Bloqueo anglo-francés del Río de la Plata (1845-1850), por Andrew Graham-Yooll


El 20 de noviembre de 1845, siendo el general Juan Manuel de Rosas responsable de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, tuvo lugar el enfrentamiento con fuerzas anglo-francesas conocido como la Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro. La escuadra agresora intentaba obtener la libre navegación del río Paraná. Esto permitiría que la sitiada Montevideo pudiera comerciar tanto con Paraguay como con las provincias del litoral. El encargado de la defensa del territorio nacional fue el general Lucio N. Mansilla, quien tendió de costa a costa barcos “acorderados” sujetos por cadenas. La escuadra invasora contaba con fuerzas muy superiores a las locales. A pesar de la heroica resistencia de Mansilla y sus fuerzas, la flota extranjera rompió las cadenas y se adentró en el Río Paraná.

La firme actitud de Rosas durante el bloqueo le valió el apoyo de diversas personalidades de un amplio espectro político, entre ellos de José de San Martín, quien ofreció sus servicios en varias ocasiones y legó en su testamento su sable al gobernador de Buenos Aires. Desde 1974, debido a la heroica defensa del territorio argentino, en esta fecha se celebra el día de la soberanía nacional.

Lo recordamos con un fragmento del libro El inglés. Rosas visto por los británicos, del periodista angloargentino Andrew Graham-Yooll sobre uno de los personajes más polémicos de nuestra historia. El libro, publicado originalmente en 1980 y reeditado por Editorial Marea en 2017 en una edición ampliada, narra el ascenso, el gobierno y la caída de Juan Manuel de Rosas desde el punto de vista británico, basándose en periódicos de la época, correspondencia secreta y documentos poco conocidos que el autor recabó en el Reino Unido.

El fragmento que a continuación reproducimos se centra en la batalla de la Vuelta de Obligado e incluye, a través de varios artículos periodísticos ingleses de la época, una detallada descripción del conflicto desde el punto de vista británico. También permite ver que esa visión no era unánime entre los ingleses. Como sostuvo el autor en una entrevista realizada en el diario Página/12, “Durante el bloqueo anglo-francés, los comerciantes de la colectividad británica en Buenos Aires mandaban carta tras carta a Lord Aberdeen alegando que vivían muy bien bajo el rosismo y hacían buenos negocios que iban a ser arruinados (por el bloqueo). Mientras, en Londres, los editoriales de The Times describían a Rosas como una nueva versión de Marat Sade”.

Fuente: Andrew Graham-Yooll, El inglés. Rosas visto por los británicos, Buenos Aires, Editorial Marea, 2017, págs. 96-111.

Durante el bloqueo francés de Buenos Aires, iniciado en 1838, el almirante Leblanc buscó refugio y provisiones para sus naves en Montevideo. El general Manuel Oribe, que había sucedido al general Fructuoso Rivera como segundo presidente de Uruguay desde su independencia, invocó su amistad con Rosas, el gobernador de Buenos Aires, para negarse a dar a los franceses nada más que la ayuda que pudiese considerarse básica y esencial.

El rechazo de Oribe fue usado por el general Rivera como una oportunidad para acusar al Presidente y su Partido Blanco (Nacional) de asociarse con un peligroso tirano del otro lado del Río de la Plata. Se sospechaba que Rosas pasaba todas sus horas de vigilia —y no pocas de sus noches de insomnio— planeando la anexión de la Banda Oriental a la Confederación Argentina. Rosas era acusado también de planear un destino semejante para Corrientes (declarada república por unos once meses el 29 de septiembre de 1830 como parte de una alianza con Entre Ríos, durante un breve lapso encabezado por Francisco «Pancho» Ramírez, muerto de un balazo el 10 de julio de 1831).

La acusación de Rivera contra Oribe despertó la simpatía de los unitarios fugitivos y otros opositores a Rosas que vivían exiliados en Montevideo. Los unitarios encontraron un aliado en Rivera y su Partido Colorado conservador, que se identificaba con cierto liberalismo político inspirado en Europa y se oponía a los federalistas, a quienes consideraban semifeudales.

Los unitarios y colorados derrocaron a Oribe. Los franceses, que estaban bloqueando a Buenos Aires, apoyaron a Rivera, al ver que les convenía.

El presidente desplazado, Oribe, recibió apoyo moral y material de Rosas y en 1839 organizó una campaña para recuperar su cargo. Aquel fue el principio de una guerra que es recordada en ambos países por su duración y crueldad. Dentro de la historia mundial es otro pequeño conflicto, pero en el Río de la Plata llevó a la Guerra Grande, que se extendió a lo largo de doce años.

Para aterrorizar a su enemigo, Oribe anunció que no se tomarían prisioneros. Todos los capturados serían «pasados a degüello». Semejante política, que era también la práctica de las tropas de Rosas desde la guerra civil de la década de i82o, involucraba la ocupación plena del degollador, con el grado de oficial subalterno, quien era tan respetado como temido. La brutalidad de semejante cirugía era obvia; sin embargo los hombres se enorgullecían del filo de su cuchillo y de la rapidez de sus manos. Los prisioneros, con las manos atadas a la espalda, recibían órdenes de arrodillarse en fila y el verdugo se colocaba detrás de cada uno susurrándole al oído «Más sufre una madre cuando pare» o «Mi hoja no puede resistir la tentación de una garganta tan hermosa». En el litoral de Argentina y en la zona occidental de Uruguay se dice que la fruta crece bien en el suelo regado por la sangre de tantos hombres desafortunados.

Lord Palmerston, secretario de asuntos exteriores del gobierno whig de lord Melbourne, miraba a Rosas y más tarde a Oribe, con el horror natural de los europeos contemporáneos; pero consideraba que al menos esos tiranos controlaban sus países y eran gobiernos que podían tomarse como referencia, con los que se podía tratar. Los ingleses se oponían a Francia porque el bloqueo amenazaba el intercambio comercial británico y porque se sospechaba que los franceses buscaban establecer algún tipo de protectorado en Uruguay, para competir desde allí con el comercio inglés. Gran Bretaña también temía que la intervención francesa condujera al de­rrumbe del gobierno local y a la anarquía.

Mandeville, el representante británico en Buenos Aires, apoyaba a Rosas en la lucha con Francia porque el gobernador no había estorbado el comercio británico y hasta lo había favorecido. Con pocas excepciones los residentes británicos eran por lo general bien tratados, aunque no habían escapado al difundido sentimiento de temor que existía en la ciudad.

En 1841 llegó al poder en Londres el gobierno conservador de Robert Peel y el secretario de Asuntos Exteriores, lord

Aberdeen, adoptó una actitud más amistosa hacia los franceses. Rosas y Oribe parecían destinados a ganar la guerra en Uruguay y en consecuencia los franceses pronto se verían desalojados del Río de la Plata. El tráfico comercial británico podría restablecerse en la zona sin obstáculos. Al menos en ese aspecto, Gran Bretaña podía permitirse aparecer generosa en relación con Francia.

Las evidencias apoyaban tal presunción. Las escaramuzas iniciales entre Oribe y Rivera habían llevado a sucesivas derrotas de este último. En el río, porque se trató tanto de una guerra naval como terrestre, el almirante Guillermo Brown, comandando la flota de Rosas, derrotó a la Armada Uruguaya, que en 1841 era encabezada por John Halstead Coe, un ex ciudadano estadounidense nacido en Springfield, Massachusetts. Coe había combatido bajo las órdenes de lord Cochrane en el Pacífico y bajo Brown en Buenos Aires hasta unos años antes.

Brown comenzó un bloqueo parcial de Montevideo después de su éxito contra Coe.

La castigada flota de Uruguay iba a ser reorganizada por el sucesor de Coe, Giuseppe Garibaldi. El libertador italiano, que había huido de una sentencia de muerte en Italia, se había dirigido en primer lugar a Brasil, donde había combatido por los republicanos en Río Grande contra las autoridades impe­riales de Río de Janeiro. Había llegado a Montevideo ese año.[1]

Aun así, la guerra iba a volverse contra Rivera. Durante 1843 iba a sufrir severas pérdidas ante el ejército de Oribe –apoyado por el ejército de Rosas en Entre Ríos, conducido por el general Urquiza– y Garibaldi fue derrotado en el río por Brown.

En febrero de 1843 la mayor parte de Uruguay era controlada por Oribe. Este puso sitio a Montevideo, la última plaza que ofrecía resistencia a su regreso al poder. Parecía estar a pocos días de la victoria. No había motivos para dudar de tal expectativa. Pero postergó el ataque final temiendo que sus gauchos masacraran a la población. La postergación duraría nueve años.

La administración de Montevideo estaba en manos de los comerciantes y agentes extranjeros. Los partidarios de Oribe habían abandonado la ciudad temiendo represalias de los riveristas. Los riveristas reñían entre facciones internas. Los extranjeros de la capital, que ascendían a más de 20.000 personas sobre una población total de 31.000, organizaron el comercio local y la administración pública. También organizaron un ejército para defender la ciudad contra Oribe. Los franceses integraban la legión mayor, con 2.900 voluntarios entre 5.300 residentes. Tenían su propio periódico, Le Patriote Français, y la fuerte convicción de que luchaban por una causa noble y podían batir al enemigo y luego vivir para cobrar las recompensas en tierra y ganado prometidas a todos los voluntarios extranjeros por el parlamento de Montevideo. Garibaldi logró reunir apenas 215 italianos sobre una comunidad de 4.300; su periódico, L’Italiano, dejó de aparecer en el preciso momento en que más lo necesitaba. La comunidad británica ascendía a unas 600 personas, de modo que los voluntarios se unieron a los regulares de Montevideo o entraron en la legión francesa, que era considerado el mejor grupo para presentar combate. Pero los ingleses tenían su propio periódico, Britannia, que se convirtió en un órgano de propaganda para contrarrestar la campaña rosista del periódico en inglés The British Packet and Argentine News, que había fundado Thomas George Love en 1826.

El gobierno uruguayo se dividió. Algunos de sus generales renunciaron, las pequeñas facciones se reunieron, mientras las comunidades extranjeras defendían la ciudad contra el bloqueo de Brown al puerto y el sitio de Oribe por el Norte. La población y los políticos de Montevideo miraban a los ex­tranjeros con impresiones mezcladas. Les disgustaba tener que confiar en ellos, pero no les quedaba otro remedio.[2]

El ejército de Oribe y los propagandistas de Rivera –los hábiles intelectuales que habían huido de Buenos Aires– buscaron respaldo en Europa. Los riveristas, apoyados por sus legiones extranjeras, contactaron a numerosos parlamentarios en Inglaterra para tratar de hacer que lord Aberdeen coincidiera con su política de esperar que Montevideo cayera. Rosas, con el apoyo de una comunidad británica mucho más poderosa en Buenos Aires, buscó la simpatía de los gobiernos europeos para disciplinar a los extranjeros armados de Montevideo. Francia se opuso a Rosas, apoyó a Rivera, pero no dejaba de sentir cierta simpatía por Oribe, cuyo deseo de reconquistar el gobierno del que había sido expulsado por un golpe era comprensible.

Los riveristas y los unitarios obtuvieron un temprano apoyo de Sir John Purvis, comandante de las unidades navales británicas ante Montevideo. Se había estacionado ante la costa de Uruguay para vigilar las naves francesas desde que se levantara el bloqueo de Buenos Aires y se derrocara a Oribe. A Purvis le atraía la idea de una causa liberal: la idea de apoyar a la débil ciudad sitiada contra los grandes ejércitos que la amenazaban era el concepto de que Montevideo luchaba por la ilustración. Samuel Fisher Lafone, uno de los comerciantes británicos de Montevideo, que sentía un fuerte desprecio por Rosas, ayudó a convencer a Purvis de la justicia de la causa unitaria. Lafone, un protestante, había sido encarcelado por Rosas por casarse con una mujer católica romana en Buenos Aires sin el permiso del obispo local. Lafone fue responsable en gran parte de financiar al ejército uruguayo con su propia fortuna.[3] En ese entonces estaba en vías de adquirir una parte considerable de las islas Falkland, propiedad que sería conocida entonces como Lafonia.

Purvis ordenó al almirante Brown, bajo los términos del Acta de Alistamiento Extranjero de 1819, que se retirara del mando del ejército de Rosas. Era obvio que Brown se negaría, debido a su lealtad conocida y a sus deberes como oficial, y tal vez también porque le habían dicho que Purvis odiaba a los irlandeses. Purvis utilizó el rechazo para justificar la ayuda a un grupo de tropas de Garibaldi que atacaban a Brown. La intervención de Purvis indignó a los ingleses de Buenos Aires, pero en Londres no provocó la menor reprimenda.[4]

Purvis también empleó su vigor naval para ordenar a Oribe que rescindiera una declaración acerca de que trataría a los extranjeros de las legiones como si fueran enemigos nativos. La Gaceta Mercantil del 6 de mayo de 1843, publicada en Buenos Aires, decía: “El comodoro Purvis, unido a los salvajes unitarios, ha pisoteado los derechos naturales de los hombres, de las naciones, y de la raza humana. La guerra, que estaba por terminar, se ha renovado y derramado más sangre. El comodoro Purvis será el responsable de todos sus desastres, de todos sus horrores”.

Poco después Purvis fue discretamente llamado a Londres.

Rosas ordenó a Brown intensificar el bloqueo de Montevideo y Oribe cerró el círculo alrededor de la ciudad por tierra. Pero siempre había ganaderos y pescadores dispuestos a desafiar el sitio o esquivar el bloqueo para vender comida y vino a buenos precios a los montevideanos sitiados. La escalada de la disputa impulsó a Gran Bretaña y Francia a ponerse de acuerdo en buscarle un fin a una guerra que estaba causando demasiado daño al intercambio comercial y a imponer sus términos de paz por la fuerza si fuera necesario.

John Gore Ouseley fue designado por Gran Bretaña y el barón Deffaudis –el mismo del bloqueo de Veracruz y Tampico– por Francia para entregar un plan de paz a Buenos Aires y Montevideo en mayo de 1845. Si Buenos Aires no aceptaba el plan, su puerto sería bloqueado. Según los términos de la paz propuesta, Rosas reconocería la independencia de Uruguay, a lo que accedió prontamente por respeto a su amigo Oribe y porque nunca la había disputado públicamente. Sus tropas evacuarían Montevideo, Oribe y Rivera abandonarían su pretensión de gobernar la Banda Oriental y se llevarían a cabo elecciones para renovar el gobierno. Rosas rechazó todos esos puntos. Las fuerzas de Montevideo estuvieron de acuerdo sobre estos términos.[5] Gran Bretaña y Francia decla­raron entonces el bloqueo a Buenos Aires.

El almirante Samuel Hood Inglefield, comandante de diez naves de la flota británica, y el almirante Laine, a cargo de diez naves francesas, decidieron demostrar la furia de los poderes tomando tres naves de Rosas, y obligando a Brown –y a todos sus oficiales británicos– a abandonar el bloqueo de Montevideo. Brown estuvo de acuerdo y se retiró.

Brasil, sus políticos y su corte, divididos desde hacía tiempo en grupos que apoyaban a Buenos Aires o Montevideo, decidieron por fin respaldar al más fuerte y pusieron su armada bajo las órdenes de los almirantes francés y británico para derrotar a Rosas. Estados Unidos se escandalizó: veía la intervención de los poderes europeos como una violación de la Doctrina Monroe. La preocupación quedó expresada en un informe delWashington Union, el órgano oficial de la administración del presidente Polk: “Por lo que hemos oído hasta ahora, las hostilidades se han llevado a cabo de acuerdo con las leyes de la guerra civilizada. Entretanto una gran escuadra de embarcaciones británicas y francesas se encontraba en aguas de uno de los beligerantes, y ahora parece que, sin aviso o explicación, o alguna razón concreta, esta escuadra neutral, valiéndose al extremo del derecho del más fuerte, ha tomado posesión tranquilamente de la fuerza naval de Buenos Aires […]”. Se trataba, según el periódico, de «Una monstruosa violación de la hospitalidad» en el puerto de un poder amigo.[6]

Henry Mandeville, el representante en Buenos Aires, que se inclinaba por Rosas, fue llamado a Londres.

El 24 de octubre de 1845, The Times explicó a sus lectores cómo eran las cosas. “La intervención de Francia e Inglaterra en los asuntos del Río de la Plata se llevó adelante con suficiente energía por Gore Ouseley y el barón Deffaudis como para probar que los temores de postergación que surgían de la falta de instrucciones y poderes claros y vigorosos eran infundados por completo. Los dos gobiernos de los poderes mediadores deben de haber previsto precisamente los hechos que ocurrieron: el rechazo de Rosas a poner fin a la guerra y la decisión de Oribe de mantenerse todo el tiempo posible en la Banda Oriental y debemos creer que los dos estados mayores de Europa no se comprometen deliberadamente en un asunto de este tipo sin suministrar los medios necesarios para alcanzar el objetivo […]. No debe perderse de vista que el objetivo real de esta intervención es liberar a la Banda Oriental de un ejército invasor, y restaurar el gobierno independiente que corresponde […] no atacar a Buenos Aires. En ese sentido puede compararse con la intervención de los grandes poderes en 1840 en los asuntos de Siria […]. Si se abren hostilidades entre Inglaterra y la República Argentina probablemente sean ocasionadas no tanto porque hayamos tomado partido por Montevideo, como por los actos arbitrarios infligidos por Rosas al comercio británico durante la guerra en el río.”

The Times se quejaba con fuerza por una carta escrita por los comerciantes de Buenos Aires a favor de Rosas: “El absurdo lenguaje exagerado de este texto revela de inmediato su origen. Desde hace tiempo ha existido en Buenos Aires un grupo de ingleses, con el que tememos que el ex represen­tante Mandeville se haya conectado, decidido a permanecer ciego ante las barbaridades y la insolencia del gobierno de Rosas […]. El órgano principal del dictador es un periódico escrito e impreso en inglés en Buenos Aires, en el que todo acto de crueldad u opresión que se haya cometido es disimulado o defendido […]”.El blanco de semejante odio era el British Packet del señor Love, que difícilmente podía describirse como principal órgano de prensa del dictador, aunque manifestara simpatía por Rosas y solo tratara de ser un poco más discreto que la prensa en idioma español.

La carta que provocó la ira en Londres había sido escrita a lord Aberdeen por varios integrantes de las cámaras comerciales de Buenos Aires, donde Love era una figura destacada. “Nos es imposible por completo abandonar el país en el que nos encontramos, donde muchos de nosotros se dedican al intercambio comercial con Gran Bretaña, tienen grandes existencias de mercaderías británicas consignadas a nosotros para la venta, y grandes obligaciones en una divisa que se desvaloriza diariamente debido a los acontecimientos políticos que nos rodean […]. Algunos de nosotros residen en este país desde hace muchos años, y a todos nos han ofrecido durante el período de residencia aquí la protección más amplia, generosa y eficaz, especialmente durante la administración de Su Excelencia el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas […] contra quien no tenemos el menor motivo de queja […]. Los privilegios que tenemos en las empresas comerciales, pastorales o agrícolas, en la navegación por el interior, o cualquier otra rama de la industria que consideramos emprender, nos colocan en mejor posición aún que los nativos […].[7]

The Times decía que si Rosas «protege a estos renegados que lo rodean, es solo para agraviar con mayor eficacia los intereses generales de su país en otras partes».

Mientras tanto, como para confundir aún más al frente europeo, Giuseppe Garibaldi (1807-1882) bajo órdenes de británicos y franceses, recorrió la costa uruguaya, asaltó el puerto y casco de Colonia del Sacramento y siguió hacia el Norte. El 20 de septiembre de 1845 Garibaldi y una pequeña flota con la que remontaba el río Uruguay entró de noche por el río Gualeguaychú y procedió a saquear la ciudad del mismo nombre. Hasta el día de hoy los habitantes de esa ciudad siguen citando los efectos sufridos a manos del italiano (declarado fundador de la Armada Uruguaya).

El 15 de noviembre de 1845, uno de los artículos de fondo de The Times sobre los acontecimientos de Buenos Aires llenaba una columna. Cada línea del editorialista que se ocupaba de describir el carácter de Rosas estaba cargada de afrenta e indignación: “Un monomaniaco sanguinario como Marat podía en un período como la Revolución Francesa excitar las pasiones de un pueblo frenético hasta hacerle sentir una especie de simpatía por sus proyectos diabólicos; pero las más violentas diatribas del Ami du peuple son literalmente superadas por el idioma que ha estado empleando el diario oficial de Buenos Aires durante años. Nuestros lectores apenas podrán creer que el alarido de guerra que pide la muerte de los opositores políticos es el encabezamiento común de todos los documentos emanados de una oficina pública de Buenos Aires. Las declaraciones comunes de gastos del Tesoro van precedidas por el lema de estos monstruos: ‘¡Vívala Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!’”.

La ocasión que provocaba semejante ira en esas columnas por lo general moderadas era la llegada a Londres del mensaje, fechado 16 de agosto, de Rosas a su asamblea legislativa, respecto de las transacciones llevadas hasta esa fecha entre su gobierno y los enviados británico y francés.[8]

Entretanto, en el Río de la Plata, los comandantes británico y francés habían acordado ofrecer un despliegue de fuerza para demostrar a Buenos Aires que no podía impedir que los navíos de las dos potencias navegaran río arriba cuando desearan hacerlo.

El 20 de noviembre, franceses e ingleses se abrieron camino por la fuerza remontando el río Paraná y atacaron las baterías costeras ubicadas en la Vuelta de Obligado instaladas por Rosas y el general Mansilla para impedir cualquier intento por fuerzas extranjeras de alcanzar el Norte, hasta la provincia de Corrientes y a Paraguay, países que se oponían a Rosas.

Afirmaba The Times acerca de los preparativos: “El gobierno de Rosas evidenció una gran preocupación ante las consecuencias de la expedición de los poderes aliados para abrir la navegación del río Paraná […]. En general se pensaba que esta medida de abrir un comercio libre con Paraguay crearía un sentimiento muy amplio de hostilidad hacia Rosas, que sería el único impedimento para una relación libre con los extranjeros […].”[9]

La acción, que duró nueve horas, terminó con la destrucción de las baterías costeras, pero los defensores lucharon con coraje y dando tremenda evidencia de su poder de defensa y su admirable compromiso con la acción: «Las escuadras aliadas, según nos hemos enterado, han destruido las bate­rías ubicadas por Rosas a la entrada del río y la abundante flota de naves mercantes reunidas en Martín García esperaba órdenes inmediatas para dirigirse a sus destinos».

Había ciento treinta y tres naves mercantes en el puerto de Montevideo.

«Hubo grandes expectativas para las relaciones comerciales ampliadas que se presentarían gracias a la apertura de la rica región del Paraguay a la actividad de nuestros comerciantes […]».[10]

[…]

Esta iba a ser la única acción significativa del prolongado bloqueo anglofrancés. Después de la batalla de la Vuelta de Obligado, las naves siguieron hacia el Norte, dirigiéndose a Paraguay. Hacia enero la guerra había demorado lo suficiente como para merecer un párrafo victorioso en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Parlamento en Londres: “Durante largos años una guerra desoladora y sanguinaria había afectado al estado del Río de la Plata. El comercio de todas las naciones ha sido interrumpido, y se han cometido actos de barbarie desconocidos en la práctica de la gente civilizada. Junto con el rey de los franceses estoy tomando medidas para lograr la pacificación de estos estados”.[11]

Los ingleses de Montevideo pensaban que las responsabilidades de Gran Bretaña debían ser mayores y sugerían que Inglaterra se hiciera cargo del territorio. “Existe aquí la muy generalizada impresión de que para mantener una tranquilidad duradera en la región, sería necesa­rio en última instancia que Inglaterra y Francia, o mejor aún solo Inglaterra, se hicieran cargo del país o ejercieran una influencia sobre el gobierno lo bastante directa como para otorgar una seguridad necesaria para el mantenimiento de la tranquilidad.”[12]

Referencias:

1 Jasper Ridley, Garibaldi, Londres, Constable, 1974, pág. 94.
2 Ridley, Garibaldi, op. cit.
Andrew Graham-Yooll, La colonia olvidada, Buenos Aires, Emecé, 2007.
Ridley, Garibaldi.
5 Ridley, Garibaldi.
The Times, 17 de octubre de 1845.
The Times, 24 de octubre de 1845.
8  Liverpool Times, 16 de diciembre de 1845. The Times, 17 de diciembre.
9 The Times, 15 de enero de 1846.
10 The Times, 21 de enero de 1846.
11 The Times, 23 de enero de 1846.
12 Ib.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar