¿Los por qué de la historia?, por Stéphane Bern


Los por qué de la historia, tomos 1 y 2, escritos por el periodista, locutor y presentador de televisión francés Stéphane Bern contienen las respuestas a más de doscientas preguntas de la historia de la humanidad. Los relatos breves y concisos aportan datos curiosos, sorprendentes, ridículos o profundos. En ocasiones el autor destaca aspectos desconocidos de episodios trascendentes o de personajes célebres, y otras veces alude a algún detalle superfluo y accesorio, que remite a algún momento o lugar en el pasado.

En el Tomo 1, por ejemplo, se encontrarán las respuestas a preguntas como ¿Por qué Sócrates no escribió nada? ¿Por qué Jesús no nació en el año 0? ¿Por qué Cristóbal Colón no descubrió América? ¿Por qué lo causó el tulipán el primer crac bursátil de la historia? ¿Por qué los ingleses ejecutaron a su rey ciento cincuenta años antes que los franceses? ¿Por qué permaneció independiente el principado de Mónaco? ¿Por qué Gandhi nunca obtuvo el premio Nobel de la Paz?

En tanto en el Tomo 2 sabremos ¿Por qué se dice que Tutankamón fue un faraón de poca importancia? ¿Por qué durante cerca de mil años los curas católicos pudieron casarse? ¿Por qué a Cristóbal Colón lo salvó un eclipse? ¿Por qué Enrique III introdujo el tenedor en la corte? ¿Por qué Cromwell fue colgado dos años después de su muerte? ¿Por qué el zar Pedro I creó un impuesto a la barba? ¿Por qué se llama Tío Sam a Estados Unidos? o ¿Por qué a Nueva York le dicen “Big Apple”?

Compartimos aquí las respuestas a algunas de estas preguntas.

Fuente: Stéphane Bern, Los por qué de la historia, tomo 1, Buenos Aires, 2016, págs. 29-30.

¿Por qué Jesús no nació en el año 0?

Se establece tradicionalmente el comienzo de la era cristiana en el nacimiento de Cristo. Es un punto de referencia (comúnmente) admitido que permite situar cronológicamente cada hecho histórico: antes o después “de Cristo”. ¡Sin embargo, por absurdo que parezca, ese punto de referencia es erróneo!

En tiempos pasados, se solía contar los años a partir de la entronización del soberano reinante: este sistema aún rige en Japón, por ejemplo. En la Antigüedad, los romanos establecieron como año 0 el de la fundación de Roma. Pero al cristianizarse Europa en el siglo VI, un monje llamado Dionisio el Exiguo propuso tomar como nuevo punto de partida el nacimiento de Jesús. Este sistema de datación fue aprobado por la Iglesia en 532 y sería adoptado en Occidente con el correr de los siglos. Pero surgen dos problemas: el primero es que la biografía exacta de Jesús es extremadamente difícil de establecer; el segundo, que, para precisar el año de su nacimiento, el monje se basó en esa época en datos que hoy son impugnados por los historiadores.

Dionisio el Exiguo fijó el nacimiento de Cristo 753 años después de la fundación de Roma. Pero cinco siglos antes, el historiador Flavio Josefo escribía que el rey Herodes, gobernador de Judea, había muerto en 750 después de la fundación de Roma, es decir, tres años antes del nacimiento de Jesús. Y según el Evangelio de San Mateo, la muerte de Herodes fue posterior al nacimiento de Cristo. De esto se deduce que Jesús habría nacido por lo menos tres años antes. Ese desfase fue señalado a principios del siglo XVII por el astrónomo alemán Kepler: después de realizar un estudio minucioso del calendario de los planetas, el científico determinó que Jesús había nacido en el año 6 o 7 a.C. En la actualidad, los historiadores fijaron ese nacimiento entre los años 2 y 9 a.C. Sea como fuere, de todos modos, Jesucristo no nació en el año 0.

Si se hubiera conocido ese error, seguramente millones de personas no habrían temido la famosa profecía de los mayas… ¡Por la sencilla razón de que el 21 de diciembre de 2012, el día señalado para el supuesto fin del mundo, en realidad ya había pasado!

Pero si Jesús no nació en el año 0, ¿al menos vino al mundo un 25 de diciembre? Tampoco se puede afirmar esto. En primer lugar, porque el Nuevo Testamento no menciona ninguna fecha precisa. Y además, porque san Lucas afirma que durante la noche del nacimiento de Cristo, los pastores velaban a sus rebaños en el campo, y nunca lo hacían en esa época del año. Por otra parte, recién en el siglo IV la Iglesia fijó el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, para hacer coincidir la celebración de la Navidad con el solsticio de invierno, que festejaban los paganos.

¿Por qué Cristóbal Colón no descubrió América?

Fuente: Stéphane Bern, Los por qué de la historia, Tomo 1, Buenos Aires, 2016, págs. 59-60.

Año 1492. La sola mención de esta fecha nos trae inmediatamente a la memoria un nombre, Cristóbal Colón, y un acontecimiento, el “descubrimiento” de América. Este episodio tuvo un enorme impacto en la historia de la humanidad: los historiadores consideran que marca el pasaje de la Edad Media a la época moderna. ¡Y sin embargo, Colón no descubrió América! ¿Cómo es posible?

En primer lugar, en 1492, Cristóbal Colón no era consciente de haber desembarcado en un nuevo continente, sino que creía que había llegado a la India. Además cuando entró a las Bahamas, y luego al continente, América ya estaba poblada por varios millones de habitantes. Esos amerindios eran los descendientes de los primeros descubridores de América: tribus asiáticas que habían atravesado el estrecho de Bering durante las glaciaciones en dos grandes olas sucesivas y poblaron la totalidad el continente americano, desde el norte hasta el sur.

Algunos replicarán que, de todos modos, Colón fue el primer europeo que pisó tierra americana. Pero no es así. Cinco siglos antes, los vikingos ya habían atravesado el Atlántico. El hecho se produjo en 982. Casi cien años antes, los vikingos habían colonizado Islandia. Uno de sus jefes, Erik el Rojo, debió abandonar la isla porque su padre había cometido un asesinato. Navegando hacia el oeste, encontró una isla cubierta por hielos, pero con algunas praderas en su litoral. Decidió instalarse allí. Para atraer a otros colonos, llamó a esa isla Groenlandia, es decir, “la tierra verde”. Le encargó a su hijo Leif Eriksson que cristianizara la colonia, antes de seguir avanzando hacia el oeste. Con unos treinta marinos, este último llegó hacia el año 1000 a una nueva tierra, que exploró largamente y a la que definió con tres nombres: Helluland, “tierra de las piedras planas”, Markland, “tierra de bosques”, y Vinland, “tierra de la viña”. ¡Sin saberlo, Leif Eriksson acababa de pisar Terranova, en el actual Canadá!

Aunque la colonización de Terranova por parte de los vikingos fue efímera, su presencia en el Nuevo Mundo está demostrada por muchas pruebas arqueológicas indiscutibles, que certifican que Leif Eriksson fue el primer europeo que llegó a América. En 1964, los estadounidenses decidieron dedicarle la jornada del 9 de octubre. Por último, digamos que algunas tesis atribuyen a diversos pueblos la paternidad de este descubrimiento: griegos, fenicios, romanos, egipcios, chinos, polinesios, ¡e incluso europeos de la Edad de Piedra!

Ninguna de esas tesis pudo probarse hasta el presente. ¡Pero la historia siempre puede depararnos sorpresas!

¿Por qué Gandhi nunca obtuvo el premio Nobel de la Paz?
Fuente: Stéphane Bern, Los por qué de la historia, tomo 1, Buenos Aires, 2016, págs. 139-140.

El premio Nobel de la Paz, la más alta distinción moral del mundo, parece haber sido creado para Gandhi, padre de la independencia de la India y apóstol de la no violencia. Y sin embargo, el Mahatma nunca lo recibió, a diferencia de otros jefes de Estado como Theodore Roosevelt, Aristide Briand, Woodrow Wilson, Mijaíl Gorbachov, y más recientemente, Barack Obama, a solo nueve meses de su elección. ¿Por qué nunca se le confirió ese honor?

Gandhi fue postulado cinco veces para la obtención del premio Nobel de la Paz: en 1937, 1938, 1938, 1947 y 1948. En cada oportunidad, los miembros del comité lo descartaron, invocando razones diversas. La primera fue que Gandhi nunca había actuado a favor del derecho internacional ni de los derechos humanos. A juicio del comité, él era ante todo un patriota e incluso un nacionalista indio. Señalaban, por ejemplo, que en Sudáfrica, Gandhi se había alzado solamente contra la opresión de los indios, omitiendo completamente la opresión aún más feroz que sufrían los negros.

El pacifismo de Gandhi también fue criticado. Porque en 1920 y en 1921, sus campañas de no violencia, basadas en el boicot a las mercaderías y a las instituciones británicas, había degenerado en enfrentamientos violentos. Por último, los pragmáticos noruegos, estaban un poco desconcertados por el carácter espiritual y místico del Mahatma, que según ellos, no cuadraba con la acción de un hombre político que luchaba por la emancipación nacional. Hay que decir que estos argumentos siempre parecieron pretextos, y todavía hoy subsiste el interrogante sobre las verdaderas razones de ese rechazo.

Uno de los motivos más frecuentemente invocados es de orden geopolítico. En efecto, cuando se crearon los premios Nobel en 1901, Suecia y Noruega constituían un único reino. Alfred Nobel quería que el Nobel de la Paz fuera entregado por un comité de cinco miembros nombrados por el Parlamento noruego y no por una academia sueca, como en el caso de los otros cuatro premios, de física, química, medicina y literatura. Esta disposición, que se mantuvo después de la independencia de Noruega en 1905, explica el hecho de que ese premio se entregue en Oslo y no en Estocolmo. En aquella época, Noruega era la alidada más cercana del Reino Unido, y el comité Nobel, constituido por personalidades políticas, no quería indisponer al gobierno británico distinguiendo a un hombre que combatía su imperialismo.

El 30 de enero de 1948, Gandhi fue asesinado. Los miembros del comité pensaron en otorgarle una distinción póstuma, pero ¿quién se beneficiaría con el premio si el Mahatma no tenía descendientes ni partido? Entonces, como homenaje, se limitaron a no conceder el premio ese año.

Al parecer, el comité Nobel conservó algún remordimiento, ya que en 1989, le entregó el premio al Dalai Lama, defensor de la no violencia, a quien se suele comparar con Gandhi. A modo de compensación.

 

¿Por qué a Cristóbal Colón lo salvó un eclipse?

Fuente: Stéphane Bern, Los por qué de la historia, tomo 2, Buenos Aires, 2016, págs. 61-62.

Los que hayan leído el libro de historietas Tintín y el templo del Sol, publicado en 1949, recordarán la escena final: Tintín, el capitán Haddock y el profesor Tornasol se salvan de la fogata inca por un eclipse solar. Cuando los incas le piden que elija el día y la hora de su muerte, Tintín decide ese momento fatídico gracias a una información que había leído en el diario. A riesgo de decepcionar a sus admiradores, este desenlace no nació de la prolífica imaginación de Hergé, que se inspiró en gran medida en un hecho real, que salvó la vida de Cristóbal Colón en América. El relato de estos hechos es el siguiente.

El 12 de octubre de 1492, después de dos largos meses de travesía, Colón desembarcó en una de las islas Bahamas. Como creía que había llegado a las Indias, ignoraba que acababa de arribar a las costas de un nuevo continente. De regreso a España en marzo de 1493, el explorador decidió que volvería a partir algunos meses más tarde con 17 carabelas y 1200 hombres. En ese viaje descubrió Dominicana, Guadalupe, Jamaica, Haití y Puerto Rico, antes de volver a Sevilla en 1496. Durante su tercer viaje, en 1498, exploró las costas del continente sudamericano, en la actual Venezuela.

Regresó a España en 1500 y dos años más tarde inició una cuarta expedición. Después de haber dejado Cádiz con cuatro carabelas, unió el extremo occidental de las Antillas, hasta el litoral de Honduras y Panamá. En junio de 1503, víctima del paludismo, terminó en las costas jamaiquinas. Sin poder partir, la tripulación se vio obligada a buscar ayuda. Como el tiempo pasaba, parte de los hombres decidió amotinarse y huyó después de haber robado las reservas de comida. Corto de víveres, Colón pidió ayuda a los habitantes de la isla, los caribes, que se negaron a darle provisiones. Con la amenaza de la hambruna, consultó las efemérides, que usaba para calcular su posición, y se dio cuenta de que en unos días, el 29 de febrero de 1504, se produciría un eclipse de luna. Así que tuvo una idea genial.

El día del eclipse, convocó a todos los habitantes de la isla y, con ayuda de un intérprete, les anunció que si no lo ayudaban, la luna desaparecería esa misma noche. Los indígenas se negaron a creerle, por supuesto. Pero, al llegar la noche, alucinados, asistieron a ese fenómeno extraordinario y enseguida le dieron alimentos a ese extranjero con poderes sobrenaturales. Esta astucia le permitió sobrevivir hasta que llegó el auxilio, cuatro meses más tarde.

El 7 de noviembre de 1504, Cristóbal Colón desembarcó sin gloria en España, algunas días antes de la muerte de la reina Isabel la Católica. El más célebre explorador de la historia, culpable de las crueles exacciones a los habitantes originarios de América, murió a su vez el 20 de mayo de 1506 en Valladolid, en la miseria y la indiferencia.

 

¿Por qué se llama “Tío Sam” a los Estados Unidos?

Fuente: Stéphane Bern, Los por qué de la historia, tomo 2, Buenos Aires, 2016, págs. 149-150.

A los norteamericanos se los conoce por dos sobrenombres. Por un lado, la palabra yankees, que designaba a los habitantes de Nueva Inglaterra antes de calificar desdeñosamente a los del Norte durante la Guerra de Secesión, y hoy, al conjunto de la población. Por otro, una expresión menos peyorativa en cuanto a sus orígenes: el “Tío Sam”. ¿Cómo nació este personaje?

El 18 de junio de 1812, el Congreso norteamericano votó una declaración de guerra contra el Reino Unido, que controlaba el estado sanitario de los buques que se dirigían hacia la Francia napoleónica. Para los dos beligerantes, la cuestión del bloqueo continental era solo un pretexto. Los Estados Unidos esperaban sobre todo meter mano en las colonias inglesas del Canadá, en tanto que el Reino Unido encontró la manera de castigar al país que, unos decenios antes, había declarado su independencia. Durante el conflicto, uno de los proveedores del ejército norteamericano era un empresario neoyorkino llamado Samuel Wilson, descrito como un hombre justo, honesto y dedicado a su país. Encargado de abastecer a las tropas de carne de vaca, envió la mercadería en barriles marcados así: “U.S.”, para significar “United States”, es decir, propiedad de los Estados Unidos. Se dice que un día los militares de la base de Troy, en el estado de Nueva York, transformaron el significado de las famosas iniciales en “Uncle Sum”, para honrar el paternalismo recalcitrante de su fiel proveedor.

A partir de 1830, los dibujantes de la prensa popularizaron al Tío Sam al darle determinadas características. En las primeras ilustraciones se ve a un personaje de largos cabellos blancos, alto y flaco, que se parecía menos a Samuel Wilson que a Andrew Jackson, presidente de los Estados Unidos entre 1829 y 1837. Después de la Guerra de Secesión, las representaciones del Tío Sam se multiplicaron en la prensa norteamericana, pero el caricaturista Thomas Nast le agregó una nota al margen: una barbita en referencia a Abraham Lincoln. A partir de ese momento, el personaje aparecerá siempre con un moño rojo, un frac azul y un pantalón rayado rojo y blanco. Además, usará una galera con los colores de la bandera de los Estados Unidos.

La ilustración más conocida sigue siendo, sin duda, la de James Montgomery Flagg, realizada en 1917 para un afiche de reclutamiento del ejército norteamericano durante la Primera Guerra Mundial. Con una tirada de cuatro millones de ejemplares, muestra al Tío Sam apuntando con un dedo en dirección del lector y declarando: “I wanto you for U.S. Army” (“Te quiero para el ejército de los Estados Unidos”)

En 1928, el Tío Sam de la ilustración de Norman Rockwell estaba más distendido: con alas, planeaba riéndose por los aires, para celebrar la travesía del Atlántico de Lindbergh un año antes y la iniciación de un supuesto período de prosperidad para los Estados Unidos; en ese momento nadie podía imaginar la dramática crisis de 1929. Del mismo modo, cuando el país entró en la Segunda Guerra Mundial, se retomó el afiche de Flagg para reagrupar las buenas voluntades.

En 1961, el Congreso norteamericano reconoció oficialmente que Samuel Wilson y el Tío Sam eran la misma persona.