Carta al presidente Kennedy


Madrid, Julio de 1967

Mr. John Fitzgerald Kennedy: Presidente de los Estados Unidos de América.

Con motivo del Congreso de la O.E.A., a celebrarse en Punta del Este, República Oriental del Uruguay, donde no se escuchará la voz auténtica del pueblo argentino, he considerado necesario, por intermedio de ésta, en apretada síntesis, hacerle conocer la opinión del mismo.

Hace pocos días, Usted Señor Presidente, ha afirmado con evidente buen juicio, que los problemas latinoamericanos tienen su solución en la Justicia social. Hace quince años, los justicialistas en la República Argentina afirmamos lo mismo y lo hicimos doctrinaria y acabadamente en realizaciones fehacientes. Estados Unidos e Inglaterra colaboraron para que fuéramos derribados del gobierno, donde estábamos, elegidos por una mayoría sin precedentes en la historia política del país. De estas incongruencias suele estar empedrado el camino que conduce al fracaso. Las consecuencias no pueden cambiar porque hayan variado los presidentes de los Estados Unidos y usted debe cargar con el lastre tan negativo de sus predecesores. En los últimos quince años la República Argentina no ha recibido de Norteamérica sino perjuicios, tanto cuando nos bloquearon en 1947 como cuando la invadieron sus compañías petroleras en 1959. Muchas veces he oído a funcionarios americanos preguntarse por la causa de la adversión que los pueblos iberoamericanos sienten por su país y su gobierno.

Esta es la hora de los pueblos

La explicación es demasiado compleja y larga de enumerar aunque implícitamente puede condensársela en pocas palabras: los días que corren comienzan ya a ser la «hora de los pueblos» anunciada por el Justicialismo hace más de quince años; los Estados Un idos hasta ahora se han dedicado a «ganar gobiernos» (o a comprarlos), en tanto Rusia ha tratado de conquistar los pueblos. Los pueblos son los permanentes mientras los gobiernos son circunstanciales. Las consecuencias se comienzan ya a percibir no sólo en Europa, Asia y África, sino también en Latinoamérica. Esa es una de las principales razones para que los pueblos vean en los Estados Unidos a un enemigo, como enemigo es a menudo el gobierno que apoyan, en tanto Rusia gana en los pueblos cada día mayor número de amigos.

Uno de los peores males que azotan al pueblo y al gobierno norteamericano son sus agencias de noticias y sus cadenas publicitarias, que actúan en todo el continente, dirigidas por la Sociedad Interamericana de Prensa (S.l.P.). No es secreto para nadie que tales agencias y cadenas sirven normalmente intereses muchas veces inconfesables y que detrás de su acción publicitaria no hay más que sofismas y falsedades al servicio de tales intereses. Una prédica dañina de tales órganos de opinión ha pretendido, aunque sin éxito, envenenar a la opinión pública contra las tendencias populares y los hombres que lealmente las servían, utilizando la circulación de infundios y calumnias de todo orden mal disimuladas en las noticias que transmiten, sin percatarse del mal que con ello se hacían a si mismas y a su país. Las consecuencias de tal conducta han recaído sobre los Estados Unidos a quienes se cargan (tal vez injustamente) las culpas de la ignominia de sus órganos publicitarios.
Esas agencias y cadenas publicitarias reciben el castigo que corresponde a todos los falsarios: que cuando dicen la verdad, nadie la cree. Sin embargo, el mal está causado porque han conseguido crear un clima ficticio sobre una realidad que es totalmente diferente, induciendo al pueblo y al gobierno norteamericanos en un error que a menudo resulta funesto, desde que el hombre procede tan bien como bien informado está. Cuando el engaño es colectivo el perjuicio es sólo para el engañado y muchos de los errores de la política internacional americana tienen su explicación en ese falso panorama informativo.

El caso de la República Argentina es altamente ilustrativo al respecto: en 1946, con la ascensión al poder del Movimiento Justicialista, se inicia en el país una verdadera revolución social que lleva a su frente las tres banderas que constituyen la aspiración del pueblo argentino: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. De nuestras inmensas realizaciones materiales están en el país los testimonios más elocuentes, pero lo que constituye nuestro mayor orgullo es la obra social realizada que llevó un país medieval a ser uno de los estados socialmente más avanzados y poseer uno de los standards de vida relativamente más elevados. Gobernamos con la constitución y la ley y el pueblo afirma aún hoy que el gobierno justicialista aseguró diez años de felicidad y el setenta por ciento de la población era justicialista. Hoy, después de seis años de violencia, arbitrariedad y concupiscencia gubernamental, podemos asegurar que ese porcentaje ha aumentado. Sin embargo, una despiadada campaña publicitaria realizada por las agencias norteamericanas de noticias, apoyada por el mismo Gobierno de los Estados Unidos, se encargó de difundir por el mundo las mayores calumnias e infamias contra nuestro régimen constitucional como preparación para una acción revolucionaria que, con suficiente evidencia, sabemos fue costeada, apoyada y dirigida por Gran Bretaña. Durante los diez años de nuestro Gobierno sentimos el ataque permanente y la persecución más enconada tanto del «State Department» como del «Foreign Office», que fueron desde el bloqueo implícito hasta el sabotaje más abierto y descarado. Ahora, nos preguntamos, si ante semejante evidencia, el pueblo argentino y su único gobierno realmente representativo, deben seguir amando a sus detractores y destructores.

El cuartelazo de 1955

Pero ahí no termina todo. En 1955 se produce en nuestro país un «cuartelazo» que tiene evidente mandato foráneo, cuyas consecuencias no podían ser otras que el desorden, el hambre y la miseria que actualmente está sufriendo su pueblo, porque al desgobierno de la dictadura de Aramburu le ha sucedido una banda de asaltantes políticos que constituye el peor azote que recuerda la historia política argentina. La caída del peronismo, producto de la confabulación de la oligarquía capitalista con los intereses foráneos, no ha podido dar otro resultado que el que está a la vista. Cuando en 1955 al decir de nuestros críticos la situación «era mala», poseíamos una reserva financiera de 750 millones de dólares en caja, un encaje áureo de 850 millones de la misma moneda, no teníamos deuda externa y nuestro comercio exterior se desenvolvía con ventaja merced a los convenios bilaterales. Han pasado sólo seis años desde el día en que fuimos despojados del gobierno y, en ese lapso, se han dilapidado la reserva financiera y la reserva de oro y se ha contraído una deuda exterior de más de 3.000 millones de dólares, después de haber desorganizado el país e imposibilitado la comercialización de su producción. Pero eso no es todo: también se ha perdido toda dignidad y como en los tristes días del «Pacto Runciman-Roca», mendicantes argentinos suelen deambular por los despachos europeos y norteamericanos en procura de alguna limosna que lleva implícito una confesión de incapacidad y desvergüenza.

Pero, si en lo internacional la situación económica es mala en lo interno, es aun peor. Mientras nosotros disponíamos de un presupuesto nacional que no pasaba nunca de los 20.000 millones de pesos, que todos los años cerrábamos con superávit, en la actualidad se dispone de uno no inferior a los 135.000 millones que, por falta de financiación, cierra con casi un 50% de déficit, que en los cinco años pasados se ha ido acumulando como deuda fluctuante. Por eso, la deuda interna que en 1955, totalmente consolidada, llegaba sólo a los 11.000 millones de pesos, alcanza hoy cifras imposibles aún de calcular. La circulación monetaria que era entonces de 28.000 millones de pesos, pasa hoy los 130.000 millones y, en consecuencia, el valor del peso ha disminuido a menos de la cuarta parte, a pesar de las inyecciones de dólares, que a manera de aspirinas, se hace todos los días en el mercado de monedas argentino.

Los inconcebibles negociados que llevaron a las concesiones petroleras destruyeron toda posibilidad de resolver económicamente el problema de los combustibles. Bastaría considerar para comprenderlo, que el petróleo cuyo precio internacional no pasa de los diez dólares la tonelada, cuesta en la Argentina alrededor de los 17 dólares en la boca del pozo. Si a eso se le agrega que el gobierno argentino se obligó por contrato a proveer cambio a razón de 40 pesos por dólares (cuando en realidad está sobre los 30 pesos) se podrá apreciar lo que puede resolver la extracción leí petróleo argentino. Los servicios financieros que el gobierno argentino debe servir cada año para satisfacer los giros de las empresas extranjeras y las obligaciones contraídas por los aprovechados negociadores del petróleo, es o que está descapitalizando al país y sumiendo al pueblo en la miseria y el dolor. La contrapartida son los empréstitos, remedio que resulta peor que la enfermedad, el peor error que comete el gobierno de os Estados Unidos al concederlos, porque la mitad de su valor se pierde por sobrevaloración del dólar con respecto a su valor adquisitivo, por el aumento de precios producido por falta de licitación internacional, por la pérdida de seguros y fletes y la otra mitad que resta, es generalmente víctima de la codicia de los funcionarios y políticos deshonestos. Pero, al final, el pueblo que no recibe beneficio alguno y que debe pagarlo todo con crecidos intereses, termina condenando al prestatario que, para él, ha resultado un vulgar usurero.

Yo tengo autoridad moral para decirlo y sostenerlo porque en 1945, u. ando me hice cargo del gobierno, declaré que «me cortaría la mano antes que firmar un empréstito» y en los diez años que goberné al país, no solo no se contrató ningún empréstito, sino que se pagó una deuda externa que tenía el país y que pasaba de los 3.500 millones de dólares, cumplimos todos nuestros compromisos, realizamos una amplia justicia social, dimos diez años de felicidad al pueblo argentino, organizamos nuestra riqueza y estabilizamos nuestra economía tanto en lo interno como en lo internacional.

Hambre, injusticia v arbitrariedad para el pueblo

Pero, es tan grande el engaño o la mala fe, que a menudo se sostiene que la dictadura de Aramburu y el «gobierno» de Frondizi han ‘mejorado la situación económica de la Argentina». El pueblo argentino sabe bien que es todo lo contrario porque lo experimenta en su bolsillo y en su estómago, vísceras suficientemente sensibles como para influenciarías con la falsa propaganda. Si estas afirmaciones falsas e insidiosas provienen de funcionarios del Gobierno de los Estados Unidos, como a menudo sucede, ¿cómo se pretende que no sufra ‘u prestigio ante los pueblos que conocen la verdad y que generalmente las atribuye a móviles inconfesables en defensa de intereses espurios?
Sin embargo, el problema argentino, como el de casi todos los pueblos iberoamericanos, no es simplemente económico como muchos se empeñan en considerar y que es error en que suele incurrir el materialismo de las tecnocracias. Para fundamentar esta afirmación bastaría pensar que esos pueblos forman parte de un mundo que se encuentra empeñado no sólo en comer, sino también en dilucidar un problema ideológico alrededor del cual se mueven los poderes más formidables que ha conocido la humanidad de todos los tiempos. Esos pueblos saben también que su decisión no depende tanto de ellos como de la que ha de producirse pronto quizá a miles de millas de distancia y luchan en la medida de sus fuerzas cada uno en el bando de su preferencia ideológica o en el que las circunstancias fortuitas terminan por arrojarlos.

Un falso enfoque, mezcla de atraso, ignorancia y mala te, pretende desviar el problema argentino hacia un materialismo suicida, que no es sólo negativo, sino que utiliza también todas las formas de la descomposición moral para satisfacer los apetitos y las pasiones de los círculos del privilegio. El proceso argentino, como el latinoamericano, es el despertar de los pueblos en procura de su propio destino. La explotación de las masas, inicuamente impuesta para servir intereses foráneos, la miseria insidiosamente provocada como medio de someter al pueblo, la injusticia, la arbitrariedad y la violencia, no son sino secuelas del mismo mal que llevan irremisiblemente a la misma consecuencia: la rebelión de las masas. ‘Nuestros gobernantes’, usurpadores del poder del pueblo, simulan buscar la solución de todos los males agitando el fantasma del comunismo y la mala situación económica en procura de fácil y graciosa ayuda financiera, aunque sea a costa de entregar el país a los poderes tenebrosos del capitalismo internacional; otros anhelan que la solución llegue por el advenimiento de un nuevo imperialismo, en tanto no se les ocurre pensar que la única solución ha de llegar con la justicia y la soberanía que seamos capaces de conquistar con nuestro trabajo y nuestro sacrificio.

De Colonia a Patria

En 1945 recibí una colonia y en 1955 dejé una patria justa, libre y soberana. Cuando observo el panorama que presenta el país en la actualidad y veo entronizadas a la hipocresía y la infamia de unos pocos que escudados en falsas premisas esclavizan preconcebidamente al pueblo con designios ocultos, se me presenta con claridad una diabólica maniobra destinada a provocar concientemente la rebelión de las masas populares hacia objetivos que no son difíciles de desentrañar.

Todo cuando se diga sobre una posible solidaridad de los pueblos iberoamericanos con la causa del capitalismo y sus sistemas, no pasara nunca de ser una falsedad y los gobernantes que lo sostengan, o tratan deliberadamente de engañar, o no representan a su pueblo. Ya es irremisiblemente tarde para obtener semejante solidaridad que puede estar en algunas bocas pero no en sus corazones. Cuando mucho se podrá obtener una prudente tercera posición porque nosotros, los americanos del sud, vemos el problema de muy diverso modo del que lo pueden apreciar los americanos del norte. Para nosotros, el actual estado beligerante del mundo se debe simplemente a que se está dilucidando el signo ideológico que ha de caracterizar al siglo XXI mediante la enconada lucha entre el capitalismo y el comunismo, ambos internacionales. Así el capitalismo defiende las «democracias imperiales» del siglo XIX en tanto el comunismo manifiesta defender las «democracias populares». Es indudable que el siglo XXI será de las democracias sociales porque la historia y la evolución no retroceden. allí donde no triunfen las tendencias sociales del tipo del justicialismo podrá triunfar el comunismo pero jamás el capitalismo ya perimido. Esta es una verdad que por dura que resulte hay que asimilaría porque peor es engañarse a si mismo.
Hay que persuadirse también que el comunismo es una doctrina, que podrá o no compartirse pero que, por eso, no dejará de serlo. A las doctrinas sólo se las puede combatir y vencer con otra doctrina mejor. El empleo de la fuerza o de la intriga en sus diferentes formas no están indicadas ni ganarán camino en la solución que se busca. Hasta ahora los Estados Unidos sólo han empleado estas formas equívocas de ejecución y los resultados están a la vista. No es suficiente que el fin que se persiga sea bueno si las formas de ejecución se encargan de demostrar lo contrario. El error de los altos funcionarios norteamericanos que visitan nuestros países y reciben invariablemente una acogida francamente agresiva está precisamente en creer que todo se puede arreglar mediante esporádicas-ayudas económicas y no quieren concebir ni comprender que se trata de causas más profundas entre las cuales no son las menos importantes los comportamientos de las empresas industriales yanquis asentadas sobre las riquezas naturales de nuestros países, que constituyen verdaderas manchas negras en la historia de las relaciones humanas y comerciales de los Estados Unidos con Hispanoamérica. Otra de las razones que más han influido en la animadversión mencionada es la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de los países latinoamericanos, de las cuales está plagada la historia de nuestras relaciones.

La dictadura y su sucesor

Nuestro país que había vivido diez años de tranquilidad, progreso y felicidad justicialista cae de repente en una terrible dictadura militar que trata de someterlo por el terror a base de fusilamientos (los primeros que se producen en el último siglo por causas políticas), persecuciones, genocidios en masa, exilios y prisiones, como toda otra clase de infamias políticas y policiales. Que despojan de sus bienes a todos sus enemigos políticos perjudicando así a millares de ciudadanos, bienes que con la mayor impudicia se reparten entre los altos bonetes de la dictadura. Que derogan la Constitución por decreto y dejan sin efecto todas las reformas sociales realizadas por el justicialismo, para retrotraer la vida del pueblo a las peores épocas de su explotación y su miseria. Entre tanto, Estados Unidos apoya ostensiblemente esta situación con un entusiasmo fuera de todas las reglas y formas habituales en la política internacional, apareciendo a los ojos del pueblo escarnecido como cómplice y causante de todos sus males.

A pesar de ese apoyo descarado, esa dictadura no logra sostenerse en el gobierno y decide llamar a elecciones, a todas luces fraudulentas, proscribiendo previamente a la mayoría del pueblo, al declarar fuera de ley al justicialismo. Es así como se pretende hacer creer que se normaliza la situación argentina a base de cambiar una enormidad con otra enormidad mayor. El seudo «gobierno legal» producto de una opción y no de una elección deja así planteado un conflicto peor. la dictadura militar ha encontrado una puerta de escape a costa de meter al país en un callejón sin salida. Todo esto ha sido apoyado por el Gobierno de los Estados Unidos que lo hacía contra toda justicia y, en cada caso, echándose encima el anatema y el odio de casi todo un pueblo, que por rara coincidencia es uno de los más politizados del mundo.

Hoy, el presidente más desprestigiado de la historia argentina y carente del mínimo de dignidad compatible con esa función, aparece como el personero de los Estados Unidos al que parece no interesarle complicarse con semejante personaje a cambio de ventajas imaginables para el futuro, pero el error es demasiado grosero para que pueda pasar desapercibido al pueblo argentino. Esa gente podrá tener presente, porque algunas circunstancias extraordinarias lo han posibilitado, pero carece en absoluto de porvenir, máxime si como simula está al servicio incondicional del capitalismo y la reacción oligarca. En la República Argentina, si no se hace fraude o se emplea la violencia, vencerá el justicialismo, pero si la reacción utilizando el engaño o la fuerza se lo impide desde el gobierno, vencerá el comunismo en cualesquiera de sus formas pero jamás podrá imponerse la reacción en el futuro argentino. Es una realidad que conocen todos los argentinos y cuyo fatalismo envolverá a unos y a otros en su momento. Así como no nace el hombre que escape a su destino, tampoco los pueblos pueden escapar al suyo.

Como están las cosas en la Argentina no sé si llegaremos nosotros o si llegarán antes los comunistas, pero lo que sí puedo asegurar es que no llegará la reacción. Si las circunstancias fueran forzadas con el abuso de la fuerza o la insidia la entronizara, su vida sería muy efífera porque poco tardaría en ser derribada violentamente por el pueblo, contra el cual es siempre mal negocio luchar. Frondizi ha sido el mejor aliado de los comunistas porque ha creado las condiciones de hambre y miseria necesarias. Los Estados Unidos, complicados con Frondizi y su ‘gobierno’, no han hecho sino fortalecer y extender el odio, ya que éstos no hacen nada impopular sin arrojar antes las culpas a las «presiones yanquis», a la influencia del Fondo Monetario Internacional o a los poderes ocultos de los intereses imperialistas.

El pueblo argentino vive actualmente en la más plena dictadura, bajo los efectos del «estado de sitio» que suprimió todas las garantías constitucionales y del «Plan Conintes» que puso la vida y el honor de los ciudadanos en manos de los más torvos torturadores y asesinos. Así, en nombre de las fuerzas armadas de la República se han asesinado y torturado ciudadanos en escala jamás conocida, se han proscrito millares de hombres públicos y dirigentes políticos y gremiales como asimismo gimen en las cárceles argentinas una multitud de ciudadanos que han sido condenados por tribunales ilegales, en una parodia de justicia que resulta un escarnio para toda conciencia honrada. Se ha creado el delito de opinión y se castiga con prisión o multa a los ciudadanos por poseer retratos de determinadas personas en sus hogares. Se habla de libertad de prensa y el gobierno se ha incautado de todos los diarios, revistas, estaciones de radio y televisión, formando una verdadera cortina de silencio para todo lo que no sea afecto a sus móviles inconfesables. Si sus adversarios políticos publican un libro o un periódico, la policía se incauta de los mismos y reduce a prisión a sus propietarios por orden expresa del gobierno.
En Estados Unidos se pregunta a menudo el porqué del odio que demuestra el pueblo argentino a sus funcionarios que lo visitan; la respuesta no es difícil de comprender si se tiene en cuenta el apoyo a semejantes aberraciones, máxime cuando el propio gobierno argentino hace correr la voz que procede así por la oculta presión de los intereses o el gobierno norteamericano.

«Democracia» y «Libertad» Persecución para el pueblo

El justicialismo, declarado fuera de la ley y perseguido en nombre de la «democracia» y de la «libertad» se ha tonificado y purificado. Lo mismo les ha ocurrido a «nuestros compañeros de suerte» los comunistas, que durante mi gobierno, cuando estaban dentro de la ley, en 1953, no alcanzaron a obtener treinta mil votos en total en las elecciones generales de ese año y que hoy pueden computar guarismos que se acercan al medio millón. Nosotros no somos políticos profesionales ni luchamos por intereses de nuestros dirigentes sino por el bienestar del pueblo y la grandeza de nuestra patria, como tampoco nos interesa que nuestra victoria sea inmediata sino definitiva y permanente. Creemos que si estamos en la verdad triunfaremos y sabemos que si no estamos en ella será mejor que no triunfemos.

El mundo está lanzado en una evolución tremendamente acelerada y la dirección de esa evolución es hacia las democracias sociales, lo que coincide en absoluto con la línea sostenida por la doctrina justicialista dando lugar a que podamos considerar a nuestro Movimiento en la propia naturaleza del desarrollo histórico, en tanto nuestros enemigos colocados en la reacción, con métodos del más crudo reaccionarismo, se han colocado «nadando contra la corriente» y se afanan por vencer mediante hechos políticos circunstanciales carentes en absoluto del sustento que sólo puede dar la línea de la evolución histórica.

El problema argentino no puede ser encarado dentro de los conceptos clásicos porque se trata de un hecho nuevo en la política nativa. Las soluciones a la vista son meras soluciones circunstanciales, carentes de trascendencia histórica, en tanto lo permanente es precisamente el proceso histórico que los políticos parecen haber olvidado. Los hechos políticos son meras formas transitorias cuando no se apoyan en el quehacer histórico que es el permanente y es el dominante. Muchos no han comprendido el justicialismo porque parecen estar viviendo aún en el siglo pasado. La fuerza del justicialismo radica en que su línea intransigente está en la propia naturaleza del desarrollo histórico, mientras que las otras tendencias viven y obran en el plano estricta-mente político. Sus éxitos sólo pueden ser éxitos políticos, sin la gravitación ni la permanencia del quehacer histórico. El quehacer político sólo puede adquirir vivencias cuando tiene como sustento la línea histórica.
Yo pregunto: ¿si un movimiento popular de gran arraigo como lo es el justicialismo que representa la inmensa mayoría del pueblo, puede permanecer fuera de la ley sin luchar? Y, cerrados todos los caminos de la legalidad, perseguido e imposibilitado de hacer oír su voz, de intervenir en las contiendas electorales y hacer valer sus derechos, ¿puede tener otro camino que el de la conspiración en procura de resolver por la violencia, lo que no puede hacer pacíficamente? Como también pregunto: ¿si todas esas fuerzas justicialistas ven que esa anacrónica situación es apoyada por las grandes potencias occidentales que hacen causa común y sostienen el actual estado de cosas, no se sentirán atraídas por el apoyo que le ofrece el otro bando? Es necesario persuadirse que, en este campo, no se pueden seguir forzando las soluciones con los fáciles expedientes de la arbitrariedad o de la tuerza. porque es muy triste el clima de la injusticia para obligar a los pueblos a vivir en él.
De situaciones como ésta, que no son una excepción en el panorama político de Hispanoamérica, no puede ser culpado nadie que no haya intervenido directa o indirectamente en provocarías, pero cuando existe la evidencia de una intervención en la preparación y un apoyo abierto a la continuidad de tal estado de cosas, tampoco puede pretenderse que se libere de responsabilidad a los culpables. Lo sublime de la ecuanimidad no está en los enunciados sino en la ejecución de las acciones. Por eso, cuando se pregunta por las causas del repudio popular a los representantes de los Estados Unidos, será porque los pueblos ni aman ni odian sin una razón muy justificada.
No hay que culpar inconsultamente al comunismo de la agitación de los pueblos, cuando existen otras causas mayores que explican esa agitación, como tampoco hay que ‘fabricar’ un comunista en cada uno de los hombres libres que se rebela ante las injusticias flagrantes. Para remediar los males no existe otro remedio que suprimir las causas que los producen porque el comunismo podrá acentuar los efectos, pero no provocarlos si no existen razones que los determinen.

Los terribles errores cometidos, imputables a todos, lo han sido inspirados más en los intereses y las pasiones que en el buen deseo de alcanzar soluciones ecuánimes y permanentes. La falsa información por falaz e interesada, !a presión de los intereses materiales, la superficialidad de los juicios, la ignorancia y a veces la perversidad, explican muchos de los hechos que hemos presenciado, y que nos están llevando imperceptiblemente al desastre. De ello no se puede culpar siempre al adversario porque los -errores son sólo imputables al que los comete y jamás al adversario que los sabe aprovechar con sabiduría y con prudencia. Ya decía Schlieffen, que para que se alcanzara un éxito como el de Cannas, no era suficiente la existencia de un Aníbal, sino que era indispensable que existiera un Terencio Varrón.

Hasta aquí he tratado de esbozar el problema argentino sin inmiscuirme deliberadamente en los demás países de Ibero América, porque considero que cada uno de ellos representa un problema concreto y un caso particular que no podrá resolverse ni con sistemas colectivos de acción, ni con medidas de orden general, aunque en las formas deberán tenerse presente siempre nuestra común idiosincrasia, que nace de la herencia hispánica que todos llevamos con orgullo en nuestra sangre. La historia de más de veinte siglos caracteriza la virilidad de nuestra estirpe: mansa en el hacer pero indómita en la lucha. Se la puede persuadir pero no obligar, se la puede ganar pero no dominar.

La Nación Argentina está hipotecada

Señor Presidente: he recorrido casi una vida, que si me ha cargado de años, también me ha cargado de experiencia, sin que mi corazón haya envejecido. No necesito nada, ni tengo ambiciones de ninguna naturaleza, estoy ya casi por sobre de todas las miserias humanas y terrenas, sólo le hablo como argentino y como hombre del pueblo, que siente la responsabilidad de representar a muchos millones de hombres humildes de mi patria, que ve con dolor la acción destructora de los sátrapas que los encarnecen y los explotan sin conciencia. Que ve asimismo como se va llevando un pueblo deliberadamente a la desesperaci6n desde la cual puede tomar cualquier camino. Que también ve como se marcha insensatamente hacia la destrucción de todos los valores morales e institucionales que sostienen nuestra nacionalidad, prostituyendo las instituciones del orden al complicarlas hasta hacerlas instrumento de los peores latrocinios y de as acciones más innobles, para colocarlas finalmente frente al pueblo. Que no puede observar indiferentemente que una banda de asaltantes aprovecha la coyuntura de los empréstitos con que se nos amenaza, para seguir medrando a costa de la hipoteca de la Nación Argentina.
Si se quiere ayudar realmente al pueblo argentino no ha de ser por conducto del gobierno que padece, porque tal ayuda no ha de llegar al pueblo por tan inicuo conducto en forma que tenga nada que agradecer, desde que sus efectos sólo se harán sentir en una mayor abundancia en los círculos causantes y promotores de la actual miseria colectiva, porque ese pueblo que se pretende ayudar, con toda justicia, cuando llegue el día de pagar, podrá protestar por una ayuda que le impone nuevos sacrificios sin haber obtenido ninguno de los beneficios prometidos.
Yo se que se hablará mucho de promoción de la riqueza e impulso a la «maltrecha economía argentina» pero también sé que todo ello es sólo un pretexto para enriquecer más a los allegados al gobierno y a las empresas actualmente causantes de la crisis que soporta la economía popular. Yo sé también que se dirá que no se puede sostener una justicia social sin el respaldo de una potente economía, monserga que vienen escuchando veinte generaciones de explotados y escarnecidos. Yo sé, en fin, que se prometerá todo pero también sé que no se cumplirá nada en beneficio efectivo del pueblo, que es lo que ha de buscarse en forma inmediata.

Para equilibrar la economía argentina, desequilibrada por la acción de seis años de incuria y latrocinios, se necesitará, si se sigue ese camino, no menos de diez años y, en el tren que vamos, dentro de diez años, quién puede saber lo que ya habrá ocurrido. O la ayuda llega al pueblo en forma directa o inmediata o todo esfuerzo será estéril, si no perjudicial. Se impone restablecer la justicia social abolida por la dictadura militar y luego suprimida por el actual gobierno y sin recurrir a medidas expeditivas y directas, nada se podrá hacer. A los Estados Unidos, en las actuales circunstancias, sólo le debe interesar el pueblo argentino, porque de poco le valdrían los títeres que dicen, gobernarlo. Para lograr los fines que se persiguen no es suficiente con disponer de muchos miles de millones de dólares, sino que también es indispensable saberlos emplear para alcanzar los objetivos que se propone.

La «ayuda» a la Argentina y los sindicatos

¿Qué problema es más grave de cuantos tiene en la actualidad el pueblo argentino? -el de poder vivir con dignidad. ¿Cuál es el estado actual de los hombres de ese pueblo? -el noventa por ciento de ellos se encuentran sumergidos, porque mientras se congelaron sus sueldos y salarios, se han liberado los precios de los artículos esenciales y, en consecuencia, su poder adquisitivo no está en proporción a la necesidad. ¿Qué es lo que debe hacerse? -se comprenderá fácilmente que mientras subsista el actual estado de cosas, nada se conseguirá con enriquecer más a los ricos, como no sea hacer aún más odiosa la miseria en medio de la abundancia. Seria largo enumerar exhaustivamente cuanto se debe hacer para restablecer la justicia social que la mala fe de los actuales políticos ha destruido con las consecuencias que presenciamos, pero existe en el país una extensa legislación social que dejó el justicialismo y bastaría con que se cumpliera la mitad de esas leyes, que hoy son letra muerta, para que en muy poco tiempo cambiara la suerte del pueblo argentino y retornaran los días que todos añoran.

Ha de comprobarse minuciosamente el empleo que se haga del dinero que constituya la ayuda anunciada, estableciendo un control efectivo para que se cumplan las leyes sociales a que nos venimos refiriendo. Debe ser condición imprescindible el restablecimiento de los Convenios Colectivos de Trabajo y del Salario Vital Móvil, como asimismo la elevación inmediata de los salarios hasta ponerlos a nivel con el costo de la vida y el incremento de las fuentes de trabajo. En el pueblo, escéptico ya por la acción de sucesivos engaños, nada se conseguirá silos efectos no se hacen sentir en forma inmediata y sostenida.

No contribuyan ustedes con nuevos errores a que la infamia se siga consumando. Si realmente se intenta ayudar al pueblo argentino, no lo hagan a través de un gobierno que ha demostrado ser su peor enemigo, como tampoco por intermedio de las empresas que han sido las causantes de la actual explotación y miseria, háganlo por las organizaciones sindicales que son las únicas que lo representan y los órganos naturales en la defensa de los intereses populares y profesionales, que no sólo pulsan mejor las necesidades de la masa, sino que también son las instituciones más serias y responsables del país.

El Justicialismo: reserva moral de la Nación

Los justicialistas luchamos por el pueblo. No pretendemos poseer el poder sino alcanzar la justicia. Hemos demostrado que sabemos y podemos hacerlo, por eso nos duele contemplar cómo una legión de bandidos y otra legión de ignorantes han ido destruyendo lo que nos costó diez años levantar. He dedicado mi vida al servicio del pueblo y no puedo ver sino con tristeza, ya en el ocaso de mi vida, cómo un grupo de ignorantes irresponsables puede jugar impunemente con su destino.

La actual crisis argentina obedece a un desequilibrio deliberadamente provocado por los más sórdidos intereses, que no alcanzaron a penetrar las consecuencias a que ellos mismos se exponían al hacerlo. Quisieron castigar al pueblo por el delito de haber disfrutado de un cierto grado de dignidad, en la vida de la Nación. El golpe de Estado de 1955 y la dictadura militar que fue su consecuencia, fueron los instrumentos de esos intereses, porque permitieron que sus personeros se encaramaran en el poder, desde el cual con la violencia más inaudita, provocaron el desastre de la economía, la anarquía social y el desbarajuste político. En ese caso no les fue difícil a los aprovechados de la situación sacar sus beneficios personales para abandonar luego a su suerte a la Nación. El nuevo gobierno no se ha distinguido de la anterior dictadura sino por haber agregado a la arbitrariedad y la violencia, la insidia y la hipocresía. Se han intensificado los latrocinios y todo amenaza con descomponerse en una medida jamás sospechada.

Si no fuera por el justicialismo, que en diez años de prédica y realizaciones, ha incidido tan profundamente en el alma popular, todo estaría al borde del derrumbe. Sin embargo, son precisamente esas virtudes justicialistas, las que están salvando al pueblo en su lucha contra la satrapía dictatorial; son esas reservas espirituales las que mantienen la cohesión y permiten una guerra sin cuartel y sin descanso contra los verdaderos enemigos del pueblo y de la patria.

Las dictaduras han afirmado que anhelan destruir al justicialismo, instaurado en el país con una doctrina profundamente arraigada en el alma popular, con una teoría en plena ejecución y una organización integral (gobierno, Estado y pueblo) funcionando en todos los estamentos de la comunidad argentina. ¿Con qué van a reemplazar esa doctrina, esa teoría y esa organización? ¿Es que la Nación Argentina empeñada en una misión común puede abandonarlo todo sin caer en la más absoluta anarquía y en el caos más peligroso? Así, se han dedicado a destruir la organización del gobierno, del Estado y del pueblo, paralizando la acción general, sin reemplazar lo orgánico ni lo funcional. Las consecuencias están a la vista.

Sin embargo, con ser esto monstruoso como signo de irresponsabilidad, es poco, ante la intención de destruir los valores morales de la nacionalidad y las virtudes del pueblo argentino. Lo más repugnante de esa acción, es que no la promueve una concepción diferente de carácter ideológico; sino la servidumbre a los más sórdidos intereses foráneos y vernáculos que se oponen al sagrado derecho del pueblo argentino de constituir una nación justa, libre y soberana.

Patriotas y mercenarios

Ahora, esos mismos siniestros personajes que provocaron todo, se asustan y ponen el grito en el cielo porque el comunismo avanza y la justicia los amenaza, pero el que no tiene buena cabeza para prever ha de tener buenas espaldas para aguantar. Ellos son incapaces de comprender estas cosas, insensibles a los ideales y al servicio de sus intereses, carecen de mística ciudadana, es la diferencia natural entre los patriotas y los mercenarios: mientras los primeros no pueden comprender la sordidez de los segundos, éstos no comprenderán jamás el idealismo de los primeros. Ellos son hombres que no sirven una causa y nuestra razón de ser es precisamente esa causa. Pensamos que quien no tenga una causa que defender no merece la vida y que el hombre, aun cobarde y materialista, no escapa a su destino.

Sin embargo, la situación argentina se arregla en seis meses si se procede atinadamente y en vez de hacer política de comité se dedican los esfuerzos a gobernar con orden, terminando con la anarquía política actual que provoca el mismo gobierno con sus pasiones y desatinos. Porque, al contrario de lo que muchos creen, la crisis argentina actual es más política que económica y social. La pasión política que la violencia del gobierno ha provocado es el origen de todos los males porque el pueblo desalentado ha «bajado los brazos» y las organizaciones políticas y gremiales en permanente lucha, consumen sus energías en, neutralizar las violentas provocaciones del gobierno en vez de colaborar en la tarea común.

En último análisis se trata de una crisis de trabajo: destruido el poder adquisitivo de las masas por el envilecimiento de los salarios, el ciclo económico ha entrado en una grave atonía que ha repercutido catastróficamente en el comercio, la industria y la producción, produciendo no sólo graves quebrantos financieros a la economía privada, sino también provocando un elevado índice de desempleo y disminución progresiva de salarios que ha desanimado a la mano de obra y al trabajo. Semejante circulo vicioso ha provocado asimismo una marcada espiral inflatoria, provocada por un aumento desconsiderado de los precios, que ha roto toda relación entre los salarios y el costo de la vida, en lo que ha colaborado negativamente el gobierno mediante un empapelamiento sin precedentes por emisiones desenfrenadas de dinero.

Los males que aquejan a la Nación Argentina no se ocasionan en falta de riqueza, sino en una terrible desorganización de la misma y del trabajo nacional. No se necesita dinero para remediarlos sino trabajo, trabajo y más trabajo. Para lograr esto no es suficiente con comprenderlo, sino que es necesario poderlo realizar. Los actuales hombres de gobierno no tienen la autoridad moral suficiente ni el predicamento necesario ante la masa popular para lograrlo. Ese es el verdadero problema cuya solución no ha de alcanzarse hasta tanto los hombres y las condiciones no cambien.

Sintéticamente expuesta, ésta es la situación argentina, en relación con el problema que tanto preocupa a su gobierno. He acotado también muy sintéticamente nuestro pensamiento que, puedo asegurar, es también el del pueblo argentino. Me resta pedirle disculpas por la rudeza de mis expresiones pero siempre he creído que la verdad habla in artificios. Le ruego que, con mi más alta consideración, acepte mi saludo.

Juan Domingo Perón

Fuente: www.elhistoriador.com.ar