Alem, Leandro Nicéforo (reportaje imaginario)


Autor: Felipe Pigna

Leandro Nicéforo Alem, el pionero de la lucha por el voto popular y fundador de la Unión Cívica Radical, nació en Buenos Aires el 11 de marzo de 1842. Fue un gran impulsor de la lucha por el voto popular y la honestidad gubernativa. Fundó en 1890 la Unión Cívica para enfrentar al régimen fraudulento y excluyente que en aquel momento encarnaba Juárez Celman y llegó a tomar las armas en las Revolución de 1890. Sintiéndose traicionado por los acuerdos de sus aliados políticos, rompió con la Unión Cívica y fundó el primer partido moderno de la historia argentina: la Unión Cívica Radical. Siguió peleando con todas sus fuerzas desde todas las trincheras contra el fraude y la corrupción imperantes. En 1896, deprimido y decepcionado, decidió suicidarse.

¿Qué opina de los premios otorgados a los militares que participaron en la “campaña al desierto”?

Están forjando una escuela corruptora, que rebaja los vínculos morales que deben ligar a los ciudadanos al cumplimiento del deber, debilitando este sentimiento. Ahora el cumplimiento del deber es una cosa tan rara que merece premio; de manera que siguiendo en esta escuela, es hombre honrado el que no hace dilapidaciones, el que no ha sacado del bolsillo, permítaseme esta frase vulgar, un reloj que no le pertenecía.

Usted propuso que los 600.000 pesos destinados a los premios a la oficialidad se destinaran a pagar los sueldos atrasados a los sufridos soldados, los famosos “milicos” de la “campaña al desierto”.

Tengo el convencimiento que no lo van a recibir. Los guardias nacionales de la Guerra del Paraguay nunca recibieron los pesos. Los premios que se proponen votar ahora, si alguien los recibiera, no serían los guardias nacionales, sino unos cuantos estafadores.

¿Qué le contesta a los que lo califican de “utópico”?

Los partidarios del más estrecho y enervado mercantilismo todo lo ven a través del tanto por ciento, juzgando las acciones más hermosas de la Humanidad, como hijas de los sueños de la niñez, o ilusiones de románticos poetas. Se trata de elevar un pueblo a la alta dignidad del hombre libre, de consagrarle sus más importantes derechos, combatiendo legalmente por la práctica de sus instituciones, que formuladas en un código, son sin embargo, desconocidas y holladas por los malos mandatarios y todo es una farsa.

¿Por qué se opone a la federalización de Buenos Aires en 1880?

La llamada federalización será un duro golpe a las instituciones democráticas y el sistema federativo en que ellas se desenvuelven cuando el poder central, por sí solo, tenga más fuerza que todos los estados federales juntos. El centralismo absorberá a todos los pueblos y ciudadanos de la República el día en que se entregue la ciudad de Buenos Aires, ese centro poderoso; y la suerte de la República Argentina federal quedará librada a la voluntad y pasiones del jefe de Estado.

Según su opinión, ¿cómo surgen  los planes económicos injustos y de la preeminencia de la economía por encima de la política?

Esto no tiene vueltas. No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Buena política quiere decir respeto a los derechos; buena política quiere decir aplicación recta y correcta de las rentas públicas, buena política quiere decir protección de las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder.

¿Cómo sería esa buena política?

Con la exclusión de favoritos y de emisiones clandestinas. Pero para hacer esta buena política se necesita grandes móviles; se necesita buena fe, honradez, buenos ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo. Pero con patriotismo se puede salir con la frente altiva, con la estimación de los conciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con los bolsillos livianos… Y con patriotismo no se puede tener ‘troncos de rusos a pares’, palcos en todos los teatros y frontones, no se puede andar en continuos festines y banquetes, no se puede regalar diademas de brillantes a las damas en cuyos senos fementidos gastan la vida y la fuerza que debieran utilizar en bien de la patria o de la propia familia. 1 

¿Qué importancia le otorga a la vida política de una sociedad?

La vida política de un pueblo marca la condición en que se encuentra; marca su nivel moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política, es un pueblo corrompido y en decadencia, o es víctima de una brutal opresión. La vida política forma esas grandes agrupaciones, que llámeseles como ésta, populares, o llámeseles partidos políticos, son las que desenvuelven la personalidad del ciudadano, le dan conciencia de su derecho y el sentimiento de la solidaridad en los destinos comunes. Los grandes pueblos, Inglaterra, los Estados Unidos, Francia, son grandes por estas luchas activas, por este roce de opiniones, por este disentimiento perpetuo, que es la ley de la democracia. Son esas luchas, esas nobles rivalidades de los partidos, las que engendran las buenas instituciones, las depuran en la discusión, las mejoran con reformas saludables y las vigorizan con entusiasmos generosos que nacen al calor de las fuerzas viriles de un pueblo.

¿Cuáles fueron los objetivos fundacionales de la Unión Cívica Radical?

Concurrir a sostener dentro del funcionamiento legítimo de nuestras instituciones las libertades públicas, en cualquier punto de la nación. Levantar como bandera el libre ejercicio del sufragio, sin intimidación y sin fraude. Proclamar la pureza de la moral administrativa. Propender a garantir a las provincias el pleno goce de su autonomía y asegurar a todos los habitantes de la República los beneficios del régimen municipal.

¿Qué opinión le merecen los consejeros económicos del poder, llamados últimamente “gurúes”?

¿Qué hacen estos sabios economistas? Muy sabios en la economía privada para enriquecerse ellos; en cuanto a las finanzas públicas, ya veis la desastrosa situación a la que nos han traído. Es inútil, no nos salvaremos con proyectos, ni con cambios de ministros.

¿Por qué cree que fracasó la Revolución del ’90 que usted encabezó?

Si la revolución no tuvo éxito en el combate, por circunstancias complejas, debo también confesar ingenuamente, que mucho influyó su propia exagerada gentileza, y me es simpático confundirme en esa responsabilidad. La revolución debió estallar en casi la totalidad de la república; pero halagado por la idea de que triunfara sin la más mínima efusión de sangre, si fuera posible, habíamos preferido que sólo aquí tuviera lugar, creyendo que la situación que alcanzara determinaría la suerte de toda la república. Yo me congratulo íntimamente de haber contribuido a que el pueblo argentino se haya levantado al unísono con la energía y vitalidad de su carácter a protestar, como corresponde, de sus oprobiosos mandatarios, quedando de hoy en más de pie, firme y sereno con la conciencia de su deber, porque a mi juicio, es este el verdadero y fundamental triunfo de la revolución. Lo único que nubla mi espíritu es el recuerdo de los que han caído víctimas de tan sagrado deber y para los que pido la gratitud argentina, aunque comprendiendo que algún sacrificio era indispensable para reparar tan deplorable situación. Pero no derrocamos al gobierno de Juárez Celman para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional.

¿Por qué tomó esa dramática determinación final?

Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. Sí, que se rompa pero que no se doble. He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas, tal vez desgastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña y la montaña me aplastó. Adelante los que quedan. ¡Ah cuánto bien habría podido hacer este partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores! No importa, todavía puede hacer mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra: ¡deben consumarla! 

Referencias:
1 Discurso de Leandro N. Alem en el mitin del Frontón Buenos Aires, 13 de abril de 1890, El Nacional, 14 de abril de 1890.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar