Almudena Grandes, por Felipe Pigna


Almudena Grandes es una de las escritoras españolas más leídas en su país y en el mundo. Pero lo interesante es que lo hace de maravillas y sobre temas muy comprometidos de los que ya casi nadie quería hablar en España y lo está volviendo a hacer gracias a ella y sus notables novelas: El Corazón heladoInés y la alegríaEl lector de Julio Verne y Las tres bodas de Manolita. Hablamos, lógicamente de historia, de esta historia que sigue doliendo y que sale potente en la voz de esta mujer que habla por los que ya no pueden, y lo sabe.

¿Crees que en España se ha instalado desde los pactos de La Moncloa una política de la desmemoria? 
Hay una especie de contrapolítica de memoria más exactamente. Ese ha sido siempre el tema más complicado en la historia de la democracia reciente, porque fue como la asignatura pendiente de la transición. La democracia española se fundó con un pecado original, una fragilidad congénita, que es su relación con el pasado. Durante la transición, la imagen que se vendía a los españoles era que íbamos a trazar entre todos una raya en el suelo, íbamos a hacer como que pasábamos al otro lado de la raya y que ya no había pasado lo que había pasado. Una propuesta un poco infantil, como los niños que no quieren pensar en monstruos para no tener pesadillas.

¿Qué papel jugó la izquierda española en ese proceso?
La izquierda española se integró a la democracia con muy mala conciencia, porque de alguna forma ahora ya se puede ver, no era tanto ganas de no poner problemas, como asumir hasta cierto punto la versión de los vencedores. Cuarenta años de dictadura implican cuarenta años de versión oficial. Entonces tanto el Partido Socialista como el Partido Comunista aceptaron ese invite absurdo, que además iba en contra de su propia tradición y en contra de su propio orgullo. De hecho, el PC  pagó un precio muy alto por eso,  porque desapareció. Fue prácticamente el partido más importante de la oposición, había sido el partido que había sostenido casi en solitario la oposición y cuando renunció a esa tradición de alguna forma se hundió.

¿Y la Ley de Memoria histórica? 
Muy tarde el gobierno de Zapatero hizo un tímido intento de desarrollar una ley, la ley de la memoria histórica, para arreglar un poco, normalizar un poco la situación española y cuando llegó la derecha al poder lo que hizo fue paralizar eso. Por eso yo no creo que sea una política de desmemoria, sino más bien de contramemoria, de desmontar lo poco que se había hecho. Es una situación muy rara. España es un país muy raro, un país muy anormal y éste es un aspecto específicamente anormal. Es un país muy anormal que no lo sabe, o que por lo menos nunca ha reconocido en público ni ha analizado en público su anormalidad y bueno, periódicamente aflora este tema porque es un tema que no está resuelto.

¿Qué es lo más anormal de esa anormalidad española?
Bueno, yo creo que España ha sido un país anormal desde  1945. Nosotros nunca hemos ido  a la misma velocidad que el resto de Europa, ni en la misma dirección, pero sobre todo nunca en la misma velocidad. En el primer tercio del siglo veinte éramos los más modernos de Europa, luego durante cuarenta años fuimos los más antiguos, luego durante los últimos treinta años volvimos a ser los más modernos. Pero cuando en España hubo una guerra en Europa no había guerra. En España ganó la guerra el aliado de los que la perdieron en Europa. Y la anormalidad definitiva se consagra en 1945 cuando los aliados deciden contrariar una máxima latina universal, que es la que dice que el amigo de mis enemigos es mi enemigo y  deciden conjugarla diciendo el amigo de mi enemigo es mi amigo. Entonces, en contra de lo que se ha creído mucho tiempo y de lo que se ha dicho mucho tiempo, los máximos responsables y sostenedores de la victoria de Franco y la dictadura fueron las democracias, porque a políticos como Churchill los demócratas españoles les gustaban mucho menos que Franco, porque era la democracia más progresista de Europa.

¿La transición consagra de alguna manera esa anormalidad? 
¡Claro! Porque es verdad que hubo una guerra, hubo guerras, en los años centrales del siglo veinte. Toda Europa estuvo en guerra, pero cuando se fundan las democracias que suceden a esas guerras y  a las dictaduras o no, que existieron después. Entonces en los países de Europa se dan unas condiciones que en España no se dieron, es decir, se funda la democracia sobre la tradición antifascista, se rompe expresamente con el fascismo. Eso en España no se dio y hay una cosa todavía más sangrante, que es lo que tiene que ver con la novela que yo acabo de escribir ahora, la que acabo de publicar, que es que en España después de la guerra no ha llegado la paz. En toda Europa después de la guerra hubo un momento virulento de revancha con colaboracionistas colgados, fusilamientos, eso duró unos meses normalmente y luego llega la paz. Y la paz implica políticas de reconciliación nacional, políticas asistenciales, políticas de integración y reformulaciones del país, una reformulación para que quepan todos, y todos se integren. En España no pasó eso.

Hay muy buenos ejemplos en la literatura sobre el tema
Sí, por ejemplo hay un dramaturgo español que lo cuenta admirablemente –que yo creo que tan bien y tan sintéticamente no lo contará nadie– que se llama Fernando Fernán Gómez. En Las bicicletas son para el verano, que es una obra de teatro, en la que él reconstruye la experiencia de la guerra de su familia en Madrid. Al final el niño le dice al padre: “Ahora que ha llegado la paz me puedo comprar una bicicleta”. Y el padre le dice al hijo “no ha llegado la paz. Ha llegado la victoria”. Eso es lo que llegó a España: tuvimos treinta y siete años de victoria y no tuvimos ni un solo momento de paz. Y la represión sistemática de los vencidos, el concepto de la guerra civil como cruzada, como guerra santa contra los enemigos de la religión, contra los enemigos de España, la España y la anti España, toda esa lógica duró hasta la muerte del dictador. Esa fue otra gran anomalía  y eso es lo que explica que cuando se reinstaura la democracia en España se reinstaure de una forma tan rara.

¿Cuáles son tus fuentes históricas para escribir tus novelas?
Yo estudié Historia en la Universidad. Tenía la sensación de que yo sabía bastante, tenía que documentar un par de temas y decidí que iba a leer un poco para refrescarme la memoria y, como no es lo mismo tener veinte años que cuarenta, lo primero que descubrí fue que no sabía nada y a partir de ahí me enganché a la historia contemporánea como se enganchan los niños a los video juegos. Fue como una fila de  fichas de dominó, que la primera tira la siguiente y  pum pum, pum. Cada libro que leía me obligaba a leer cuatro más, cada uno de esos cuatro me obligaba a leer cuatro más y me metí en una especie de bucle obsesivo del que no he acabado de salir todavía pero ahora de vez en cuando  me puedo leer novelas americanas,  pero durante años ni podía. Leía de todo, leía historia, leía novelas, leía ficción, leía memorias, contemporáneas, de aquella época, del exilio, del interior, o sea, leía de todo.

Y ahí, también además de documentarte sobre la guerra civil, te habrás sorprendido por esas notables historias de la postguerra
Sí. En ese proceso me fui encontrando con una serie de historias que eran historias de la postguerra y no sabía muy bien qué hacer con ellas. Las fui apuntando en un cuaderno.
Cuando acabé El corazón helado, no sabía muy bien qué hacer y de repente pensé: “si yo lo que sé hacer son novelas”. Y contar la posguerra tiene un sentido y es que, por todas estas anomalías de las que hemos hablado antes, en España la posguerra fue mucho más cruel que la guerra.

¿Por qué? 
Fue mucho más cruel porque la guerra ya se sabe que es una calamidad, es un horror incomparable, pero tiene una fecha de caducidad en el horizonte y tiene como un objetivo. Hago la guerra para conseguir un futuro mejor, para que mis hijos vivan mejor, para que mi país sea mejor, para que el futuro de la humanidad sea mejor. Es una lógica diferente. El problema es que en la postguerra no hubo caducidad en España. Nunca llegó la paz y la posguerra nunca se acababa. Entonces para mucha gentefue mucho más cruel la postguerra que la guerra. Y la historia de la postguerra se ha contado mucho peor que la de la guerra. Yo lo que descubrí es que los españoles vivíamos encima de una mina de oro. Debajo de los pies tenemos un filón de historias que contar, de personajes, de misterios que nunca se resolverían. Yo ante todo soy escritora. Mi compromiso fundamental es con la literatura. Mi obligación es escribir buenos libros, y a mí aquello  me sedujo ante todo porque para un narrador la sensación de que ha descubierto un filón es irresistible y entonces me pareció que era muy buena idea y me quedé aquí y estoy contenta.

¿Hasta dónde llegaba esta represalia contra los hijos de los “rojos” vencidos? 
Hasta muy lejos. En Manolita hay una historia verdadera, otra historia que nadie sabe. Cuando publico el libro Las tres bodas de Manolita, todo el mundo me dice “yo no sabía nada de lo de los niños…”. Esa historia, que es una historia real, a mí me la contó una persona real, que aparece en el libro con su nombre y apellido. Me vino a ver un día en un acto político, un homenaje a los represaliados, y me preguntó qué sabía yo de los niños esclavos del franquismo. Me contó esta historia de que ella había ido a un colegio de Bilbao y la habían hecho trabajar en vez de darle educación, y que además la habían separado de la hermana pequeña, a quien sí habían educado…

Nada menos que los “Angeles custodios”…
Claro, eran ángeles custodios de aquella manera. La hermana tenía nueve años. Yo supongo que las monjas pensaron que merecía la pena invertir en niñas de nueve años, aleccionarlas y adoctrinarlas. Pero ella tenía catorce y a las niñas de su edad las hacían trabajar. Entonces, me contó esa historia terrible, que yo jamás podría haberme inventado, y fíjate que yo tengo muy mal concepto del franquismo, tengo un concepto pésimo, como todo el mundo lo sabe, pero así y todo me parecía demasiado increíble. Ella me contaba que llegó a pesar treinta y siete kilos, que tenía anemia perniciosa, que estuvo dos años sin bañarse, dos años sin tener la regla, dos años sin salir a la calle. Yo le pregunté “¿tú no tenías un pariente de tu hermano, de tu madre, aunque sea un tío, que pudiera ir a buscarte, que te llevara?” Y ella me decía: “tú no entiendes, yo no podía salir del colegio hasta que mi madrastra saliera de la cárcel”. Y eso me resultaba muy difícil creérmelo. Entonces investigué un poco e Isabel tenía razón.

¿Cuántos niños estaban en esa condición de represaliados?
Había casi once mil niños bajo la tutela del patronato de redención de penas. Y esos niños, efectivamente, estaban vinculados en su destino al destino de sus padres. De tal forma que los hijos de los rojos redimían la pena de sus padres. Eso es una monstruosidad jurídica descomunal. Es una barbaridad tan grande que parece mentira, bueno, pues es otra cosa que tampoco se conoce y que tampoco se sabe y la historia de Isabel es muy dura porque la hacían trabajar en esas condiciones y porque era una niña doblemente explotada porque el negocio de coger hijos de presos para los colegios era que el estado pagaba una cantidad para su manutención y si te gastabas la mitad en alimentarle lo demás te lo quedabas tú. Pero en el caso de estas niñas es una explotación doble y es una barbaridad, quiero decir es otra historia terrorífica de la postguerra que nadie sabe en España. En general tiene que ver con un hilo conductor del libro entero, que es la corrupción a costa del miedo y de la desesperación de los vencidos, o sea, los vencidos aparte de todo fueron un negocio estupendo para los vencedores.

¿Qué sabemos ahora de los niños desaparecidos o apropiados en España?
Los niños desaparecidos empezaron a desaparecer –los niños robados decimos nosotros– gracias al mismo decreto que permitió meter a Isabel en ese colegio. Fue un decreto muy polifacético, que se publicó el 23 de noviembre del 40. Entonces, ese fue el que permitió robar niños también y hacer todas estas cosas. El tema de los niños robados a mí me parece muy interesante porque el hecho de que llegara hasta los años ochenta, el hecho de que llegara más allá de la transición, revela muy bien lo que es un país que ha vivido cuarenta años de dictadura, hasta qué punto una dictadura es un régimen vil, que envilece a sus ciudadanos y crea estructuras de miedo, de terror, de impotencia, que se perpetúan más allá de su vida. Porque el negocio de los niños robados al principio era robar los niños de las presas políticas. En Madrid había una cárcel, la Prisión de Madres Lactantes, a la que las presas procuraban no ir, porque aunque allí tenían camas y tenían cunas, se sabía que cuando un niño caía enfermo no volvía.  Entonces preferían tener a los niños en la cárcel de mujeres o dárselo a su hermana o a quien fuera que se quedara con él. Y eso es una práctica sistemática que empezó a escasear cuando las presas políticas dejaron de tener niños. Eso fue un gran negocio en los años cuarenta. Luego ya en los cincuenta las presas de la guerra eran más mayores y llevaban toda la vida presas así que no había más niños y las que ingresaban pues ya era otro tema.

¿Cómo continuó el nefasto negocio?  
Para mantener vivo el negocio empezaron a robar niños a mujeres sobre todo indefensas, mujeres solas y sobre todo mujeres marcadas, porque eso les daba una especie de coartada moral, de que se le podía robar un niño a una prostituta, se le podía robar un niño a una mujer separada, se le podía robar el niño a una madre soltera. Ellos como para justificarse entre ellos tomaban este tipo de decisiones y esa práctica llegó hasta los setenta por una razón: porque en España una mujer sola, que entraba sola en un hospital y venía un médico o venía un cura o una monja a decirle “tu hijo se ha muerto” no se le ocurría dudar, no se le ocurría protestar, no se le ocurría. Porque lo que tenía adelante era la autoridad y eran muchas décadas de sometimiento y muchas décadas de humillación. Y una mujer sola no se atrevía a pedir cuentas, ni a decir “enséñeme el niño”, ni nada. Por eso este negocio, que era muy buen negocio, se acabó en los primeros ochenta, porque cambió la actitud de los españoles. Es lamentable y tristísimo y atroz, pero da también muy bien la medida de lo que es una dictadura, de cómo se moldea la conciencia de la gente. La monja esta monstruosa que vivía en Madrid, esta que se murió, una que se llamaba Sor María, esta lo decía por lo visto, decía “esta me la voy a quedar yo porque tú ya tienes uno”, porque si era una mujer separada se había quedado embarazada de otro. “Esta me la voy a quedar yo porque total no te lo mereces y tú ya tienes uno. Y como protestes te vamos a quitar el otro” y cosas así. Parece mentira con la mentalidad que tenemos ahora que una mujer fuera capaz de aceptar ese estado de cosas. Pero en aquellos años era muy comprensible.

¿Vos te definís como republicana?, ¿Y sentís que España está preparada para terminar con la monarquía en algún momento?
Es que yo creo que la monarquía española también es anormal, o sea, tenemos un rey que fue el heredero de un dictador, elegido por un dictador, nombrado heredero por unas cortes, por un parlamento – por un seudo parlamento- que obedecía los designios del dictador. Y aparte de eso, el gran problema que había con el tema del republicanismo es que una de las grandes victorias del franquismo fue siempre convertir a las víctimas en culpables, eso lo consiguieron hacer muy bien. Los franquistas se rebelaron contra un estado legítimamente constituido y lo primero que hicieron fue decir que todos los republicanos eran reos de rebelión, porque la rebelión había sido proclamar la república. Y entonces a partir de ahí le dieron la vuelta a todo. Y consiguieron convencer o instaurar en la opinión pública durante generaciones la conciencia de que la república había sido la causante de la guerra, cuando en realidad la república fue la víctima de la guerra. Eso está muy claro, es muy demostrable, y los historiadores no tienen la menor duda. Y sin embargo la república, en España, hace unos años tenía esa fama tormentosa de régimen aventurero que podía traer una catástrofe. Sin embargo, en los últimos años la monarquía se ha degradado tanto por sus propios errores, que la percepción de la república cambió. Yo creo que los defensores de la monarquía ya son muy pocos, a lo mejor de la monarquía como institución son más, pero creo que Juan Carlos, sobre todo por el caso de Urdangarin, el yerno, que ha robado dinero público y su hija, que está igual de pringada que él, aunque el fiscal haga todo lo posible por no implicarles. El tema del rey, lo del elefante, digamos que ahora mismo la monarquía tiene muy pocas, muy pocas, muy pocas simpatías. Entonces, la república se ve de otra manera, se ve con mucha más normalidad, que es como se tiene que ver, como un estado alternativo. Hace varios años ya que el CIS, el Centro de Investigaciones Sociológicas, que depende del gobierno de España, suprimió de sus cuestionarios las preguntas sobre la monarquía, porque no les gustaba nada las respuestas. Yo creo que en ese sentido, también, como el rey, como la monarquía cada vez es más difícil de defender, las agresiones contra la república disminuyen porque alguna salida tiene que haber.

¿Y cómo está España hoy?
Fatal. España está fatal. A ver, en este momento en España hay varias crisis concomitantes. Se habla mucho de la económica. Yo creo que la económica es la menos grave de todas. Porque es la única que se va a resolver sola.  O sea, que sea económica se resolverá cuando suba la bolsa, cuando baje no sé qué, cuando los inversores no sé cuantitos y cuando tal. Pero en España misma hay una crisis moral muy importante y una crisis institucional que tiene que ver con la falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones y con la desafección de los ciudadanos a las instituciones, empezando por la monarquía.

¿Qué opinás de los juicios que se les están haciendo en la Argentina a los torturadores franquistas?
Hombre, pero me parece muy vergonzoso, por un lado, a mí me da mucha vergüenza en mi país, y muy conmovedor, por otro lado, por lo que tiene como de fenómeno de solidaridad internacional. En España tenemos un refrán que a mí me gusta mucho que es “hoy por ti y mañana por mí”, “cuando pude lo hice por ti y ahora tú lo hacés por mí”. A mí eso me parece muy conmovedor y muy de agradecer. Pero, sobre todo, me da mucha vergüenza. Mi país últimamente me da mucha vergüenza.

¿Cómo te sentís en nuestro continente latinoamericano? 
A mí irme dos días a Londres me da mucha más pereza que irme a Ecuador una semana. Yo creo que Europa es un continente en decadencia. Es normal. Hemos estado en la cresta de la ola muchos siglos. Pero sobre todo es un continente viejo y de viejos y un continente como muy anquilosado y muy acomodado a su bienestar, muy egoísta, muy poco curioso, muy poco interesado en lo que pasa en el resto del mundo. En ese sentido yo creo que en España somos unos privilegiados –algo bueno teníamos que tener- por formar parte también de la comunidad americana, por la lengua y por estar en dos sitios a la vez. Y a mí me parece que Latinoamérica es un continente –o una parte, o un medio continente, como lo quieras llamar- que lo que transmite es mucha energía y mucho entusiasmo, con todos los desajustes que tenga que tener y, naturalmente, la historia es cíclica, y ahora estás arriba y luego estás abajo… Pero, por ponerte un ejemplo, yo siempre digo cuando me preguntan por la crisis en España que uno de los problemas más grandes que tenemos en España es que nosotros siempre hemos sido pobres –hasta cuando el rey de España era el hombre más rico del mundo- y sabíamos ser pobres, y sabíamos ser pobres con dignidad. Y en los últimos veinte años nos han convencido de que éramos ricos y nos lo hemos creído y por eso estamos así de desorientados. En ese sentido hay un libro de notas de Luis Cernuda, el poeta español que se exilió en México, que después de la guerra estuvo en Estados Unidos y estuvo en París y luego en Estados Unidos, y cuando llegó a México se encontró muy bien por eso, porque dijo “bueno, me reencuentro con la cultura de la pobreza pero con gente que es feliz, que es capaz de vivir con alegría y con dignidad”. Yo creo que Latinoamérica es una oportunidad para los españoles y para el mundo. Y a mí desde luego es la parte del mundo a la que más me gusta venir. Por eso estoy aquí, cuando puedo.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar