Aquella tremenda Primera Guerra Mundial


Autor: Felipe Pigna

Cuando -como a todo imperio del que se tenga memoria- le tocó el turno de la decadencia al otomano y cada uno de los pueblos sometidos comenzó a exigir su independencia, en el marco de su expansión imperialista, las potencias europeas, sobre todo Rusia y el imperio austro-húngaro, no perdieron la oportunidad de fogonear los enfrentamientos regionales con la evidente intención de llevar agua -y en este caso tierras- para su molino. Por supuesto que Francia, Inglaterra, Alemania e Italia no se quedaron atrás. Todos parecieron comprender que la zona de los Balcanes era una región europea donde las principales potencias podían guerrear a gusto sin comprometer sus propios territorios. El conflicto estalló en 1912 cuando -alentados por Rusia- serbios y búlgaros se enfrentaron a Turquía hasta que las potencias occidentales impusieron la paz creando un nuevo y conflictivo Estado: Albania.

En 1913 se desató otro conflicto armado, esta vez entre los anteriores aliados: Serbia -unida ahora con Rumania, Grecia y Turquía- se enfrentó con Bulgaria, que fue derrotada y perdió los territorios de Macedonia. Pero las intenciones expansionistas de Serbia fueron contenidas por la presión austro-húngara. Los serbios recurrieron entonces a la formación de grupos secretos, como Acción   revolucionaria, Unión o muerte o  la Mano negra, con el objetivo de promover levantamientos y realizar atentados en las provincias anexadas por Austria. Uno de ellos encendería la mecha para el estallido de la Primera Guerra Mundial: el perpetrado en Sarajevo por el estudiante Gavrilo Princip, el 28 de junio de 1914, que le costaría la vida  al heredero imperial Francisco Fernando y a su esposa. Austria-Hungría acusó a Serbia de patrocinar el crimen y le declaró la guerra. Rusia, la gran potencia eslava, decidió proteger a Serbia.

Se formaron entonces dos grandes bandos: por un lado  Alemania, Austria-Hungría y Turquía;  y por el otro Gran Bretaña, Francia y Rusia, que formaron la llamada Triple Entente.

Más tarde se fueron incorporando al conflicto Japón e Italia en favor de la Entente, Bulgaria, en favor de Alemania, y casi al final de la contienda, en abril y en agosto de 1917, los Estados Unidos y Grecia, respectivamente, ambos a favor de la Entente.

En el frente occidental,  se enfrentaron franceses y británicos, con alemanes. En el frente oriental,  alemanes, austro-húngaros y, algo más tarde, búlgaros, contra rusos y serbios. En África, Togo y Camerún, colonias alemanas, sufrieron suerte diversa.

En el Pacífico las posesiones alemanas fueron atacadas por los japoneses y por australianos y neozelandeses, integrantes del imperio británico.

También se combatió en el territorio de las actuales Siria, Líbano e Israel, donde los turcos, aliados de Alemania, lucharon contra los británicos y las tribus árabes aliadas.

En el Atlántico, se libró un duelo entre los submarinos y  buques corsarios alemanes, contra las flotas y convoyes británicos y franceses.

La guerra introdujo una planificación económica y, por ende, un intervencionismo estatal desconocidos, que trastocaron todos los principios del liberalismo económico. En Alemania, por ejemplo, fueron confiscados los depósitos bancarios públicos y privados. Se requisaron caballos, automóviles, metales, y se organizó un fuerte control económico en cada fábrica, taller o mina.

La represión en los territorios ocupados fue intensa y despiadada. En los países controlados por los imperios centrales se estableció la policía secreta, que perseguía a los opositores políticos, la censura previa de la  prensa y el control sobre el teatro, el cine y todas las  manifestaciones de la cultura. En ciertos casos la represión tuvo un marcado carácter racista.

La presencia norteamericana desequilibró a los imperios centrales con más de 1.750.000 soldados arribados en siete meses.

La guerra fue tremendamente cruel. La inteligencia humana fue puesta al servicio de la destrucción y de la muerte. El prodigioso y reciente invento del avión fue utilizado para ametrallar a las poblaciones civiles y en las trincheras los bandos se atacaban con armas químicas mortalmente tóxicas.

En septiembre se retiró Bulgaria; Turquía se rindió a fines de octubre y Austria, a principios de noviembre.

En medio de una situación revolucionaria, el emperador alemán abdicó, y el 8 de noviembre se proclamó la república en el estado alemán de Baviera. El gobierno nacional pasó a manos de los socialistas que decidieron firmar la rendición el 11 de noviembre de 1918.

La guerra afectó, especialmente, a las clases campesinas y obreras. Sobre ellas recayó la movilización al frente sin las posibilidades de postergación o eximición que, por sus relaciones, tenían los miembros de las clases medias y altas. Fueron los pobres los que pusieron el mayor número de muertos.

Las clases altas se beneficiaron con los negocios de la guerra. La necesidad de abastecer enormes mercados potenció a las grandes empresas y favoreció la concentración industrial.

Las clases medias fueron arruinadas por el alza de precios y el congelamiento de los salarios. Empleados y jubilados se  volvieron más pobres.

Algunos intelectuales, como Oswald Spengler (1880-1936), consideraron que, con el fin de la guerra, el mundo tradicional se había desplomado. En su obra La decadencia de Occidente(1922) profetizó un futuro sin esperanza para Europa.

Europa, luego de cuatro siglos de dominación mundial perdía su hegemonía a favor de la nueva potencia ascendente, los Estados Unidos.

Grandes potencias como Gran Bretaña y Francia movilizaron para la guerra a sus tropas coloniales, obligando a  neozelandeses, australianos, hindúes, africanos y hasta batallones de trabajo chinos a conocer las sedes del poder. Pudieron tomar contacto con nuevas corrientes políticas y  conocieron el lujo de sus metrópolis, que contrastaba claramente con la miseria de las colonias. Al regresar a sus países de origen no serían los mismos, su visión política y la comprensión del mundo se habían ampliado. Algunos de ellos iniciarían movimientos de protesta contra las autoridades europeas, organizando el  descontento  para lograr la independencia de sus pueblos.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar