Hermanas de la caridad, por Helen Rappaport (Fragmento del libro Las hermanas Romanov)


El 25 de octubre de 1917 comenzó la Revolución Rusa. Hacía tres años que el país de los zares había entrado en la Primera Guerra Mundial, una contienda notablemente impopular, que ocasionó motines de obreros, soldados y campesinos que cuestionaban el manejo del conflicto por parte del régimen zarista.

Basándose en las teorías de Karl Marx, Vladimir Lenin encabezó en esta fecha la primera revolución comunista del siglo XX. Los comunistas rusos, llamados bolcheviques, derrocaron al zar Nicolás II e instauraron la dictadura del proletariado, expropiando a los terratenientes.

El nuevo gobierno se basaba en el poder de los soviets, grupos de obreros, soldados y campesinos, que deliberaban y decidían el futuro del país, que pasaría a llamarse la República Federal Socialista y Soviética Rusa. Las empresas pasaron a ser propiedad del Estado, bajo el control de los mismos trabajadores.

La Revolución de Octubre -el acontecimiento político, económico y social más importante del siglo XX- tuvo lugar el 7 de noviembre de 1917 de nuestro calendario. Sucede que al momento de la revuelta, Rusia aún se regía por el calendario juliano, mientras que la mayoría de los países occidentales, inclusive la Argentina, se regían por el calendario gregoriano.

La revolución puso fin al imperio de los zares Romanov que gobernaba desde 1613. Nicolás II, último zar de Rusia, había abdicado en marzo de 1917, tras la revolución de febrero, y fue detenido junto a su familia poco después.

Recordamos este acontecimiento emblemático del siglo XX con un fragmento del libro Las hermanas Romanov, de Helen Rappaport, sobre las vidas de las cuatro hijas de Nicolás II, asesinadas junto a sus padres y su hermano menor el 17 de julio de 1918.

El libro –documentado con cartas personales, extractos de sus diarios personales, artículos periodísticos y testimonios de políticos y embajadores– reconstruye la vida de las jóvenes en la opulencia de la realeza, y la transformación de ese mundo tras la entrada del país en la Primera Guerra Mundial y el estallido de la revolución.

En el fragmento que a continuación reproducimos, Rappaport describe el paso del mundo idílico y despreocupado de las duquesas Olga, Tatiana, María y Anastasia Romanov al contacto directo con una de las realidades más cruentas de la guerra: el cuidado de enfermos y moribundos heridos en los campos de batalla. Tanto la zarina Alejandra Fiódorovna, como sus dos hijas mayores se incorporaron a la Cruz Roja como enfermeras y se ocuparon de la atención de los heridos. Las hijas menores, demasiado jóvenes para esas tareas, no fueron sin embargo excluidas de la participación activa en la asistencia y se desempeñaron visitando hospitales, charlando con los enfermos, jugando a juegos de mesa y ayudándoles a leer o escribir cartas.

Fuente: Helen Rappaport, Las hermanas Romanov, Buenos Aires, Editorial Taurus, 2015, págs. 269-279.

Cuando Rusia entró en guerra en el verano de 1914 apenas había enfermeras. El Gobierno ruso preveía que necesitaría unas 10.000 enfermeras debido a las terribles pérdidas de los primeros cinco días de lucha, que arrojaron un saldo de unas 70.000 personas muertas o heridas. Movidas por un sentimiento de deber patriótico, legiones de damas aristocráticas y modernas de San Petersburgo (o Petrogrado, como la rebautizaron rápidamente), hijas y esposas de funcionarios del Gobierno y profesionales, como por ejemplo maestras y académicas, corrieron a recibir formación médica para contribuir al esfuerzo bélico. En septiembre seguía habiendo gran necesidad de enfermeras y la Cruz Roja rusa había reducido el año habitual de formación a dos meses. Muchas mujeres no completaron el aprendizaje, y de ahí que no se las considerara sestry miloserdiya, hermanas de la caridad, como se llamaba a las enfermeras en Rusia.

La zarina estaba decidida a desempeñar su papel junto a sus dos hijas mayores desde el mismo día en que empezó la guerra. A principios de septiembre empezaron su formación en la Cruz Roja adoptando los nombres poco llamativos de Hermana Romanova 1, 2 y 3 1. Aunque María y Anastasia eran demasiado jóvenes, también cumplirían su función haciendo visitas a hospitales. En los dos años y medio largos y desesperanzados que precedieron a la Revolución de 1917, nadie representó más emotivamente la contribución femenina al esfuerzo bélico en Rusia que la zarina y sus hijas. En todos los periódicos, revistas y escaparates prevalecía  una imagen icónica: la de tres hermanas de la caridad imperiales sobriamente vestidas con sus uniformes de la Cruz Roja. Stolitsa i usadba las sacaba regularmente en sus páginas, lo que inspiró a muchas otras mujeres rusas a seguir su ejemplo 2. Edith Almedingen recordaría una ciudad llena de mujeres jóvenes poseídas por la “fiebre de trabajar durante la guerra”, armadas con un “corto velo blanco y la cruz escarlata sobre la pechera de sus níveos delantales” 3.

La guerra movió a la acción a la siempre convaleciente zarina. “Me consuela velar por los enfermos”, afirmaría 4. Cuando solo habían pasado tres días desde el comienzo de las hostilidades, Alejandra ya se había hecho cargo del ingente esfuerzo de guerra, volviendo a crear los grandes almacenes de provisiones que ya dispusiera en el palacio de Invierno y otros lugares durante la guerra contra Japón. Aparte de vendas y otros materiales médicos imprescindibles, guardaban en los almacenes medicinas, “alimentos no perecederos, dulces, cigarrillos, ropa, mantas, botas, diversos regalos y objetos religiosos, como folletos, postales e íconos”, que mandarían a los heridos 5. Pronto pudo verse a damas de la buena sociedad, vestidas con monos de trabajo, que aprendían a manejar máquinas de coser bajo la supervisión de costureras y confeccionaban ropa de cama para los heridos o pasaban horas y horas empaquetando gasas y enrollando vendas 6. Todos los grandes salones del palacio de Invierno (la sala de conciertos y otros salones donde se celebraban recepciones, así como el teatro imperial e incluso el salón del trono) se convirtieron en salas de hospital para atender a los heridos, sus preciosos suelos de parqué se cubrieron con linóleo para protegerlos y las salas se llenaron de hileras de camas de hierro. Enseguida, sin publicidad ni fanfarria, se empezó a ver a la zarina y sus dos hijas mayores no solo en Petrogrado y Tsarskoe Selo, sino incluso en lugares tan lejanos como Moscú, Vitebsk, Novgorod, Odessa y Vinnitsa, así como en otras provincias del oeste y sur del imperio, inspeccionando trenes-hospital y visitando muchos de los centros médicos y almacenes creados por Alejandra. María y Anastasia las acompañaban a menudo y a veces también Alexey. En otras zonas de Petrogrado, la gran comunidad de expatriados británicos también se entregó a la causa, liderada por la esposa del embajador, Georgina, Lady Buchanan, que dirigía el hospital de la Colonia Británica para soldados rusos heridos y el 14 de septiembre había abierto un ala del Gran Hospital Pokrovsky de la isla Vasilevsky. La hija de Lady Georgina, Meriel, empezó a trabajar allí como enfermera voluntaria7.

Cuando los últimos días del verano dieron paso al otoño, las calles de Petrogrado se habían transformado, pues muchos edificios hacían las veces de hospitales y sobre ellos ondeaba la bandera de la Cruz Roja junto a la tricolor rusa. Por la avenida Nevsky circulaban muchos menos automóviles y carruajes elegantes. En el amplio bulevar había permanentemente una hilera de ambulancias que transportaban heridos a alguno de los hospitales y carros cargados de provisiones. Tsarskoe Selo también se convirtió en una ciudad de hospitales y sus tranquilas calles repletas de hojas eran la ruta de paso, mañana, tarde y noche, de ambulancias de la Cruz Roja que avanzaban despacio transportando a los pálidos heridos. Se utilizaron muchos vehículos privados con el mismo fin, la mayoría provenientes de la flota imperial de automóviles. Al igual que en Petrogrado, todo edificio lo suficientemente grande se reconvirtió para atender a heridos. Los grandes salones de recepción, cubiertos de oropel, del palacio de Catalina se convirtieron en salas de hospital y almacenes, y más de treinta villas de veraneo privadas de los ricos se utilizaron asimismo como hospitales de guerra. A medida que empezaron a llegar los heridos era tan desesperada la necesidad de camas que acabarían tomando posesión de casas incluso más pequeñas. En septiembre el doctor Botkin creó una sala de enfermos improvisada en su propia casa donde podía acoger hasta a siete pacientes.

Todos los hospitales militares de Tsarskoe Selo estaban bajo la supervisión de la doctora Vera Gedroits, una aristócrata lituana que dirigía el Hospital de la Corte y una de las primeras mujeres que ejerció la medicina en Rusia 8. El Hospital de la Corte se ubicaba en una gran mansión de la calle Gospitalnaya modernizada en la década de 1850. Allí siguieron atendiendo las necesidades de la comunidad local durante toda la guerra. En el piso superior del edificio principal se creó un quirófano para los heridos de guerra y una sala para doscientos militares de baja graduación 9. Poco antes de la guerra se había construido un anexo de una sola planta en el patio-jardín del hospital para aislar a los pacientes infecciosos. Este se convirtió en un auténtico hospital por derecho propio, con un quirófano y seis pequeñas salas en las que cabían un total de treinta camas. Una de las salas estaba reservada para los oficiales del hospital del palacio de Catalina que precisaban una intervención quirúrgica a manos de Gedroits; el resto sirvió para alojar a oficiales heridos. El anexo, o “casa pequeña” o “barraca”, como lo llamaban las chicas a veces, se convirtió en el núcleo de las vidas cotidianas de Olga y Tatiana como enfermeras de la Cruz Roja.

Durante su formación en el anexo bajo los rigurosos estándares impuestos por la doctora Gedroits, Olga y Tatiana respondían ante Valentina Chebotareva, hija de un médico militar, que había sido enfermera durante la Guerra Ruso-Japonesa. En relación a la zarina y sus hijas recordaba el primer día que pasaron en el anexo: “¡Qué distantes eran al principio! Besamos sus manos, intercambiamos saludos […] y eso fue todo”10 . Pero Alejandra informó al personal que no debían dedicarles especial atención y las cosas cambiaron rápidamente. Durante su formación, las tres mujeres observaron a Gedroits operar en el quirófano y más tarde se graduaron como enfermeras de quirófano, pero en sus primeros días en el anexo su obligación era aprender a vendar heridas. A Tatiana los días se le hacían especialmente largos, pues aún no había completado su educación y algunas mañanas tenía clases muy temprano. Justo después, y antes de iniciar su labor en el anexo, la zarina y las chicas se paraban a rezar ante el ícono milagroso de la Madre de Dios de la pequeña iglesia Znamenie, situada cerca del palacio Catalina. Llegaban al anexo sobre las 10 de la mañana, se ponían los uniformes y empezaban a trabajar.

Todas las mañana Olga y Tatiana eran las encargadas de cambiar los vendajes a tres o cuatro pacientes cada una (aunque el número aumentó a medida que transcurría la guerra y los heridos se multiplicaron), así como de realizar todas las tareas que se les encargaran: enrollar vendas, recoger muestras, hervir el hilo de seda para las suturas y ocuparse de la ropa de cama. A la una de la tarde volvían a comer a casa y por la tarde, si el tiempo lo permitía, solían dar un paseo, montar en bicicleta y pasear en coche con su madre, pero casi siempre volvían al hospital a pasar el rato con los heridos, charlando, jugando a juegos de mesa o al pimpón, así como al criquet en verano, cuando salían al jardín con los que podían andar. A veces simplemente se sentaban a hacer punto o a coser para refugiados y huérfanos de guerra, mientras los soldados charlaban con ellas; a veces se fumaban un cigarrillo a escondidas en la sala de descanso. Era inevitable que hubiera muchas cámaras fijas en ellas y que se tomaran fotografías suyas con sus amigos y los oficiales heridos. Algunas de estas imágenes se convirtieron en postales que se vendieron para obtener fondos con los que contribuir al esfuerzo bélico. Hubo otras que las chicas pegaron cuidadosamente en sus álbumes para compartirlas con los heridos más tarde 11.

A Olga y Tatiana les costó un poco acostumbrarse a los extraños. Tatiana en concreto, como su madre, hacía gala en ocasiones de una rígida reserva. Valentina Chebotareva recordaba cómo un día, subiendo juntas las escaleras del Hospital de la Corte, pasaron junto a un grupo de otras hermanas. Tatiana cogió su mano: “Es terrible lo consciente que soy de mí misma y el miedo que tengo […]. No sé a quién saludar y a quién no” 12. Su falta de experiencia social se reflejaba en cosas tan sencillas como entrar en una tien­da. En una ocasión Olga y Tatiana estaban esperando al coche que habría de llevarlas de vuelta a palacio y decidieron entrar en Gostinny Dvor, un conjunto de comercios situados cerca del hospital. Como no llevaban uniforme nadie las reconoció, pero entonces se dieron cuenta de que no llevaban dinero, ni sabían cómo se compraba nada 13.

Mientras duró su formación, hasta finales de octubre, las chicas y su madre recibieron asimismo lecciones de medicina que la doctora Gedroits les impartía en su casa a las seis de la tarde. Después Olga y Tatiana solían volver al hospital y ayudaban a esterilizar y preparar el instrumental necesario para las operaciones del día siguiente. Lo hacían bajo la supervisión de otra enfermera, Bibi (Barbara Vilchkovskaya), de la que se hicieron buenas amigas. Cuando las chicas se tomaban un descanso en el pasillo, los pacientes capaces de andar solían salir para charlar con ellas y contarles historias. Las chicas siempre tenían dulces en los bolsillos para compartir y a menudo llevaban fruta y ramos de flores de los invernaderos del palacio Alexander. Por las tardes algunos de los hombres se reunían en torno al piano en la salita y cantaban, algo de lo que Olga y Tatiana disfrutaban especialmente; pero los mejores días eran los de vacaciones o fiesta, cuando se les unían María, Anastasia y, en ocasiones, Alexey. Por las tardes, cuando volvían a casa antes, las chicas solían acabar llamando al hospital para tener una última charla con sus pacientes favoritos 14.

 

Ni las hermanas Romanov ni su madre se ahorraron el impacto de su primera confrontación con los heridos y los terribles destrozos causados a sus cuerpos por las bombas, los sables y las balas. Anna Vyrubova se había unido a ellas para formarse y recordaría cómo tuvieron que vérselas con hombres “que llegaban sucios, ensangrentados y sufriendo”. “Nos frotábamos las manos con soluciones antisépticas y empezábamos a lavar, limpiar y vendar cuerpos mutilados, rostros aplastados, ojos ciegos; a curar las indescriptibles mutilaciones causadas por lo que se denomina guerra civilizada” 15. A veces les permitían a María y Anastasia ver cómo vendaban heridas, y a partir del 16 de agosto las chicas empezaron a asistir a las operaciones, en principio de civiles afectados de apendicitis o hernias, y aprendieron a abrir partes inflamadas con una lanceta. Pronto estaban viendo cómo se extraían balas y el 8 de septiembre asistieron a una trepanación para eliminar un pedazo de metralla; cinco días después fueron testigos de su primera amputación de pierna 16. En cuanto aprendieron, empezaron a ayudar: Alejandra solía pasar el instrumental quirúrgico a Gedroits y llevarse los miembros amputados, mientras las chicas enhebraban las agujas de sutura y limpiaban las heridas con algodón. El 25 de noviembre vieron morir por primera vez a un herido en la mesa de operaciones, Alejandra contó a Nicolás que sus “niñitas” habían sido muy valientes 17.

Olga y Tatiana no recibieron solo formación como enfermeras: desempeñaron importantes papeles públicos, junto a su madre, en los comités de caridad de la capital, aunque ambas odiaban estar entre extraños en esos comités y nunca llegaron a acostumbrarse a ello. El 11 de agosto se promulgó un ukaz imperial que creaba el Consejo Supremo para el Cuidado de las Familias de Soldados, Heridos y Difuntos. Lo presidía Alejandra, que había nombrado a Olga vicepresidenta y responsable del Comité Especial de Petrogrado, uno de los numerosos comités subsidiarios creados en ciudades a lo largo y ancho de Rusia para recaudar fondos en nombre del Consejo Supremo 18. Un mes después asignaron a Tatiana un papel similar, tras la creación del Comité para el Alivio Provisional de Quienes Sufren Privaciones en Tiempos de Guerra de Su Alteza Imperial la archiduquesa Tatiana Nikolaevna. Bajo las órdenes de su gerente, Alexey Neidgardt, el Comité Tatiana, como lo llamaba todo el mundo, se ocupaba sobre todo del problema de los refugiados en las provincias occidentales rusas, donde civiles polacos, judíos, lituanos, letones y rutenios se habían visto envueltos en la lucha.

El Comité Tatiana fue un gran éxito desde el principio, sobre todo gracias al alto perfil público de Tatiana como hija de la familia imperial y a su activa implicación personal en la creación de refugios, comedores, maternidades y orfanatos. Sin embargo, la tediosa burocracia de los miércoles por la tarde en Petrogrado ya no le gustaba tanto y consideraba a Neidgardt un pomposo aburrido. No le gustaban las formalidades. Un oficial recordaría después que, cuando se dirigió a ella en el seno del comité con un: “Si place a Vuestra Alteza Imperial…”, Tatiana lo encontró embarazoso. “Me miró atónita y cuando volví a sentarme a su lado me dio un fuerte codazo por debajo de la mesa susurrando: ‘¿Te pasa algo en la cabeza para hablarme de ese modo?’”19 . Olga y ella odiaban estas formalidades. “Solo nos sentimos a gusto y como en casa en nuestro hospital”, confesaría Olga a uno de sus pacientes20 . Sin embargo, ambas realizaron sus deberes públicos a conciencia y sin quejarse; a veces Tatiana pasaba largas horas ocupándose del papeleo después de su jornada en el hospital. Alejandra la ayudaba, pues a medida que avanzaba la guerra el bienestar de los refugiados se convertía en un problema cada vez más acuciante. El Comité tenía gastos por valor de varios millones de rublos, hasta el punto de que las donaciones privadas ya no bastaban y el Gobierno hubo de intervenir21 .

Nicolás pasaba mucho tiempo en Stavka, el cuartel general del Ejército situado en un cruce de vías férreas cerca de Baranovichi (en la actual Bielorrusia); Alejandra le mandaba informes regulares sobre los progresos de sus hijas. El 20 de septiembre le dijo que era un gran alivio “ver a las chicas trabajando por sí mismas y saber que se las conocerá más y aprenderán a ser útiles” 22. Parecían adaptarse rápidamente a lo que se exigía de ellas y, como bien señalara Pierre Gilliard, “con su habitual sencillez natural y buen humor […] aceptaban la creciente austeridad del hospital”. A Gilliard le impresionaba especialmente su prudente actitud ante el trabajo y el hecho de que no les importara cubrir sus hermosos cabellos con la toca de enfermera, tan parecida a la de una monja, ni pasar la mayor parte del tiempo vestidas de uniforme. No estaban jugando a las enfermeras, algo que Gilliard veía con frecuencia en el caso de otras damas de la aristocracia: eran auténticas hermanas de la caridad 23. La voluntaria Svetlana Ofrosimova, que vivió en Tsarskoe Selo algunos años, también lo observó. “Me dejó atónita cómo cambiaron. Lo que más me conmovía era la expresión de absoluta concentración de sus rostros, cada vez más delgados y pálidos. Sus ojos tenían una expresión diferente” 24. María Rasputín estaba de acuerdo: “Las encontré más altas, más serias, conscientes de las responsabilidades de una familia imperial, cumpliendo con su deber lo mejor que sabían” 25. Cabía decir lo mismo de las hermanas menores. Aunque seguían dedicando gran parte del día a sus lecciones, hubieron de adaptarse a las largas ausencias de sus hermanas mayores y, en general, de todo el mundo. Al estar su padre fuera gran parte del tiempo, tenían que compartir la carga de las frecuentes enfermedades de su madre y hermano26 .

Antes de la guerra toda la atención estaba inevitablemente centrada en Olga y sus perspectivas matrimoniales, así como en su posible papel como heredera al trono tras Alexey. Siempre había sido la más abierta y conversadora de las dos hermanas mayores, pero durante la guerra la que brillaría con luz propia sería Tatiana. Antes de la guerra parecía que iba a ser muy coqueta pues, al contrario que Olga, siempre era muy consciente de su apariencia, tenía la figura de una modelo y le hubiera gustado tener los lujosos vestidos y hermosas joyas de las damas más a la moda de San Petersburgo. “Cualquier vestido le quedaba bien, por viejo que fuera”, recordaría Iza Buxhoeveden. “Sabía cómo llevar la ropa, la admiraban y le gustaba ser admirada” 27. “Era una archiduquesa de los pies a la cabeza, una auténtica aristócrata de sangre real”, recordaría Svetlana Ofrosimova 28. Desde que empezó a formarse como enfermera había algo en Tatiana, muy distinto a la emotividad de Olga, que la distinguía de sus hermanas. Es como si dispusiera de su propio mundo completamente privado29 , pero nunca permitió que repercutiera negativamente sobre sus habilidades como enfermera o su devoción al deber.

Tatiana era precisa e incluso mandona en ocasiones y había quien la consideraba demasiado seria (no como Olga) y carente de espontaneidad. Pero siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás, y la combinación de esfuerzo y altruismo que desplegaba la dotaban especialmente para el trabajo de enfermera. (…) Muchos de los médicos y enfermeras que la vieron trabajar decían que había nacido para ser enfermera, y lo mismo opinaban los pacientes.

El estallido de la guerra, justo después de las celebraciones del tricentenario, alteró completamente la imagen popular de las hermanas Romanov como princesas de alta cuna. Su madre declaró que mientras durara la guerra la familia no adquiriría ropa, y los fotógrafos oficiales pasaron de fotografiar a esbeltas jóvenes en traje de gala a captar imágenes de las hermanas mayores en uniforme y sus hermanas pequeñas con ropa corriente que desmentía su estatus imperial. Alejandra creía que ir de uniforme con sus hijas en tiempos de guerra reduciría la distancia entre ellos y la población. Hubo quien lo consideró un tremendo error de cálculo: la gran mayoría de los rusos, sobre todo los campesinos, aún consideraban a la familia imperial seres semidivinos y esperaban que su imagen pública confirmara esa idea preconcebida. Como bien señalara la condesa Kleinmikhel: “Cuando un soldado vio a su emperatriz vestida de enfermera, como cualquier otra, se decepcionó. Mirando a la zarina, a la que había imaginado como una princesa de cuento de hadas pensó: ‘¿Eso es una zarina? ¡No hay diferencia alguna entre nosotros!’” 30.

Expresiones de desagrado similares circularon entre las damas de la buena sociedad de Petrogrado, que comentaban con una mueca lo “corrientes” que eran las ropas de las archiduquesas: “¡Ni una chica de provincias se pondría eso!”31 . No les gustaba la desmitificación de las mujeres de la familia imperial, ni que tuvieran que ver con heridas sucias, mutilaciones y cuerpos masculinos. Les horrorizó enterarse de que la emperatriz cortaba las uñas a los pacientes. Consideraban que la falta de atención al protocolo por parte de Alejandra, el que actuara como una enfermera cualquiera, solo era un beau geste, una “forma barata de adquirir popularidad” 32. Hasta a los soldados corrientes les decepcionaba ver a la zarina y sus hijas cumplir con los mismos deberes que otras enfermeras, sentadas a la cabecera de los enfermos, difuminando su excelsa diferencia. “La intimidad que surgió entre la emperatriz, sus jóvenes hijas y los oficiales heridos destruyó su prestigio”, afirmó la condesa Kleinmikhel, “pues se ha dicho, con toda razón: Iln’y apas degrand homme pour son valet de chambre”33.

Sea como fuere, muchos soldados heridos agradecieron los cuidados que les dispensaron Alejandra y sus hijas durante la guerra.

Referencias:

1 Dehn, Lili, Real Tsaritsa, Londres, Thornton Butterworth, 1922, pág. 69.
2 Hubo más miembros femeninos de la familia imperial que se convirtieron en enfermeras de guerra, sobre todo las archiduquesas Olga Alexandrovna y Marie Pavlovna, que salieron en las revistas.
3 Almedingen, E. M., Tomorrow Will Come, Londres, The Bodley Head, 1961, pág. 84.
4 Fuhrmann, Joseph T. (ed.), The Complete Wartime Correspondence of Tsar Nicholas II and the Empress Alexandra, April 1914-March 1917, Westport, Greenwood Press, 1999, pág. 15.
5 Henniger, Griffith, “To Lessen Their Suffering”: A Brief History of the Empress Alexandra’s War Relief Organizations”, Julio 23, 1914-marzo 2, 1919, documento inédito, Southern Conference of Slavic Studies, Savannah, 30 de marzo, 2012, pág. 5.
6 Gromov, A. M., Moi Vospominaniya za, My Recollections through Fifty Years: Recollections of an Artisan Worker of the Winter Palace…1879-1929, ed. y trad. Stephen R. de Angelis, Sunnyvale, Brookemon, 2009, pág. 30.
7 Sobre el trabajo del hospital de la Colonia Británica, véase Buchanan, Dissolution of an Empire, cap. XI. Edith Almedingen hizo de intérprete de ruso para Lady Buchanan. Al hospital de la Colonia Británica también se lo denominaba hospital Rey Jorge V.
8 Como a muchas mujeres rusas de su generación, a Gedroits no le dieron permiso para estudiar Medicina en Rusia, de manera que viajó a Suiza, donde se graduó en Lausanne en 1898. En 1900 volvió a Rusia para ejercer medicina. Era una estupenda cirujana abdominal y sirvió en el frente durante la Guerra Ruso-Japonesa. Véase J. D. Bennett, “Princess Vera Gedroits: Military Surgeon, Poet and Author”. British Medical Journal, 19 de diciembre de 1992, págs. 1532-1534.
9 Véase Fomin, S. V., Skorbnyi Angel, tsaritsa-muchenitsa Alexandra Feodorovna, noaya v pismakh, dnevnikakh i vospominaniyakh. Moscú, S. F. Fomin, 2005, págs. 234, 250-252; Zvereva, Nina, Augusteishie sestry miloserdiya, Moscú, Veche, 2006, págs. 5-7.
10 Chebotareva, Valentina, Novyi Zhurnal, pág. 178. Muchos de los extractos del diario de Chebotareva citados en Fomin, S. V., Skorbnyi Angel, fueron corregidos por el editor Fomin, quien suprimió cualquier comentario negativo sobre las chicas y el mal comportamiento de Alexey. Lo que se eliminó completamente fueron las críticas a la relación que tenía la emperatriz con Anna Vyrubova y Rasputín. V. por ejemplo, cap. 15, nota 1 infra. De ahí que todas las entradillas citadas procedan de la versión original de Chebotareva, Novyi Zhurnal. Para evitar confusiones entre el hospital de la Corte y el hospital del palacio Catalina, se le impuso formalmente el nombre de Hospital de sus Altezas Imperiales, número 3. Por claridad, nos referiremos a él a partir de ahora como “el anexo”.
11 Detalles sobre la rutina diaria de Olga y Tatiana en el hospital del anexo, en sus cartas y las entradillas de sus diarios correspondientes a 1914-1916, en Zvereva, Augusteishie sestry miloserdiya. V. también artículos de Stepanov y Belyaev en el diario de Valentina Chebotareva en Fomin, Skorbnyi Angel, y también la versión completa del diario en Chebotareva, Novyi Zhurnal , y Popov, K, Vospominaniya kavkazskogo grenadera, 1914-1920, Belgrado, Russkaya Tipografiya, 1925, págs. 131-132.
12 Fomin, Skorbnyi Angel, pág. 337.
13 Tschebotarioff, Gregory P., Russia May Native Land, Nueva York, McGraw Hill, 1964 [cartas de Olga y Tatiana] pág. 60.
14 Cfr. Nota 12 supra.
15 Vyrubova, Anna, Memories of the Russian Court, Nueva York, Macmillan, 1923, pág. 109.
16 Cfr. Zvereva, Augusteishie sestry miloserdiya, págs. 18, 19; SA, pág. 234.
17 Fuhrmann, Wartime Correspondence, pág. 53.
18 Paul P. Gronsky y Nikolay J. Astrov, The War and the Russian Government, Nueva York, Howard Fertig, 1973, págs. 30-31. Fotografiado, véase Stolitsa I usadba, nº 23, 1º de diciembre de 1914, págs. 20-21.
19 Tyan-Shansky, “Tsartvenniya deti”, pág. 55.
20 Pavlov en Fomin, S. V., Skorbnyi Angel, pág. 413.
21 W. B. Russian Court Memoirs, pág. 159, Vyrubova, Romanov Family Album, pág. 117; Ofrosimova, Svetlana, “Tsarskaya semya (iz detskikh vospominanii)”, Bezhin lug 1, 1995, págs. 144-145.
22 Fuhrmann, Wartime Correspondence, Pág. 16.
23 Fomin, S. V., Skorbnyi Angel, págs. 235, 249.
24 Ofrosimova, “Tsarskaya semya”, pág. 144.
25 Gilliard, Pierre, Thirteen Years at the Russian Court, Londres, Hutchinson, 1921, pág. 129.
26 Rasputín, María, The Real Rasputin, Londres, John Long, 1929, pág. 103.
27 Buxhoeveden, Baronesa Sophie, The Life and Tragedy of Alexandra Fydorovna, Londres, Longmans, Green, 1982, pág. 155; W. B. Russian court Memoirs, pág. 159.
28 Ofrosimova, “Tsarskaya semya”, pág. 146.
29 Ib.
30 Kleinmikhel, Condesa, Memories of a Shipwrecked World, Londres, Brentano’s, 1923, págs. 216-217, 327; Buchanan, Meriel, The Dissolution of an Empire, Londres, John Murray, 1932, pág. 125. Cfr. Asimismo Rowley, Alison, “Monarchy and the Mundane: Picture Postcards and Images of the Romanovs 1890-1917”. Revolutionary Russia 22, Nº 2, diciembre de 2009, pás. 125-152.
31 Kleinmikhel, Shipwrecked World, pág. 217.
32 Bokhanov, Alexander, Aleksandra Feodorovna, Moscú, Veche, 2008 [cartas escritas entre marzo de 1917 y abril de 1918, pág. 275].
33 Kleinmikhel, Shipwrecked World, pág. 217. Kleinmikhel está citando al famoso aforismo de Madame Cornuel: “Ningún hombre es un héroe para su ayuda de cámara”, aunque el original francés reza: “Il n’y avoit point de héros pour son valet de cambre”.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar