Alfonsín en Washington, por Carlos Gabetta y Gino Lofredo


El 5 de junio de 2004 murió Ronald Reagan, cuadragésimo presidente de Estados Unidos, que gobernó el país del norte durante dos períodos entre 1981 y 1989, llevando adelante una agresiva política exterior, en la que se destacaron entre otras cosas: el apoyo y financiamiento de los “contras nicaragüenses” para derrocar al régimen sandinista, el apoyo a las dictaduras de El Salvador y Honduras, la invasión a la isla de Granada, el apoyo a la guerrilla islámica en Afganistán.

En el 21 marzo de 1985 el presidente radical Raúl Alfonsín viajó a Estados Unidos y se encontró con su par norteamericano en los jardines de la Casa Blanca, frente al Salón Oval. En el discurso de recepción Reagan había lanzado veladas advertencias al presidente argentino. Dijo, entre otras cosas: “No se pueden quedar con los brazos cruzados ante la expansión en las naciones libres de América de la tiranía comunista impuesta en Nicaragua”. Y se atrevió a comparar a los contras con Bolívar y San Martín. Cuando le tocó hablar a Alfonsín, dobló en cuatro el discurso que tenía preparado, subió al podio e improvisó este discurso que hoy reproducimos. El líder radical se negó a poyar la política de fuerza que impulsaba Reagan en Centroamérica, insistió en que la causa del problema era social, no política, y apeló enérgicamente al derecho consuetudinario de la no intervención.

Fuente: El periodista de Buenos Aries, Nº 28, 22 al 28 de marzo de 1985, págs. 2 y 3.

“Lo que acaba de decir el presidente Alfonsín es muy importante para la causa de los demócratas en el Congreso. Los que creemos que existe una tercera vía en Centroamérica (entre las dictaduras de derecha y el comunismo) y los que estimamos que, efectivamente, la consolidación de democracias que apunten al desarrollo y a la justicia es el mejor medio para garantizar la seguridad del hemisferio.” Pocos minutos después del discurso de Raúl Alfonsín ante  las dos cámaras del Congreso norteamericano, el representante por el estado de New Jersey, Robert Torricelli, se mostraba aliviado y contento. No era para menos: Torricelli fue el principal gestor –junto con su colega Michael Barnes, de Maryland– de la invitación a Alfonsín al Congreso. Tanto la Casa Blanca como el Departamento de Estado se oponía a que Alfonsín hablara, temiendo que su discurso interfiriera en la crucial votación para aprobar una nueva partida de 14 millones de dólares para apoyar a los “contras” en Nicaragua (en el ambiente de EE.UU. circula un chiste: ¿Los contras se llaman así porque se oponen a la revolución sandinista o porque están contratados?) y, sobre todo, que contribuyera a afirmar el clima de creciente temor que inspira la política de la administración Reagan en la región.

Vale la pena referir la historia. Torricelli visitó Buenos Aires en enero pasado y volvió convencido de que la democracia argentina –y las del resto del continente– depende, para su supervivencia, de un cambio de política por parte de Washington. En otras palabras, que se facilite el pago de la deuda y se promueva el desarrollo, eliminando al mismo tiempo ese tremendo foco de tensión que representa Centroamérica. Después que el diputado Michael Barnes fracasó en su primera gestión, ante la oposición del Departamento de Estado y de la Casa Blanca, Torricelli decidió ampliar su base de apoyo, buscando la adhesión de más de cien colegas al petitorio, lo que volvió a colocar el asunto sobre el tapete. El resto es mérito de la diplomacia argentina, en particular del embajador Lucio García del Solar y, sin duda, del temor de la Casa Blanca de que la opinión pública norteamericana considerara su negativa como un desaire al presidente, que está haciendo juzgar en Buenos Aires a los principales responsables de violaciones a los derechos humanos de la dictadura militar.

Lo cierto es que Torricelli no fue el único que se sorprendió favorablemente por las posiciones asumidas por Alfonsín en Washington. Cuando el presidente argentino enarcó las cejas al escuchar el brutal ataque de Ronald Reagan a Nicaragua, durante el discurso de bienvenida en la Casa Blanca, el martes por la mañana, los periodistas argentinos presentes se preguntaron qué haría.

Versiones posteriores indican que esa parte no estaba en el libreto convenido de antemano por los diplomáticos, y no es fácil tener reflejos en semejante circunstancia. Lo cierto es que Alfonsín, improvisando y en tono cordial pero firme respondió a Reagan que “vamos a tocar, sin duda, los temas bilaterales y también los que hacen a nuestro continente en su conjunto, y no estará ajeno a nuestro diálogo el tema de Centroamérica y Nicaragua (…) A través del diálogo se podrán encontrar fórmulas de paz sobre la base del principio que hace al derecho consuetudinario americano de no intervención”. Antes, aludiendo a palabras de Reagan en el sentido de que la democracia es una esperanza en América Latina, Alfonsín había dicho: “al lado de la esperanza está el temor en América Latina. El temor que nace de comprender que hay expectativas insatisfechas en nuestros pueblos, que las democracias han heredado cargas muy  pesadas en el orden económico, una deuda que en mi país casi llega a los 50 mil millones de dólares y que en América Latina en su conjunto está en alrededor de 400 mil millones de dólares, lo que conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia. Esta es, sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países. Nosotros apoyamos la filosofía que usted ha señalado, la filosofía de la democracia, la libertad y el estado de derecho. Esto nos iguala. Pero el hombre, señor presidente, para ser respetado cabalmente en su dignidad de hombre, no solamente tiene que tener la posibilidad de ejercer sus derechos y prerrogativas individuales, sino que tiene que tener la posibilidad de vivir una vida decorosa y digna. Por eso es que en toda América Latina estamos dispuestos a gobernar con la austeridad que demanda la hora (…) Pero no podemos hacer ajustes que recaigan sobre los que menos tienen (…) Pretender de nuestros pueblos un esfuerzo mayor es, sin duda ninguna, condenarlos a la marginalidad, a la extrema pobreza, a la miseria”. 

Alfonsín no desperdició oportunidad para señalar la firme determinación argentina de negociar con Gran Bretaña sus derechos sobre las Islas Malvinas. Ante el Congreso, por ejemplo, el mandatario argentino señaló la disposición de su gobierno para negociar con Londres, y subrayó que el reciente acuerdo de paz suscripto con Chile es una prueba evidente de que la política argentina está orientada hacia la paz y la resolución de los problemas internacionales a través del diálogo.

También en la conferencia de prensa que brindó en Washington, Alfonsín abordó el tema Malvinas: al responder a una pregunta de un periodista que lo interrogó acerca de la intransigencia de la primera ministra británica, Margaret Thatcher, el presidente contestó: “Creo que la señora Thatcher no distingue aún la diferencia que debe tener en el trato con una dictadura y  con una democracia”.

En el avión que llevaba a Washington a la comitiva presidencial, el canciller Dante Caputo había adelantado a los periodistas que la estrategia argentina ante Washington consiste en determinar un área de “núcleos de acuerdo”, para dar a las conversaciones un tono positivo y, a partir de allí, trabajar sobre las discrepancias. (…)

Lo cierto es que, al menos en esta primera parte de la gira y en lo que se refiere a asuntos estrictamente políticos (los económicos, hasta donde se los puede separar, serán tratados en Nueva York, Chicago y Houston), Alfonsín no se apartó de lo que ha sido hasta ahora el núcleo de la política exterior argentina. En su reunión con Reagan, le entregó el texto de la Declaración de Nueva Delhi, en cada uno de los discursos abogó por el tratamiento político del problema de la deuda, el apoyo a Contadora y el respeto al principio de la no intervención, y hasta se permitió declarar (en un reportaje a la cadena de  televisión en español SIN) respecto a los “contras” nicaragüenses que “para que realmente exista no intervención no deberían suceder episodios de esa naturaleza”.

A pesar del desagrado de la administración norteamericana y de las presiones que ejerce, la diplomacia argentina no parece haber abandonado la idea de generar iniciativas conjuntas latinoamericanas (a pesar, incluso, del relativo fracaso en obtener apoyo concreto de las reuniones de Cartagena y Mar del Plata), ya que Alfonsín volvió a apuntar su decisión de concretar un mecanismo de trabajo independiente de la OEA.

En sus declaraciones a SIN, el presidente señaló su intención de propiciar la realización de una conferencia latinoamericana, luego de “procurar una reunión preparatoria de cancilleres y después de presidentes”.

Es interesante transcribir parte del diálogo con SIN:

Periodista: ¿Con qué propósito? (La reunión)

Alfonsín: Con el propósito de tratar grandes temas latinoamericanos vinculados con la búsqueda de un nuevo orden económico internacional y de la justicia universal, no para agredir a nadie sino para buscar eficacia para nuestra propia identidad y lograr trabajar para nuestro desarrollo y la instalación de sistemas democráticos que afiancen la justicia universal.

Periodista: ¿A esa conferencia se invitaría a Estados Unidos?

Alfonsín: No, señor, le digo que es latinoamericana.

Periodista: Pero usted dijo que los comprende a todos.

Alfonsín: Los comprende a todos los latinoamericanos, y por eso estamos buscando un diálogo con los países acreedores, en el caso de la deuda, y nos va a gustar conversar con representantes de los Estados Unidos para analizar no solamente el tema de la deuda, sino también el del desarrollo, la superación del estancamiento y la búsqueda de fórmulas que permitan que todos podamos gozar de los beneficios de la libertad. Hay que tener un mínimo de posibilidad de supervivencia y terminar con la marginalidad, la miseria y la extrema pobreza, que condicionan, precisamente la dignidad del hombre. La parte “política” de la gira por Estados Unidos ha concluido en lo esencial y ciertamente la imagen de la democracia argentina salió fortalecida ante los sectores democráticos y liberales, demócratas y republicanos (hay de todo en ambos partidos), la opinión pública de los Estados Unidos y por cierto ante América Latina. El representante Torricelli dijo a El Periodista que la actitud de Alfonsín “contribuye a los esfuerzos por reorientar la política exterior de los Estados Unidos, tanto dentro del Departamento de Estado como en el Congreso y quizá en la propia administración”.

Si se la compara con el pesimismo de Wayne Smith, esta afirmación de Torricelli parece excesivamente optimista, pero lo cierto es que refleja el beneplácito con que la actitud de Alfonsín fue recibida en Washington por los sectores más liberales y responsables, los mismos que estiman –con Alfonsín– que en la reorientación de la política norteamericana está en juego la propia seguridad de Estados Unidos y, naturalmente, sus intereses.

En los próximos días Alfonsín se reunirá fundamentalmente con hombres de negocios en Nueva York, Chicago y Houston: allí no se tratará de declaraciones de principios sino de renegociación de la deuda y condiciones concretas de inversiones, dos temas sobre los que existe considerable escepticismo general, incluso, aunque sotto voce, en la delegación argentina. Un solo sector parece ofrecer algunas posibilidades de inversión: el petróleo y las computadoras, pero desde ya puede adelantarse que allí también será cuestión de evaluar las concesiones posibles. El déficit presupuestario norteamericano y el desarrollo de su industria de guerra siguen aspirando dólares de todo el mundo y es difícil imaginar (sobre todo ahora, en que las diferencias políticas han quedado precisamente señaladas) cómo  podría generarse una corriente de inversión norteamericana capaz de dar un principio de solución a los problemas argentinos. Pero eso será tema de otras entregas. Por ahora, la delegación argentina vive la sensación de acompañar a un hombre decidido a definir un perfil político neto e independiente. Toda una estimulante novedad, que permite atisbar con mayor optimismo el futuro de la democracia en la Argentina.

Fuente:www.elhistoriador.com.ar