Crítica a la crítica que hicieran Hilda Sabato y Mirta Lobato en Ñ al programa Algo habrán hecho (por la historia argentina)


En su número del 31 de diciembre la revista Ñ publicó una crítica de las Licenciadas en Historia Mirta Lobato e Hilda Sabato al programa «Algo habrán hecho», en la que intentan descalificar al programa con argumentos que evidencian que ni siquiera se tomaron la molestia de ver las cuatro emisiones de «Algo habrán hecho» , producción que demandó 8 meses de grabación en Europa, América Latina y gran parte de Argentina. A continuación la respuesta de un televidente:

Autor: Leandro Andrini. (televidente – mensaje enviado a ElHistoriador)

Tengo diez críticas fundadas respecto de la crítica que hicieran Hilda Sabato y Mirta Lobato en el suplemento cultural del diario Clarín (Ñ, 118, 12-13, 31/12/2005, Bs.As.) al programa Algo habrán hecho (por la historia argentina).

Lo que proponen las señoras Sabato y Lobato desde el formato del púlpito académico, y como ellas bien lo saben, no es asequible al formato televisivo.
Podemos encontrarle defectos al programa de Felipe Pigna y Mario Pergolini, pero no podemos dejar de encontrar loable el hecho de haber instalado la discusión sobre nuestra historia dentro de un público masivo, y que el problema de la historia no esté restringido a cenáculos exclusivos ni que estos se arroben como derecho propio tal tema.

Me atrevo a discrepar en algunas cuestiones centrales con sendas académicas, y el orden de enunciación desde el primer punto hasta el noveno no tienen relevancia en cuanto al orden.

Primero: la ironía que utilizan al referirse tanto a Pigna como a Pergolini, la misma que critican de estos autores. Extraño en autoras de un vasto conocimiento y las que deberían dejar fluir sus dotes cientistas a su prejuiciosa ideología (encubierta en academicismo crítico). Y sobre todo realizar una crítica desligada de la alusión tendenciosa, la comparación chabacana (criterio que precisamente critican), o la metáfora.

Segundo: el menosprecio sobre la capacidad intelectual del interlocutor. ¿O estas ignotas ante la masa de televidentes piensan que muchos de los que estamos del otro lado del televisor no tenemos cierta curiosidad respecto del legado intelectual, político, cultural, etc., de los hacedores de nuestra historia (Belgrano, San Martín, Rivadavia, Urquiza, Mitre y tantos otros)? ¿Que es menester del académico develarnos la historia según los cánones de una subjetividad mediada que da en llamarse “objetividad” (objetividad como criterio que cambia de época en época, según el aprendizaje epistemológico)? ¿Que no nos interesa el documento, y sólo nos satisface el campo visual sobre el cual la palabra se soporta? ¿Qué somos incapaces de comprender procesos por más mal logrado que se encuentre el relato? Existe en esta crítica, casi como deformación profesional, una subvaloración del otro, de la intelectualidad del otro frente a la intelectualidad del académico. Subvaloración que recae tanto en los hacedores del programa como en quienes lo observamos (bajo el presupuesto tácito de espectador pacífico, y no-crítico).

Tercero: toda intervención en historia conlleva una postura frente a la historia. Nadie está en la historia, inclusive leyéndola, sin intervenir en ella. Es correcto que el grado de complejidad es mucho mayor al simplismo de pintar la historia en “blanco” y “negro”. En su crítica, estas dos autoras, no dejan o guardan una distancia tan alejada respecto del criterio usado hasta el cansancio por cierto mundillo académico en el cual prima el criterio de “civilización” o “barbarie”. Criterio del que no se ha apartado demasiado la historiografía social, preñada de positivismo. Justifica esta aseveración expresiones de las autoras como que el mencionado programa retoma las figuras de los héroes más rancios del panteón nacional y las versiones más esencialistas de la historia nacional.

Cuarto: en cuanto a que todo lo ocurrido se interpreta en clave del presente, cabría la posibilidad de corregir tan grave error lingüístico de estas dos académicas: deberían haber dicho que “todo lo ocurrido se homologa con respecto a nuestro presente (o actualidad histórica)”, porque en historia no cabe otra posibilidad para el historiador (como ellas mismas lo confirman luego en su escrito) que interpretar en clave del presente usando las teorías con las cuales se cuenta en la actualidad del trabajo del historiador, de la misma manera que los archivos y los documentos. Como afirmé ellas sostienen que no se atiende a ninguna de las dimensiones del pasado que hoy constituyen la materia principal de los historiadores en todo el mundo: lo social, la economía, la vida política, el mundo de las representaciones y la cultura (el subrayado es mío, por supuesto, y sin entrar en discusiones de orden filológico y filosófico/epistemológico en cuanto al estricto uso de la terminología en la frase anterior citada).

Quinto: una hipótesis jamás dejará de serlo en tanto no exista un evento que así la corrobore (sea tanto demostrando la verdad o la falsedad de la misma), y hago estricta referencia al caso de la muerte de Moreno, pero que por supuesto se extiende al amplio campo desconocido de nuestro pasado (y del pasado de cualquier país).
Sexto: las autoras demuestran no haber visto el programa, o en el mejor de los casos haberlo visto parcialmente, o realizan en su defecto un manejo tendencioso de lo que allí vieron para convalidar su posicionamiento ideológico frente a la historia.

Séptimo: la crítica no se sostiene en sí misma, porque no se demuestra nada de lo que se dice que así no fue. Sólo se dice que así no fue la historia, o en el mejor de los casos: que no fue así de simple: buenos por un lado y malos por otro. Me dirán que existe una extensa bibliografía (inclusive una gran parte que no ignoro). Esto está constreñido, como es lógico, al espacio que las autoras han tenido para expresarse, por lo cual no existe diferencia alguna respecto del programa criticado. Seguramente tanto Pigna como Sabato o Lobato nos remitirán a libros y/o documentos probatorios. La defensa ejercida por uno o por otro no debería ser distinta, y mucho menos contar con accesos limitados a la información histórica fidedigna (la hermenéutica de esta información es la que configura el patrón ideológico; no adhiero a las teorías del fin de las ideologías, y tampoco a la ideología de la objetividad).

Octavo: la crítica abarca, inclusive, el plano de la estética en torno a la presentación de un formato televisivo, por lo cual jamás esta crítica puede ser objetiva (como no lo es ninguna crítica en el campo de la estética). Que no sea objetiva no invalida que exista un subjetivismo fundado (críticamente fundamentado); pero en el caso de las autoras, su apreciación guarda menos distancia con aquel vetusto criterio “leninista-stanilista” del realismo social que con cualquier otra alternativa de entender un medio de comunicación como un constructor de estética (e incluso de arte).

Noveno: si la historiografía popular peca de poco veraz en lo académico, la historiografía académica peca de poco veraz en lo popular (valga el juego de palabras, para presentar los hechos tal se dan). Quiero dejar en claro que no estoy tomando como sinónimos a ‘popular’ y ‘populista’ (cabe la posibilidad de analizar hasta qué punto un programa televisivo masivo está sujeto a criterios e intereses populistas).

Décimo: bienvenidas las críticas, pero descubriéndonos el pelaje. Ninguna presentación, por académica que fuera, invalidará los hechos tal se han dado. Lo reaccionario seguirá siéndolo, lo revolucionario seguirá siéndolo, lo progresista seguirá siéndolo, muy a pesar de la complejidad que lo ha circundado.

Quiero señalar que en lo que respecta a la conclusión de la crítica que realizan Sabato y Lobato, es falsa precisamente por lo dicho en los primeros párrafos de esta nota. Si arriban a esta conclusión, teniendo una subestimación absoluta del espectador, es, quizá, porque el componente reaccionario convive con su modo de entender la historia (estrictamente desde el plano académico) y cualquier otra posibilidad inmediatamente queda invalidada por no ajustarse a este canon. No queda demostrado que se termine por ofrecer un producto reaccionario, que impide la interrogación, deslegitima el debate, y desalienta la reflexión, tanto sobre el pasado como sobre nuestro más cercano e igualmente problemático presente. Es ciertamente una conclusión injuriosa, no fundada, desde una lectura y visión sesgada, porque el relato de Pigna no se ha presentado como unilateral, ni mucho menos único, ni ha establecido leyes que impidan socialmente debatir en torno a estas cuestiones, entre tantas otras cosas. Si así lo piensan estas dos historiadoras, que lo demuestren, y no escudándose en la “frasecita” muy de moda dentro del campo de las ciencias sociales durante la última década: “proceso complejo”. Cuando mucho, lo que puede aseverarse es que el programa ha sido otro producto enlatado, sujeto a los cánones de la competencia por un punto más de raiting, y que sobradamente le ha ido mejor que a los muy buenos documentales que pasan por lo canales de aire (claro está, también, en honrosas ocasiones).

Y como punto final ¿no cabría la posibilidad de preguntarse si este programa no ha funcionado como bisagra para problematizar de manera más exhaustiva la realidad histórica, y establecer un debate criterioso en torno a este tema, antes de realizar presurosas conclusiones acusatorias e injuriosas? ¿O no será que estas conclusiones descalificatorias vienen a develar la incapacidad o la total impotencia del académico para justificar su trabajo frente a una realidad social que no se condice con sus estudios? Entre otros de los mitos que deberían derribarse, es la del académico enclaustrado, y hacer extensible y más que extensible asequible, su trabajo al todo social (en definitiva único “contendor” de un genuino trabajo dialógico).

Leandro Andrini
DNI: 24.146.506
La Plata, Prov. de Buenos Aires.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar