Discurso de J. D. Perón ante el Congreso de Mujeres


27 de Agosto de 1973.

Es un inmenso placer para mí dirigirles la palabra a las dirigentes del Movimiento Peronista en la Rama Femenina, especialmente del interior del país.

Creo que el interior del país representa, tanto en el sector femenino como en los demás sectores de nuestro Movimiento, las grandes reservas espirituales que han de servir para encaminar la vida nacional, un poco salida de cauce después de 18 años de lucha, de desorden y de incuria gubernamental.

Hace ya más de 25 años y por iniciativa de Eva Perón, los legisladores justicialistas concedieron a través de una ley justa y esperada, los derechos políticos a la mujer argentina. Desde entonces hasta nuestros días, ha pasado una larga etapa en la que la mujer, frente a la lucha cruenta que se ha venido desarrollando, ha hecho su acción silenciosa, tranquila pero efectiva, en la propia casa y a través de todas las familias argentinas. Basta pasar por aquí para ver a los pibes de dos o tres años y persuadirse de que ahí está el verdadero maná.

De manera que ese trabajo realizado con verdadera dedicación y amor, es el que el país necesita para que todas las familias argentinas puedan conformar espiritualmente una nación y aventar lejos de sí las pasiones insanas y la delincuencia que, desgraciadamente, ha proliferado de una manera pavorosa en nuestro país; delincuencia que no es solamente, como algunos creen, que se trata de cuatro o cinco chiquilines mal encaminados en los famosos potreros, verdaderas escuelas de delincuencia. Pero esa delincuencia es insignificante frente a otra gran delincuencia que actuaba arriba y que se había apoderado de los resortes del gobierno, terminando por descomponer al Estado. De esa descomposición es preciso volver antes de empeñarse en ninguna tarea de aliento. Esto es necesario comprenderlo. La destrucción del Estado ha sido realizada y han quedado los agentes de esa destrucción. Nos basta ver a qué precio se vendió el trigo, la carne, para darse cuenta de que cuando uno aprieta en cualquier lugar, salta una gota de pus.

Esa es la verdadera delincuencia, no la delincuencia común a todas las comunidades en el mundo; insignificante al lado de esa delincuencia de alto bordo. Un infeliz le saca veinte pesos del bolsillo a un pobre que anda por la calle, mientras que el otro le saca millones a todos los argentinos.

Por eso digo que la mujer, en estas circunstancias, tiene una tarea extraordinaria que realizar. Es curioso: cuando en las comunidades y en los pueblos la mujer se dedica solamente a los menesteres de su propia casa y abandona las posibilidades de ser útil a esa comunidad, el país renuncia a la mitad de su verdadera riqueza, porque hoy, como en todos los tiempos, la mayor riqueza de un país reside en sus propios habitantes. Esa es una riqueza a menudo menospreciada, pero se puede comprobar perfectamente cuando compulsa países que no tienen riquezas ni territorios y tienen, en cambio, muchos habitantes. En estos casos, se defienden con esa riqueza humana, que es la mejor riqueza que un país puede tener.

La República Argentina, con su enorme extensión, que llega a casi tres milllones de kilómetros cuadrados, sólo está poblada por 24 millones de argentinos. Se trata, todavía, de un país deshabitado en la mayor extensión de su territorio. Precisamente, ése es uno de los factores más negativos en el desarrollo y en el progreso de nuestro país.

Si nosotros no somos capaces de incorporar a la mujer al rendimiento activo del país, estamos renunciando a la mitad de las posibilidades que tenemos para nuestra grandeza futura.

Imaginen ustedes que de esos 24 millones de habitantes la mujer no trabaje y no actué en las verdaderas actividades del desarrollo y del progreso del país. En este supuesto, evidentemente, estamos quedando con la mitad, que son los hombres. De esa mitad, descontando los jóvenes que estudian o los viejos que ya no actúan, quedarían siete millones escasos sin contar todavía los vagos, que es otro sector.

Es decir, que esos siete millones de habitantes son los que deben sostener el peso del esfuerzo nacional. ¡Qué diferente sería si por lo menos trabajase en las mismas condiciones el sector femenino! Entonces contaríamos con 14 millones de habitantes para llevar adelante el país.

De todo esto se infiere, preferentemente, la necesidad de incorporar a la mujer a la actividad viva del país. La mujer esta en las mismas condiciones del hombre y no debe ser reducida a menesteres inferiores, pues ella puede competir con él en la tecnología, en el trabajo científico, en la investigación y en toda clase de estudios.

Hay un ejemplo que está latente y viviente: China. Era un país donde anualmente se morían de hambre de doce a quince millones de habitantes, porque la producción alimenticia, a pesar del empeño de los habitantes de su territorio no daba para todos.

La sabiduría del sistema instaurado en la República Democrática China dio su lugar a la mujer, y hoy ella rinde a la par del hombre. Ese país, donde anualmente se moría de hambre un sector de gran importancia, no solamente ha satisfecho sus necesidades, sino que ha alcanzado su desarrollo en todos los órdenes y hoy en su día se da el lujo de exportar comida.

Eso en gran parte se debe a la acción de la mujer china que ha tomado en serio la tarea de colaborar y de trabajar. Trabaja en el campo, en las ciudades, en la industria, en la técnica; en todo la mujer está presente. Y para muchas de esas cosas la mujer es mucho más apta que el hombre. De manera que siempre habrá lugar preferente para que las mujeres puedan también ser el factor de desarrollo y progreso que el país está esperando. Y ésta es una cosa fundamental que ya he dicho en otras oportunidades. A nosotros, en el país nos está pasando lo que le pasaría a una persona a la que le dijeran: «Vea, señor: usted va a vivir en el Sheraton, pero tiene que pagar los gastos». Evidentemente, no podría vivir ninguno allí.

Nosotros tenemos en esos tres millones de kilómetros algo mucho más grande que el Sheraton, y somos apenas veinticuatro millones para pagar las expensas de esos tres millones. No estamos en condiciones de restarle ni siquiera un chico al trabajo cuando pueda realizar esa tarea.

Compañeras: deseo manifestarles que el movimiento peronista no comienza ahora a darse cuenta de este problema, sino que hace treinta años trató de poner en marcha este desarrollo. Desgraciadamente, en 1955, al perder el pueblo su gobierno legal y constitucional -derribado por un golpe de estado- perdió también las posibilidades de una continuidad que hoy estaría cantando a gloria en este país.

Nosotros, que venimos sosteniendo todas estas necesidades, hemos asistido con dolor a todo cuanto ha ocurrido en la destrucción flagrante que se ha realizado en estos dieciocho años de vegüenza nacional. Hemos visto desaparecer la Fundación Eva Perón, que era una maravilla; hemos visto caer toda la organización asistencial, para no tener hoy un hospital en donde un pobre pueda ir a atenderse sin tener que pagar y llevar sus cosas. Hemos visto a nuestros jubilados arrastrando su pobreza y su desgracia por las calles en reclamo del sueldo que tenían derecho a cobrar.

En fin: para qué entrar más en esto, cuando estamos viendo que por millones se están muriendo los niños en el país a causa de debilidades constitucionales que son, a la vez, miserias fisiológicas y miserias sociales. Esto es lo primero que tenemos que resolver.

Algunos hablan de grandes proyectos para el desarrollo, etc. Primero debemos curar los males que tenemos. No podemos curar sobre el pus; hay que romper la cáscara y raspar hasta el hueso, para después curar.

En toda inmensa tarea de reconstruir lo que han venido destruyendo durante tantos años, la mujer, con su sensibilidad y capacidad, tiene una tarea extraordinaria para realizar. La responsabilidad de las mujeres argentinas es tan grande en este momento como la de los hombres, o mayor, porque en la descomposición moral que ha producido, la mano y la palabra de la mujer tienen una influencia decisiva, mucho más decisiva que la palabra del propio hombre que dirige la casa.

Esta escuela, que será en base a una reforma educacional, se ha de realizar en el Estado, pero cada mujer que ponga un granito de arena en la realización de esa moralización nacional que se ha perdido, estará colocando también un pequeño ladrillo para la reconstrucción de la grandeza futura de nuestra Patria.

Es indudable que la reconstrucción en que nosotros hemos de empeñarnos decisivamente comenzará a colocar sus cimientos sobre esas formas destruidas por la incuria anterior. Tenemos que salvar a a familia, que también está comprometida, porque cuando las comunidades se descomponen y su moral cede, la primera que sufre es la familia. Apuntalar esta institución es la base de nuestro orden futuro, pero es también la responsabilidad más grave que tiene la mujer argentina.

Es para eso que nuestras mujeres tienen que organizarse. No se trata solamente de tener una organización política para votar cuando las circunstancias de elegir bien así lo imponen, sino también de tener una organización viva y latente en permanencia, para que actuando como factor de poder a través de las amas de casa o de las sociedades de mujeres, pueden imponer donde no sea suficiente con sugerir.

Dicen que el factor más determinante en la grandeza de Esparta fueron sus mujeres. Tanto es así que en la visita de los romanos a Esparta ellas sabían hablar de sus hombres. Y cuando los romanos les decían de la grandeza de las mujeres de Esparta, ellas sabían contestar: «Es que nosotras sabemos dar a luz hombres».

Esa es la tarea de nuestras mujeres: dar a luz hombres, y mantenerlos hombres, cuando se forman y cuando se desarrollan, y aún después, cuando en la pubertad comienzan a accionar.

En este sentido, la mujer es, para nuestra reconstrucción, un factor más importante que todas las instituciones y que todas las asociaciones de moral y demás. Esa es la escuela que se forma desde el nacimiento del niño hasta los seis años, donde se le mete la moral en el subconsciente para que no la pierda jamás.

Es decir, compañeras, que yo considero, después de haber tomado contacto con nuestro país, que el problema más grave que se ha producido ha sido el intento de destrucción del argentino. Porque en eso se ha estado trabajando: para destruir al hombre argentino. No hay duda de que no puede haber una destrucción peor y, en consecuencia, no puede existir ningún empeño más grande para nosotros que el de reconstuir cuanto antes a ese hombre que ha comenzado a destruirse.

Y esa es una tarea que debemos confiar a la mujer argentina. Nadie lo podrá hacer en su remplazo. Para esto es necesario que las mujeres de nuestro Movimiento estén unidas solidariamente en la realización de esta tarea; es para esa tarea que hay que unirse y organizarse.

Indudablemente que a lo largo del tiempo eso ha de reconstruirse con la mayor perfección, sobre todo si conseguimos nosotros reconstruir el Estado, que también ha sido destruido. Ha sido destruido e infiltrado con la destrucción, y eso es, sin duda, después de la destrucción del hombre, la peor destrucción que se ha producido en el país. Hemos de reconstruirlo de cualquier manera sin necesidad de recurrir a medidas cruentas; nos tomaremos el tiempo y, de acuerdo con nuestro slogan, lo realizaremos todo en su medida y armoniosamente.

Y ahora, compañeras, quiero dedicarme un poco al problema político. En este sentido, quiero confesarles a ustedes una decisión de la conducción del Comando Superior de nuestro Movimiento, tomada ya en los comienzos de nuestra lucha, en 1956. Fue la de encarar la lucha política, que sabíamos que un día habría de llegar a ser cruenta y dura, evitando, en esa acción, comprometer a la Rama Femenina de nuestro Movimiento, que bien podía trabajar en otros sentidos menos comprometidos que la lucha activa en el campo insurreccional, en el que, naturalmente, estuvimos tantos años. Es decir, evitarle a nuestras mujeres un esfuerzo que habría de ser realizado por los hombres sin ellas, como decían las espartanas, habían hecho hombres.

La lucha se ha realizado; indudablemente la Rama Femenina ha estado un poco retenida. La consecuencia de ello ha sido una disminución en la actividad de la misma. Hasta cierto punto actuaron los sectores que obedecían a focos de caudillismo, que se sostuvieron merced a la existencia de algunos caudillos y caudillas regionales, a las que no les debemos cargar la culpa de nada, porque el caudillismo, en la acción política, es una excrecencia natural de la misma. Entonces, es como nos ocurre a nosotros, que por ahí nos sale un grano. Eso es natural del estado físico.

Pero ha llegado el momento en que debemos evitar eso, una excrecencia de tiempos anormales de lucha, para cambiarlo por un estado institucional de la misma. Es decir, el Movimiento Peronista ya está en camino de reemplazar su sentido y su formación gregaria para ser transformado en una institución, y esto debe ser así por la simple razón de que el hombre no puede vencer al tiempo; lo único que vence al tiempo es la organización.

Entonces, pensemos que si han pasado años en nuestra lucha, casi exclusivamente gregaria, ha llegada el momento en que por su propia tradición, el Movimiento encare su organización integral, respetando, sin duda, su propia tradición, manteniendo una organización política con dos ramas, la Masculina y la Femenina, que nos han dado muy buen resultado. También deben mantenerse la rama sindical y la rama juvenil.

Yo siempre ha propugnado que la juventud tenga su propia organización, y esto es una cosa que me ha enseñado la experiencia. A los muchachos hay que dejarles que desarrollen sus alas y vuelen; no hay que cortárselas, dado que ya el tiempo se va a encargar de arreglarles esas alas. Pero hay que dejar a la juventud que tenga vuelo, y que vuele lo que quiera.

Ya el tiempo se encargará de atemperarlos. Hay que persuadir tanto a las muchachas como a los muchachos, de que el destino es de ellas y de ellos; que nosotros los viejos estamos dando los últimos empujones que nuestra experiencia nos aconseja, en beneficio de ellos. Ya no trabajamos para nosotros; trabajamos exclusivamente para ellos.

Naturalmente, también es necesario que nosotros los viejos nos persuadamos de la necesidad de realizar un trasvasamiento generacional que mantenga joven al Movimiento. Es indiscutible que esto no se puede realizar tirando un viejo por la ventana todos los días, porque indudablemente, la nueva generación ha de llegar a la función preparada, aunque hay algunos muchachos que no agarran si no los ponen de ministros. Desgraciadamente para ellos, el oficio es así, pero hay que ir escalando a medida que la capacidad y el esfuerzo hayan demostrado a los demás lo que cada uno vale. El progreso sistemático es lo que lo lleva a uno a una función de responsabilidad. En política no se regala nada; todo hay que ganárselo. Y después que uno se lo ha ganado, tiene que cuidarlo porque el prestigio es como la riqueza: si uno la derrocha, se queda pronto pobre.

Todos estos factores que hacen realmente a la organización, son decisivos para la acción de conjunto, y lo que en política se busca, en última instancia, es, precisamente, la acción de conjunto.

Hace pocos días un señor político me escribió una carta diciéndome que en vez de hacer una campaña para la elección. Arregláramos el asunto discutiendo por televisión.

Esto me hace acordar a un amigo mío que una vez me propuso un negocio de vender sándwiches de vaca y de pollo. Cuando le pregunté, cómo era eso, me contestó: un pollo, una vaca, vos ponés la vaca. Ah, bueno, dije yo.

Indudablemente que estos inventores del paraguas, a esta altura de nuestra política, no tienen ninguna importancia, Lo que sí tiene importancia es lo que el pueblo decida, y a quien hay que recurrir en estas circunstancias es solamente al pueblo, que no es tan ignorante ni tan atrasado como algunos creen. Y que sobre todo tiene una excelente nariz, porque huele todo a la distancia.

Todos estos factores, compañeras, son los que hacen a la necesidad de organizarce. Y la organización política de la Rama Femenina tiene una importancia decisiva, porque de esa organización han de salir, en el futuro, los grupos para las instituciones de bien público, que la mujer pondrá en marcha en defensa de la propia familia y de la propia comunidad.

Bien, compañeras, yo quiero terminar esta charla pidiéndoles que, cuando regresen a sus respectivas jurisdicciones, les transmitan a todas las mujeres peronistas, mi respeto y mi cariño, pensando como siempre, que ellas son el baluarte moral de nuestro Movimiento.

He visto desfilar delante mío legiones políticas de todo orden y creo que tengo la experiencia suficiente para poder decir que la Rama Femenina ha sido siempre un baluarte de nuestra organización, que no solamente ha trabajado y se ha portado bien, sino que no ha dado trabajo a la conducción y ha ayudado en una medida indescriptible, para que nuestro Movimiento se mantenga.

Eva Perón fundó este Movimiento, lo encaminó, lo organizó y le dio las prendas de su alta moral política. Siempre ha pensado que, como decía Martín Fierro, el nacimiento es lo fundamental, ya que el árbol que nace torcido, nunca su tronco endereza. Este Movimiento nació bien.

Inauguraremos ahora una segunda etapa de esa marcha ascendente de la Rama Femenina.

Yo espero que llegue, con mi palabra de saludo y de agradecimiento a todas las mujeres peronistas, la exhortación más sincera y mi pedido más empeñoso para que dediquen un poco de actividad a esa organización, hasta conformar una Rama Femenina unida, solidaria y organizada.

Hace muchos años que converso y voy tratando de pasar las grandes reglas y los grandes principios de la conducción a Isabel. Tengo confianza en que ella no nos ha de defraudar. La tarea de la organización general no es un cosa simple, pero ella, ayudada por todas ustedes, puede llegar a alcanzar la organización a que aspiramos en la rama femenina del Movimiento Nacional Justicialista. Los viejos le pasaremos nuestra experiencia, los jóvenes le darán su entusiasmo y su decisión; y entre todos trataremos de hacer una Rama Femenina como hasta ahora, que no sólo ha sido ejemplo sino que también es honor del Movimiento.

Finalmente, compañeras, antes de dar por terminada esta reunión, les ruego que lleven a cada una de las regiones a las que ustedes pertenecen, junto con nuestro saludo más afectuoso, nuestros mejores deseos. Y nos empeñaremos para que a cada una de esas regiones llegue cuanto antes la reconstrucción en que estamos empeñados.

Muchas gracias por todo y saludo a las compañeras.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar