(1859-1934)

Autor: Felipe Pigna

Cecilia Grierson, la primera médica de nuestro país, fue un símbolo de lucha y de entrega, una mujer que en pleno siglo XIX supo convertir obstáculos en desafíos, y labrarse un destino muy diferente al que la sociedad de entonces le tenía reservado. Maestra, médica, educadora incansable, fue pionera en el campo de la obstetricia, la kinesiología, la puericultura, la difusión de primeros auxilios y múltiples saberes. Fue además fundadora de instituciones que dejaron huella en nuestro país.

Nacida en el seno de una familia de inmigrantes escoceses e irlandeses el 22 de noviembre de 1859, Cecilia disfrutó de una infancia bucólica en Uruguay primero y más tarde en Entre Ríos, donde su padre tenía una estancia. Tuvo acceso a una buena educación en colegios ingleses y a una gran biblioteca familiar, antes de que la vida se llenara de dificultades y sobresaltos, que pondrían a prueba la entereza de su carácter.

Tras la revolución de Entre Ríos de 1870, los negocios de la familia comenzaron a declinar y Cecilia, que no superaba los diez años de edad, fue llamada a su hogar para ayudar a su madre con sus hermanos menores. Comenzaba sin saberlo la espiral de obstáculos y tragedias familiares, que jalonaron su vida y forjaron un temple a toda prueba.

Los vaivenes políticos hicieron mermar el patrimonio familiar, y la muerte de su padre, cuando Cecilia no pasaba los 12 años, sólo contribuyó a agravar la penosa situación. Emprendedora e inquieta como era, con apenas 14 años, Cecilia ya se encargaba de la escuela rural que su madre debió abrir dentro del campo donde vivían para mantener a toda la familia.

Más tarde, pudo viajar a Buenos Aires y formalizar sus estudios como maestra normal. En la gran ciudad debió emplearse como institutriz. Recordaría alguna vez que tuvo que alargar sus vestidos para conseguir aquel puesto: “en aquel entonces se juzgaba la edad, y quizá el conocimiento, por el largo de la pollera”. Se recibió de maestra en 1878 y obtuvo un cargo en la escuela mixta de la parroquia de San Cristóbal. Todo parecía indicar que su vocación estaba en la docencia, pero la vida la puso nuevamente al timón de su destino. Una amiga enfermó y Cecilia quiso encontrar el remedio para curarla de un trastorno respiratorio crónico. Tomó entonces una decisión descabellada que cambiaría su vida y el de muchas mujeres: estudiaría medicina, una carrera por entonces exclusivamente para hombres.

No había ningún antecedente en toda América Latina de una mujer que hubiera obtenido el título de médica. Y si bien no existía una prohibición explícita que impidiera la inscripción, había sí una trampa reglamentaria, un requisito imposible de cumplir. Para anotarse en la carrera había que tener aprobado latín, pero esa materia se dictaba sólo en el Colegio Nacional de Buenos Aires, una institución que por entonces era sólo de varones.

Armada con una voluntad de hierro, logró ser admitida en la carrera. Se graduó el 2 de julio de 1889, convirtiéndose en la primera médica de nuestro país. Al presentar su tesis de graduación, Cecilia hizo explícito el lema que hacía tiempo guiaba su vida, res non verba. Sus acciones confirmarían su vocación de transformadora de aquella realidad en la que vivió, aunque no siempre pudo vencer los prejuicios de la época y en ocasiones sus aspiraciones se estrellaron contra los cánones impuestos por una sociedad que resistía el acceso de las mujeres a disciplinas reservadas hasta entonces para los hombres. En 1894, se inscribió en un certamen para ser profesora sustituta de la Cátedra de Obstetricia para parteras, pero el concurso fue declarado desierto. “Fue únicamente a causa de mi condición de mujer, según refirieron oyentes y uno de los miembros de la mesa examinadora, que el jurado dio en este concurso de competencia un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor. Las razones y los argumentos expuestos en esa ocasión llenarían un capítulo contra el feminismo” 1, recordaría años más tarde.

En 1899 participó en Londres del Congreso Internacional de Mujeres, que la eligió vicepresidente. De regreso al país, en 1900 fundó el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina y más tarde la Escuela Técnica del Hogar.

En 1886 fundó la Escuela de Enfermeras, más tarde creó la Asociación Médica Argentina, la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios y la Asociación Obstétrica Nacional de Parteras. Fue vocal de la Comisión de Sordomudos, secretaria del Patronato de la Infancia, inspectora del Asilo Nocturno. En 1899 participó en Londres del Congreso Internacional de Mujeres, que la eligió vicepresidente. De regreso al país, en 1900 fundó el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina y más tarde la Escuela Técnica del Hogar. Fundó también el Liceo Nacional de Señoritas. Presidió el Primer Congreso de la Sociedad de Universitarias Argentinas y formó parte del grupo fundador de la Sociedad Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social.

Se entregaba de lleno a las instituciones a las que pertenecía pero no le temblaba el pulso a la hora de denunciar irregularidades. Elvira López recordaría su sensibilidad y su conciencia clara de la verdad y la justicia. En 1910 se desvinculó del Consejo de Mujeres, que ella misma había creado, con una fuerte crítica hacia la comisión directiva. Según decía, el Consejo se había convertido en “un pequeño círculo lleno de personalismos. La comisión directiva (…) no ha sabido obrar con imparcialidad en la distribución de cargos, honores y medios materiales y ha creído que podía disponer a su antojo de los fondos comunes”. Y señalaba el origen de aquellos males: “Quizá el error ha sido designar las dirigentes entre las que en nuestro país sólo entienden de la vida de salón y nada más; ellas no están preparadas para desempeñar semejantes cargos, como las de países más antiguos, en que muchas damas de alta sociedad también son capaces de comprender sus deberes para con las demás mujeres, cooperando a su bienestar y progreso…”2.

“Hay que despertar corrientes de bondad”3, le dijo alguna vez a Elvira López. Su lucidez, vocación de servicio y contacto con la realidad de su tiempo la llevaron a concretar iniciativas de carácter práctico, como el uso del uniforme obligatorio para enfermeras, la utilización de sirena en las ambulancias, el reparto de juguetes a niños hospitalizados y la decoración de salas pediátricas. Su legado incluye numerosos escritos sobre diversos temas como Masaje práctico, La educación del ciego, Cuidado de enfermos, Primeros auxilios en caso de accidentes y Guía de la enfermera.

En 1927 se retiró a la localidad de Los Cocos en las sierras cordobesas, donde pasó sus últimos años de vida. Murió en Buenos Aires el 10 de abril de 1934.

Referencias:

1 Alfredo G. Kohn Loncarica, Cecilia Grierson. Vida y obra de la primera médica argentina, Buenos Aires, 1976, pp. 47-48.
2 Cecilia Grierson, Decadencia del Consejo Nacional de la Mujer de la República Argentina, Buenos Aires, 1910, pág. 4.
3 Alfredo G. Kohn Loncarica, op. Cit., pág. 92

Fuente: www.elhistoriador.com.ar