Buenos Aires desde adentro, por Alejandro Dolina


Fuente: Revista Humor, Nº 1, Junio de 1978.

Nuestro país cabe enteramente en la ignorancia de los europeos.  Este hecho –más lamentable para ellos que para nosotros– viene provocando desde décadas el perpetuo e inexplicable asombro de centenares de personas que –a su turno– serían incapaces de mencionar un solo escritor sudafricano.

Dentro de algunos días, el país recibirá, con su decoro de siempre, toda clase de polacos, rusos y turcos. Gentes extrañas e incomprensibles que desconocen obstinadamente el tango “El esquinazo” y que han pasado sus misteriosas existencias sin albergar en sus cerebros ni la más ligera noción de conceptos tan claros como “araca” o “chitrulo”. Muchos criollos han querido ver en ésta la ocasión más aparente para que nuestros visitantes empiecen a conocernos de una vez y para que nos quieran un poco, si no es mucho pedir.

Esta posibilidad sobresalta especialmente a los porteños, moradores de una portentosa ciudad, digna de ser exhibida ante el más cerrado de los tártaros. Pero no es fácil mostrar Buenos Aires.

Ahí tienen ustedes los folletos de turismo. Pero en nuestra ciudad la diferencia es descorazonadora. Uno tiene la sensación de que se han elegido nuestros rincones menos entrañables. ¿Quién puede amar esa Avenida 9 de julio de las postales, afeadas por las medianeras y asolada por carteles de propaganda?

Pero lo peor del caso es que la culpa no es de los folletos de turismo. La ciudad tampoco se parece a sí misma y no se deja mostrar. Existen ciudades de belleza contundente y hasta chillona. Río de Janeiro, Venecia, Granada. Sus encantos son evidentes y no requieren mayor esfuerzo por parte del visitante. Buenos Aires no es así. Su hermosura hay que buscarla más profundamente, más allá de la chata geografía, de las calles siempre iguales, de los horripilantes rascacielos.  Este hecho –apuntado por Sábato antes y mejor– puede aplicarse a todas las creaciones de los argentinos de la Pampa. La música: confidencial y recatada, inocente de marimbas. La literatura: austera, seca, tajante. Lejos de la facundia y el pintoresquismo de estos coloridos libros llenos de selva y de naturaleza, que uno no sabe si guardar en la biblioteca o en la heladera. La sobriedad y el estilo despojado son –parece– características de nuestra gente y de nuestro paisaje. No parecen atributos muy apropiados para atraer a los turistas, siempre ganosos de cascadas espectaculares, de mares cristalinos, de pájaros tropicales y de muchachas en oferta.

Pero entonces, ¿qué diablos les mostramos a estos rusómanos?
Bueno, no hay que alarmarse. Algo hay. En realidad podemos fingir una docena de ciudades distintas –todas falsas– destinadas a deslumbrar a esta gente. Hay para todos los gustos. El asunto es sencillo: todo se reduce a evitar algunas calles y a preferir otras. Veamos.

Buenos Aires moderna 
Especial para amantes del progreso y para aquellas razas que se prosternan ante los aparatos eléctricos. Se aconseja una excursión a la Ferretería Francesa, con magnífico golpe de efecto ante la puerta que se abre sola. Recorrida por el pérfido edificio del Banco de Londres. Pesada e indagación del destino en las balanzas del subte. Obtención de fotos carnet en cinco minutos. Exhibición de porteros eléctricos y breve diálogo a través de estos artefactos con los vecinos más lejanos, como por ejemplo los del 21 H. Haitianos, persas y malayos quedarán convencidos de que esta es una ciudad futurista.

Buenos Aires antigua
Para amantes de la decrepitud, arqueólogos y nostálgicos. Aquí conviene transitar los sectores más cachuzos de la urbe e inventar una historia cualquiera para cada construcción. Todo edificio con rejas será colonial. Las casas más humildes podrán transformarse en hogares natales de caudillos y los agujeros de las paredes en secuelas de la segunda invasión inglesa.  He sabido que miles de extranjeros empalidecen de emoción ante el más cochambroso y mugriento de los muladares, con sólo decirles que es viejo.

Buenos Aires aburrida
Para recomendar a aquellos turistas que nos caigan antipáticos. El periplo comprende una visita a los metegoles que hay frente a la estación Lanús, paseo y evaluación de vidrieras en la Calle Warnes, canje de porquerías en el parque Lezica, aerobismo en la estación Casa Amarilla y peregrinaje en busca de cigarrillos por la calle Tres Arroyos a las cinco de la mañana.

Buenos Aires divertida
Para razas estridentes y jacarandosas. Colada en despedidas de soltero. Teatros de revistas. Italpark. Cuentos verdes (traducidos) en cualquier esquina. Trepada por las escaleras mecánicas que descienden y descenso por las que suben. La Boca, cantinas, gritos, risas, música y regreso al hotel tocando timbres y pateando tachos de basura.

Buenos Aires romántico
Para parejas de enamorados y para serbios sentimentales. Recorrida silenciosa por la plaza de Devoto (la más hermosa de todas). Paseo nocturna por el viejo San Isidro. Serenata ante la ventana de la piba más linda de Flores. Seguimiento de un silbador en Chiclana, a la espera de rachas de valses. Robo de rosas en Santos Lugares. Sueños locos en el mismo hotel.

Buenos Aires rante
Para  eslovenos arrabaleros. Ingestión de pucherete en el viejo Tropezón. Billar en “El agua sucia” de Palermo. Charlas metafísicas y tangueras en el Tortoni. Espera infructuosa de un tranvía en la calle Godoy Cruz. Pase inglés en el club “9 de Julio” de Caseros. Concurso de cantores en el “Claridad” de Ciudadela. En el hotel, tangos en la victrola, mate y facturas.

Buenos Aires condenada
Visita a todos  los edificios que serán demolidos por una razón u otra. Este itinerario propone a los finlandeses la posibilidad de sensibilizarse ante las cosas que pronto morirán. Pueden recorrerse las autopistas venideras, los nobles edificios que arrasará la 9 de Julio y –en realidad– la ciudad toda, pues algo me dice que el destino terrible de Buenos Aires es ser derrumbada totalmente para dar paso a una gigantesca y sola avenida interminable.

Hay muchas otras ciudades: Buenos Aires elegante, Buenos Aires cursi, Buenos Aires tonta, Buenos Aires francesa, Buenos Aires de mi amor. Buenos Aires ocho. Hay que aguzar el ingenio y demostrarles a estos altivos visitantes que nada tenemos que envidiarle a Cracovia.

El esfuerzo es grande y ya lo estamos realizando todos. Criollos que se jactaban de no haber visto nunca un holandés han barrido la vereda y han podado el ligustre. Los taxis lucen re pintones y brillosos. Los baches han sido trasladados del centro hacia los barrios. Todo está listo para que el mundo entero se muerda los codos de envidia.

Pero algo me dice que todo será inútil. No nos van a entender, estoy seguro, quizá lo más correcto sería hacer que esta gente permanezca entre nosotros veinte o treinta años. Recién entonces aprenderían el camino hacia las esquinas secretas, hacia el barrio del olvido, hacia la plaza que separa a las parejas que la cruzan, hacia el stud  donde los caballos dan datos cambiados, hacia el buzón de las cartas muertas, que nunca será abierto.

Pero aunque sospechemos que no servirá de nada, mostremos. Tratemos de evitar la estulta y repetida declaración de todos nuestros visitantes: “Me gustaron los bifes y las mujeres, en ese orden”. Tengo para mí que un crepúsculo en el Barrio Sur debe ser más recordable que un churrasco. Evitemos también la fatal referencia a la noche porteña, especialmente en estos tiempos que nuestra vida nocturna se manifiesta en horas de la tarde. Basta de perder tiempo con la deplorable calle Florida. Basta de limitar la ciudad gigantesca a unas pocas cuadras repetidas. Mostremos desde Belgrano hasta Banfield, desde El Palomar hasta Pompeya, desde la Boca hasta San Fernando. Y si no les gusta, que se embromen. Que sigan sin conocernos. A nosotros nos quedará esta amada punta de rieles del mundo, que no se disfruta con los ojos, si no con el alma. Y a ellos les quedará el insospechado bochorno de haber estado en la ciudad más hondamente hermosa del universo sin haberlo sabido. Buenas Tardes.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar