Imperialismo baldío, por Pablo Rojas Paz


En de octubre de 1492 Cristóbal Colón llegaba al Nuevo Mundo. Había salido de España el 3 de agosto de 1492 y el 12 de octubre –o un día después, si se confirman las investigaciones que afirman que el grito del llamado Rodrigo de Triana se produjo el 13– llegaba al islote de Guanahaní (actuales Bahamas), al que Colón llamó San Salvador.

Ni Colón ni los reyes tenían la menor noción de haber “descubierto” un nuevo continente. Seguían pensando que habían llegado al Asia, pero de todas maneras se sintieron con derecho a apropiarse de estas tierras y sus habitantes.

Comenzaba así una época de conquista y saqueo para América, basada en el mercantilismo y en el colonialismo, una ideología que justificó la ocupación de territorios, transformados en colonias, por parte de las principales potencias europeas.

Con la excusa de difundir los valores de la civilización europea, potencias como España, Gran Bretaña y Francia  incorporaron a sus imperios millones de kilómetros cuadrados, incontables riquezas naturales y millones de habitantes que, además, formaban nuevos mercados para sus productos.

A lo largo del siglo XIX, se dio en las colonias un proceso de independencia de la antigua metrópoli; sin embargo, bien entrado el siglo XX, algunos intelectuales españoles aspiraban a continuar ejerciendo un protectorado cultural sobre los países hispanoamericanos. Así, el 15 de abril de 1927 Guillermo de la Torre publicaba en La Gaceta Literaria de Madrid un artículo en el que afirmaba la natural filiación de las naciones americanas con España y concluía que América debía mirar a esa nación europea como referente.

Compartimos en esta ocasión, la respuesta de Pablo Rojas Paz a aquellas afirmaciones, publicada en la Revista Martín Fierro en julio de 1927 en la que señalaba “Los protectorados intelectuales son peores que los económicos porque en los culturales el espíritu oprimido agradece íntimamente al señor que oprime”.

Fuente: Revista Martín Fierro, junio 10 – julio 10, 1927, Año IV, Nº 42; periódico quincenal de arte y crítica libre, pág. 356.

Desde que el andariego Cristóbal descubrió estas tierras inciertas concretadas en una isla, no han cesado en Europa de tener acerca de América las ideas más sorprendentes y las concepciones más disparatadas. Y de esto no se han librado ni sus grandes hombres puesto que Voltaire mismo creía que Canadá era unos témpanos de hielo por los cuales Francia no debía luchar. Pero, trayendo el asunto a un alcance más limitado ocupémonos de lo que ha dado en llamarse la Hispanoamérica. Contra nosotros se han inventado palabras temibles y largas. Norteamérica inventa lo del panamericanismo. Francia descubre lo del latinoamericanismo. España crea lo del hispanoamericanismo. Cada uno de estos términos oculta bajo una mala actitud de concordia un afán no satisfecho de imperialismo. De cuando en cuando estos imperialismos creen conveniente hacer una demostración de fuerzas a la que sigue una formal protesta. El panamericanismo hace que Norte América se apodere de Nicaragua aprovechando una revolución. El latinoamericanismo permite a Francia el forjarse la ilusión que es la nodriza de nuestra cultura y el hispanoamericanismo permite que en España se diga que Madrid debe ser el meridiano intelectual de Hispanoamérica.

Sud América está pagando caro el pecado original de haber sido descubierta por España, de haber sido conquistada y colonizada por ella. Necesito explicar de antemano el gran amor que siento por España y el interés que he puesto siempre en el estudio de su literatura. Pero este amor tiene un límite y es el de su propia voracidad. No la quiero ver invadiendo terrenos ajenos ni plantando bandera en propiedad ya declarada. ¿Madrid meridiano intelectual de Hispanoamérica? ¿Y qué hora ha de ser para que no estemos atrasados? Y tendría que detenerse un poco en su girar la tierra para que se acuerden los relojes. Porque de otra manera la noche se hará más pronto en los campos de Castilla que en la Pampa. No quiero ser injusto en mi apreciación aunque no tengo la suficiente edad para ser discreto. Atraer a las juventudes de América hacia Madrid hasta que esta ciudad resulte la Meca del hispanoamericanismo. Me parece demasiado “serondo” el intento (Esta palabra la he aprendido del maestro Toro y Gómez): América está en ella misma y no es necesario que se interne por caminos extraños en busca de su propio porvenir. Es demasiado tarde para alimentar artificiosas utopías que como flores de invernadero se marchitarán en cuanto las toque el frío ambiente. Puede que esto resulte aceptable para países que gusten de soportar tiranías y de los cuales emigran sus mejores hijos. Puede ser que esto sea muy bueno para pueblos que se precian de haber conservado el castellano al 1600 como Perú y Bolivia, los pueblos más españoles de América. Pero nosotros ya hemos progresado mucho, tanto que no podemos decir en qué idioma hablamos. Nuestra ilusión debe ser la de echar a perder de tal manera el castellano que venga un español y no entienda nada de lo que le digamos.  No es de otra manera que los franceses, italianos y españoles se portaron con el latín. Porque, para ser rigurosos en esta ley, los franceses, italianos y españoles deberían haberse quedado hablando latín. ¿Por qué entonces quieren que nosotros sigamos hablando español? No es otro el fenómeno que se observa entre el idioma inglés y Norteamérica. ¿Por qué querer que nos liguemos a una tradición completamente artificiosa que solamente está en los discursos declamatorios de los congresos? Nosotros estamos organizando un idioma para nosotros solos y de aquí nos vendrá la libertad. Es signo de potencia espiritual de un pueblo el de transformar el idioma heredado. El idioma es una riqueza como otra cualquiera a la que hay que dar vida convirtiéndola.

¿Por qué no entonces “Buenos Aires meridiano espiritual de Hispanoamérica”? No puede incurrirse en estos exclusivismos. América está irremediablemente disgregada. El milagro estaría en que apareciera un genio salvador que destruyendo pequeños egoísmos, creara los estados unidos de Sud América. Después de todo, un europeo se asombraría de las pocas cosas que a nosotros nos importan. En general los pueblos viejos se complican la vida espiritual con problemas artificiosos que más parecen rompecabezas que rumbos ideológicos. Los pueblos jóvenes, semibárbaros como el nuestro, tienen la existencia más simple y no saben filosofar sino que gustan de reinar. No se están buscando meridianos; y saben que el futuro es una tardanza y no un porvenir. Que no es otra la idea de Martín Fierro.

Madrid meridiano intelectual de Hispanoamérica. Está bien. Pero ¿qué hora nos va a señalar? La idea es la de imantar a las juventudes de América para que se dirijan a ella y no a París o a Roma. Pero es necesario advertir que la juventud de América ha perdido la ilusión de las grandes ciudades europeas. Dejemos que Ortega y Gasset haga acerca de la cultura metáforas propias de un wingizquierdo de cualquier team de fútbol. Esto está muy de acuerdo con la hora. Es muy deportivo. Pero la nuestra aun no ha llegado, la estamos esperando, de pie como el paisano espera el alba para campear la luz.

Nos dan ganas de seguir divagando acerca de este asunto que no está suficientemente discutido. Y sería bueno que se abriera el debate de una vez por todas. Yo invito desde mi modesto sitio a mis amigos los jóvenes escritores españoles para que expongan francamente lo que piensan acerca del particular. ¿Qué mayor orgullo puede ostentar una nación que el que sus ciudades sean como los faros de la cultura mundial que guían y atraen a la cultura transoceánica?  Pero esto tiene sus inconvenientes para nosotros que vivimos de prestado. Un poeta de menor cuantía que tenga la dicha de haber nacido en París tiene asegurado por este solo hecho la difusión mundial de sus obras. Un escritor nacido en Madrid adquiere por esta razón más nombradía que otro que haya nacido en San Antonio de los Cobres. Mientras nos llega la hora de la originalidad nosotros tenemos que luchar contra todos estos inconvenientes; y debemos adiestrarnos en el aspirar para quedarnos con el grano y desdeñar lo demás. Tenemos derecho a ello. Y no podemos aceptar tutorías ultramarinas so pena de claudicar en el afán de creernos conscientes y pensantes. Los protectorados intelectuales son peores que los económicos porque en los culturales el espíritu oprimido agradece íntimamente al señor que oprime. Hace poco leí una nota curiosa en que varios intelectuales franceses que habían estado en Sud América dando conferencia pedían al presidente de su país, que ayudara económicamente a los colegios franceses esparcidos por Buenos Aires, Lima, Montevideo, Santiago, etc.; porque estas son las fuentes con que Francia cuenta para ejercer el imperialismo cultural de Sud América. ¡Qué lástima que los europeos no nos llamen bárbaros en vez de semibárbaros porque si nos llamaran bárbaros tendríamos derecho a soñar en una cultura nuestra! Pero estamos perdidos. Y estamos expuestos a que cualquier ciudad de Europa nos señale la hora de dormir y la de leer.

Pablo Rojas Paz.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar