Gabriel García Márquez. 500 años de soledad, por Ezequiel Martínez

Fuente: Diario Clarín, martes 8 de diciembre de 1992.

Con este título se celebra en España a partir de mañana el 25º aniversario de la aparición de Cien años de soledad.  Pero la primera edición de la novela más célebre de García Márquez tuvo lugar unos meses antes en Buenos Aires, cuando nadie apostaba a ese libro, que algunos juzgaban como “invendible”. Una crónica de rechazos, fama esquiva y pobreza rodeaban al autor. Aquí se cuenta esa increíble y triste historia.

Cuenta la leyenda que un editor, en Buenos Aires, fue encontrado una madrugada con la alfombra cubierta por las hojas de un manuscrito que no podía dejar de leer entre maravillado y sorprendido. Que el autor de esas páginas, un colombiano residente en México, estaba casi en la miseria con deudas amontonadas después de 18 meses de encierro y escritura feroz. Que otros editores, en España, habían rechazado los originales de ese libro por considerarlo “invendible”.

Como en las novelas de Gabriel García Márquez, en la historia de Cien años de soledad también se mezclan ficción y realidad. Lo cierto es que cuando el escritor llegó a Ezeiza un sábado de junio a las tres de la mañana, abrigado con una gastada campera a cuadros, el único que lo esperaba era aquel editor desvelado, Francisco Porrúa, de Sudamericana. Pocos días antes, el 5 de junio de 1967, la primera edición de la novela más célebre de García Márquez ocupaba un lugar discreto de las librerías de Buenos Aires. Solo algunos meses después llegaría a España –que ahora celebra el 25º aniversario de la primera edición en ese país– y con los años, a 36 idiomas diferentes y a más de 30 millones de ejemplares vendidos alrededor del mundo.

Pero la fama no es puro cuento. O pura novela, en este caso. Hasta llegar a esas cifras, García Márquez y su novela recorrieron un accidentado trecho. Antes de la publicación de Cien años de soldad el escritor sumaba dos novelas anteriores, La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba (de las que en la Argentina se habían editado apenas 2.000 ejemplares) y un discreto lugar en el terreno literario. No fue mucho mayor la tirada que Sudamericana lanzó en esa primera edición de Cien años de soledad, 352 páginas. 650 pesos de la época: 8.000 ejemplares… que se agotaron en diez días. Pero eso ya forma parte de la crónica de la fama. Antes hubo otra historia, que se empecinaba en rozar el fracaso.

El escritor en su laberinto

Aquí no hay leyenda, García Márquez contó estas desventuras varias veces. Más de un año permaneció encerrado tejiendo las fantasías del pueblo de Macondo y urdiendo confusiones con la dinastía de los Buendía. No había mucho dinero en casa; sí dos hijos y una esposa, Mercedes Barcha, que se ocupaba de administrar los dineros que llegaron después de vender el auto familiar. Ella nunca le hacía faltar al escriba papel y cigarrillos, pero pedía fiado en carnicerías y despensas.

Con las 1.300 carillas del manuscrito ya listas, el siguiente paso fue darlas a conocer. Entonces esas páginas empezaron a correr algunas calamidades. Casi se pierden cuando la dactilógrafa fue atropellada en una calle de México por un autobús, pero nada pasó de un susto: ella salió ilesa, tanto como para recoger los originales desparramados por el suelo. Luego las copias partieron a diferentes destinos. A las oficinas de la agente literaria Carmen Balcells en Madrid llegaron el 15 de octubre d e1966. Empezaba la dura tarea de intentar “colocarla”.

Cuentan –y aquí ya se mezcla una leyenda que García Márquez alimentó con silencios y respuestas esquivas– que Carlos barral, de la prestigiosa editorial española Seix Barral, fue uno de los que rechazó el manuscrito. Aseguran que también lo hizo Guillermo de Torre, regresando los originales junto con una carta para el autor en la que le sugería aligerar “la innecesaria poesía” del texto.

El editor argentino Porrúa –quien hoy vive en Barcelona–, por poco se queda sin olfato que poner a prueba. El envío del manuscrito a Buenos Aires le costaba a García Márquez 180 pesos, pero las arcas familiares apenas arañaban los 80. La solución fue práctica: mandó a Buenos Aires el primer capítulo; ya habría forma de vender alguna otra cosa de la casa como para hacer llegar el resto. Así se hizo, y aquellas páginas pronto tomaron forma de libro.

La velocidad con que Cien años de soledad desaparecía de las librerías y llenaba las mesitas de luz sorprendió a los propios editores. A las dos semanas tuvieron que sacar una segunda edición. Excusa suficiente como para invitar al escritor al país. Si bien la noticia de su llegada no ocupó centímetros en los medios, el olvido duró poco. El libro que sería calificado como la metáfora más exacta de Latinoamérica andaba de boca en boca y el 20 de junio su autor aparecía de cuerpo entero en la tapa de la revista Primera Plana con un título contundente: “La gran novela de América”. La fama se había apoderado del colombiano. Pero aquellos días de junio del 67 serían los únicos que lo verían caminar por las calles de Buenos Aires.

Nunca más regresó. Y aunque no pasaron cien años, la increíble y triste historia de esta novela y su autor “desalmado” están dejando una marca indeleble entre quienes fueron los primeros testigos de su lanzamiento: una ausencia que ya lleva 25 años de soledad.