El Motín de las Trenzas, por Felipe Pigna


Autor: Felipe Pigna

Una mañana de 1865 un obrero que trabajaba en la construcción de una puerta para el mercado viejo, ubicado en Perú y Alsina, encontró un viejo fusil y unos cabellos trenzados. Corrió a mostrárselos a su capataz. ¿Restos de algún crimen pasional? ¿Sobras de algún gualicho? Consultaron a un historiador de la época y pronto comenzaron a enterarse de que habían encontrado los dos símbolos más importantes de un dramático episodio ocurrido en 1811, el llamado Motín de las Trenzas.

Todo empezó en noviembre de 1811. Gobernaba el Primer Triunvirato, trío de cuatro, como los tres mosqueteros, porque además de Paso, Chiclana y Sarratea, estaba Rivadavia, muy lejos de ser el cuarto hombre era más bien el primero a la hora de definir políticas y ejecutarlas sumariamente. El 16 de ese mes el Triunvirato decretó la unificación de los cuerpos militares 1 y 2 bajo el nombre «Regimiento 1 de Patricios» y decidió relevar de su cargo a su jefe histórico, Don Cornelio Saavedra. En su reemplazo fue designado Manuel Belgrano, coronel a la fuerza, según sus propias palabras.

Ninguna de las dos cosas les cayeron bien a los patricios. La destitución de Saavedra era intolerable para ellos y veían en la medida una maniobra política contra el sector que se oponía más firmemente a la política centralista porteña. Venían observando con preocupación cómo, desde que el ex presidente de la Primera Junta había tenido que dejar Buenos Aires, se iba produciendo un movimiento tendiente a liquidar toda injerencia provinciana en las decisiones nacionales. Habían visto cómo la Junta Conservadora, Junta Grande, según el catecismo escolar, pasó a ser un órgano meramente consultivo del Triunvirato.

El otro motivo de descontento era la designación de Belgrano. El cuestionamiento no era sólo ideológico, por provenir Belgrano del sector morenista; sino también por suponer que el futuro creador de la Bandera aplicaría una rígida disciplina a la que el regimiento no estaba acostumbrado ni mucho menos dispuesto a acostumbrarse.

La noche del 6 de diciembre de 1811 Belgrano decidió pasar por el cuartel a realizar una inspección. Encontró un clima tenso y casi ningún gesto de simpatía. Antes de retirarse dictó una serie de drásticas medidas disciplinarias e higiénicas, entre ellas una que establecía que los patricios no llevarían más su tradicional coleta o trenza. Les daba un plazo perentorio para que se la cortasen por su cuenta o de lo contrario el cuerpo de dragones haría las veces de improvisados peluqueros.

La coleta era, sobre todo para los soldados y suboficiales patricios, un motivo de orgullo y distinción y no estaban dispuestos a renunciar a sus simbólicos adornos capilares. Pero en realidad, como venimos viendo, la coleta fue casi la excusa de una trenza mucho más complicada que tenía fuertes contenidos políticos en una época en que el límite entre la política y las armas era muy impreciso.

Pocos meses antes, el 5 y 6 de abril, los saavedristas Joaquín Campana y Tomás Grigera movilizaron a los sectores suburbanos hacia la Plaza de la Victoria con el apoyo de los Patricios, los Pardos y Morenos contra el sector morenista de la Junta. A las tres de la mañana entregaron un petitorio en el Cabildo que decía entre otras cosas: «El pueblo de Buenos Aires desengañado a vista de repetidos ejemplos, de que no sólo se han usurpados sus derechos, sino que se trata de hacerlos hereditarios en cierta porción de individuos, que formando una fracción de intriga y cábala, quieren disponer de la suerte de la Provincias Unidas, esclavizando a las ambiciones de sus intereses particulares la suerte y la libertad de sus compatriotas , ha resuelto con la energía propia de su carácter proponer a V. E. las siguientes condiciones para que, desbaratando el partido sospechoso, se restituya al pueblo injustamente despojado…”. 1

Se proponían deponer al sector morenista y crear un ejecutivo fuerte en manos de Saavedra. Sin embargo, Saavedra no aceptó el mando y contó en sus memorias: «Pedí, supliqué y renuncié todos mis cargos, incluso el grado de Brigadier» 2. Pero se llegó a una transacción seguramente sugerida por el Deán Funes: Vieytes, Rodríguez Peña, Larrea y Azcuénaga marcharían al destierro y serían reemplazados por tres saavedristas, Campana entre ellos, el regimiento de la Estrella sería disuelto y su Jefe, Domingo French, confinado, como no podía ser de otra manera con Antonio Beruti. Saavedra continuaría como presidente de la Junta.

El desastre de Huaqui precipitó las cosas. Saavedra marchará al Norte y de allí hacia el destierro y el olvido y los partidarios de una mayor equidad entre el poder del puerto y el del resto del país irán cayendo en desgracia.

A esto no se resignaban los fieles soldados y suboficiales de Saavedra cuando la noche del 6 de diciembre de 1811 en el llamado «cuartel de las Temporalidades» se pusieron en pie de guerra y expulsaron a los oficiales. Belgrano fue avisado y se apersonó inmediatamente en el regimiento. Fue muy mal recibido. Le gritaban «muera Belgrano». Manuel no se achicó y les contestó también a los gritos: «Si quieren que muera, dispárenme» 3. Se retiró consternado y logró hacer ingresar por los fondos al abanderado de los Patricios, Borja Anglada, para que le informara sobre las demandas de los sublevados.

Sólo le dijeron que querían la cabeza del coronel Belgrano, que volviera Saavedra y que sólo entregarían su petitorio a un miembro del Triunvirato. El trío gobernante envió a un emisario, el capitán José Díaz, pero los amotinados lo tomaron de rehén y mantuvieron su pedido: que venga un triunviro.

La gravedad de la situación convenció a Feliciano Chiclana de la conveniencia de darse una vueltita por las Temporalidades. Parlamentó con los sublevados y recibió un petitorio en el que se pedía: «Excmo. Sr. A quien ama este cuerpo de veras (…) Quiere este cuerpo que se nos trate como a ciudadanos libres y no como a tropas de línea…». Pedían la destitución de Belgrano y el nombramiento de suboficiales como jefes del regimiento. Las trenzas no aparecían en la demanda. Chiclana puso como condición para considerar el pliego, que depusieran inmediatamente las armas.

Pero los rebeldes no tenían intenciones de rendirse. El Triunvirato armó una doble estrategia, por un lado seguir negociando y por otro rodear el cuartel para intervenir en cualquier momento. Hubo varios mediadores, entre ellos, Juan José Castelli, el orador de la revolución, que estaba arrestado en el propio cuartel tras haber sido sometido a juicio por la derrota del Desaguadero. También medió el vehemente adversario de Castelli en el debate del Cabildo Abierto del 22 de mayo, el Obispo de Buenos Aires, Benito Lue y Riega, y el Obispo de Córdoba, Rodrigo de Orellana. Pero todo fue inútil, los Patricios se mantuvieron firmes en sus demandas.

Uno de los amotinados, el soldado de origen inglés Richard Nonfres comenzó a proferir insultos en un rapto de exaltación y disparó un cañonazo contra las tropas que estaban apostadas frente al regimiento. Cuenta Domingo Matheu que «…un maldito inglés, soldado del cuerpo, pegó fuego a un obús cargado a metralla y mató a uno e hirió a seis».

La respuesta no tardó en llegar. El cuartel estaba rodeado por los cuatro costados por 300 dragones de infantería y 25 de caballería; unos 200 hombres del regimiento número 5 de América y otros tantos del regimiento de castas. Varios civiles se pusieron a las órdenes del coronel French para participar en la represión de los rebeldes.

El saldo del combate fue de 8 muertos y 35 heridos. Pero Rivadavia y el Triunvirato no iban a dejar las cosas así. Instruyeron un proceso sumario. Por «razones de seguridad» fueron expulsados los diputados del interior. El Deán Funes fue detenido sospechado de complicidad con los rebeldes. Los implicados negaron durante el juicio toda intención política y recordaron sus planteos iniciales. Pero nadie les creyó y en la sentencia se habla de «movimiento popular que se tramaba».

A veinte de los implicados se los condenó a cumplir penas que iban de cuatro a diez años de prisión en Martín García. Once sargentos, cabos y soldados fueron fusilados a las ocho de la mañana del 10 de diciembre de 1811 y sus cuerpos colgados en la Plaza de la Victoria «para la expectación pública». Entre los muertos estaba el inglés Ricardo Nonfres, quizás el autor del primer disparo de una guerra civil que iba a durar casi 60 años.

Referencias:

1 José María Rosa, Historia argentina: La revolución, 1806-1812, Buenos Aires, Juan Carlos Granda, 1974. pág. 289.
2 José María Rosa, Historia Argentina, Tomo 2, Buenos Aires, Editorial Granda, 1965, pág. 290.
3 Julio Sierra, Fusilados: Historias de condenados a muerte en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008, pág. 86.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar