Enrique VIII, sus seis esposas y una nueva religión


Autor: Felipe Pigna.

Además del excelente disco de Rick Wakeman, que nos transporta a nuestra adolescencia, la frase “la seis esposas de Enrique VIII” nos lleva a la colección de títulos de la historia universal, como “las pirámides de Egipto”, que no necesariamente nos aclaran mucho sobre el tema. Enrique era un muchacho regordete que llegó al trono en 1509 cuando tenía 18 años en 1509. Era, al menos declamativamente, un ferviente católico que demostró sus convicciones al Papa León X apoyándolo en su lucha contra los reformistas luteranos y el jefe de la Iglesia lo premió con el título de “defensor de la fe”.

El rey estaba casado desde antes de ascender al trono con Catalina de Aragón. La muchacha era hija de los reyes de Castilla y Aragón, Isabel y Fernando, “los reyes católicos”, y había enviudado de Arturo, el hermano de Enrique. En la búsqueda de un heredero varón la pareja no fue muy afortunada. De los seis hijos que tuvieron, sólo sobrevivió María, llamada a tener un lugar destacado en la historia inglesa. El rey era un hombre “inquieto”, según lo describen con cierta indulgencia machista algunas crónicas de la época, y había tenido un “hijo ilegítimo” con su amante Isabel  Blount, y eran casi oficiales sus relaciones con María Bolena, hasta que se enamoró perdidamente de la hermana la joven, la célebre Ana Bolena, a quien Gaetano Donizetti le dedicaría una ópera estrenada en Milán en 1830 y en Londres en 1831.

Enrique le solicitó el divorcio al Papa Clemente VII porque, según él, Dios había castigado el casamiento con la mujer de su hermano muerto con la muerte de sus hijos. Entre las muchas razones que llevaron al Papa a negarle el divorcio figuraba en un lugar de privilegio las estrechas relaciones entre el papado y el emperador Carlos V, hijo de Juana la Loca y Felipe el hermoso y sobrino de Catalina. Hasta el momento el Papa tenía la última palabra, pero Enrique no se quedó tranquilo, consultó a teólogos de distintos países de Europa y tomó la una decisión que cambiaría la historia y el mapa político de su tiempo.

Corría el año del señor de 1531 cuando el rey logró que la Cámara de los Lores lo designara “Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra” y suspendió los pagos de aportes económicos al Estado papal y expropió bienes de la Iglesia. Sin las trabas preexistentes se casó con Ana Bolena e hizo aprobar su matrimonio por la máxima autoridad eclesiástica local, el obispo de Canterbury. El papa amenazó con la excomunión y Enrique respondió con el Acta de Supremacía de 1534 que le quitaba al Papa la jurisdicción sobre la iglesia local que pasó a llamarse “anglicana”.

En 1536, mientras don Pedro de Mendoza fundaba Buenos Aires, ocurrían en Inglaterra hechos altamente significativos. A principios de ese año moría Catalina, y el 19 de mayo Enrique mandó decapitar a Ana Bolena, acusada de “infidelidad”. Al día siguiente Enrique VIII se casó con su nuevo amor, Juana de Seymour, quien morirá al poco tiempo de dar a luz al deseado heredero Eduardo y tendrá una casi inmediata reemplazante en Ana de Cleves. Se trataba de un casamiento estratégico para congraciarse con los príncipes protestantes alemanes enfrentados al Papa y a Carlos V.

Enrique conoció a Ana a través de un retrato que la favorecía notablemente y ocultaba por ejemplo, las típicas picaduras que dejaba la viruela en los rostros. Cuando la tuvo a su lado no disimuló su decepción  y la dejó por Catalina Howard, quien tampoco disimuló su desprecio por aquel hombre que ya llegaba a los casi 140 centímetros de cintura. La muchacha de 18 años vengó a sus colegas anteriores teniendo ardientes relaciones con varios muchachos más atractivos que don Enrique.

Todo se sabe y el rey mandó seguirla de cerca y detectó a dos amantes pertenecientes a la corte: Thomas Culpeper y Francis Dereham, que fueron ejecutados en diciembre de 1541. Catalina será decapitada como su prima Ana Bolena. La última de la serie será Catalina Parr, que venía de enviudar dos veces. La nueva reina hizo lo posible por lograr que el rey retomara la relación con sus hijas María e Isabel y se llevó bastante bien con Eduardo el heredero.

Pero no todo era “vida doméstica” en la vida de Enrique. Tuvo que enfrentar encarnizadas rebeliones de católicos en el Norte, a las que reprimió salvajemente; se fue desprendiendo de sus antiguos hombres de confianza, como Wolsey, que morirá en prisión, Tomás  Moro, el notable autor de Utopía, que morirá decapitado, al igual que su otrora colaborador Tomas Cromwell.

Un estudio publicado por las bioantropólogas Catrina Whitley y Kyra Kramer en el Journal of History de Cambridge se ocupa de las sucesivas muertes de los hijos de Enrique cambiando el eje histórico del relato machista que atribuía naturalmente los decesos a las sucesivas mujeres del rey, planteando que la causa podría estar en el grupo sanguíneo denominado Kell positivo.

Enrique VIII falleció el 28 de enero de 1547. Fue sepultado en la Capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor, al lado de Jane Seymour. Sus últimos años fueron muy difíciles, debilitado por la gota, aguantando fuertes dolores, su estado físico fue progresivamente empeorando hasta su fallecimiento.