Louis Pasteur, su testamento científico y filosófico


Cumplidos los 18 años, pocos podrían creer que Louis Pasteur, nacido en Dôle, Francia, en 1822, llegaría a ser el fundador de la microbiología moderna y daría grandes inventos a la humanidad, como la práctica de la vacunación preventiva y la esterilización.

Proveniente de una familia ajena a la medicina, fue recién tras terminar sus estudios básicos que comenzaría una imparable carrera como docente e investigador. A los 23 años, alcanzó la licenciatura en Ciencias en la Escuela Normal Superior de París y, dos años más tarde, el doctorado. Siendo profesor de química en la Universidad de Estrasburgo, se en 1849 con María Laurent, la hija del rector, con quien tuvo cinco hijos, de los cuales sólo dos superaron la infancia.

En 1854, a los 32 años, ya era decano y profesor de química de la Facultad de Ciencias de Lille, donde impulsó una novedosa iniciativa, al promover cursos nocturnos para jóvenes trabajadores. La investigación universitaria y la producción fabril constituían, para él, un universo inseparable, contribuyendo en los procesos de producción de textiles, alimentos y bebidas.

Poco tiempo después, fue convocado como director de Estudios Científicos en la Escuela Normal Superior de París, y continuó con sus investigaciones sobre fermentación y ácidos lácticos. A pesar de un derrame cerebral que le paralizó medio cuerpo, Pasteur avanzó con los descubrimientos de remedios para distintas infecciones y estableció los principios básicos de la esterilización. Justamente, este proceso de aniquilación de microbios en líquidos le fue reconocido en la misma denominación: pasteurización.

Con posterioridad, en 1881, descubrió -en razón del experimento de un científico inglés- que una enfermedad muy grave podía prevenirse inyectando en el ser vivo un virus similar de menor intensidad. Daba así el nacimiento a los sistemas de vacunación que constituyeron uno de los mayores logros de la humanidad.

El 6 de julio de 1884, lograría aplicar esta invención a la cura de la rabia sobre el hombre, que le dio fama universal. Salvó en esta ocasión a un niño de ocho años llamado José Meister. En junio de 1887, el gobierno francés creó por decreto el instituto que llevaría su nombre, del cual saldrían luego ocho premios Nobel y descubrimientos tan relevantes como, en 1983, el virus del sida.

A pesar de sus logros, no le faltaron a Pasteur los críticos, que afirmaron que sus teorías eran “ficción ridícula” o, aun más, lo retaron a duelo. Pasteur murió en St. Cloud, Francia, el 28 de septiembre de 1895 a los 72 años de edad.

Para recordarlo transcribimos a continuación el discurso que preparó para la inauguración del Instituto Pasteur, el 14 de noviembre de 1888, cuando ya era una figura consagrada respetada no sólo en Francia sino en el mundo entero.

El discurso, leído por uno de sus hijos ante la emoción que lo embargaba, es casi un testamento científico a las futuras generaciones, con un profundo mensaje filosófico, dirigido al entonces presidente de Francia, Marie François Sadi Carnot, presente en aquel acto fundacional.

Concluía señalando en aquel célebre texto que dos leyes opuestas se dirimían por aquellos tiempos, “una ley de sangre y muerte, que inventa cada día nuevos medios de combate y obliga a los pueblos a estar siempre prevenidos para la guerra” y una “ley de paz, de trabajo y de salud, que sólo procura librar al género humano de los flagelos que lo amenazan”. Y expresaba su deseo de que la ciencia francesa obedeciera “siempre a los dictados de la ley humanitaria y se esforzara por prolongar los límites de la vida”.

Fuente: Renato Vallery Radot, La vida de Pasteur, Buenos Aires, Editorial Juventud Argentina, 1945, págs. 444-446.

El día que, previendo la importancia del descubrimiento de la atenuación de los virus, pedí francamente a mi país ayuda para instalar un laboratorio para estudiar la profilaxis de la rabia y de todas las enfermedades contagiosas; ese día, Francia dio a manos llenas.

Así pudo construirse esta gran casa, de la que puede decirse que cada piedra es la expresión material de una intención generosa. Todas las virtudes han participado por igual en la erección de esta morada del trabajo.

Pero me entristece entrar en ella siendo ya hombre vencido por el tiempo; y sin tener a mi vera a ninguno de mis maestros, ni compañeros de lucha: Dumas, Bouley, Pablo Bert, ni siquiera a Vulpian, que, después de haber sido mi consejero en las primeras horas, fue junto a usted, mi querido Grancher, el más convencido y enérgico defensor del método profiláctico de la rabia.

Aunque me duele no verlos entre nosotros, aunque ellos no pueden oírme proclamar cuánto debo a su apoyo y consejo, aunque me entristece su ausencia tanto como me entristeció su muerte, me consuela al menos la creencia que será imperecedero lo que juntos defendimos. Nuestros colaboradores aquí presentes comparten nuestra fe científica.

Queridos colaboradores míos, mantened despierto el entusiasmo de las primeras horas, pero sometedlo siempre a severa fiscalización. Nunca aventuréis nada que no pueda ser probado clara y decisivamente.

Cultivad el espíritu crítico, pues todo es vano sin él. Aunque por sí mismo no provoque ideas ni estimule grandes empresas, el espíritu crítico decide siempre en última instancia. Lo que os pido, y lo que vosotros pediréis, a vuestros futuros discípulos, es lo más difícil que puede pedirse a un inventor:

Creer que se ha hecho un descubrimiento científico importante, sentir la fiebre de anunciarlo, pero constreñirse durante días, semanas y a veces años, a combatir las propias ideas, atacar las propias experiencias y no proclamarlo sino después de haber agotado el examen de todas las hipótesis contrarias: sí, eso es sumamente arduo.

Mas es enorme la alegría de alcanzar la certidumbre después de tantos esfuerzos, y esta alegría se acrecienta aún más, al pensar que con nuestro esfuerzo, hemos contribuido a honrar la patria.

Si la ciencia no tiene patria, el hombre de ciencia debe tenerla para ofrendarle los lauros que sus trabajos alcancen en el mundo.

Señor presidente: si me fuera permitido terminar mi discurso con una reflexión filosófica, sugerida por vuestra presencia en esta sala de trabajo, diría que dos leyes opuestas parecen hallarse en pugna en los tiempos actuales: una ley de sangre y muerte, que inventa cada día nuevos medios de combate y obliga a los pueblos a estar siempre prevenidos para la guerra; y una ley de paz, de trabajo y de salud, que sólo procura librar al género humano de los flagelos que lo amenazan.

La primera busca únicamente las conquistas violentas: la otra, sólo el alivio de la humanidad. Ésta aprecia una vida humana mucho más que todas las victorias; aquélla, en cambio, sacrifica millares de seres a la ambición de un solo hombre. Pero aun en medio de la matanza, la ley cuyos instrumentos somos, intenta mitigar los cruentos dolores causados por la ley de la guerra. Las curaciones inspiradas en nuestros métodos antisépticos, salvan millares de soldados. ¿Cuál de estas dos leyes prevalecerá? Sólo Dios lo sabe; mas nosotros aseguramos, no obstante, que la ciencia francesa obedecerá siempre a los dictados de la ley humanitaria y se esforzará por prolongar los límites de la vida.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar