El caso de los niños cantores de la Lotería Nacional


Fuente: Felipe Pigna.

Un escándalo de tintes pintorescos que conmovió la «década infame» fue el de los niños cantores de la Lotería Nacional. Todo comenzó una tarde de junio de 1942, cuando un grupo de niños cantores se reunió en el Café de los Angelitos en Rivadavia y Rincón.

Allí, uno de ellos comentó que conocía a Sabino Lancellotti, un oficial tornero que podría fabricar una bolilla de madera idéntica a la utilizada en los sorteos oficiales de la lotería, que podría ser cambiada por ellos en el momento del sorteo para obtener el premio mayor. El resto de los compañeros se mostraron interesados en la idea y el proyecto se concretó durante el sorteo del 24 de julio de 1942, cuando salió el número 31.025 beneficiado con la suma de 300.000 pesos, comprado por los «niños cantores».

Pero la indiscreción de algunos de ellos, que comentaron a novias y a amigos su plan, los llevó a la perdición, porque no fueron los únicos beneficiarios y comenzó a correrse la bolilla por todo el país, al punto tal que al día siguiente el diario Crítica publicó la noticia: «El 025, número anticipado desde ayer, salió con la grande. Un nuevo caso, tan sorprendente como los anteriores, se ha producido hoy en el sorteo de la Lotería Nacional. Desde anoche se hablaba de que la grande terminaría en 025: a tal punto llegó el anuncio que los levantadores de quinielas resolvieron defenderse y no tomar jugadas al 025. Algunos pocos lo hicieron».

La Cámara de Diputados, ante la sospecha de que los «niños» no estaban solos, formó una comisión presidida por el diputado radical por Santa Fe, Agustín Rodríguez Araya, para investigar a la Lotería Nacional. La comisión solicitó y obtuvo la interpelación de ministros y funcionarios y demostró graves irregularidades en el funcionamiento del organismo oficial que iban desde el uso de bolillas de distinto peso a maniobras con los billetes ganadores no cobrados en término por sus beneficiarios. También se demostró que entre la larga lista de compradores del 31.025 había jueces, concejales y ex ministros. De todas maneras, los únicos sancionados fueron los niños cantores Navas, López, Tambore, Sitemberg, Praino, Laddaga y Mañana y el tornero Lancellotti, que recibieron penas de tres a cuatro años, y los casuales compradores del 31.025, que seguían ese número por pálpito o costumbre, que se quedaron sin cobrar su premio porque el sorteo fue anulado. Pero a Rodríguez Araya le interesó particularmente un tema muy grave que vinculaba a la Lotería Nacional -creada por ley del Congreso de la Nación el 30 de octubre de 1895 con el objetivo de sostener la «beneficencia de los menesterosos desamparados, mediante la construcción y sostenimiento de hospitales y asilos públicos»- con la Sociedad de Beneficencia.

Se trataba de la concesión de decenas de la lotería a los «pobres y lisiados» para su venta. Eran miles de decenas que implicaban una importante renta mensual. Cuando el diputado comenzó a indagar se llevó una muy desagradable sorpresa y lo expresó en la Cámara de Diputados: «Tienen decenas parientes de ex presidentes de la República. Hay parientas de jueces, de ex ministros, hay un concejal de Balcarce, hay un cuñado de un ex ministro nacional; tiene decenas una ‘pobre señora’ que posee 8.000 hectáreas pobladas de hacienda en una provincia del litoral. Hay dueñas de caballos de carrera». Rodríguez Araya amplía en su libro Mientras los niños cantan la nómina de beneficiarios. «Un presidente de la Lotería distribuye generosamente decenas a sus maestros de golf; tres de ellos perciben en total 39.000; 37.000 y 29.000 pesos. Un activo revolucionario de septiembre de 1930, teniente coronel, ha hecho dar a su cónyuge decenas. Un ministro de Dios en la Tierra tiene su pedicuro y gratifica sus servicios con decenas».

Las investigaciones de la Comisión presidida por el diputado santafecino demostraron que la mayoría de estas verdaderas pensiones vitalicias estaba otorgada a gente cercana al poder y al mundo financiero. Los «indigentes» eran una absoluta minoría.

Rodríguez Araya decidió profundizar e investigar las decenas otorgadas a la Sociedad de Beneficencia. En su sede las damas le mostraron sin ningún pudor su fichero de beneficiarios a los que ellas curiosamente llamaban patrones protectores y le señalaron que «para el cumplimiento de la misión filantrópica que se habían impuesto necesitaban conquistar la buena voluntad de los personajes; y que por correspondencia de atenciones, daban preferencia a sus pedidos» 1.

El gran fichero estaba clasificado por cargos y allí podían verse miles de fichas. «Era irritante la simple lectura de las tarjetas matrices: Arzobispo de.., Obispo de.., Presidente de la República, Vicepresidente de la República, Senador Nacional, Diputado Nacional, Presidente del Banco Tal, General, Juez, señora del Ministro». La Sociedad de Beneficencia, manejada por las damas de la más rancia oligarquía, era la vía de distribución de aquellas cuantiosas sumas teóricamente destinadas a los pobres, discapacitados, huérfanos y enfermos. Tomando solamente el año de la investigación de la Comisión Parlamentaria, repartieron entre sus amistades 3.279.000 pesos, en una época en que un trabajador cobraba unos doscientos pesos por mes.

Rodríguez Araya agrega: «A pesar de su alcurnia, no son sino estafadoras que todavía no han sido procesadas las señoronas que lucraban burlando la ley; y son malversadores de caudales públicos los que acordaron tantos provechos ilícitos, ya que sólo pudieron permitirlos por cohecho o por incumplimiento malicioso de los deberes de su cargo. (..) Con esta dádiva no consignada en la legislación social de nuestro país se establece una injusticia social que justifica las reacciones de los humildes contra los beneficiarios ilícitos de estas prebendas, porque no son los pobres, ni los necesitados, ni los inválidos, que más necesitan de la ayuda del Estado, los que la aprovechan, sino aquellos otros que utilizan estos recursos para dar desahogo a sus vicios y para aumentar sus ingresos ya cuantiosos. Surge de mis manifestaciones la exacta visión de que no se trata de un negociado accidental y transitorio. Es un sistema de delincuencia organizado, permanente, que se agrava cada día al realizarlo dentro de la más completa impunidad».2

Referencias:

1 Agustín Rodríguez Araya, Mientras los niños cantan, Buenos Aires, 1943.
2 Ídem.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar