Ernesto Quesada y la historia argentina, por Pablo buchbinder


La vida de una persona está intrínsecamente ligada al contexto en que se desarrolla. Cualquier análisis de los personajes del pasado no puede escindirse del entorno en donde se forjaron sus preocupaciones, intereses y deseos.En ocasiones, el análisis de la vida de los hombres de nuestro pasado contribuye a obtener un retrato de la época en la que vivieron. Ese es el caso de Vicente y Ernesto Quesada. Padre e hijo formaron parte de la vida política y cultural de la Argentina desde mediados del siglo XIX hasta comienzos del XX. El padre fue político y diplomático, dirigió la Biblioteca Pública, fue ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires y ocupó cargos en las Embajadas de Brasil y de Estados Unidos.

El hijo, Ernesto, fue juez, profesor universitario e historiador. El libro Los Quesada. Letra, ciencias y política en la Argentina, 1850-1934 aborda la vida de estos dos protagonistas de nuestra historia analizando las discusiones políticas de su tiempo, la vida social, la política internacional, etc.

Reproducimos aquí un fragmento del libro que da cuenta de la embrionaria práctica de los historiadores hacia fines del siglo XIX. Por ese entonces no era extraño que existieran vínculos personales entre los diversos actores y quienes comenzaban a interpretar el pasado. En ese sentido, la obra de Ernesto Quesada no fue una excepción ya que su matrimonio con Eleonora Pacheco influyó de manera decisiva y explícita en sus intereses como historiador. Es que Eleonora era nieta de Ángel Pacheco, figura prominente del rosismo y su archivo personal –uno de los más importantes de la época- estaba en poder de su familia

Quesada se convertiría en uno de los pioneros en la reivindicación y rehabilitación de Juan Manuel de Rosas a contrapelo de la corriente historiográfica de su época y se ocupó también de las críticas al papel político que la enseñanza de la historia cumplía en el proceso de construcción de la identidad nacional en los diferentes estados europeos.

Fuente: Pablo Buchbinder, Los Quesada. Letras, ciencias y política en la Argentina, 1850-1934, págs. 139-159.

La historia fue, sin duda alguna, uno de los ejes de las preocupaciones intelectuales de Ernesto Quesada. A lo largo de su vida publicó un número importante de trabajos de carácter histórico. (…) los más significativos aparecieron durante la década de 1890.1 En 1893 se editó, con formato de libro, La decapitación de Acha. Un año después publicó un trabajo sobre la batalla de Ituzaingó. Durante la segunda mitad de esa década dio a conocer una serie de textos sobre temas históricos en diversos periódicos y revistas, sobre todo en el diario El Tiempo, en La Quincena y en La Revista Nacional. Una síntesis y recopilación de esos trabajos fue publicada bajo el título de La época de Rosas en 1898.2 Esta constituye, probablemente, su obra más importante. Ernesto había conocido personalmente al antiguo gobernador de la Provincia de Buenos Aires ya que durante el viaje llevado a cabo con su padre entre 1873 y 1875 ambos lo habían visitado en su residencia de exilio en Southampton. Una síntesis de esa entrevista publicó Ernesto cuando su libro fue reeditado 25 años después de su primera aparición. Es probable que no imaginara siquiera, el Quesada adolescente entonces, que iba a ser considerado, muchos años más tarde, como uno de los pioneros en el proceso de reivindicación y rehabilitación de la figura del polémico caudillo. De todas formas, el conocimiento directo y personal entre los historiadores y los actores de los procesos que estudiaban no era un fenómeno extraño en el reducido mundo de la historiografía argentina de las últimas décadas del siglo XIX. (…)

Tampoco era raro que existiesen vínculos personales o emocionales entre quienes escribían las primeras interpretaciones del pasado argentino y los actores en los que centraban sus obras. (…) La temática central de esta historiografía era el período de la revolución y las guerras de la independencia. (…) Los autores de estas obras eran, a menudo, familiares directos de quienes habían protagonizado los sucesos sobre los cuales escribían. Algunos de ellos fueron también, el caso paradigmático es por supuesto el de Mitre, protagonistas centrales de la política de su tiempo. Una parte importante de estos trabajos, sobre todo los que se aventuraron más allá del período de las guerras de la independencia y afrontaron el de las luchas civiles, estaban teñidos por una clara pasión de facción o partido.

Era común también que los historiadores utilizasen archivos privados, a veces heredados, a veces cedidos por familiares y hasta en algunos casos por los mismos protagonistas de los sucesos estudiados. La historia se pensaba y escribía en el marco de una serie de círculos de notables nucleados en espacios por lo general inorgánicos e informales y fuera de las instituciones públicas que permanecían todavía en un nivel incipiente y rudimentario de organización, a pesar de los esfuerzos, protagonizados incluso por los mismos Quesada, por revertir esta situación. En ese sentido, se presentaban aquí diferencias relevantes con los criterios que comenzaban a regir la práctica de la profesión en Europa donde academias, a menudo bajo supervisión estatal y luego las universidades, albergaron a las primeras generaciones de historiadores profesionales. Estos últimos ejercían su oficio a partir del examen sistemático de la documentación original depositada no en repositorios privados sino en archivos públicos. La sustitución del archivo secreto de Estado por el archivo público constituyó entonces un factor central en la conformación de las primeras comunidades de profesionales de la historia en Europa.3

Este estado de situación, característico de la historiografía argentina en su etapa de formación, fue juzgado y criticado severamente durante la misma década en la que Quesada elaboró sus primeros textos sobre el pasado argentino. En este marco el papel jugado por Paul Groussac fue fundamental. (…)

A partir de 1900, al iniciar una nuevo ciclo, La Biblioteca asumió como un objetivo central la publicación de documentos históricos, tarea que procuraba realizar siguiendo estrictamente las pautas del método crítico. Insistió así en la necesidad de respetar estos procedimientos, considerados por entonces el verdadero “núcleo duro” de la profesión. Groussac aprovechó este tipo de polémicas para difundir en el medio cultural local las reglas que, desde su concepción, signaban el oficio del historiador y que se definían a partir del ejercicio sistemático de aquella metodología. Pero la aplicación de esta última exigía que los documentos fuesen libremente consultados y examinados y para esto debían concentrarse en repositorios públicos. Por eso reclamaba a los historiadores rioplatenses que, siguiendo el ejemplo de Mitre, cediesen sus archivos privados al ámbito público. (…)

Los Quesada no quedaron al margen del compromiso emocional con los sucesos, actores y protagonistas de la historia argentina de la primera mitad del siglo XIX. (…) Por su edad, Ernesto no vivió las complejas experiencias de mediados de siglo en carne propia. Pero es indudable que su matrimonio con Eleonora Pacheco influyó de manera decisiva en el desarrollo de su obra y en sus intereses como historiador. Eleonora era nieta de Ángel Pacheco, el principal general de los ejércitos rosistas y su archivo personal estaba en manos de su familia conformando uno de los más importantes repositorios documentales privados de aquella época. El primer interés por la historia en Quesada articulaba en forma estrecha entonces, la defensa de la memoria familiar y el acceso privilegiado a documentación privada con el ejercicio de la disciplina de acuerdo a las reglas que tendían a convertirla en una práctica científica y académica.

Entre las reglas del oficio y la defensa de la memoria familiar
La primera obra de envergadura de Ernesto Quesada tenía como propósito central reivindicar la figura del abuelo de su mujer. Ese era el objetivo de La decapitación de Acha. El historiador Saldías y el general Pacheco, publicado como ya señalamos, en 1893.4 El interlocutor era, como se puede advertir desde el título del trabajo, Adolfo Saldías. La controversia refería a los juicios vertidos por éste en la segunda edición de su Historia de la confederación argentina publicada un año antes.5 En este sentido, Quesada acusaba a Saldías de haber tratado “con una saña singular, con una fiereza terrible, a una de las figuras más puras, más distinguidas y más altivas de aquel tiempo”. La irrupción de Quesada en la investigación histórica aparecía entonces casi como un deber familiar: “Y bien! Corre por las venas de mis hijos, la sangre de aquel patricio ilustre, brillante guerrero de la Independencia, militar pundonoroso y altivo, oficial distinguido si los hubo, vencedor en diversas batallas, siempre al servicio de la bandera nacional, y sin que jamás la pureza de su gloria militar se manchara con alianzas extranjeras para combatir al gobierno de su patria”.6

El de Quesada era entonces, en verdad, un compromiso explícito con la defensa de la memoria y el honor de la familia y sobre todo de sus descendientes, antes que resultado de una auténtica preocupación de naturaleza historiográfica.

Mariano Acha había sido un militar de gran protagonismo en las guerras civiles de la primera mitad del siglo XIX. (…) En septiembre de 1841 fue capturado por las tropas federales y ejecutado. (…) Los testimonios documentales probaban, según Ernesto, que el responsable del episodio era el entonces gobernador de Mendoza, José Félix Aldao. Sin embargo, distintos historiadores insistían en atribuir la responsabilidad del fusilamiento al general Pacheco. El asesinato de Acha conformaba, en este sentido, una de las principales manchas en la trayectoria del general de los ejércitos de Rosas.

Ernesto juzgaba que Saldías, como otros autores, había cometido un error casi injurioso al atribuir a Pacheco el fusilamiento de Acha. (…)

Pero si bien la defensa del honor familiar era el primer objetivo del texto es preciso señalar que la reivindicación de Pacheco –que era posible gracias al acceso a su archivo privado, que, por otra parte, Saldías no había podido consultar–, se articulaba también con una fuerte demanda a favor de la profesionalización de la disciplina. Un eje fundamental del trabajo refería a la diferenciación entre lo que Quesada denominaba el historiador y el “panfletista”. El primero, a diferencia del último, no podía permitirse calumniar ni actuar de mala fe. De esta manera procuraba diferenciarse de una forma de aproximación al estudio del pasado en la que primaban las “pasiones” por sobre la tarea metódica y racional en la que debía reinar la objetividad y en la que debía privilegiarse el estudio sistemático de los documentos. En los escritos de esta época, Quesada iba a reiterar, además, que no pretendía imponer la última palabra sobre los temas que estudiaba pero que el suyo era un conocimiento basado en pruebas. La historia debía asentarse en fundamentos sólidos y para eso era indispensable construir los materiales para estudiarla. (…)

La época de Rosas
(…) Si bien los escritos de Quesada sobre Acha tenían como propósito principal la recuperación de la memoria familiar, los contenidos en La época de Rosas incluían una lectura más amplia del pasado argentino que, por otra parte, se articulaba estrechamente con una reflexión mayor sobre el presente del país. La obra fue mencionada, en más de una oportunidad, como una de las primeras reivindicaciones de Rosas en una línea que incluye a la de Adolfo Saldías. De esta manera, Quesada ha aparecido en algunos balances de la historiografía de la primera mitad del siglo XX como un precursor del revisionismo de los primeros años de la década del treinta.7

Un primer y central propósito de los escritos de Quesada sobre los tiempos de Juan Manuel de Rosas consistía en cuestionar una imagen que entendía era dominante en la sociedad argentina y se había impuesto fundamentalmente a través de la prensa. Partía así del reconocimiento del carácter “ingrato” de la tarea que tenía por delante ya que debía contraponer sus ideas a las que imperaban en el medio intelectual argentino, hostil, por otra parte “a todo estudio que contradiga la tradición y la leyenda”. Esta última predominaba no sólo entre la opinión pública sino incluso en las aulas universitarias, particularmente en las que se enseñaba Derecho Constitucional. La polémica era, en este caso, evidente sobre todo con cierta manualística que había hasta optado por suprimir el estudio de los tiempos de Rosas argumentando que la Dictadura no creaba instituciones y que, en consecuencia, podía obviarse, sin mayor trámite, el análisis de aquella etapa. Afirmaba entonces Quesada refiriéndose probablemente al Manual de Derecho Constitucional de Aristóbulo del Valle: “Tan es así que, en nuestras universidades, en las aulas de derecho constitucional, los catedráticos han acostumbrado a suprimir de la historia los 30 años de la época de Rosas, pretendiendo pasar por ella una esponja y considerarla como no habiendo existido”.8

A esta tradición era preciso combatirla, en principio, con las armas de la profesión. En este escrito, Quesada hacía gala, una vez más, de su conocimiento de las reglas y procedimientos que signaban el ejercicio del trabajo del historiador. La recuperación de la verdad histórica se erigía entonces como un deber cívico de los intelectuales y para eso era preciso seguir ciertos pasos bien establecidos por la comunidad de los historiadores. Era fundamental primero el examen de todos los trabajos escritos previamente sobre el tema y luego el análisis de las fuentes originales. En su caso particular el examen de los archivos de los generales Pacheco, Lavalle y Lamadrid. En el “polvo de los archivos” debían buscarse “los elementos indispensables para establecer la verdad histórica”.9

El examen atento de las fuentes y los documentos permitiría avanzar en la desmitificación de la leyenda construida por los unitarios. El enfrentamiento entre éstos y los federales era, como sería en la mayor parte de la historiografía dedicada a esta etapa, la clave con la que Quesada proponía leer el siglo XIX argentino. Pero, en materia de valores, principios y prácticas, se proponía asimismo cuestionar el matiz claramente positivo que, sostenía, la tradición y la leyenda atribuían erróneamente a la acción de los primeros. (…)

Los unitarios habían cometido otro pecado fundamental que había consistido en aliarse con el extranjero para derrocar al gobierno de su patria. Así como Quesada consideraba indispensable mostrar la responsabilidad cívica de la sociedad porteña en su respaldo al régimen rosista, con el mismo énfasis insistía en subrayar la necesidad de que los historiadores condenasen en forma implacable a quienes antepusiesen “su partido á su patria”.10 (…)

En su análisis de las prácticas y procedimientos políticos característicos del período, Quesada adoptaba una visión netamente historicista y recurría al marco temporal en su intento por explicar a Rosas. (…) Mostraba como la apelación al terror había constituido un rasgo esencial de los gobiernos de aquellos tiempos y un sello de las prácticas políticas que provenía de los tiempos coloniales. El estilo del gobierno de Rosas era entonces congruente con la situación del país, las doctrinas vigentes y los principios que tenían por entonces incorporados los pueblos. En consecuencia era necesario filiar a Rosas históricamente y en el marco de la sociedad en la que había desarrollado sus acciones. (…)

El énfasis historicista de Quesada iba a tomar también como uno de los puntos fundamentales de sus cuestionamientos a las visiones psicologistas de Rosas, en una crítica dirigida, seguramente, a la obra de José María Ramos Mejía, a quien no menciona de manera explícita en el libro.11 De este modo atacaba con dureza el influjo de las doctrinas lombrosianas y el intento de ver a Rosas como la encarnación misma de la neurosis. Una argumentación de esa naturaleza conllevaba un verdadero acto de “cobardía cívica” sostenía, ya que conducía a librar al pueblo de la “responsabilidad histórica” que le cabía al haber sustentado a aquel gobierno. (…)
Así como Quesada se esforzaba en desacreditar la tradición unitaria, también encontraba valores positivos en la acción de Rosas y el balance de su gobierno era percibido en ese mismo sentido. Rosas era el Luis XI de la Historia Argentina. Como aquél no había podido ser suave en sus procedimientos ni escrupuloso en la elección de los medios, pero había logrado dominar a los caudillos provinciales e imponerles la preeminencia del gobierno nacional. Había sido exitoso entonces en su esfuerzo por crear hábitos de obediencia. Su larga dominación, por otra parte, había salvado a la nacionalidad argentina. Rosas era revindicado por Quesada y contrapuesto a figuras como la de Rivadavia por su política amplia y argentina, por su voluntad de construir una patria grande con legítima “influencia continental” y por su capacidad para sostener una estrategia con una mirada “no sólo nacional sino americana”.

Para Quesada, Rosas había salvado a la nacionalidad argentina también gracias a su hábil manejo de los recursos del tesoro nacional. Su actitud responsable en el manejo de la situación financiera era un aspecto que subrayaba en forma insistente. No había logrado, sin embargo, cimentar la prosperidad financiera pero su honradez y responsabilidad en el manejo de las rentas públicas le habían permitido asistir financieramente a las provincias y conservar la unidad del país. De este modo, situaba a la cuestión del tesoro en el centro de los conflictos políticos de la Argentina de los tiempos de la emancipación. El antagonismo entre porteños y provincianos era percibido así como un problema de aduanas que Rosas había logrado equilibrar, aunque de un modo precario. Su período de gobierno crearía finalmente las condiciones que permitieron la institucionalización del país bajo el sistema federal. De todas formas, la recuperación de la figura de Rosas, propuesta por Quesada tenía también límites ya que incluía la condena de la dictadura como forma de gobierno. Los excesos y abusos del poder no podían admitirse bajo ningún aspecto y, finalmente, Rosas y su historia podían ser comprendidos, explicados y situados en su marco correctamente, pero nunca elogiados ni justificados. La preeminencia definitiva, en su pensamiento, de los valores liberales y republicanos inhibía toda abierta reivindicación de las prácticas autoritarias. Estas ideas son, entonces, las que alejan a Quesada de gran parte de los autores vinculados al revisionismo histórico surgido en la Argentina a principios de los años treinta.

Por otro lado, las interpretaciones de Quesada sobre los tiempos de Rosas pueden leerse también en el marco de una contraposición, común en su pensamiento y en sus escritos, entre las tendencias que caracterizaban la evolución de la sociedad argentina y las que signaban a la política y a sus instituciones. En este sentido, consideraba imposible dejar de reconocer que el principal aspecto positivo del legado de Rosas consistía en haber cimentado la igualdad. Rosas había resuelto el problema del orden social y esto conformaba, tal vez, el legado más valioso de aquellos tiempos. Durante la primera mitad del siglo XIX, en el marco de las luchas entre unitarios y federales, había desaparecido el carácter aristocrático y oligárquico de la primera etapa revolucionaria. Esto había permitido el predominio del carácter democrático y popular “que la historia y las condiciones especiales de nuestro territorio imponían”. El camino de la construcción de una sociedad igualitaria había sido indudablemente violento, pero era definitivo y permitía afrontar con optimismo el futuro. (…)

Estas corrientes seculares de la sociedad argentina habían resistido entonces las tendencias aristocráticas que habían signado los primeros tiempos de las luchas por la independencia y que habían encarnado primero los gobiernos constituidos desde Buenos Aires y luego los grupos identificados con el unitarismo. (…)

Finalmente, el carácter atrasado y hasta la barbarie que habían signado las prácticas políticas en tiempos de Rosas constituían elementos de larga data en la historia rioplatense. Era posible notar su existencia embrionaria ya en los tiempos coloniales pero también estaban presentes en la realidad institucional de los tiempos en los que Ernesto escribía su obra. La Argentina de la última década del siglo XIX, sostenía, tampoco se caracterizaba por la observancia de los principios republicanos y, en este sentido, los rasgos de la vida pública no se distinguían sustancialmente de los de aquellos tiempos. (…) En definitiva, las legislaturas provinciales de la Argentina que se asomaba al siglo XX no diferían radicalmente de las existentes en tiempos de Rosas, lo que habilitaba también a morigerar los juicios negativos sobre su estilo de dominación.

Entre la memoria y la historia
(…) Ernesto conocía el funcionamiento de los mecanismos que caracterizaban la práctica de los historiadores que iban convirtiéndose entonces en auténticos profesionales en los principales centros académicos europeos y norteamericanos. Sus largas y reiteradas estadías, sobre todo en Europa, le iban a permitir frecuentar estos ámbitos y conocer las formas en las que se socializaban los profesionales de la disciplina y se transmitían los rudimentos del oficio.

Sus escritos sobre Gregorio Araóz de Lamadrid, publicados durante la década de 1890 y reeditados en 1926 muestran con claridad el uso sistemático del archivo y la documentación inédita, en algún caso también secreta, para desacreditar el discurso de los unitarios. (…)

No pasaba inadvertido para Quesada, por otra parte, el papel político que la enseñanza de la historia cumplía en el proceso de construcción de la identidad nacional en los diferentes estados europeos. Desde cierta perspectiva esto contradecía su índole puramente científica. Las observaciones que, al respecto, contiene su informe sobre la enseñanza de la historia en el ámbito universitario alemán son contundentes en ese sentido.12 En Alemania, a través de su enseñanza en el nivel básico y medio, la historia contribuía a la formación de una opinión pública, “sólidamente conservadora”. (…) El Estado llevaba a cabo entonces en Alemania una auténtica manipulación de la verdad histórica. (…)

Quesada recuperaba de esta utilización política del pasado la voluntad estatal de combatir la influencia creciente de sectores descontentos desde el punto de vista político y social apelando a la propaganda, a la educación y sin usar la represión lisa y llana. Pero evidencian sus juicios una cierta censura al proceso activo de manipulación e instrumentalización del pasado llevado a cabo desde los mismos órganos de ese Estado. Sus textos se construyeron siempre a partir de la voluntad de diferenciar aquellos juicios que provenían del trabajo metódico del historiador de los que eran resultado de la voluntad de utilizar un discurso sobre el pasado en la conformación de una memoria de partido o de Estado. Sin embargo, en la Argentina en la que Quesada construyó su obra de historiador, la separación entre esas dos dimensiones estaba sólo en sus inicios y encontraba todavía serios límites para cristalizarse. De alguna forma, la contradicción que puede en principio advertirse entre su voluntad de rehabilitar la memoria del abuelo de su mujer sobre la base de un trabajo objetivo y científico es claramente expresión de esos límites.

Los límites eran materiales e institucionales. La ya mencionada naturaleza de los vínculos entre los actores de los procesos sobre los cuales se construyó la historiografía argentina y los mismos historiadores constituye una primera expresión de aquellos. Pero también estos derivaban de la ausencia de espacios institucionales que albergasen la tarea de historiadores profesionales… La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires se había fundado recién en 1896 y se encontraba en medio de un dificultoso proceso de formación. Allí iban a desarrollarse las primeras cátedras universitarias consagradas a difundir los métodos de crítica documental. En esa institución iba a ocupar Quesada la cátedra de Sociología a partir de 1905, pero su participación en la enseñanza de la historia iba a ser marginal. En cambio, intervino activamente en la Junta de Historia y Numismática, institución tutelada en sus orígenes por Bartolomé Mitre y que tuvo, entre sus primeros objetivos organizar y fomentar la investigación histórica. Pero en aquellos tiempos la Junta –que se convertiría en la década del treinta en la Academia Nacional de la Historia– iba a funcionar más como un círculo de notables dedicado a intercambiar y a acuñar medallas e impresiones sobre el pasado que a fomentar trabajos en base al modelo científico consolidado en universidades y academias europeas y norteamericanas desde la segunda mitad del siglo XIX. La Junta estaba definitivamente alejada del modelo de profesionalización sobre el cual se construía, por entonces, la historiografía científica. (…)

El carácter precario y rudimentario del espacio consagrado a la práctica de la historia se reflejaba también en el estado de las bibliotecas y los archivos públicos. Los Quesada fueron activos promotores e impulsores de la construcción de un espacio público consagrado a la práctica y al cultivo de las ciencias y, sobre todo, de las humanidades. Impulsaron la conformación y organización de estas instituciones desde el ámbito estatal como lo testimonian, entre otros hechos, sus gestiones al frente de la Biblioteca Pública de la Provincia. Pero sus intentos chocaban con una realidad signada por la discontinuidad institucional y administrativa producto del largo período de guerras civiles y enfrentamientos políticos que lograría superar el país, dificultosamente recién a partir de la década de 1880 como hemos mostrado en un capítulo anterior. El recurso al archivo y los fondos bibliográficos privados, práctica que, como señalamos antes censuraría Groussac desde las páginas de La Biblioteca, iba a seguir siendo habitual hasta las primeras décadas del siglo XX. La conformación del archivo público que permitía la contrastación y, en definitiva, la crítica documental era una condición indispensable para la conformación de una comunidad profesional de historiadores. Pero, el ya mencionado vínculo entre los historiadores y los actores sobre los cuales éstos construyeron las primeras obras sobre el pasado argentino, resultado a la vez de la proximidad temporal y el carácter reducido y estrecho de los círculos político locales, unida a la debilidad de las instituciones estatales demoraron la organización de los repositorios documentales argentinos. Quesada no podía, individualmente en este caso, eludir los condicionamientos resultantes del medio intelectual y académico local. (…)

Referencias:
1 Ernesto Quesada, La sociedad romana en el primer siglo de nuestra era. Estudio crítico sobre Persio y Juvenal, por Ernesto Quesada, Buenos Aires, Imprenta de M. Biedma, 1878.
2 Ernesto Quesada, La época de Rosas, Buenos Aires, Arnaldo Moen Editor, 1898.
3 Pierre Nora, “L´Histoire de France de Lavisse”, en Les Lieux de Mémoire, (sous la direction de Pierre Nora), II, La Nation, París, Gallimard, 1986, pp. 317-375.
4 Ernesto Quesada, La decapitación de Acha. El historiador Saldías y el general Pacheco, Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1893.
5 Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina. Rozas y su época, Buenos Aires, F. Lajouane Editor, 1892.
6 Ernesto Quesada, La decapitación… op. cit., p. 8.
7 Véase al respecto Clifton Kroeber, Rosas y la revisión de la historia argentina, Buenos Aires, Fondo Editor Argentino, 1964, p. 21.
8 En La época… op. cit., p. 370.
9 Señalaba entonces Quesada: “Nada más fácil que burlarse de los que creen deber buscar en el polvo de los archivos los elementos indispensables para establecer la verdad histórica: la labor del investigador de Biblioteca es fastidiosa, y mejor es evitarla encubriendo esa pereza con el manto, más o menos elegante, de un escepticismo de salón”Ernesto Quesada, La época…, op. cit., p. 367.
10 Afirmaba entonces: “La historia tiene que ser implacable con los que anteponen su partido á su patria y es deber cívico estigmatizar esos desvaríos, para evitar que sofismas enfermizos pretendan arrancar subrepticiamente un perdón, que la posteridad no puede ni debe conceder”, en ibíd., p. 260.
11 Señalaba así: “Entendemos que hay cobardía cívica en solucionar la dificultad con tan ingenua sencillez; y que es adular irresponsablemente a un pueblo el querer librarlo de la responsabilidad histórica que le corresponde como sustentador de un gobierno, pretextando que ha sido víctima de un demente”, en Ernesto Quesada, La época…, op. cit., p. 137. En relación a las críticas a Ramos Mejía por parte de Quesada el texto ineludible es, en este caso, el de Eduardo Zimmermann, “Ernesto Quesada, La época de Rosas y el Reformismo institucional del cambio de siglo”, en Fernando Devoto, La historiografía argentina en el siglo XX, op. cit., t. I, pp. 23-44.
12 Ernesto Quesada, La enseñanza de la historia en las universidades alemanas, La Plata, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 1910.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar