El Inca Andaluz


Autor: Felipe Pigna

Allá por 1655 en los Valles Calchaquíes,  un novelesco personaje nacido en Andalucía, llamado Pedro Bohórquez o Pedro Chamizo, quien se hacía llamar Hualpa Inca, jurando ser descendiente directo de los Incas, se ganó el favor y la confianza de los diaguitas y se ofreció a liderarlos para combatir contra los españoles y reinstaurar el imperio incaico.

Bohórquez trabajaba a dos puntas y había establecido contacto con el gobernador español, al que le prometió llevar adelante un fino trabajo de espionaje para dar con los tesoros ocultos en la zona y lograr la definitiva derrota de aquellos pueblos tan guerreros. Los españoles también le creyeron y el 11 de agosto de 1657 lo nombraron lugarteniente de gobernador, justicia mayor y capitán de guerra de los valles Calchaquíes, otorgándole además una autorización escrita para portar el título de Inca.

También logró el apoyo para nada desinteresado de dos misioneros, los padres Eugenio de Sancho y Juan de León. El padre León, por ejemplo, escribía:
Señor capitán Hernando de Pedraza: […] si la tercia parte de las noticias [de riquezas] de Calchaquí se descubre, no habrá en el mundo […] provincia más rica que la nuestra. […] Le pondré una memoria de lo que ha llegado a mi noticia, de riquezas […]. ¡Jesús de mi alma! Dejemos ya la tierra caduca y miserable. Subámonos un poco al cielo […] donde tendrá a colmo […] cuantos gustos y deleites honestos puede percibir el entendimiento humano […]. Minas del Pular: fundición de plata. En el pueblo de Cachi: minas de plata […] y de oro […]. En Calchaquí: […] la Casa Blanca y una muy nombrada huaca. En Guampalán: minas de plata. En Quilmes: dos huacas grandiosas. En Encamana: de plata. 1

Wak’a, en quechua, significa “lo sagrado”, “lo sobrenatural”, y se aplica tanto a una divinidad como a un objeto de culto, como es el caso de las ofrendas hechas a los dioses. La práctica de enterrar ofrendas de objetos de oro, plata y piedras (muy extendida en la zona andina, por el culto a los cerros, a la Madre Tierra y a los antepasados) llevó a que el término se volviera sinónimo, para los españoles, de “tesoro enterrado”, por lo que todo sitio sagrado andino fue objeto preferencial de su codicioso saqueo.

Bohórquez se instaló en el pueblo de Tolombón, las tierras del gran rebelde Juan Calchaquí, y logró su sueño de ser aceptado como Inca. Tuvo que tomar algunas medidas favorables a sus “súbditos”, como la suspensión de los trabajos forzados, lo que provocó una interesante fuga de mitayos y esclavos.

Estas medidas preocuparon seriamente a las autoridades españolas que ya habían tenido tiempo de recibir el prontuario del “Inca” Bohórquez. El virrey del Perú, don Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Lister, escribió al gobernador del Tucumán:
La turbación que ha causado don Pedro Bohórquez en Calchaquí, ha llegado a esta ciudad […] y han venido relaciones del modo como vuestra merced lo trató y lo nombró por su teniente, cosa que, juzgo, obró como quien no conocía al sujeto porque sus procedimientos y la mala cuenta que ha dado de lo poco que ha sido a su cargo, obligó a desterrarlo a Valdivia de donde fue, fugitivo, a parar a esas provincias. […] Y así se ha resuelto que luego que vuestra merced reciba ésta, procure prender a este hombre y, preso, lo remitirá al señor presidente de [la Audiencia de] Charcas para que le envíe desde allí a Lima. 2

Al verse acorralado, el andaluz lanzó a sus seguidores a la ofensiva, saqueando conventos, pueblos y haciendas. Sin embargo, fue capturado, condenado a prisión por siete años y finalmente ejecutado con el “humanitario” método del garrote vil.

Los españoles, que habían padecido más de cien años de guerra continua en aquellos hermosos y heroicos valles Calchaquíes, en enero de 1667 decidieron “extrañar” a los veinte mil derrotados de los pueblos quilmes y acalianes: los “reubicaron” en diversas zonas de lo que todavía era el virreinato del Perú. Los más heroicos guerreros y sus familias, que habían resistido a los Incas y a los españoles, fueron obligados a caminar encadenados desde Tucumán hasta un poblado bonaerense. Los pocos que llegaron vivieron en un sitio que nombraron Quilmes.

Referencias:
1 Carta del P. Juan de León a Hernando de Pedraza, citada por Teresa Piossek Prebisch, La rebelión de Pedro Bohórquez: el Inca del Tucumán, 1656-1659, Buenos Aires, s/e, 1976, págs. 101-102.
2 Carta del virrey conde de Alba de Lister al gobernador Alonso de Mercado y Villacorta, del 1º de diciembre de 1657, en Piossek Prebisch, op. cit., pág. 157-183.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar