Aventuras y desventuras de don Juan de Garay, segundo fundador de Buenos Aires


Autor: Felipe Pigna

Don Juan de Garay no las tenía todas consigo, al menos a la hora de refundar Buenos Aires. Los estímulos de riqueza que solían acompañar a empresas de este tipo no podían ser garantizadas, ni, por supuesto, bolsas de oro, plata o piedras preciosas. En cambio, Garay prometió lo que sí parece que abundaba libremente: caballos. Así las cosas, alrededor de sesenta hombres acudieron al llamado fundador de Garay, casi todos jóvenes, criollos y mestizos, portando sus propias armas. También iba una mujer, Ana Díaz, una viuda que parece ser no deseaba separarse de su hija, casada con uno de los expedicionarios.

Garay y su comitiva avanzaron divididos en tres grupos. Uno, el pionero, avanzó río abajo en febrero de 1580; a éste le siguió por tierra un contingente al mando de Alonso de Vera, sobrino de Garay y más conocido por el poco alentador apodo de “cara de perro”. Finalmente, el propio adelantado cerraba la caravana expedicionaria al mando de la carabela San Cristóbal de Buena Ventura, dos bergantines y varias embarcaciones menores más. Garay zarpó de Asunción a mediados de marzo y fondeó en el Riachuelo el 29 de mayo de 1580; en el medio se estacionó largamente en Santa Fe, donde abordaron algunas personas más. Cuando por fin tocó tierra nuevamente, ese 29 de mayo, era domingo y, por lo tanto, día de la Trinidad. Seguramente tal coincidencia implicó una inspiración no muy trabajada para denominar a la nueva ciudad que se estaba por fundar.

“En esa forma” –señala Liborio Justo– “el Río de la Plata presentó la particularidad singularísima de que su territorio no fue colonizado de la costa al interior, sino, excepcionalmente, del interior a la costa”. 1

Poco menos de d#_ftn1os semanas le tomó a Garay y a sus hombres preparar todo para la consabida fundación. Y el 11 de junio se procedió a la misma. A diferencia de lo actuado por el primer adelantado, don Pedro de Mendoza, Garay realizó una fundación con todas las de la ley, y cumpliendo los requisitos legales y religiosos con absoluta prolijidad.

Dice el acta de fundación: “En nombre de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero que vive y reina por siempre jamás amen y de la gloriosísima Virgen Santa María, su madre, y de todos los santos y santas de la corte del cielo, yo, Juan de Garay, teniente de gobernador y capitán general y justicia mayor de todas estas provincias por el  muy ilustre señor licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón, del consejo de Su Majestad y su oidor en la real audiencia de la ciudad de La Plata en los reinos del Perú, adelantado y gobernador y capitán general y justicia mayor y alguacil mayor de estas dichas provincias del Río de la Plata por la majestad real del rey don Felipe, nuestro señor, conforme y al tenor de sus reales provisiones y capitulación dadas y hechas con el muy ilustre señor el adelantado Juan Ortiz de Zárate y, en lugar del dicho señor licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón, adelantado su sucesor, y en nombre de la majestad real del rey don Felipe, nuestro señor, hoy, sábado, día de nuestro Señor San Bernabé, once días del mes de junio del año del nacimiento de nuestro redentor Jesucristo de 1580, estando en este Puerto de Santa María de Buenos Aires que es en las provincias del Río de la Plata, intitulada nuevamente la Nueva Vizcaya, hago y fundo en el dicho asiento y Puerto una ciudad, la cual pueblo con los soldados y gente que al presente tengo y he traído para ello, la iglesia de la cual pongo su advocación de la Santísima Trinidad, la cual sea y ha de ser iglesia mayor y parroquial contenida y señalada en la traza que tengo hecha de la ciudad, y la dicha ciudad mando que se intitule la Ciudad de la Trinidad….”2

No todo eran considerandos escritos los que Garay suscribió. Había otros de inocultable sentido simbólico que tenían tanta o hasta más fuerza que aquellos. En efecto, leída y firmada el acta fundacional, y tras plantar la cruz eclesial y tomado juramento a las autoridades, Garay ordenó que se “enarbolara un palo o madero por Rollo público”. ¿De qué se trataba? Del establecimiento formal de un madero de algarrobo que, desde entonces, sería el símbolo de la justicia. Aquel palo debía recordar a los pobladores que ningún delito sería tolerado, y aquel que acaso lo cometiera, sería atado al madero donde sería ejecutado. Por supuesto, esto corría para el pueblo. Los nobles que cometieran alguna fechoría no terminarían sus días en el amenazante algarrobo, sino, teóricamente, por otros medios. Como fuere, el palo fue plantado y allí quedaría. Quien se atreviera a moverlo o destruirlo, sería condenado a muerte de inmediato.

Las tribulaciones de la fundación se continuaron con los años. Garay realizó sobre un pergamino de cuero una traza original y se repartieron solares entre los habitantes. También se sorteó quién sería el patrono de la ciudad, siendo designado por la suerte San Martín de Tours. Para celebrarlo, se acordó que todos los años el regidor más antiguo debía sacar el estandarte del elegido en una suerte de paseo ritual. Lo que no terminaba de cerrar era la promesa de repartir caballadas. Él mismo escribió con cierta frustración: “… hasta ahora, por ser la tierra tan rasa y llana, no hemos podido tomar ninguno de los caballos ni hemos tenido posibilidad y espacio para hacer corrales […] y hemos estado ocupados en edificios y labores y en correr la tierra, porque mientras no la corríamos, venían los naturales de noche a darnos asaltos”.3

Garay alternó su estadía en la nueva ciudad con Asunción y, como no podía ser de otra manera en un auténtico conquistador como él, también realizó incursiones hacia la zona costera, parece ser que corriendo las fronteras del indio y buscando, también él, oro. Parece ser que Garay llegó hasta la zona de la actual Mar del Plata, pero finalmente decidió concluir su periplo por falta de hombres, caballos y una cierta logística que lo sostuviera.

“Con la fundación de la Santísima Trinidad –señala José Luis Busaniche– quedó cerrado el ciclo de la conquista española en América, si con ello ha entenderse el cumplimiento de un vasto plan de ocupación continental que, iniciado en las Antillas noventa años atrás, terminaba con la fundación de una ciudad en el puerto de Buenos Aires y con las primeras exploraciones en la Patagonia”. 4

Referencias:
1 Justo, Liborio, Nuestra patria vasalla. Historia del coloniaje argentino, Schapire, Buenos Aires, 1968, p. 2
2 ACTA FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES. Digesto ordenanzas, reglamentos, acuerdos, decretos, etc. de la municipalidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Editorial de la Universidad,1890, pág. 7.
3 Carretero Andrés M., El gaucho argentino: pasado y presente, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, pág. 138.
4 José Luis Busaniche, Historia Argentina, Buenos Aires, Solar/Hachette, 1969, pág.110.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar