y hablamos de la Argentina. Él trabajaba de noche, de día descansaba porque tenía sus ataques de asma. Bueno, en esa oportunidad él estaba en antiperonista, no comprendía a Perón, no lo entendía. La segunda vez que nos vimos fue en Madrid. Y ya había cambiado de opinión en forma total y absoluta. Ya era pro Perón. Porque él había estudiado a Perón y había visto las dificultades que había tenido Perón en su vida política, y las políticas internacionales que había tenido que afrontar para llevar a cabo una política independiente, una política netamente nacional.

¿Él pensaba en Argentina?
Él pensaba en Argentina. Bolivia era un paso.

Y con respecto a Perón, él no quiso verlo. ¿Qué pasó?
No me pidió verlo. Me preguntó muchas cosas de Perón. Dio a entender con claridad que ahora lo entendía a Perón, que entendía la lucha de Perón, porque a ellos les había tocado lo mismo. Es decir, no había duda de que Perón se había ganado un lugar en la historia del país y del continente, que ellos hubieran querido que Perón viviera en Cuba. Yo creo que Castro hizo mucho para que Perón fuera a Cuba.

¿Por qué no fue?
No fue porque Perón no era comunista, no quería jugar la última carta.

¿Y Perón sí lo quería ver al Che?
No lo sé. Yo le comenté las dos veces que lo había visto. Y me dijo: “¿Cómo es? ¿Cómo es? ¿Cómo es? Jorge Antonio, ¿qué piensa? ¿Es un tipo inteligente? ¿No es inteligente?”. Le dije: “Es muy inteligente y muy capaz”. Pero no le pregunté: “¿Usted quiere verlo?”.

Usted compró Primera Plana a comienzos de los ’70, y se advierte que hay una especie de desplazamiento hacia la izquierda, inclusive en sus editoriales. ¿Era así? ¿Usted estaba cambiando la manera de pensar?
No, no, era mi ideal. Yo dentro del peronismo estaba dentro de la línea izquierdoide, siempre estaba en lo mismo por eso me jugaron tanto con los montoneros. Yo tenía más contacto con los montoneros de los que tuvo Perón. Ellos venían a verme a mí y venían a verme en cantidades.

Primera Plana por aquel entonces era pro-montonera…
Si, efectivamente era pro-montonera. Un día me llaman y me dicen: “Tenemos que tener un medio de comunicación, Jorge, tenemos que tener un periódico o una revista. Haga un esfuerzo y saque una revista”. Yo dije: “como no, la vamos a sacar”. Entonces, me dicen: “En Madrid hay un argentino que está acá que tiene una revista y la quiere vender, se llama Gabriela”. Bueno, la compramos y de ahí partió la revista con una tendencia hacia la izquierda.

¿Como fue la relación Perón-Montoneros?
Era buena pero Perón los subestimó. Los subestimó porque…. hay una anécdota muy buena….Un día yo le dije a Perón en Madrid -él tiene una reunión con unos 50 montoneros, estaba Vaca Narvaja, estaba Perdía, estaba Firmenich creo, estaba Galimberti-; entonces yo le dije: “presidente, usted le promete muchas cosas a estos muchachos y después va ser difícil cumplirles”. Les prometía de todo. Que en la lucha había que estar por todos los medios y había que pelear contra todo lo que se opusiera al peronismo en la vida real del país. Yo le dije: “Cuando usted vuelva al país estos muchachos van a querer mandar”. Y él me dijo: “Cuando lleguemos a la Argentina, Jorge -que vamos a llegar, no tenga dudas- si estos muchachos se ponen duros, yo voy a darles un vaso de agua, micrófono, les hablaré y les diré que se vayan a su casa tranquilos y me dejen gobernar. Y quédese tranquilo que van a cumplir”. Yo le dije: “No van a cumplir. Se le van a oponer y le van a hacer la vida imposible, y acuérdese lo que le digo. Yo hablo todos los días con ellos y hablo mucho y cuando quiero persuadirlos de algo se encabritan y se ponen furiosos. No admiten un diálogo, quieren mandar. Lo respetan a usted; no se le oponen pero ellos quieren mandar”.

Cuando Perón se enteró de la muerte de Aramburu, ¿qué le comentó a usted?
“Las pagó”, textuales palabras. Yo lo llamé por teléfono y él me dijo secamente: «las pagó, Jorge».

¿Usted cómo se enteró?
Me llamaron los muchachos a Madrid a la media hora de haberlo matado.

¿Y a usted qué sensación le produjo cuando se enteró?
Qué le puedo decir, es un acto monstruoso me entiende. Yo entiendo la justicia de otra forma pero de todas manera Aramburu se las había ganado. Aunque él no fuera culpable de muchas cosas apareció como culpable de muchas cosas.

¿Y cómo era su relación con López Rega?
Fue siempre muy mala. Pero hubo algo en lo que tuvo razón. Cuando llegó a España me vino a ver y me dijo: “Mire, Jorge Antonio, no hay nadie que tenga más influencia ante Perón que usted. Y Perón lo respeta muchísimo. Pero de ahora en más esa relación va a cambiar. Va a ser de los tres: Isabel, yo y usted. Vamos a ser los tres, vamos a trabajar juntos y vamos a controlarlo a Perón, porque hay que controlarlo mucho, hay que decirle que no debe recibir a alguna gente. Ni a mucha gente sindical que es mala gente, que yo los conozco perfectamente bien”. Y yo le dije: “Mire, lo que usted me dice es una insolencia. Ni yo tengo influencia sobre Perón, ni tengo nada que hacer con ustedes”. Me dijo: “Se va a arrepentir porque Isabel va a ser la que mande y el que manda a Isabel soy yo. Y yo vengo a hacer un trato correcto y usted me lo rechaza”. Le digo: “Se lo rechazo y lo echo a la mierda ahora mismo. Mándese mudar de acá”. Y lo eché de mi casa.

¿Por qué Perón se sometió a López Rega?
No lo quería, Lo despreciaba. Le resultaba útil y complementario con su mujer. Con López Rega se evitaba problemas con Isabel. Pero lo despreciaba; decía: “Este Brujo de porquería no hace más que meterme en líos”.

¿Perón estaba al tanto del funcionamiento de la Triple A?
Sí y no. Sí, porque se tenía que enterar, y no porque no lo quería. Él no quería esas cosas.

Pero pasaban.
Pero pasaban…

¿Qué opinaba en la intimidad de los montoneros?
Él estaba convencido de que los montoneros le iban a responder siempre. Yo le aseguré que no. Porque yo tenía mucho contacto con ellos, mucho más que él. Él les daba directivas y ellos ante él no se explayaban. Ante mí se explayaban con más claridad. Había misiones que los montoneros cumplieron. Yo le advertí a Perón: “Mire que esto es riesgoso. No les dé tantas alas en el país porque usted después va a tener un problema”. Me dijo: “No. Cuando lleguemos al país, Jorge Antonio, acuérdese lo que le digo, un día me sentaré en la Casa de Gobierno, llamaré a la juventud, pediré un vaso de agua y les diré qué es lo que tienen que hacer”. Le dije: “Ahí se va a llevar la primera gran desilusión. Ahí se va a llevar usted el primer susto que le van a dar la juventudes actuales”. Me dijo: “No. Quédese tranquilo que eso lo manejo muy bien”.

¿Y qué le comentó sobre el famosos 1º de mayo de 1974?
La noche del 1º de mayo de 1974 me llamó Perón a Madrid y me dijo: “Lo felicito, Jorge Antonio, ya se habrá enterado de lo que me hicieron los imberbes. Usted tenía razón. Es mi deber y obligación recordárselo y reconocérselo. Usted los conocía mejor que yo”. Le dije: “No es que los conocía mejor que usted. Yo tenía más trato con ellos que usted. Lo siento mucho”. Ya me había enterado de lo ocurrido porque lo comentaba la televisión a cada rato en Madrid.

¿Por qué cree que cambia esta relación y pasa de “la juventud maravillosa” a los “imberbes y estúpidos”?
Porque los imberbes y estúpidos no le llevaron el apunte a él.

¿En qué sentido?
En el sentido de que querían la revolución y se la empezaron a imponer.

¿Por qué no regresó con Perón en 1973?
Dos razones. Era un pacto entre Perón y yo. Él me vino a visitar y me dijo: “Mire, Jorge, nosotros nos vamos a Argentina. Si usted quiere venir, viene por su cuenta. Por supuesto, tiene todo mi afecto y todo mi apoyo. Pero yo temo que le hagan una perrería. Lo de López Rega e Isabel es una cosa muy seria y muy grave. Yo no estoy seguro si a usted lo van a dejar vivo. Se lo digo con toda sinceridad y con gran dolor. Yo no lo podré proteger. Éstos a usted lo tienen en la mira”. Le dije: “Bueno, yo tampoco quiero ir así, presidente. No quiero ir en condiciones de convertirme en un problema para usted, que tenga que estar discutiendo a la fuerza con López Rega o con Isabel”. Yo ya era una figura en el peronismo, así que le dije que no debía preocuparse, que yo me quedaba y que con el tiempo vería lo que correspondía hacer. Y luego vine.

¿Perón nunca le pidió ayuda frente al proceder de López Rega?
Me escribió una carta que me entregó su médico, Flores Tascón, donde me decía: “López Rega ha enloquecido porque no hace más que crearme problemas. Así le irá. Cuídeme las cartas de Eva”. Porque él me había dejado las cartas que le había mandado Eva en las últimas horas de su vida. Fue la única correspondencia, y dos llamados por teléfono preocupado por López Rega, preocupado por el país. López Rega era un cáncer que Perón tenía encima. Él sabía que yo conocía todos los secretos.

¿Perón sabía que se iba a morir en poco tiempo?
Sí, sabía.

¿Cuándo lo supo?
Cuando lo operaron de próstata él ya supo que era una cosa que no tenía remedio y no le quedaba mucho tiempo.

Volvió al país sólo para el entierro de Perón.
Vine para el entierro. Estuve unas horas. Me invitó Franco a viajar en el avión oficial que trajo a la comisión gubernamental encabezada por el ministro de Defensa de España.

¿Usted corría peligro?
Cuando llegué, en el aeropuerto me estaba esperando el general Carlos Dalatea, que había sido agregado militar en España, y fuimos directamente al Congreso, donde estaban velando a Perón. Estuve ahí media hora y a la salida me despidió el general. Quedamos en encontrarnos a la tarde en casa. Entonces se acercó el comisario Margaride, que era jefe de la Policía Federal, y me dijo: “Mire, Jorge Antonio, ¿usted se va a quedar en el país?”. Yo le dije: “No sé. ¿Por qué?”. Y me respondió: “Lo siento mucho. Le puedo poner una custodia, le puedo poner dos miembros de custodia, pero no le doy seguridad porque usted tiene enemigos poderosísimos acá”. Le dije: “No. Quédese tranquilo que yo no he venido para quedarme. Ni siquiera he traído ropa para quedarme. He venido a ver a mi amigo en su última instancia. Así que le agradezco su deferencia, pero no”.

¿Usted le presento a Menem a Perón?
Así fue. Menem fue a Madrid, a Puerta de Hierro y López Rega no lo dejó entrar. No le consiguió la audiencia. Entonces, Menem vino a verme a mí cuando iba para Siria con sus padres para casarse y me dijo que quería ver a Perón. Yo le dije: “Sí, como no… Lo va a ver; primero, porque es peronista y, segundo, porque es hijo de árabe, igual que yo. Con mucho gusto le voy a conseguir la audiencia. Mañana a las diez de la mañana  estése aquí que vamos a verlo a su casa”. Esa tarde vino Perón a mi oficina y le dije que había venido un muchachito riojano que me parecía inteligente, capaz y que se decía peronista a ultranza, que era jefe de la Juventud Peronista de La Rioja. Lo llevé yo y estuvo tres horas con Perón. Menem impresionó muy bien a Perón.

¿Qué le dijo Perón después de la entrevista?
A la tarde de ese día me llama por teléfono y me dijo: “ese muchachito que estuvo esta mañana, Jorge, se va pronto, ¿no? Haga lo posible porque se quede uno o dos. Me interesa mucho hablar con él, me interesa que tengamos otra charla. Yo le dije: “si yo le digo eso, se queda un mes”. “Bueno -me dijo- con dos o tres días yo me conformo”. Entonces lo llamé y le dije: “mire, Carlos, el presidente me dice que tiene interés en seguir charlando con usted, así que si se puede quedar uno o dos días…”. “Pero, don Jorge, me quedo un año –me dijo- ¡por favor!… con mucho gusto”. Y al otro día se encontraron a las cinco de la tarde en casa y estuvieron en mi oficina hasta las nueve de la noche. Y al otro día se volvieron a encontrar a las cinco de la tarde y volvieron a estar hasta las nueve de la noche. Así que Menem tuvo tres entrevistas con Perón.
Y Perón me comentó lo siguiente cuando me dijo que lo hiciera quedar: “Este muchacho tiene premio”.

¿Qué quería decir con premio?
Que era un tipo potable, que era un tipo que servía. Esa era la opinión de Perón.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar