Hace 15 años condenaban a las juntas militares

Fuente: Revista Gente, 18 de abril de 2000.

Después se escuchó el horror. La radiografía del terrorismo de Estado que, tras 78 audiencias y 833 testigos, insumió 1600 fojas de sentencia. Y lo más importante fue que nuestra democracia se consolidó. Mucho más que la condena a reclusión perpetua de Videla y Massera.

Casi 15 años después, el 11 de abril, seis de aquellos hombres –Gil Lavedra, Arslanián, Ledesma, Valerga Aráoz, Torlasco y Strassera– cumplen un ritual casi secreto que por primera vez revelarán. Están alrededor de una mesa, como hacen una vez por mes. Esta vez, el almuerzo sucede en el piso once del Ministerio de Justicia, en el comedor donde Gil Lavedra juega de anfitrión. Hay otros lugares que sólo ellos conocen. No dirán el dónde imprescindible, sólo que comen asados y beben vino rojo. Pero estamos aquí. Sobre un mantel blanco hay un centro de mesa con rosas inmaculadamente blancas y orquídeas, algunas copas de vino tinto y otras de agua que un mozo se encargará de llenar durante la hora que dura la entrevista. De las frutillas con crema del postre, ni el menor rastro. Un detalle: ninguno ocupa la cabecera. Recién al dar cuenta del almuerzo –que a juzgar por los rostros satisfechos debió ser copioso– invitan a pasar a los periodistas de GENTE, exclusivos testigos del encuentro. No hay una atmósfera inútilmente solemne, sí un aire de hermandad, de cofradía. Es más que confianza lo que trasunta la charla. Sólo falta Andrés D’Alessio, convaleciente de una gripe. Casi no hacen falta las preguntas. Empieza, curiosamente, el más silencioso de los seis. Compartamos con estos hombres, protagonistas excluyentes de un hecho fundacional de la democracia argentina, su íntima, sabrosa sobremesa.

Valerga Aráoz: Nos seguimos viendo, por lo menos una vez al mes, y el tema obligado es rememorar anécdotas del juicio. Tomamos esa experiencia con mucho profesionalismo. Y en ese trabajo en común, dentro de la tragedia que juzgábamos, vivimos momentos simpáticos, en los que relucía la personalidad de cada uno. Por ejemplo, D´Alessio siempre tuvo mucha memoria. Cualquier duda la solucionaba con un recuerdo de algún fallo de la Corte Suprema, citándolo por tomo y folio. León Arslanián, con su inteligencia tan privilegiada, graficaba las experiencias que nos tocaban vivir con metáforas muy simpáticas. (Todos se ríen.)

Arslanián: No todas son reproducibles.

Todos: ¡No, no…!

Arslanián: Bueno, diré una sola. El “trueno entre las hojas” era otra figura… ¿recuerdan? (todos asienten). Creían que nos referíamos a la película de Isabel Sarli, que tenía el mismo nombre. Pero tenía otro significado: la velocidad con la que teníamos que actuar (risas). Es que cada día que pasaba jugaba en contra nuestro.

GENTE: ¿Ustedes habían trabajado juntos o se conocieron en la Cámara?

Strassera: No. Algunos nos conocemos desde hace 40 años. Con León Arslanián fuimos empleados, en el ’62, del Juzgado Federal número 1; a Ledesma lo conozco desde que era secretario de instrucción. Al único que conocí en el juicio fue al hoy ministro Gil Lavedra.

Ledesma: Nos veíamos en los restaurantes de la zona de Talcahuano. Julio te esperaba en la puerta y te contaba su pelea del día.

Torlasco: El récord fue un domingo que pasé por la puerta de Tribunales y estaba Julio…

Strassera: ¡Porque vivía a una cuadra!

Valerga Aráoz: Con Ricardo nos recibimos el mismo día…

Arslanián: Estuvimos juntos en la Corte de la provincia de Buenos Aires.

Gil Lavedra: ¡Uh… hace 27 años!

Arslanián: Eramos criaturas.

Valerga Aráoz: Si lo son ahora…

GENTE: ¿Cómo era el clima de trabajo?

Torlasco: Al margen de alguna broma, duro.

Gil Lavedra: Había, si me permiten, cierta promiscuidad laboral. Formábamos equipos, nos dividíamos, compartíamos despachos.

Torlasco: Cuando tuvimos que calcular la cantidad de gente que podía entrar en la Sala de Audiencias, Andrés y yo nos fuimos sentando alternativamente uno al lado de otro para ver cuántos entraban en la fila de bancos.

Gil Lavedra: Vale aclarar que lo hicieron sólo en uno. Después multiplicaron (risas).

Ledesma: Andrés era el calculista. Cuando terminamos el juicio y teníamos que hacer la sentencia, sacó un papel y dijo: “Nos quedan 20 días, 19 horas, tres minutos”. Ahí decidimos repartirnos el trabajo. Si no, nunca íbamos a llegar.

Gil Lavedra: Una vez me pasó un papelito. Decía: “Hace tres horas, 48 minutos y cinco segundos que estamos discutiendo pelotudeces”.

Arslanián: Les cuento otra. El día que Borges asistió al juicio, como no veía, llegó acompañado por un señor, un tal Montenegro. Fue un hecho muy importante para todos nosotros. Yo escribí un diálogo imaginario entre Montenegro y Borges, donde Borges hacía consideraciones. “¿Dónde es que estamos? Siento perfume de azahares, de patios y madreselvas”. “No maestro, están juzgando a las juntas”, respondía Montenegro. “Las malas juntas”, replicaba Borges.

GENTE: Imaginamos que habría discusiones entre ustedes también. ¿Quién era el mediador?

Ledesma: No había uno.

Gil Lavedra: Puedo decir quiénes no eran seguro. El Negro Ledesma, Andrés…

Ledesma: La verdad es que no había necios. Cuando uno hacía una crítica razonable, el otro la reconocía.

Torlasco: Hubo muchas polémicas, pero en asuntos puntuales.

Arslanián: Entendíamos que iba a existir una suerte de política de sabotaje al juicio. Fuimos muy duros para evitar que la situación se nos fuera de las manos.

Torlasco: La primera oportunidad en que logramos imponer el reglamento fue antes de la primera audiencia. Estaba prohibida cualquier insignia política y llegaron las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos blancos.

Gil Lavedra: No iniciamos el juicio hasta que las Madres se los sacaron.

Torlasco: Fue un signo de autoridad que sirvió para otras situaciones. La verdad es que no hubiera sido tan grave, pero era una señal para mantener el cauce normal del juicio.

GENTE: ¿Durante el proceso se sintieron aislados o percibían la temperatura de la gente en la calle?

Arslanián: Yo vivía aislado. Empezábamos a las nueve de la mañana y terminábamos a las dos de la madrugada. Los fines de semana trabajábamos o estábamos con la familia. Sí recuerdo una anécdota que me emocionó bastante. Estaba con mi hijo por la avenida Santa Fe. Un señor se me acerca y me dice: “Quiero que mi hijo conozca a un juez de la democracia, bla, bla,…”. Me sonrojó. Hizo que tuviera que explicarle a mi hijo qué era lo que estaba haciendo.

Torlasco: Otra cosa que yo me acuerdo: el primer día de la audiencia se acercó una empleada de la Cámara con un papelito que decía que habían llamado por teléfono con una amenaza : El juicio sigue, dijimos.

Strassera: Relacionado con eso, hay una anécdota muy interesante. Una mañana, a las diez y media, llaman para amenazarnos. Atiende una chica que en ese momento tenía 20 años, Judith. “Vea señor –le dice–. Usted ha llamado tarde. Nosotros recibimos amenazas de 9 a 10 de la mañana. Llame mañana y lo va a atender la persona encargada de recibir amenazas.” Nunca más llamaron.

Ledesma: En esa época todavía no se sabía bien qué iba a pasar con la democracia. A lo mejor, nosotros teníamos un avión para salir al exterior si había problemas. Pero los grandes héroes del juicio eran los testigos, que habían estado secuestrados, y que después no sabían qué era lo que podía pasar con ellos.

Arslanián: Y yo acoto que el poder militar estaba intacto. Lo único que habían hecho era una transferencia formal al poder político. Tenían los fierros, estaban armados, seguían con la misma mentalidad. Había mucha solidaridad interna donde se defendía, a cualquier precio, lo actuado durante la dictadura. El contexto no era el de hoy. En aquella época era todo muy difícil.

Torlasco: Los testigos actuaron con una fe ciega en este juicio. Declaraban por primera vez sin esconder nada y con total valentía.

Arslanián: Ellos apostaron al éxito. El resto de la sociedad estaba dividida entre los que temían las consecuencias de una acción de esta naturaleza, y por el otro lado los que desconfiaban, que decían que todo era una parodia. Lo increíble fue cómo creyeron los testigos en la seriedad del juicio, y se jugaron frente al Tribunal asumiendo los riesgos de los que hablaba Ledesma.

GENTE: Y usted, Strassera, ¿cómo encaró el juicio desde la fiscalía?

Strassera: Esto es algo que alguien podría haber hecho mejor o peor. Me tocó a mí, y traté de hacerlo lo mejor posible. Terminada esa causa renuncié y me fui. Traté de tomarlo como una causa más. Porque si me comprometía emocionalmente con las víctimas, esto era imposible de elaborar con objetividad. Pero creo que lo verdaderamente importante fue la decisión política. Para enjuiciar a los generales se necesitaba una orden del Presidente de la República, que fue el Decreto 158. La verdadera importancia del juicio no fue ni siquiera el monto de las condenas, con algunas de las cuales yo no estuve de acuerdo. Importante fue el esclarecimiento. A partir del juicio ya nadie duda de lo que pasó en la Argentina.

GENTE: ¿Cómo tomaron el indulto?

Arslanián: A todos nos cayó mal.

Strassera: A nadie le cayó bien.

Arslanian: Tengan presente que el indulto no sólo incluyó a los ex comandantes condenados, sino a una multitud de oficiales que quedaron en proceso como consecuencia de la Ley de Punto Final, que establecía un plazo breve dentro del cual había que tomar alguna decisión sobre personas sospechosas. Fueron indultos que tuvieron la traza de una amnistía.

Gil Lavedra: Son medidas políticas. Lo que se puede decir es que la extensión que tuvieron fue excesiva, apareció como innecesario.

Ledesma: Más allá de que a uno le guste o no –a mí no me gustaron–, no cambia nada lo que se hizo.

Strassera: De acuerdo.

Ledesma: Creo que son criterios políticos. Una vez me crucé con el comisario Etchecolaz por la avenida Santa Fe, a quien presidiendo la audiencia por el juicio a Camps hice echar de la sala porque dijo que le parecía un circo romano. Él iba con un perro grandote, y no me causó ninguna alteración nerviosa verlo.

Gil Lavedra: Y yo me crucé con Massera en un aeropuerto…

Arslanián: ¿No en una heladería? (risas)…

Gil Lavedra: No nos buscamos. En realidad, él evitaba a la gente, se había colocado en un rincón y se tapaba con un diario. Fue hace unos cinco o seis años, creo… Era un vuelo a Punta del Este. No diría que me evitó a mí, sino a todo el mundo.

Arslanián: Tuve un episodio que me quedó grabado. Con motivo del 13 aniversario del papado de Juan Pablo II, en 1991, en la Nunciatura hicieron un festejo. Por supuesto estaba invitado todo el Gobierno nacional, y a la sazón yo era ministro de Justicia. Me sorprendió, ahí no más en la entrada, la presencia de Videla, Massera y Agosti. No salía de mi estupor. El presidente Menem no había llegado, ya me parecía muy grave que se juntara con represores en un acto de estas características. Entonces lo increpé muy duramente al nuncio Calabresi, y logré que a estas personas se las pusiera por el fondo, y que el Presidente estuviera en otro salón. Así evité ese encuentro.

El ministro Gil Lavedra pide disculpas, se tiene que ir. Lo espera una declaración conjunta con Federico Storani, ministro del Interior, sobre la fuerza especial para investigar otro estigma nacional: el atentado a la AMIA. “Hagamos las fotos”, pide apurado. Además del Ministro se despide Strassera. Quedan, un rato más y esperando un auto, Valerga Aráoz, Ledesma, Arslanián y Torlasco.

GENTE: ¿Tuvieron a alguien cercano a ustedes, un familiar o amigo desaparecido o en las Fuerzas Armadas de ese momento? 

Arslanián, Torlasco y Valerga Aráoz dicen que no.

Ledesma: Mi padre tenía tres tíos marinos, –ahora uno falleció– y yo un padrino general, hermano de mi madre, también fallecido, todos ellos de otras épocas. Y un primo militar que murió en Tucumán, en un helicóptero que bajaron los guerrilleros en la selva. Así que había cierta interna, pero nunca se manifestó ni recibí repulsas o discusiones en mi familia. No tenía un total apoyo, pero tampoco era un marginado.
Ledesma se va también. En dos sillas quedan Arslanián y Torlasco. El primero dice, ante una pregunta: “Nadie nos había llamado hasta el día de hoy, sólo ustedes se acordaron de este aniversario”.

GENTE: ¿Creen que las sentencias fueron suficientes?

Arslanián: En la práctica, la principal responsabilidad fue del Ejército. Massera hizo cosas por sí sólo. Quisimos hacer una diferenciación. En esas cosas tampoco hicimos concesiones demagógicas.

Torlasco: Nunca nos arrepentimos. El juicio a los comandantes fue el único acto digno de la Argentina de las últimas décadas.

Frente a frente

22 de abril de 1985. En la sala de audiencias de Tribunales se encontraron. De frente, los camaristas: de izquierda a derecha, Jorge Torlasco, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma, Carlos Arslanián (presidente) Andrés D’Alessio y Jorge Valerga Aráoz. Al costado, los fiscales: Luis Moreno Ocampo y Julio Strassera. De espaldas, los acusados: Jorge Rafael Videla, Leopoldo Fortunato Galtieri, Roberto Eduardo Viola, Emilio Massera, Armando Lambruschini, Jorge Anaya, Orlando Ramón Agosti (fallecido), Domingo Rubens Graffigna y Basilio Lami Dozo. Fue desde el 22 de abril hasta el 9 diciembre de 1985. El país cambió para siempre.

Los hoy ex camaristas (con el ex fiscal Julio Strassera invitado especialmente) conforman un grupo fraternal que se reúne una vez por mes. De izquierda a derecha: Jorge Torlasco, León Arslanián, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma, Jorge Valerga Aráoz y Julio Strassera. Todos extrañaron a su amigo Andrés D’Alessio, ausente con aviso por una inoportuna gripe.

Condenados

Videla y Massera recibieron reclusión perpetua. Agosti, 4 años y 6 meses de prisión. Viola, 17 años de prisión. Lambruschini, 8 años de prisión. Fueron las principales condenas. Después de los indultos, los ex camaristas se sintieron defraudados.

Por fin se veían las caras. Sucedió el 22 de abril de 1985, y fue histórico. De un lado, en la grave Sala de Audiencias de los Tribunales, León Arslanián, presidente de la Cámara Federal y los jueces Jorge Torlasco, Ricardo Gil Lavedra, Jorge Valerga Aráoz, Guillermo Ledesma y Andrés D’Alessio. A un costado, el fiscal Julio César Strassera y su adjunto, Luis Moreno Ocampo. Del otro lado, sobre un banco como de iglesia, los militares que serían juzgados: Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Orlando René Agosti, Roberto Viola, Armando Lambruschini, Omar Graffigna, Leopoldo Galtieri, Jorge Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo. Comenzaba el juicio a las juntas militares.