“A mi regreso de Europa, en una reunión secreta, informé lo que había visto. El ministro de Guerra me encontró razón, pero los otros generales cavernícolas, que pretendían convertir al Ejército en una guardia pretoriana, me acusaron de comunista. Se resolvió sacarme de circulación: fui a parar a Mendoza, como director del Centro de Instrucción de Montaña. Allí pasé ocho meses, hasta que me nombraron en la Inspección de Tropas de Montaña. Fue entonces cuando se presentaron ante mí ocho o diez coroneles jóvenes, que habían escuchado mi conferencia secreta y me ofrecían su adhesión. ‘No hemos perdido el tiempo’, me dijeron. ‘Hemos organizado en el Ejército una fuerza con la cual podemos tomar el poder en veinticuatro horas’. Era el GOU, Grupo de Oficiales Unidos. En aquel momento estaba por elegirse a Robustiano Patrón Costas como presidente, en uno de esos ‘fraudes patrióticos’ que preparaban los conservadores en nuestro país. Los coroneles me dieron un susto de la madonna: era el destino el que se me ponía por delante. Les dije: ‘Muchachos, espérense. Tomar el gobierno es algo demasiado serio. Con eso no se puede jugar. Dénme diez días para pensarlo’. (...) Lo primero que hice fue llamar a Patrón Costas (...) Llamé entonces a los radicales (...) Cuando vi que el apoyo era grande, llamé al grupo de coroneles y les dije que en efecto algo se podía hacer. Toda revolución implica dos hechos: el primero es la preparación humana, el segundo la preparación técnica. De la preparación humana se encargan un realizador y cien mil predicadores. pero la otra hay que formar un organismo de estudio que fijará los objetivos ideológicos y políticos de la revolución y preparará los planes para realizarla. Luego de esta reunión, los muchachos dijeron: ‘Está bien, tomaremos el gobierno.” |