Apuntes de Historia Militar


Capítulo 1. LA HISTORIA MILITAR

1. OBJETO DEL ESTUDIO DE LA HISTORIA MILITAR

Su objeto, según lo define Balk, es:»conducir la guerra con experiencia ajena, porque la propia es difícil poderla cosechar, cuesta cara y llega tarde».

Por medio de su estudio buscamos contacto con los acontecimientos mismos, llegamos a cada caso concreto y de él sacamos enseñanzas de todo orden. En tal concepto, la historia militar comprende las actividades guerreras en todos los órdenes: material, espiritual, intelectual y físico. Ella estudia por eso los hechos, así como los conductores, los ejércitos, los medios, las circunstancias de tiempo y lugar, las organizaciones, las doctrinas y los factores de todo orden que intervienen en ellos.

A. ACTIVIDADES QUE COMPRENDE

Grandes son , entonces, las actividades que su estudio comprende, pudiendo considerarse que la guerra, en su concepto más integral, está abarcada por los estudios históricos militares.

La estrategia recibe de ellas las enseñanzas y cristaliza sus principios, preceptos y reglas, que han de servir de base para su aplicación en la conducción de la guerra misma. Ejercita también esa misma teoría en la aplicación de los numerosos casos que la historia militar historia militar le brinda. Extrae también del conocimiento de los grandes conductores de la Historia, las virtudes que es necesario desarrollar e imitar para preparar a los generales del futuro.

La táctica recibe asimismo sus principios y formas de ejecución, sancionadas en los numerosos campos de batalla que la Historia pone a disposición y le permite deducir los del futuro dentro de un límite de probabilidades.

La organización tiene en la historia militar las enseñanzas sucesivas que la han hecho evolucionar en servicio de una mejor conducción, que resumen su finalidad fundamental: servir a la estrategia y a la táctica. En fin, todas las materias afines a la guerra reciben algún beneficio de la historia militar.

B. FORMA DE SU ESTUDIO

Si compleja se manifiesta la guerra en su ejecución, no lo es menos en su consideración y estudio. Por eso la historia militar que la trata necesita recurrir a una minuciosa metodología, que fije una finalidad precisa y establezca las líneas generales a seguir para alcanzarla. Según sea esa finalidad, será la forma en que se estudie.
De acuerdo con la orientación que nuestra Escuela Superior de Guerra fija para esta materia, ella debe comprender los estudios estratégicos. De ello se infiere que la materia debe comprender el estudio de la conducción de ejércitos.

Debe entenderse entonces que, siendo la finalidad de nuestra materia el estudio de los grandes problemas que la guerra plantea, será necesario ir a los más fundamentales, desechando las pequeñas cosas. Con ese objetivo y a fin de evitar interferencias con otras materias, delimitaremos nuestras actividades en la forma que determina el programa de la materia. Ahora bien: nuestra acción comprende a la totalidad del campo estratégico y como el campo táctico está así comprendido en aquél, reduciremos nuestra intervención hasta la batalla misma y dentro de ella lo que corresponda al Comando Superior.

Por tratarse de alumnos cuya generalidad por primera vez inician estos estudios en forma regular, la enseñanza a impartir comenzará por las cuestiones más elementales, siguiendo en forma progresiva de lo fácil a lo difícil y de lo simple a lo complejo. En cuanto se refiera a la metodología, puede consultarse el apartado Nº 3 de este capítulo.

C. IMPORTANCIA DE SU ESTUDIO Y OPINIÓN DE CONDUCTORES Y AUTORES MILITARES CLÁSICOS

Actualmente se ha reconocido la importancia que la historia militar tiene en el aprendizaje de la conducción de la guerra. Las opiniones más autorizadas así lo afirman:

Napoleón: «Las altas partes de la guerra no se adquieren sino por la experiencia y por el estudio de la historia militar de las guerras de los grandes capitanes».

Federico II: «Los grandes ejemplos y los grandes modelos educan al militar».

Clausewitz: «Los ejemplos históricos aclaran todo, dando además un gran valor a la historia militar».

Schlieffen: «Para ser buen conductor de ejércitos es esencial el conocimiento de la historia militar, lo que antiguamente era fácil siguiendo en el séquito de un gran capitán, pero hoy es preciso concretarse a bibliografías».

Balk: «Conducir la guerra con experiencia ajena, porque la propia es difícil poderla cosechar, cuesta caro y llega tarde».

Jomini: «Buenas teorías basadas en principios verdaderos y justificados por los hechos son, en nuestra opinión, agregadas a las lecciones de la Historia, la verdadera escuela del mando».

Foch: «Mientras más falta hace la experiencia de guerra a un ejército, dice el General Peucker, tanto más necesita recurrir a la historia de guerra, como instrucción y como base de esa instrucción».

Sobre la oportunidad en que deben comenzar estos estudios, podríamos responder, de una manera general, en que ellos deben iniciarse con la profesión misma. La vida de un hombre es relativamente corta para abarcarlos y de ello se infiere que no existe tiempo para perder.

Un prejuicio, sumamente perjudicial, que muestra a los jóvenes oficiales como faltos de experiencia y de juicio para tratar los grandes problemas de la guerra y su condición, ha imperado en algunas partes con resultados funestos. No debe olvidarse que Napoleón, Alejandro, Ciro, etc., fueron grandes conductores ya en su adolescencia. Contra ese mismo prejuicio parece reaccionar el conde Schlieffen: «Para conseguir su objetivo consideró que hasta los oficiales jóvenes se ocuparan en la solución de grandes problemas operativos. Al plantear los temas para los tenientes 1ros, a prueba en el Estado Mayor solía ir muy lejos en ese sentido; pero, indudablemente, era acertado su pensamiento básico. El que no se prepara desde temprano para la conducción operativa no se hallará en condiciones a una edad más avanzada, cuando sea llamado a desempeñarse como conductor o como colaborador. (Del libro Cannas.)

2. ENSEÑANZA DE LA GUERRA POR LA HISTORIA MILITAR

El estudio de la guerra por la Historia tiene provechos positivos, que enumeramos en forma general, para después tratarlos en detalle al referirnos a la metodología. Ellos son, en síntesis:

  1. Capacidad y predisposición del espíritu para encarar los problemas en el campo estratégico.

b) Examen minucioso de los acontecimientos históricos militares buscando el contacto con la realidad de la guerra.

  1. Aplicación y deducción por el estudio crítico-histórico-militar de los principios, reglas o preceptos prácticos de aplicación en el campo estratégico.
  2. d) Previsión y deducciones, dentro de las posibilidades del momento, sobre las probables características de la guerra futura.

Es natural que tan elevada finalidad no puede ser alcanzada sino por el paciente y continuado estudio de muchos años. A ella será menster agregar la necesidad de un método, sin el cual grandes energías se pierden y aun llegan hasta malograrse. Esta, como cualquier disciplina científica, necesita un plan que escalone los sucesivos objetivos a alcanzar, con el objeto de acumular progresivamente nuevos bagajes cuando los conocimientos adquiridos posibilitan comprender nuevas y más profundas cosas.
Para nuestro curso estableceremos el primer objetivo, ya que de por sí amplio para empezar, pero que, resumiendo las cuestiones más fundamentales, nos capacitará para comenzar el estudio regular y metódico de las campañas de los grandes conductores.
Tal objetivo está representado por:

  1. Conocimientos teóricos sobre la conducción de la guerra, tratados desde un punto de vista objetivo.
  2. Ejercitación en casos concretos, a fin de adquirir la «cualidad de aplicación»de la teoría aprendida a los casos particulares.
  3. c) Estudio crítico militar, para desarrollar el juicio crítico, capacidad de análisis y criterio propio y preparar la más difícil cualidad del conductor: «crear en estrategia».

3. METODOLOGÍA DEL ESTUDIO DE LA HISTORIA MILITAR

A. LA ENSEÑANZA DE LA GUERRA. SU EXTRAVÍO DE LARGO TIEMPO. SUS CAUSAS

«Enseñanzas de la guerra ha habido en todos los tiempos», afirma el Mariscal Foch. En efecto: Jenofone, ya en su Ciropedia, desarrolla sus ideas sobre este tema más que sobre los hechos de su héroe. Alejandro recibe de Fiolopemen y su padre el general Amílcar Barca. Otros la han adquirido siguiendo agregados a los ejércitos durante la campaña misma.

La tendencia moderna del estudio de la guerra se dirige hacia la historia militar. De ella extrae las enseñanzas integrales en la parte moral, intelectual y material.
Durante largo tiempo la enseñanza de la guerra sufrió un extravío, como consecuencia de una materialización de los factores que en ella intervienen. A este respecto dice Foch: «Se suprimían las cantidades morales en cuanto a causa, se las suprimía también en cuanto a efecto. La derrota pasaba entonces a ser el producto de las cantidades materiales, mientras que la veremos ser un resultado puramente moral, el de un sentimiento, el descorazonamiento, el terror producido en el vencido por el empleo combinado de las fuerzas morales y materiales puestas simultáneamente en acción por el vencedor.

«La teoría llegaba entonces a la conclusión: Para ser victorioso hay que contar con el número, con la fuerza, con mejores fusiles, mejores cañones, bases, posiciones, etc. la Revolución, Napoleón sobre todo, iban a contestarle: No somos más numerosos, no estamos mejor armados y, sin embargo, nos batimos, porque, por medio de nuestras combinaciones; haremos el número en el punto decisivo; por medio de nuestra energía, de nuestra instrucción, de nuestras armas, fuegos y bayonetas, llegaremos a sobreexcitar nuestra moral y a quebrantar la vuestra». «Es así cómo esas teorías, que se habían creído hacer exactas basándolas en datos ciertos y matemáticos, tenían la desgracia de ser radicalmente falsas, porque habían omitido la premisa más importante del problema, ya que se tratase del mando o de la ejecución, la que inspira el tema, lo hace vivir: el hombre, con sus facultades morales, intelectuales, físicas; porque tendía a constituir la guerra en ciencia exacta, desconociendo su naturaleza misma de «drama espantoso y apasionado».

De ahí provinieron esos sistemas de guerra empleados en los últimos siglos anteriores a Napoleón. «Semejantes teorías llegaban a las peores consecuencias. La enseñanza de las escuelas militares era la primera, pues sólo se preocupaba de la materia. De ahí nacían esos estudios exclusivos del terreno, de la fortificación, del armamento, de la organización, que sólo tocan la parte terrestre del arte. En cuanto a la parte divina, la que resulta de la acción del hombre, se la tomaba desde tan alto que no se podía ni comprenderla ni explicarla. Apenas si se la entrevía en los estudios históricos, tratados a grandes brochazos, de la Historia a la manera de Alejandro Dumas: series de hazañas extraordinarias inexplicables, si no se admitía la existencia de causas misteriosas, hijas del prodigio o de la fatalidad, como ser el genio incomprensible del Emperador o su estrella».

Pero entonces la enseñanza conducía fatalmente al fetichismo o al fatalismo, a la negación del trabajo, a la nulidad de una cultura intelectual, a la pereza del espíritu.
Se nacía con dotes o sin ellas. Se tenía la chispa sagrada o no se la tenía.
Era menester además ir al campo de batalla para saberlo.

Esta falsa escuela llegó hasta el siglo XVIII, pero los prusianos reaccionaron contra ella y prepararon su victoria del 70 con espíritus formados en la enseñanza de la Historia, el estudio de casos concretos, ya que desde el comienzo del siglo era de ese modo que Sharnhorts, Willisen y Clausewitz habían formado el comando del ejército prusiano.
Para conocer y comprender la guerra no se habían concretado con girar alrededor de la herramienta que la hace, demostrar las partes materiales, sin tener en cuenta al hombre. Habían estudiado el libro de la Historia, concienzudamente analizada, un ejército, tropas en movimiento y en acción, con sus necesidades, sus pasiones, sus debilidades, sus sacrificios, sus capacidades de todo orden: «lejos de ser una ciencia exacta, la guerra es un drama espantoso y apasionado». Esa era la esencia del tema por dilucidar, así como también el punto de partida de un estudio racional.

B. LA ESCUELA DE LA GUERRA, POR SI RESULTA INSUFICIENTE

La guerra es, sin duda, una fuente de experiencia inagotable para aprender la conducción de sus más variados aspectos. Algunos han sostenido también que «la guerra sólo se aprende por la guerra misma». Lejos de nuestro ánimo el desconocer la importancia que puede tener la experiencia que se adquiere frente a un enemigo real y el temple especial que da al carácter el tomar resoluciones en medio de la emoción que producen los hechos; reconocemos, en cambio, la imposibilidad de emplear la guerra misma para instruirnos los unos a los otros.

El General Foch, refiriéndose a esto mismo, afirma: «es insuficiente porque no nos prepara para las primeras acciones, las más decisivas, sin embargo, de la próxima guerra. La campaña estaría terminada cuando nuestra instrucción empezaría, pero ¿ con qué resultado y a que precio? Desgraciados, sin duda.

  • Es, pues, esencial no falsear el sentido en el alcance de semejante enseñanza.
  • Sin ir más allá de las mulas del Mariscal de Sajonia, hacer la guerra sin inteligencia y sin reflexión no despierta idea sobre los principios que la rigen, aun cuando sólo se tratara del establecimiento de una línea de puestos avanzados, de la defensa de un río, de una frontera o del papel de una vanguardia. La gravedad de las situaciones no trae consigo la luz ni la improvisación feliz. Generalmente, aun apaga parcialmente los espíritus cultivados. Es, pues, con facultades propias que hay que partir para hacer la guerra, aun para comprenderla».

La realidad del campo de batalla es lo que no se puede estudiar; sencillamente, se hace lo que se puede para aplicar lo que se sabe. Por lo tanto, para poder un poco hay que saber mucho y bien.

Esto nos explica, en 1866, la debilidad de los austríacos, que debieron haber sido instruídos por la guerra de 1859, frente a los prusianos, que no habían combatido desde 1815. Los primeros hicieron la guerra sin comprenderla ( como los franceses de 1870, que, sin embargo, habían guerreado bastante); los segundos la comprendieron sin hacerla, pero la habían estudiado.

C. FUNDACIÓN DE UNA ENSEÑANZA RACIONAL; SU BASE: LA HISTORIA

Planteado el problema de la enseñanza de la guerra y descartadas las formas absolutas que antes mencionamos: ya sea el estudio positivista de una teoría científica que descartaba el elemento vivo de la guerra o una enseñanza vivida de la misma, llegamos a la necesidad de crear. Para ello será necesario no apoyarse sólo en los datos positivos, que son incompletos, ni en las condiciones morales, ya que éstas son forzosamente variables e indeterminadas, ni seguir un proceso imaginativo por simple razonamiento. Es necesario crear apoyado en los hechos mismos. Es necesario ir entonces a los hechos recurriendo a la historia militar, para comprender el fenómeno complejo de la guerra. En ella tomar los hechos unos después de otros, considerarlos en sus numerosos aspectos, compenetrarse de sus más insignificantes detalles, esto en medio de las circunstancias en que se desarrollaron. El estudio así encarado tiende a dar un resultado de enseñanza integral, ya que los hechos generalmente no tienen desperdicios, si ha de considerárselos en todo su verdadero valor. Ello ha creado la necesidad de una metodología en el estudio de la historia de la guerra y que ensayamos al final de este capítulo.

Del conjunto de esos minuciosos estudios es que nació la enseñanza de la guerra, teniendo como base la Historia.

Mientras más hace falta la experiencia de la guerra a un ejército- dice el General Peucker- tanto más necesita recurrir a la historia de guerra, como instrucción y como base de esa instrucción. Aunque la historia de la guerra no este en condiciones de reemplazar la experiencia adquirida, puede, sin embargo, prepararla. En la paz pasa a ser el verdadero medio de aprender la guerra y de determinar los principios fijos del arte de la guerra.

D. TEORÍA DE GUERRA Y DOCTRINA DE GUERRA

Hemos afirmado la existencia de una forma de enseñanza nacida de la Historia y llamada a desarrollarse por nuevos estudios históricos.

¿Cuál es esa forma? Dejemos contestar al Mariscal Foch: «Se la dedujo en forma de una teoría de guerra que se puede enseñar y que se os enseñará y en forma de una doctrina que se os enseñará a practicar».

Estas palabras deben entenderse como la concepción y la puesta en práctica, no de una ciencia de la guerra o de un dogma cerrado, lote de verdades intangibles fuera de las cuales no había más que herejía, pero sí cierto número de principios, indiscutibles cuando han sido bien establecidos, de aplicación variable según las circunstancias, es lo racional, pero siempre orientada, sin embargo, en un mismo sentido, el sentido objetivo.
La doctrina se prolongará en las altas esferas de la guerra gracias al desarrollo de las facultades por un mismo modo de ver, de pensar y de obrar, llevando más o menos lejos, según el valor de cada uno; constituyendo, sin embargo, una disciplina de los espíritus, común a todos.

La doctrina de la guerra está entonces destinada a dar la indispensable cohesión moral e intelectual de los comandos, armando criterios, voluntades y sentimientos.
<<Coloca a todos en un mismo punto de partida inicial de sus apreciaciones básicas. Ella lleva tácticamente el consejo o la recomendación en síntesis del Alto Comando. Sirve como eje principal de todas las grandes y pequeñas decisiones. Entrando profundamente en ella se descubre el por qué de las tendencias en los procedimientos derivados de las reglas de la guerra y que se encuentran en los reglamentos. La doctrina de guerra aparece así como la legítima matriz en que se gesta la estrategia y la táctica nacional.>> ( Teniente Coronel Cernadas ) Al tratar << planes de operaciones>> veremos en detalle de dónde salen las bases para la formación de la doctrina de guerra.
La doctrina de guerra es esencialmente nacional y diferente en cada caso, es la orientación única guía la preparación de todas las fuerzas vivas de la nación organizadas militarmente para una guerra y muy especialmente a los Comandos, a quienes guía hacia la dirección más conveniente en lo operativo y en lo táctico.
Por eso la doctrina de guerra comprende a su vez la doctrina estratégica y la doctrina táctica.

La doctrina estratégica corresponde a los Comandos Superiores y ella se expresa y resume en instrucciones, directivas y reglamentos para la conducción y empleo de las grandes unidades.

La doctrina táctica corresponde a los Comandos inferiores y se encuentra expresada en los reglamentos tácticos.

E. LA TEORÍA COMO BASE DEL ESTUDIO

¿ Existe en realidad una teoría de guerra?

«Primeramente, ciencia o teoría- afirma Dragomirow- son dos cosas bien diferentes, porque todo arte puede y debe tener su teoría, pero sería absurdo querer hacerla una ciencia. Nadie pretendería hoy pensar que pueda haber una ciencia de la guerra. Sería un absurdo tan grande como una ciencia de la poesía, de la pintura o de la música. Pero esto no quiere decir, de modo alguno, que no exista una teoría de la guerra, así como existe una para las artes liberales y pacíficas. No es, pues, esa teoría la que hace los Rafaeles, los Beethovens, los Goethes, pero ello pone a su disposición una técnica sin la cual les sería imposible elevarse a las cimas que éstos alcanzan.»

«La teoría del arte de la guerra no tiene la pretensión de formar Napoleones, pero procura el conocimiento de las propiedades de las tropas y del terreno. Señala los modelos, las obras maestras realizadas en el campo de la guerra y con ello allana las vías de los que la naturaleza ha dotado de capacidades militares.»

Ella no permite al hombre tener la tranquilidad de pensar que sabe lo referente a es asunto, mientras que sólo conoce una parte. Recetas para crear obras maestras, como Austerlitz, Friedland, Wagram, para conducir campañas como la de 1799 en Suiza o librar batallas como Königgrätz, he ahí lo que la teoría es incapaz de dar. Pero presenta esos modelos como temas de estudio a la meditación de los hombres de guerra y esto no para los que imiten servilmente, sino para se compenetren de su espíritu y para que se inspiren en ellos.

Si la teoría de guerra se ha extraviado es porque muy pocos tácticos habían visto la guerra.
Existe, pues, una teoría de guerra- dice Mariscal Foch- que en primer término comporta los siguientes principios:

Principio de la economía de las fuerzas.

Principio de la libertad de acción.

Principio de la libre disposición de las fuerzas.

Principio de la seguridad, etc.

Se ha discutido la existencia de esos principios y en seguida su fundamento y, sin embargo, Napoleón ha escrito: <<Los principios de la guerra son los que han guiado a los grandes capitanes, cuyos altos hechos no ha trasmitido la Historia.>>

Lloyd, asimismo, dice: «Por carecer de principios seguros y determinados se cae en cambios continuos, ya se trate de organización, de formación o de maniobras.»
Otro tanto expresa el Mariscal Bugeaud: «Existen pocos principios absolutos, pero hay algunos. Cuando se trata de establecer un principio sobre la guerra, inmediatamente gran número de oficiales creen resolver la cuestión diciendo: todo depende de las circunstancias, según cómo sople el viento hay que orientar la vela. Pero si de antemano no sabéis la vela o la forma de vela que conviene a tal o cual viento, ¿Cómo podréis orientarla según el tiempo?»

«Buenas teorías-dice Jomini,- basadas en principios verdaderos y justificados por los hechos, son, en nuestra opinión, agregados a las lesiones de la Historia, la verdadera escuela del mando. Si ellas no hacen un grande hombre, porque los grandes hombres se hacen solos, cuando las circunstancias lo favorecen, forman por lo menos jefes bastante hábiles para desempeñar perfectamente puestos de segunda fila, bajo órdenes de grandes generales.»

«Podemos, pues, con razón- termina Foch,- llegar a la conclusión: El arte de la guerra, como todos los otros, tiene sus teorías, sus principios o bien no sería arte.» Aceptada la existencia de la teoría de guerra, es natural que aceptemos que ella debe representar la base de nuestros estudios. Es entonces con su conocimiento que entraremos a la Historia y a sus acontecimientos. Ella representará las armas con que nos defenderemos ante los problemas que la realidad plantea en el campo dela historia de guerra, los elementos de juicio para juzgar y la base para crear.

Sin embargo, es necesario precaverse contra un absolutismo siempre perjudicial en materia de guerra. Es necesario aplicar esa teoría, más que poseerla. <<La enseñanza de los principios- dice Foch- no busca un resultado platónico de erudición: poblar el espíritu de verdades nuevas y ciertas.» «La guerra es, ante todo, un arte sencillo y todo de ejecución.» (Napoleón.) Conocer los principios, si no se sabe aplicarlos, a nada conduce. En la guerra el hecho predomina sobre la idea, la acción sobre la palabra, la ejecución sobre la teoría.

Sería vana la enseñanza que se detuviera en la idea, en la palabra, en la teoría y que no llegara a la aplicación de los principios. Así, más allá de saber, aspira a poder; más allá del conocimiento de los principios, persigue su aplicación constante, única enseñanza capaz de desarrollar el juicio, el carácter, la facultad de obrar racionalmente y, por lo tanto, eficazmente, como se verá más adelante. Pero para poder es necesario saber; además de la confianza que ese saber implica para su poseedor.

«Cuando un hombre de guerra- dice el General Peucker- tiene el sentimiento íntimo de estar preparado, cuando sabe que, por medio de la instrucción adquirida, podrá orientarse fácilmente en circunstancias muy difíciles, su carácter se afirma; adquiere la facultad de tomar oportunamente una resolución precisa y de ponerla prácticamente en ejecución.»

Por el contrario, todo hombre consciente de su ignorancia o de la necesidad que tiene el oír los consejos de otro, es siempre indeciso, permanece perplejo y se halla pronto a desmoralizarse.

«Las cualidades de carácter son sin duda las primeras en el hombre de guerra, pero ¿dónde puede conducir la energía si carece de a instrucción necesaria para conocer el objetivo que debe perseguir y los medios que permiten alcanzarlo?»

F. MÉTODO A SEGUIR PARA LA GUERRA POR LA HISTORIA

Hemos dicho anteriormente que «la guerra es un arte sencillo y todo de ejecución» y que conocer la teoría, si no se sabe aplicar, e nada vale. La enseñanza de la guerra, por otra parte, busca desarrollar el juicio y la decisión.
El método que tomemos deberá estar orientado hacia esas finalidades. No podrá ser exclusivamente teórico, ni tampoco exclusivamente de aplicación. Lo primero formaría diletantes y generalizadores, que en un arte experimental como la guerra no podrían desempeñarse con provecho. Lo segundo, es decir, abordar los casos concretos sin los necesarios conocimientos teóricos, sería un camino largo, sinuoso y que a menudo conduce a errores de concepto y hasta a desmoralizar al alumno. «La enseñanza de los conocimientos militares- dice el Mariscal Moltke- tiene, sobre todo, por objeto llevar al alumno a hacer valer su bagaje intelectual (es decir, la teoría que el profesor le ha enseñado). Esa acción recíproca y vivificadora no puede producirse cuando uno se concreta a enseñar y los otros a escuchar. Por lo contrario, surge naturalmente cuando el profesor a sus lecciones técnicas agrega ejercicios en cuyo desarrollo las materias enseñadas son aplicadas a casos particulares.»

De esta afirmación e Moltke surge el método: la teoría, una vez enseñada, aplicarla a casos particulares. A ese mismo respecto el General Peucker agrega: «Hay que ejercitar mucho a los oficiales alumnos a obrar por sí mismos, a fin de desarrollar en ellos la actitud de utilizar sus conocimientos teóricos en la práctica de la vida… Entrever una verdad científica no quiere decir que se la puede encontrar más tarde por razonamiento. Hay gran distancia entre esa concepción y la facultad preciosa que permite hacer de los conocimientos militares adquiridos la base de nuestras resoluciones.» Entre esos dos términos: concepción científica y arte de mandar, existe un abismo que el método de enseñanza debe hacer salvar a los alumnos si quiere merecer el nombre de método práctico. Se procederá, pues, por aplicación.

Refiriéndose a esto mismo, sigue el Mariscal Foch: «…aparece con el método el resultado perseguido: pasar de la concepción científica al arte de mandar, de la verdad adquirida y conocida a la puesta en práctica de esa verdad. Ese abismo la escuela prusiana supo franquearlo, como lo prueba el hecho: los comandantes de las vanguardias en 1866, salidos recientemente de los bancos de la escuela, abordaron los problemas de esa campaña con un aplomo, una seguridad de mano y, por lo tanto, un vigor de ejecución que hasta ese momento se creía sólo propio de hombres que se habían batido mucho y bien.

Hagamos otro tanto; por las mismas vías y por los mismos puentes salvemos al abismo.
Para esto una enseñanza práctica comporta la aplicación a casos particulares de los principios fijos sacados de la Historia, con el propósito de preparar la experiencia, de aprender el arte de mandar, de dar, por fin, el hábito de obrar correctamente, sin tener que razonar.

Hemos dicho casos particulares y no casos generales porque en la guerra sólo existen casos particulares; todo es asunto especial, nada se reproduce.

En primer lugar las premisas del problema raras veces son ciertas, jamás definitivas. Todo se encuentra en estado de constante modificación y de deformación. Esas premisas no tienen, por lo tanto, el valor absoluto que tienen las premisas matemáticas.>>
En síntesis, el método puede esbozarse así:

a) Dar los conocimientos teóricos necesarios, en forma de capacitar al alumno para encarar los problemas de la guerra con una orientación claramente definida.
b) Ejercitar tales conocimientos en la aplicación a numerosos casos concretos, tratando de unir la teoría a la aplicación y sacar de este trabajo el mayor rendimiento posible en el desarrollo de las cualidades y condiciones del alumno.

La primera parte debe hacerse orientada ya a la aplicación para lo cual será necesario que en la exposición de la teoría el que enseña trate los diversos aspectos de ésta con abundante ejemplificación, en forma de inducir, desde las primeras lecciones, a buscar el desarrollo de la facultad de aplicar y orientar desde los primeros pasos la enseñanza hacia su finalidad fundamental.

La segunda parte es puramente de aplicación. Se tomará una campaña o acontecimiento militar y se lo estudiaría minuciosamente, tomando los hechos unos después de otros, examinándolos lo más cerca posible en medio de las circunstancias en que se desarrollaron: tiempo, lugar, temperatura, numerosas causas depresivas, equivocaciones, etc.

Ello creará, sin duda, en el espíritu de cada uno la convicción de que cada caso contemplado es particular, es decir, que se presenta en un ambiente y circunstancias propias que le dan un carácter absolutamente original, donde ciertos factores toman importancia y otros la pierden.

«Con esa falta de analogía en los problemas militares- dice Foch- aparece naturalmente la importancia de la memoria para resolverlos; la esterilidad de las formas invariables, figuras, esquemas, etc.; por lo tanto, se impone la única solución justa: la aplicación variable, según las circunstancias de principios fijos.» Principios fijos aplicables de un modo variable, según las circunstancias, en cada caso, que siempre es particular y que exige ser tratado independientemente, tal es nuestra conclusión momentánea; ¿ no nos conduce en la aplicación a la anarquía de las ideas que se tenía la pretensión de reemplazar por la unidad de doctrina, el establecimiento de una teoría?

Pues bien, no; a pesar de lo que se puede pensar momentáneamente, la concordancia aparecerá luego en la aplicación de principios fijos a casos variados, como la consecuencia de una manera común de abordar el tema: de un modo puramente objetivo.
De un mismo modo de mirar resultará, primero, una misma manera de ver.
De esta común manera de ver, un mismo modo de obrar. Esta última luego se convertirá en instintiva: otro resultado apetecido. Lo que acaba de decirse exige explicaciones.
De un mismo modo de mirar resulta un mismo modo de ver: Así como el aspecto de un edificio varía según la dirección en la cual se la mira y se muestra lo mismo a todos los observadores que lo contemplan del mismo lado, así también las cuestiones militares piden la misma contestación a todos los que la miran desde un mismo punto de vista. Ahora bien: en la guerra sólo hay una manera de abordar y de mirar las cuestiones: es la manera objetiva.

El arte militar no es, pues, un arte de solaz; la guerra no es un arte de aficionado, un deporte. No se la hace sin causa, no se la hace sin objeto, como se podría hacer música, pintura, cazar o jugar al tenis, sin que haya gran inconveniente en detener o proseguir el ejercicio, en hacer mucho o poco. En la guerra todo se encadena, se denomina, se compenetra; no se hace lo que se quiere. Cada operación tiene su razón de ser, es decir, un objeto, una vez determinado, fija la naturaleza y el valor de los medios que deben ponerse en acción, el empleo que debe hacerse de las fuerzas. Ese objeto es, en cada caso, la contestación a la famosa pregunta que Verdy du Vernois se hacía al llegar al campo de batalla de Nachod.

Frente a las dificultades que se la presentaban, se golpea la cabeza, busca en su memoria un ejemplo o una enseñanza que le dé la línea de conducta que debe seguir. Nada lo inspira, << ¡Al diablo- dice- la Historia y los principios! Después de todo, ¿de qué se trata? >> E inmediatamente su inteligencia se despeja. He ahí la manera objetiva de tratar el tema. Se aborda una operación que su objeto, en el sentido más amplio de la palabra: ¿de qué se trata?

Este modo de mirar y en seguida de ver trae como consecuencia un mismo modo de obrar, como es fácil deducirlo. Pero además, una vez planteada la cuestión en esa forma, se obtiene una contestación clara, precisa y que dice: adaptación sin reservas de los medios al objeto; solución lógica a priori, pues excluyendo toda forma preconcebida sólo se inspira del caso particular y lo trata integralmente. Conducta racional, prolongación de un estudio objetivo, tal es el primer resultado cierto y común, garantizado a todos los que abordan el estudio en esta forma: ¿de qué se trata? En seguida, una vez adquirido el hábito de estudiar y obrar así en numerosos casos concretos, el trabajo se hace cierto modo inconciente, instintiva y automáticamente y esto en razón del desarrollo dado en ese sentido a los reflejos cerebrales. Verdy du vernois lo prueba. Da al diablo la Historia y los principios, pero explota el conocimiento que tiene de ellos, porque sin posesión de su tema, sin la costumbre adquirida de reflexionar, de discutir, de decidir, no hubiera podido hacerlo al afrontar una situación difícil.

Dentro de estas ideas generales es que iniciaremos nuestros estudios, empezando por la teoría, que consideraremos en sus diversos puntos. Terminado ello, seguiremos con la aplicación en la campaña libertadora del General San Martín, buscando en los numerosos aspectos que se presenten, por casos concretos, la solución de los problemas que se planteen, teniendo en cuenta los dos puntos fundamentales mencionados: la aplicación de la teoría aprendida y la solución de cada caso, encarado por su punto de vista puramente objetivo.

4. DIFERENTES CONDUCCIONES SEGÚN LOS HOMBRES Y LAS ÉPOCAS

Como ya analizáremos previamente al referirnos a la importancia de conductor en las operaciones, veremos en este capítulo los diferentes generales de la Historia cuya conducción ha llegado a ser famosa por el acierto que la ha caracterizado.
Dos cuestiones nos parecen previas al estudio de la guerra misma; es la de sus elementos principales:

  1. Los conductores en su sucesión.
  2. b) El arte de la guerra en su evolución.

A fin de hacer más clara la exposición sobre estos asuntos, los trataremos en el orden mencionado, dedicando primero a los conductores clásicos toda nuestra atención, para hacer resaltar sus cualidades y calidades. En segundo término analizaremos el arte en su evolución, para compenetrarnos de sus formas y elementos de fondo que los han caracterizado en las distintas épocas en que imperaron.

Estos dos elementos de la guerra: «el conductor y el arte militar», han seguido siendo los verdaderos exponentes que caracterizan a la conducción en el drama de la guerra. Existen historiadores y escritores militares de las dos tendencias: los que dan primacía al conductor sobre la teoría del arte y los que, a la inversa, dan preponderancia práctica a la teoría del arte sobre el artista.

Colocándonos sobre el justo medio y asignando valores con justicia, aceptemos a cada uno en su valor relativo, considerando al conductor como el elemento vital del arte y a la teoría como el elemento inerte del mismo.

En general, la conducción de guerra exige la aplicación consciente y racional de la teoría del arte de la guerra y la utilización de todas las cualidades y calidades que pueda reunir el conductor y el éxito y su magnitud estarán comúnmente en razón directa a las virtudes del artista y a la aplicación que éste haga de los preceptos o principios evidenciados por la teoría del arte.

Que el conductor está en las mismas condiciones, ya que es artífice dedicado al difícil y complicado mecanismo de a guerra.

Sin embargo, en la inmensa caravana de los artistas que, en todas las ramas de las artes, han pasado por el mundo, no todos han sido <<predestinados>>. Muchos de ellos han llegado al genio por método. Negar la existencia de ellos sería negar la teoría, con la cual todo arte se perfecciona y supera a sí mismo.
Los genios, tan raros en la historia, han aplicado instintivamente la teoría de la guerra y muchos de ellos han justificado sus éxitos y fracasos por la aplicación o violación de determinados principios de arte militar. Otros han ajustado su conducta a los principios, preceptos y reglas del arte militar, en forma de dar a sus decisiones un fundamento lógico y creando la base de conocimientos adquiridos en el profundo estudio del arte mismo.

Es natural que el genio guerrero ha superado siempre, pero es preciso reconocer que en la conducción de ejércitos no siempre se dispone de <<genios>> para comandarlos. Es necesario entonces preparar en la educación e instrucción al conductor que más se aproxime y a tal efecto desarrollar las virtudes morales, las capacidades intelectuales y las cualidades físicas y materiales, que hagan del futuro conductor una garantía. El medio de la guerra impone al conductor un cúmulo de condiciones y cualidades, que determinan al <<hombre completo>>. Debe poseer un acabado concepto del arte militar, un conocimiento profundo de la teoría de la guerra, ser capaz de crear y tomar decisiones inspiradas en el más lógico racional sismo y poseer, por sobre todas las cosas, un espíritu fuerte y bien templado, que lo haga capaz de aplicar sus concepciones, perseverar en ellas hasta el éxito o adaptarse a nuevas situaciones de los acontecimientos.

Negar la posibilidad de formar conductores sería caer en la escuela decadente de los fatalistas del siglo XVIII, que afirmaban que si el conductor no se <<hace>> sino que <<nace>>, es inútil buscar en el perfeccionamiento y en el método lo que ha negado la naturaleza; se abandonaban así a su fatalismo absoluto y seguían la fácil escuela que Jomini estigmatiza: <<Desgraciados los hombres de guerra y las naciones para quienes la ciencia de la guerra es un peso enojoso y que no quieren reconocerle la influencia del arte para no verse obligados a aprenderle>>, en contraposición con la inmortal verdad molkeana: «El genio es trabajo».

Libres entonces de prejuicios absolutos, iniciemos el estudio y la consideración de estos dos elementos fundamentales de la estrategia: la teoría de la guerra, que llamaremos así a los preceptos, reglas y principios del arte y el conductor que, como elemento vital del mismo, los ha creado, aplicado o practicado en el gran campo experimental de los acontecimientos históricos.

La evolución del arte de la guerra puede considerarse paralela, en su perfeccionamiento, a la sucesión de los conductores de la Historia, de modo que tal evolución está ligada a ellos en forma absoluta. Sin embargo, un estudio minucioso nos obliga a tratarlos por separado, pero con las relaciones naturales que se impongan en tales casos.

El arte militar tiene en su estructura fundamental un elemento invariable y otro variable. Las formas y técnicamente todo lo que se refiere a material, medios, procedimientos profesionales y funcionamientos, constituye la parte variable, que ha evolucionado y seguirá haciéndolo en forma paralela al progreso general de la humanidad. El elemento invariable está en los principios fundamentales de la conducción que, con mayores o menores medios, seguirá rigiendo el fondo de la guerra misma.

Hay elementos que en su fondo no pueden variar, a pesar de los numerosos perfeccionamientos y diversidad de situaciones, porque su valor constante está en la verdad de un principio mecánico. El principio es cierto, la dificultad está en su aplicación.

Como ejemplo mencionaremos el siguiente episodio:

«Una conversación de Bonaparte con Moreau nos hará comprender mejor esta nueva mecánica», dice Foch.

La escena pasa en casa de Gohier, quien la relata en la forma siguiente:
«Los dos generales, que nunca se habían visto, parecían tan encantados uno como otro de encontrarse. Anotaremos en esta entrevista que los dos se contemplaron un momento en silencio. Bonaparte lo rompió el primero expresando a Moreau el deseo que tenía de largo tiempo de conocerlo.

Llegáis de Egipto victorioso- le contestó Moreau;- yo de Italia después de una gran derrota.
Después de algunas explicaciones sobre las causas de esta derrota, concluyó:
– Era imposible que nuestro valiente ejército no fuera abrumado por tanta fuerza reunida. Es siempre el número mayor que bate al más pequeño. Tenéis razón- dijo Bonaparte,- es siempre el número mayor que bate al más pequeño.
– Sin embargo, general, con pequeños ejércitos habéis batido a grandes- dijo a Bonaparte.
– Aun en ese caso- replicó,-es siempre el menor número que fue batido por el mayor.
Lo que le indujo a desarrollarnos su táctica:

-Cuando con fuerzas inferiores me encontraba en presencia de un gran ejército, concentrando con rapidez el mío, me dejaba caer como un rayo sobre una de sus alas y las desbastaba…Aprovechaba en seguida el desorden que esa maniobra nunca dejaba de producir en el ejército enemigo para atacarlo en otra parte, siempre con todas mis fuerzas. Lo batía así en detalle y la victoria que resultaba era siempre, como usted lo ve, el triunfo del mayor número sobre el más pequeño.»

El arte consistía en hacer el número, de tenerlo en el punto de ataque elegido; el medio de obtenerlo, la economía de fuerzas. Prolongar la acción mecánica por el aprovechamiento hasta el último extremo del desorden que dicha maniobra produce en el ejército enemigo, de la superioridad moral que establece en el propio. He ahí la guerra, según Napoleón.

El número mayor vence al número menor, es la verdad que en último análisis se sustenta. La forma de conseguirlo es tarea del conductor. He ahí la teoría del arte en su enunciado y la tarea del artista en la ejecución. La primera representa una forma o elemento invariable de la guerra, la segunda representa el elemento infinitamente variable según los casos y los medios, y que llamamos genéricamente la economía de fuerzas.
Al tratar los conductores lo haremos en dos aspectos fundamentales:

1º Su personalidad histórica, para que, conociendo sus cualidades principales, podamos formar una idea sobre su personalidad, apreciando sus valores morales, que tan grande influencia tienen en la conducción.

2º Sus cualidades como conductor en las operaciones, para conocer la aplicación que ha hecho de la teoría de guerra, que nosotros hoy conocemos y buscamos de asimilar, así como también su acción en la tarea de organizar, vestir, alimentar y conducir su ejército hasta la decisión, como aconsejara el conde Shlieffen.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar