Martín Fierro, “representante primitivo de nuestra nacionalidad, mezcla singular de astucia y de candor”, por José Tomás Guido


El 10 de noviembre de 1834, nació José Rafael Hernández en la chacra de su tío, Juan Martín de Pueyrredón, en lo que hoy se conoce como Villa Ballester, partido bonaerense de San Martín.

Colaboró de chico con su padre, capataz de estancia, y con gran capacidad autodidacta pronto se convirtió en instructor del estanciero para quien trabajaba. A los veinte años, se integró a las filas antirosistas de Justo José de Urquiza, a quien acompañó en Cepeda y Pavón. Más tarde, tras el asesinato de Urquiza, participó de las rebeliones federales junto a Ricardo López Jordán, profundizando una antigua enemistad con Domingo F. Sarmiento, quien pronto elevaría un proyecto de ley poniendo precio a las cabezas de los sublevados, entre ellas, la de Hernández, que fue valuada en mil pesos fuertes.

Su actuación tanto en estancias y campos de batalla le valieron un profundo conocimiento de la vida gauchesca, ya que el ejército estaba por entonces constituido principalmente por gauchos.

Luego de un breve exilio en Brasil, trabajó como periodista en El Río de la Plata, El Nacional Argentino y La Capital de Rosario, entre otros, y más adelante alcanzó a defender las ideas federales como diputado y senador. En sus notas, discursos y poemas, abordó la cuestión del indígena y del gaucho y criticó las ideas “civilizadoras” de Sarmiento.

En 1863 publicó Rasgos biográficos del general Ángel Peñaloza y casi veinte años más tarde, en 1881, aparecía su obra Instrucción del Estanciero, una especie de manual para hombres de campo. Pero fue el Martín Fierro, un poema sobre la experiencia de un gaucho argentino, la obra que lo consagró como máximo exponente de la literatura gauchesca.

Leopoldo Lugones lo consideró el paradigma de la nacionalidad argentina y Miguel Cané le dedicará a José Hernández estas calurosas palabras: “Usted ha hecho versos gauchescos, no (…) para hacer reír al hombre culto del lenguaje del gaucho, sino para reflejar en el idioma de éste, su índole, sus pasiones, sus sufrimientos y sus esperanzas, tanto más intensas y sagradas, cuanto más cerca están de la naturaleza”. “Espero que a estas horas estará usted escribiendo otro libro como éste, que es como una golosina: una vez gustado, se anhela otro semejante”, dirá Juana Manuela Gorriti sobre La vuelta de Martín Fierro, publicado en 1879, siete años después de la primera parte.

Claro que no todo fueron laureles. Bartolomé Mitre reconocía en carta a Hernández: “Martín Fierro es una obra y un tipo que ha conquistado su título de ciudadanía en la literatura y en la sociabilidad argentina”. Sin embargo, deslizaba sus críticas a la obra: “Creo que Vd. ha abusado un poco del naturalismo, y que ha exagerado el colorido local (…) con ciertos barbarismos que no eran indispensables para poner el libro al alcance de todo el mundo… No estoy del todo conforme con su filosofía social, que deja en el fondo del alma una precipitada amargura sin el correctivo de la solidaridad social. Mejor es reconciliar los antagonismos por el amor y por la necesidad de vivir juntos y unidos, que hacer fermentar los odios…”.

El libro tuvo, sin embargo,  cientos de ediciones y fue traducido a más de 70 idiomas. José Hernández, quien consagró su vida a mejorar la situación de los gauchos, logró con su obra su mayor contribución a esta causa. Murió a los 51 años, el 21 de octubre de 1886.

Para recordarlo, transcribimos en esta oportunidad una carta que le escribió José Tomás Guido a Hernández en 1878. En ella, Guido se refiere a la obra culmine de la literatura gauchesca como “una pintura fiel de esa porción poco estudiada del pueblo argentino”, alude con lucidez a la inmigración: “la simpatía que despierta se aviva cuando se piensa que asistimos a su rápida extinción y cuando su asimilación con razas exóticas cambia esa fisonomía que sólo a la poesía es dado perpetuar”; y sintetiza: “usted embellece tradiciones que se perderían en medio de las perturbaciones de nuestra época”.

Fuente: José Hernández, El gaucho Martín Fierro, Buenos Aires, Librería Martín Fierro, 1894, págs. XII-XIII

Señor D. José Hernández

Estimado compatriota:

Me pide Vd. un lugar en mi biblioteca para su Martin Fierro, que ha llegado tan suavemente a su edición undécima.

Quiero antes de colocarlo con el honor debido a su bizarría, expresar a usted los motivos del placer que me ha causado su héroe.

En primer lugar es hijo legítimo de Vd., a quien profeso aprecio antiguo. Luego, él se me presenta con su garbo de jinete criollo, con la originalidad de su pintoresco lenguaje, y con el odio más franco a la opresión.

A mí me encantan esos tipos modelados por la naturaleza, cuando sus facultades nativas no han sido alteradas aún por una civilización que suele ser funesta.

Compare Vd. las cualidades de los gauchos con las de los campesinos de otros países, o con su clase proletaria y verá Vd. que toda la ventaja está del lado de nuestra raza genuina que lleva grabado en su pecho varonil el sello de la América.

Hay en ese representante primitivo de nuestra nacionalidad, una mezcla singular de astucia y de candor. Pero domina entre los afectos de su alma la idolatría de su independencia.

La Pampa convida a la libertad. Su extensión inmensa, su aire puro, no han sido creados aisladamente para los esclavos.

Pero el desierto incita también a la melancolía, y cuando el payador canta en la guitarra, no es extraño que sus endechas, sean tristes, no sólo por los males amargos de su condición, sino porque cede a la influencia del espectáculo que le rodea. El aislamiento aumenta esta propensión, y se comprende que al caer de la tarde, aquel soltaría tal vez sus lágrimas al arroyo, cuyas aguas se deslizan como las horas de su humilde existencia.

Si no hubiese en sus costumbres y en su suerte elementos de interés dramático, Vd. los habría hallado en sus inspiraciones frescas como las florecillas silvestres que matizan nuestra llanura.

Pero otra consideración más trascendente resulta de los versos de Martín Fierro. Ella se liga con uno de los problemas fundamentales de la sociabilidad en el Rio de la Plata.

Las promesas de la revolución no se han cumplido todavía para los hijos del Pampero. El rancho de paja no basta a proteger a quien lo habita? ¿Quién tendrá derecho de asombrarse de que un ser privado de los goces más puros de la vida, y de cultivo intelectual, apele a su acero para defenderse o vengarse, y a su ágil caballo para huir?

Pero me aparto de la peligrosa corriente de tales recuerdos, para felicitar a Vd. por la pintura fiel de esa porción poco estudiada del pueblo argentino.

Cuando Vd. describe algunas escenas, de esas que no tienen nunca más testigos que las estrellas, ni más coro que las aves salvajes, se sentirá uno tentado a las correrías agrestes, para sorprender acaso en el fondo del llano el misterio del destino de una parte no menos olvidada, que noble de la humanidad. La simpatía que despierta se aviva cuando se piensa que asistimos a su rápida extinción y cuando su asimilación con razas exóticas cambia esa fisonomía que sólo a la poesía es dado perpetuar.

Así el empeño de Vd. será saludado por la sensibilidad y por el patriotismo. Casi todos invocan los númenes más propicios al genio en sus vuelos más atrevidos.

Pero Vd. se ha contentado con improvisar después del mate, dulces trovas a la sombra del amoroso ombú, o allá en la cresta de una loma. Yo envidio la fortuna con que Vd. embellece tradiciones que se perderían en medio de las perturbaciones de nuestra época, sin el talento y el corazón que les da vida, y las graba profundamente en la literatura y en la historia.

José Tomás Guido.

Buenos Aires, Noviembre 16 de 1878.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar