Cecilia Grierson, la primera médica argentina


El 22 de noviembre de 1859 nació Cecilia Grierson, quien sería la primera médica del país. Era hija de colonos escoceses e irlandeses que se habían instalados en Entre Ríos. Tras una breve estadía en Buenos Aires, volvió a la provincia del litoral y, todavía con 13 años, trabajó de maestra rural. Se recibió de maestra en 1878. Del magisterio, ingresó en la carrera de Medicina y se doctoró en 1889. No debió ser nada fácil enfrentar los prejuicios para transformarse en la primera mujer en intentar convertirse en profesional de la medicina. Pero coraje no le faltaba, tanto que fundó la Escuela de Enfermeras del Círculo Médico Argentino.

Uno de sus mayores aportes, hecho tempranamente desde su tesis de graduación, fue sobre la irritación o histeria  en las mujeres recién operadas de ovarios. Su valentía, inteligencia y capacidad de trabajo darían todavía muchos más frutos: desde su primer consultorio en el Hospital San Roque (hoy Hospital General de Agudos José María Ramos Mejía), su viaje oficial por Europa, la participación en la fundación del Instituto Argentino para Ciegos, la Primera Escuela de Enfermeras, la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, la Asociación de Obstetricia Argentina,  y el Liceo de Señoritas, hasta la publicación de sus libros Educación Técnica para la Mujer y La educación del ciego yCuidado del enfermo.

En agosto de 1894, Cecilia Grierson, por entonces con 35 años, se había inscripto en un concurso para ser profesora sustituta de la Cátedra de Obstetricia para parteras, pero el concurso fue declarado desierto. El cargo le fue negado sólo por su condición de mujer. Debieron pasar más de tres décadas para que una mujer, María Teresa Ferrari de Gaudino, alcanzara aquel cargo.

Su lucha por los derechos de las mujeres no se limitó al campo médico. En la primera década del siglo XX, extendió -desde la tribuna socialista- sus reclamos a los derechos civiles y políticos de las mujeres y participó de los primeros congresos feministas en el país. En 1899, Grierson conoció la sección británica del Consejo Internacional de Mujeres, presidido por Lady Aberdeen, y al año siguiente fundó su sección argentina, el Consejo Nacional de Mujeres.Grierson fue también pintora, escultora y buena deportista. Hacia el final de su vida residió en la ciudad cordobesa de Los Cocos, hasta que falleció el 10 de abril de 1934. En un nuevo aniversario del día mundial de la salud, reproducimos un texto donde la primera médica argentina recorre su historia de vida al servicio de la salud y de la educación.

FuenteDoctora Cecilia Grierson. Su vida y su obra, Buenos Aires, Tragant, 1916, págs. 43-75.

Nací en la ciudad de Buenos Aires el 22 de no­viembre de 1859, pero pasé la mayor parte de mi infancia en la campaña; primero en la Banda Oriental del Uruguay y luego en la provincia de Entre Ríos, donde mi padre tenía una estancia en el distrito de Gená, departamento del Uruguay. (…)

Confieso que durante mi niñez fui apática e in­dolente, pero amiga de contemplar la naturaleza y las plantas; los pájaros me atraían, así como el cabalgar por esas soledades; y (…) gozaba en general de una independencia poco común en aquellos tiempos…

La revolución en Entre Ríos, a raíz de la muer­te de Urquiza, había mermado la fortuna de mis padres, y fui llamada a su lado acompañada del indispensable piano para mi perfeccionamiento; pero preferí entregarme de lleno a la lectura de los muchos libros (todos en inglés) que constituían la rica biblioteca de mi casa… Otra revolución, y por fin una ter­cera, nos encontró en el campo; huérfana de pa­dre, mi madre se apresuró a enviarme a esta ciudad, quedando ella valerosamente con mis herma­nos pequeños en ese medio lleno de peligros, para tratar de salvar con su presencia lo poco que ya quedaba de nuestra hacienda. (…)

Preferí, antes de aceptar la hospitalidad de otros parientes más encumbrados, emplearme como institutriz. Para conseguir este puesto, tuve que alargar mis vestidos, pues en aquel entonces se juzgaba la edad y quizá los conoci­mientos por el largo de la pollera…

Volví a mi hogar, en Entre Ríos, una vez termi­nada la revolución; y como nuestro patrimonio disminuía más y más, mi madre aceptó gustosa el ofrecimiento de la creación de una escuela rural que funcionaría en nuestra propia estancia; el nombramiento fue hecho por el gobernador doctor Echagüe.

Debido a mi corta edad, mi señora madre figu­raría como directora y yo haría de maestra; así, desde 1873 fui directora y maestra durante tres años, transmitiendo los pocos conocimientos teó­ricos que poseía…

El analfabetismo absoluto que reinaba en esos distritos cesó en poco tiempo, pues ya no había que recorrer diez o quince leguas para encontrar quién leyera una carta y la contestara, o para fir­mar un documento…

En unas vacaciones vine a Buenos Aires a vi­sitar mis antiguos discípulos y amigos, quienes me hablaron con entusiasmo de la fundación de una escuela normal, y me ins­taron a que ingresara. (…) Tres años felices de internado que se deslizaron sin sentir, en la antigua quinta de Cambaceres, sobre la barranca que domina a Barracas. Allí aprendíamos a vapor, pues urgía formar maes­tras en nuestro país; enseñábamos con entusiasmo a la par que estudiábamos y aprendíamos…

Recibida de maestra a principios de 1878, pude hacer venir de Entre Ríos a mi familia (a la que no había visto en tres años)…

El año 1880, durante el tiempo en que se trami­taba la federalización de la capital, es de ingra­ta memoria, desde el punto de vista económico, para los que fuimos maestros: ¡nueve meses sin cobrar un centavo y en hogares como el mío, en el cual mi sueldo era la única entrada!

Antes de 1882 concebí la idea de estudiar en la Universidad; primero proyecté dedicarme a las ciencias naturales…  (…) Hechos los trámites y rendido el examen com­plementario en el Colegio Nacional (hoy Central) de los ramos que no había estudiado en la escuela normal, (…) resol­ví luego ingresar en la Facultad de Medicina.

Dos consideraciones me impulsaron a hacer este cambio: uno práctico y otro sentimental. Anhelaba dedicarme a otra carrera en que mi actividad no fuera aquilatada por horas… En mi época se requería resistencia para ser maestra; la escuela normal primitiva y muchas primarias funcionaban de 9 a.m. a 5 p.m., con sólo una hora de intervalo para el lunch. Yo, que siempre he puesto mis mayores energías en la la­bor a realizarse, me sentía agotada cada día; vis­lumbraba en la carrera de la medicina una profe­sión menos sometida a horario, al mismo tiempo que seguía mi inclinación por el estudio de las ciencias naturales.

La otra consideración, hoy es la primera vez que la confieso: tenía una amiga, distinguida condiscípula, noble espíritu, cuyo organismo se ha­llaba minado por una lenta enfermedad. Creía que podría salvarla poseyendo los conocimientos necesarios, es decir, siendo médica ¡Vana ilusión! Murió Amalia Kenig algunos años después que obtuve el diploma anhelado…

Para realizar mi aspiración de ser médica, re­nuncié al puesto en la Escuela Normal y obtuve una escuela nocturna de adultas, pues jamás pen­sé en olvidar mis sagrados deberes de sostener y educar a nuestra numerosa familia de hermanos menores. (…)

Desde esa fecha (1886) principié a actuar en la ense­ñanza relacionada con la medicina… Fui ayudante de histología en la Facultad de Medicina desde 1885 a 1888; luego en el de micrografía de la Asistencia Pública des­de 1886 a 1891; obtuve por concurso, sucesiva­mente, el puesto de practicante de vacuna, el de circunscripción, interna de la Casa de Aislamien­to (hoy Muñiz) durante el cólera de 1886; prac­ticante menor, luego mayor del hospital Rivadavia, practicante en el primer instituto de gimnasia Zander, etc.

Fundé en 1886, en el Círculo Médico, la primera escuela de enfermeras de Sud América, que fue oficializada por la Asistencia Publica en 1891, ampliando su enseñanza con un curso de masajis­tas, siempre teniendo como base de instrucción los conocimientos sobre economía doméstica, in­clusive la puericultura, como se hace en Inglate­rra, e instituí el uniforme de enfermera, que hoy se ha generalizado en todo el país y ha sido co­piado por muchos países sudamericanos.

En 15 de abril de 1892, fundé la Sociedad Ar­gentina Primeros Auxilios, que hoy tiene vastas ramificaciones; dichos conocimientos forman par­te integrante de la instrucción dada en todas las escuelas, instituciones populares y dependencias oficiales de nuestro país, y se han formado sa­las de primeros auxilios en muchos pueblos, co­operando con los hospitales en la asistencia de enfermos.  (…)

Al principio costó mucho trabajo convencer al público de la utilidad de las nociones antedichas, y para vencer esa indiferencia, enseñaba mañana, tarde y noche en los hospitales, centros obreros, reuniones aristocráticas y de beneficencia, dán­dolas en inglés y castellano.

Con este motivo tengo entre mis testimonios y diplomas, un pergamino artístico harto curioso, pues soy miembro honorario de la sociedad «Bomberos Voluntarios de la Boca», que me es de gratos recuerdos; también soy la única socia ho­noraria del Club del Progreso de esta capital. (…)

Algunas pequeñas iniciativas han sido incorporadas a nuestras costumbres, con gran alegría mía; tal como el repartir juguetes a los niños en las salas de hospitales y ponerles a la vista cuadros alegres y artísticos… (…)

Extensa fue mi labor de los años de estudiante; recuerdo que cuando estudiaba tercer año de me­dicina, trabajaba fuera de mis estudios, ocho ho­ras diarias para ganar el pan de cada día. Sólo una constitución de hierro, como fue la mía, pudo resistir semejante trabajo.

Para que mis alumnas pudieran tener un texto, escribí el folleto: Guía de la Enfermera, y publiqué Primeros auxilios en casos de accidentes… Más tarde, en 1897, publiqué el texto Masaje Práctico a beneficio de la asociación de enferme­ras y masajistas que acababa de constituir. (…)

Debo de­clarar que siendo médica diplomada, intenté inú­tilmente ingresar al profesorado de la Facultad, en la sección en que la enseñanza se hace sólo para mujeres. No era posible que a la primera que tuvo la audacia de obtener en nuestro país el título de médico-cirujano se le ofreciera alguna vez la oportunidad de ser médico jefe de sala, directora de algún hospital, o se le diera un puesto de mé­dico escolar, o se le permitiera ser profesora de la Universidad. Fue únicamente a causa de mi condición de mujer (según refirieron oyentes y uno de los miembros de la mesa examinadora), que el jurado dio, en este concurso de competen­cia por examen, un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí, ni a mi competidor, un distinguido colega. Las razones y los argumentos expuestos en esa ocasión, llenarían un capítulo contra el feminismo, cuyas aspiraciones en el orden intelectual y económico he defendido siem­pre. (…)

Fui diplomada como médica en 1889, y a la par que aten­día una numerosa clientela particular, era médica agregada a la sala de mujeres del hospital San Roque (hoy Ramos Mejía). Fui secretaria del Patronato de la Infancia en sus principios; ins­pectora del asilo nocturno y examinadora de par­teras de la Asistencia Pública; colaboradora en la instalación del servicio de primeros auxilios de esta repartición, para el que gestioné y obtuve el derecho del uso de la campana de alarma en las calles, que era, hasta ese momento, de exclusiva pertenencia del cuerpo de bomberos de la capital.

Fui miembro activo de la Cruz Roja, y de mu­chas otras instituciones benéficas y de educación.

En 1895, ofrecí al ministerio de Instrucción Pública, parte de mi patrimonio, consistente en un pedazo de tierra en Entre Ríos, para que se fundara una escuela agrícola; pero, el momento de su realización no había llegado aún. He per­sistido siempre en tratar de conseguir que la agri­cultura práctica formara parte de la instrucción primaria…

En ese año, obtuve permiso del ministro de Instrucción Pública, doctor Bermejo, para dictar cursos de «primeros auxilios en casos de acciden­tes» en todas las escuelas normales de la capital, inclusive la de varones, continuando dando clase hasta 1898.

Fui examinadora en la escuela de la Peniten­ciaría Nacional, desde el año 1897 a 1903; tam­bién fui inspectora de madres desamparadas a cargo del juez de menores; vocal de la comisión de sordomudos, examinadora de éstos y coope­radora en 1897, a pedido del doctor Berra, en la confección de programas prácticos para las es­cuelas de la provincia de Buenos Aires.

A pesar de toda esta actividad encontraba tiem­po para dedicarme a los quehaceres domésticos, en algunas de cuyas artes tengo la pretensión de ser hábil; asistía a conferencias científicas y li­terarias; a fiestas artísticas y deportivas, siendo muy aficionada al baile y más que todo a excur­siones y viajes. No así para hacer visitas o asistir a fiestas sociales, especialmente durante los veinti­cinco años que ejercí la medicina, en cuyo lapso de tiempo perdí aquel hábito completamente; pero siempre he creído que no se debe entristecer a los demás con nuestras preocupaciones o estados de­presivos del alma, y por lo tanto las visitas deben hacerse con ánimo despreocupado y alegre, lo cual no es posible siendo médico de conciencia. En esta profesión en que la enfermedad más insignifican­te puede complicarse de un momento a otro, la tarea no siempre grata que resulta del contacto diario con la humanidad doliente en su peor faz: con enfermedades físicas y peor aún morales; la ingratitud humana; el peligro de traicionar por un gesto o una palabra el secreto médico tan sa­grado, mantenía mi espíritu en un estado de ten­sión y angustia que al cabo de los años ha reper­cutido hondamente en mi organismo.

Coincidiendo con algunos acontecimientos de familia, que dejaron desmembrado temporaria­mente nuestro hogar, resolví hacer un viaje a Eu­ropa, para perfeccionar mis estudios médicos y visitar institutos de educación.

Al irme llevaba la representación de algunas sociedades femeninas ante el Congreso que se re­unía en Londres, en julio de 1899, convocado por el Consejo Internacional de Mujeres, y en ese acto se me confirió el nombramiento de vicepresidenta honoraria, con el compromiso de fundar, en nuestro país, un Consejo Nacional de Mujeres, lo cual hice cumpliendo mi promesa ante ese centro y cooperé en su desenvolvimiento mientras man­tuvo las tendencias de sus congéneres. ¡Lástima dan instituciones fundadas sobre amplias bases que degeneran y estrechan sus miras y acción por egoísmos y vanidades personales!

Antes de embarcarme, fui comi­sionada por el ministerio de Instrucción Pública, para estu­diar en mis viajes los institutos de economía do­méstica, labores femeninas y ramos conexos.  Las observaciones hechas durante un año re­ferentes a las instituciones mencionadas, están expuestas en mi informe titulado Educación téc­nica de la mujer, que fue impreso en la Peniten­ciaría Nacional, por orden del ministerio de Ins­trucción Pública.

Con un grupo de amigas, organizamos la So­ciedad de Educación Doméstica, como una sección del Consejo Nacional de Mujeres, y fundamos la primera escuela práctica de economía doméstica que llamamos «Escuela técnica del hogar», donde se enseñaban quehaceres domésticos, cocina y mo­distería, la cual se sostuvo diez años, sin apoyo oficial alguno…

Nunca he poseído el arte de pedir, ni de retener lo mucho que personalmente he ganado, y hoy día, si no fuera por allegados cariñosos que manejan mi haber, probablemente estaría en una situación insolvente. (…)

En Europa también me interesé por los institutos de ciegos y presenté un informe que se publicó en el Boletín Oficial, del 1º de mayo de 1900, y en el Monitor de Educación Común, del 1º de junio de ese mismo año; además, traje de las mejores instituciones, material de enseñanza para los ciegos…
Concurrí al primer Congreso «Eugénico», y como única argentina que se interesó por estos nuevos rumbos, hice conocer en seguida en nuestro país dichas ideas, las que se expusieron allí por prime­ra vez en conjunto…

Fui nombrada en 1910, presidenta del primer Congreso Femenino Internacional, reunido en nuestro país, convoca­do y organizado por la asociación «Universita­rias Argentinas»; con cuyo motivo agasajamos a las delegadas y concurrentes e hicimos conocer en el extranjero la acción ele la mujer en la Ar­gentina, mediante la publicación en un volumen de los trabajos presentados y conclusiones vota­das en esa ocasión.

Cuando volví de Europa, fui solicitada por la directora del Instituto Nacional de Sordo-mudas, para dictar una clase de anatomía, fisiología e higiene, en el curso normal, anexo a dicha es­cuela, y además, ser médica de las alumnas. Desempeñé gratuitamente el cargo durante largo tiempo, y cuando el puesto fue rentado, el em­pleo fue dado a un colega varón. (…)

En 1904, fui transitoriamente profesora de anatomía en la Academia de Bellas Artes y dicté, en 1905, cursos libres de gimnasia y masaje médico en la escuela de medicina, con el deseo de hacer conocer el verdadero método argentino a las estudiantes.  (…)

Al fundarse el Liceo de Señoritas de la capital, en 1907, creado por el señor ministro doctor Pi­nedo, fui nombrada profesora de ciencias, y por iniciativa de su directora doctora Ernestina Ló­pez de Nelson, inauguré en nuestro país el pri­mer curso de ciencias domésticas, dividido en tres años, tratándose,  sucesivamente: la habitación, los cuidados personales, la puericultura y los pri­meros auxilios. (…)

Principié a sentirme fatigada hace unos cuatro años y tomé un descanso de algunos meses, acom­pañando a mi familia a Europa. Recién después de ese viaje, en que me conven­cí de que ya no era la misma, he comprendido la verdad que nos dijo el profesor Altamira, en una conferencia en 1910: “es un error, un atentado ‘contra sí mismo, una inmoralidad, el trabajar ‘con exceso’.  Así, confieso que bajo este punto de vista, he sido altamente inmoral. No es la tarea apacible de la enseñanza lo que agota el organismo, es el trabajo apurado, la lu­cha diaria sin tregua, y más cuando (…) una tiene que encontrar obstáculos a cada paso y creo que hasta mis últimos instantes tendré que luchar si aún quiero realizar algo. (…)

Fuente: www.elhistoriador.com.ar